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SERGIO
PITOL.
http://www.analitica.com/bitblioteca/msocorro/pitol.asp
Bitblioteca electrónica. Caracas. Venezuela
(consulta, 4 de enero de 2007)
El escritor mexicano Sergio Pitol, nacido
en Puebla en 1933, es la ilustración viva del concepto de caballero moderno.
También es el vaciado más cabal del encanto, a un tiempo mundano y familiar, y
de un humor tan fino que puede pasar desapercibido para quien no lo escucha
atentamente. Ha publicado ocho volúmenes de relatos y cinco novelas que le han
ganado prestigio universal. Diplomático de carrera con varias décadas al
servicio de su país, ha traducido más de 50 libros del inglés, italiano y
polaco.
Hace pocas semanas, Pitol estuvo en
Caracas, invitado por
«En mi conferencia», dice, «cito una
famosa carta de Chejov a su editor donde habla sobre la libertad. En esa carta,
escrita a finales del siglo XIX en un país autárquico, donde hasta hacía poco
los hombres se podían vender o jugar a los dados y donde todavía el atraso en
las libertades humanas era atroz, Chejov señala que un escritor, un ser humano,
tiene que ganarse su libertad y ser libre. Pensar como hombre libre».
—Cree usted que
hoy, en otras condiciones sociales y jurídicas, seguimos en la necesidad de
plantearnos esa opción?
—Necesitamos liberarnos de muchas cargas
que nos hemos echado, de la concepción actual del dinero, de todo lo que nos
impida encontrarnos a nosotros mismos, en libertad. Y a partir de eso, llego a
la tolerancia. Para ser libre uno tiene que ser tolerante, respetar a los demás
y aceptarlos como son, vengan de donde vengan, como contraparte al respeto que
uno exige para sí mismo. En mi conferencia reúno citas de varios escritores
acerca de la tolerancia, incluyendo una, magnífica, de Octavio Paz sobre
nuestro ser mexicano, que dice: «España y México tienen pasados distintos pero
en nuestra historia aparece un elemento desconocido en España: el mundo indio.
Es la dimensión a un tiempo íntima e insondable, familiar e incógnita de mi
país. Sin ella no seríamos lo que somos. La presencia del Islam y del judaísmo
en
Los restos de
«Cuando Cristóbal Colón llegó a las
Antillas se quedó maravillado con una humanidad jamás vista, que comparó con
los primeros pobladores del mundo. Eran hombres y mujeres que andaban sin ropa,
que comían los frutos que la naturaleza les proporcionaban. Eran tranquilos,
‘no belicosos’, apunta muchas veces y les atribuye todas las virtudes. Pero su
tripulación, los españoles, con las cruces en la mano, los miraban aterrados
porque no podían tolerar la visión de sus cuerpos desnudos. Nada más bajar de
los barcos los obligaron a vestir la ropa de desecho que traían en las naves y
ejecutaban a los que se negaban a cubrirse. Ese fue el primer tropiezo terrible
de una cultura que no aceptaba a la otra, que estaba encontrando en ese
momento».
«Nada ilustra esto mejor que el relato de
la llegada de Cortés a
«Alfonso Reyes escribió, hacia los años
30, que ‘en tanto que el europeo no ha necesitado asomarse a América para
construir su sistema del mundo, el americano estudia, conoce y practica a
Europa desde la escuela primaria. La experiencia de estudiar todo el pasado de
la cultura humana como cosa propia es la compensación que se nos ofrece a
cambio de haber llegado tarde a la llamada civilización occidental. Estamos en
postura de hacer síntesis y de sacar saldos sin sentirnos limitados por
estrechos orbes culturales, como otros pueblos de mayor abolengo. Para llegar a
su consciencia del mundo, el hijo de un gran país europeo no necesita casi
salir de sus fronteras. Para llegar a Roma, nosotros tuvimos que ir por muchos
caminos, no así el que vive en Roma. Y luego, hemos tenido que buscar la figura
del universo contando especies dispersas en todas las lenguas y todos los
países. Somos una raza de síntesis humana, somos el verdadero saldo histórico,
todo lo que el mundo haga mañana tendrá que contar con nuestro saldo’. Mi
conclusión es que nos hemos puesto en movimiento, como preveía Reyes. Y eso lo
debemos a un tenaz anhelo de libertad y a una permanente concepción de cultura
como única, última, Tule o tierra posiblemente firme».
—En el curso que usted dictó en
Caracas se refirió en varias oportunidades a la literatura light. ¿A qué
se refiere con este término?
—La literatura light ha existido
siempre. Al lado de Dickens, Balzac o Flaubert hubo otros escritores que hacían
novelas dulzonas e irreales. Cada generación ha producido estos escritores,
cuando yo era joven estaban A. J. Cronin, Vicky Baum y Lin Yu Tang, por ejemplo,
quienes se dedicaban a lo suyo con una profesionalidad notable y no sentían
competencia de Thomas Mann, de Virginia Wolf o de William Faulkner. Ni se
molestaban porque no se hicieran tesis sobre ellos, ni por quedar fuera de las
historias de la literatura. Tenían su público (ése que ahora ve telenovelas o
lee la actual literatura light) ganaban mucho dinero y no creaban ningún
conflicto en el mundo literario, los límites estaban muy claramente definidos y
ningún escritor verdadero los hubiera insultado porque hubiera sido una
villanía. Cada quien estaba en su feudo. Pero ahora las editoriales han hecho
una combinación macabra: convertir a escritores que podrían ser serios,
escritores de verdad, en escritores light. Y, en el camino contrario,
algunos escritores —y escritoras- que nunca hubieran tenido ningún prestigio
porque son muy malos y sólo se manejan en los límites de lo light, son
impuestos como si fueran Lampedusa o Stendhal y hablan de James Joyce como de
un consanguíneo. No mencionaré a ninguno por no incurrir en villanía con esas
pobres almas enfermas de vanidad.
—¿En qué consiste
la diferencia que usted percibe entre escritura y redacción?
—La redacción tiende a la claridad, está
sujeta a reglas fijas y se utiliza para describir un asunto. Un tratado o un
manual tienen que estar bien redactados porque se necesita que todo se entienda
claramente. La escritura, en cambio, no está sujeta a ninguna regla (excepto
las de ortografía) y se alimenta de la parte irracional del individuo. El
periodismo debe estar bien redactado; un texto literario no puede no estar bien
redactado, pero además debe tener una gran pasión interna. La redacción es
siempre visible, la escritura tiene varias capas, tiene un subsuelo y mientras
vas leyendo el lenguaje te va sugiriendo otras lecturas. La redacción apunta al
orden y la escritura a la locura.
—¿Qué hace usted
cuando detecta que se ha deslizado hacia la mera redacción?
—Me deprimo muchisísisisisimo. Y no
continúo con eso. Una de las cosas que no hace un escritor light es
tirar las páginas al basurero. Y una de las cosas obligadas para un escritor de
verdad es desechar lo insuficiente.
—¿Cuántos
escritores ha sido?
—Tres. Comencé a escribir, bajo la sombra
de Faulkner, a los 23 años. Eran cuentos que tenía que sacarme de adentro,
acerca de mi niñez y mi familia. Éramos una familia italiana, arruinada,
golpeada fuertemente por
El segundo escritor retoma al joven sano,
porque el milagro se hizo y ya a los 16 años yo estaba perfectamente bien.
Entonces me entregué a los viajes por todo el mundo. Mi segunda etapa
literaria, surgida de esta experiencia, se volvió mucho más dinámica y ágil; a
ella pertenecen mis libros de cuentos y mi primera novela. Y el tercer
escritor, de 50 años, abandona las historias de mexicanos en el extranjero que
entretuvieron al segundo y entonces vienen las novelas de mi etapa de madurez
que integran el Tríptico de Carnaval. Entonces me tomé libertades que
antes no me había atrevido a soñar. La estructura de las tramas se hizo más
compleja pero el acto de escribir se me convirtió en un placer más intenso y
sencillo.
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