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(Universidad de Granada)
es el
dolor de la ignorancia”
Milán Kundera
RESUMEN
Palabras Claves: Exilio - nostalgia - Kundera- Muñoz Molina - memoria
ABSTRACT
Exiles and nostalgias: Antonio Muñoz Molina and Milan
Kundera
Antonio Muñoz Molina and
Milan Kundera, in the beginning of the XXI century and in the pos-modernity
context, take the similar narratives operations and articulations for the
treatment of two existential questions: exile and nostalgia. Both authors -in
"Valdemun", a chapter of Sefarad, and in The identity-
carry out poetics where the representation of the past horror is joined to
the historicism and memory; that is, they manage the same style, based on the
repetition of a few constants: loneliness, identity, nightmare and death.
Lo primero que nos llama la atención de Sefarad es su denominación: “una novela
de novelas”. La concepción de novela que despliega Muñoz Molina en su escrito
corresponde a la definición que de ella hace Kundera; y de este modo arranca la
relación dialógica de las ficciones y poéticas de ambos autores: “Una novela es un fragmento largo de prosa sintética basada en la experimentación
con personajes inventados. Estos son los únicos límites”[7]. El escritor checo aclara
que cuando dice “sintética” se refiere al deseo del novelista de abarcar su
tema desde todos los ángulos y de la forma más completa posible: “Ensayo
irónico, narrativa novelística, fragmento autobiográfico, hecho histórico,
vuelo de la fantasía; el poder sintético de la novela es capaz de combinar cada
uno de estos elementos en un todo muy unificado como las voces de la música
polifónica. No es necesario que la unidad de un libro provenga del argumento
sino que puede ser suministrada por el tema”[8]. Precisamente esta
heterogeneidad, como corolario de la postmodernidad y de la que nos habla Milán
Kundera, es la que se fragua en Sefarad. En
un principio puede parecer una amalgama de historias sin ninguna conexión, pero
página a página vamos viendo cómo todas convergen en un mismo núcleo, en un
“todo unificado”: el exilio. ¿Por qué “exilio”? Porque “exilio” es la “palabra
fundamental” en torno a la cual pivota la novela de Muñoz Molina y la de
Kundera, teniendo en cuenta la afirmación de este último: “un tema es una
interrogación existencial (...) semejante interrogación es, a fin de cuentas,
el examen de las palabras particulares, de las palabras-tema”[9]. Así “exilio” es la
interrogación existencial que nos propone el ubetense y el checo, es la
“palabra-tema “de ambos libros, la que los desborda en la medida en que es
historia y los contiene en la medida en que son “novelas”.
Y es que aquellos tiempos apacibles en los
que el hombre aguerrido sólo tenía que combatir a los monstruos de su alma, los
tiempos de Joyce y Proust, quedaron atrás. Como enuncia Kundera, “en las
novelas de Kafka, Hasek, Musil y Broch, el monstruo llega del exterior y se
llama Historia; ya no se parece al tren de los aventureros; es impersonal,
ingobernable, incalculable, ininteligible, y nadie se le escapa. Es el momento
(al terminar la guerra del 14) en que la pléyade de los grandes novelistas
centro-europeos vio, tocó, captó las paradojas
terminales de
Por otro lado, En “Diálogo sobre el arte de
la novela”, Kundera también incursiona en
este lugar de encuentro entre historia y novela y declara un principio para sus
escritos que bien podría ser aplicado al texto del ubetense que nos compete:
“no sólo la circunstancia histórica debe crear una situación existencial nueva,
sino que la Historia debe en sí misma ser comprendida y analizada como
situación existencial”[13]. Muñoz Molina nos
presenta esto mismo, la historia como “situaciones existenciales”, como
individuos imbuidos en una realidad histórica que los maneja, los zahiere a su
antojo, perdiendo así su derecho a ser, su mínima libertad de elección, de
existir: vidas que son “novelas”. Esto a su vez entronca con su entendimiento
de ficción, que descansa en la teoría de Galdós de que cada existencia es en sí
una novela posible y narrarla es sustancia suficientemente novelesca. Pero no
hemos de confundirnos, no enarbolo la idea de que Sefarad sea ante todo una “novela histórica”, que no lo sería en el
sentido decimonónico de la misma, sino en el de Seymour Menton de “Nueva Novela
Histórica”[14],
ya que promueve la reflexión y pone de manifiesto los silencios y las ausencias
de la historia oficial, esa multiplicidad de perspectivas, sobre todo
marginales, que mencionaba Kundera y que responde a “la necesidad
epistemológica de tocar verdades históricas antes inamovibles”[15]. Tampoco intento medir el
grado de fidelidad de estas novela a la realidad histórica, ya que considero
que es una categoría ancilar dentro de los textos y que los dos funcionan como
describe Kundera: “el novelista no es un historiador ni un profeta: es un
explorador de la existencia”[16], un explorador en busca
de “novelas”, relatos sociales, que le sirven para construir la suya propia y
que no pierde de vista esa enunciación borgiana de que el pasado no tiene
realidad sino como recuerdo presente.
En esa urdimbre que teje Sefarad se hilan muchos otros temas
imbricados con este principal, y uno de ellos, quizás el de mayor relevancia
para este estudio, es el del nazismo y el stalinismo. Esta cuestión del nazismo
y del totalitarismo ya aparece en Ardor
guerrero, y Muñoz Molina nos habla
de éste en una entrevista con José Manuel Fajardo: “Claro, tú piensas en el
nazismo y piensas en los nazis de uniforme, pero los hornos crematorios los
hacían en fábricas y había funcionarios, empleados, una sociedad entera,
bienpensante y sin grandes problemas de conciencia, dedicada a fabricar horror.
Yo creo que la experiencia del totalitarismo es una de las claves del mundo
moderno. Y sobre ello traté de hacer introspección en Ardor guerrero. El servicio militar es una metáfora de esa realidad
totalitaria”[17].
Sobre este asunto también se pronuncia Kundera y nos dice a propósito de El libro de la risa y del olvido, que el
totalitarismo priva a la gente de memoria, y por tanto la convierte en una
nación de niños que asisten al sepelio de la condición humana[18]. Esta idea se reproduce en Sefarad, donde la memoria[19] también juega un papel
fundamental, porque una vez acabada la situación de totalitarismo vuelve el
recuerdo del horror mefistofélico. Muñoz Molina dirá que “la memoria es el
sentido que nos permite escuchar el tiempo”[20] porque para éste “lo
decisivo es la búsqueda, la recuperación de la memoria en todo su espesor”[21], que es precisamente lo
que consigue en Sefarad. Aunque al
hablar de memoria hemos de citar de nuevo a Kundera que pone el punto y coma a
la premisa de Muñoz Molina: “Nunca nos cansaremos de criticar a quienes
deforman el pasado, lo reescriben, lo falsifican, exageran la importancia de un
acontecimiento o callan otro; estas críticas están justificadas (no pueden no
estarlo) pero carecen de importancia si no van precedidas de una crítica más
elemental: la crítica de la memoria humana como tal (...) del pasado sólo es
capaz de retener una miserable pequeña parcela, sin que nadie sepa por qué exactamente
ésa y no otra, pues esa elección se formula misteriosamente en cada uno de
nosotros ajena a nuestra voluntad y nuestros intereses" (La ignorancia,
129). Paradójicamente todos los exiliados han elegido un mismo recuerdo: no
olvidar su condición de exiliados.
II
Pues bien, hasta ahora he venido trazando
dos líneas paralelas con nombre propio: Antonio Muñoz Molina y Milán Kundera,
dos vectores que convergen no sólo en concepciones literarias sino, como he
adelantado, en un punto concreto: el tratamiento específico de la
nostalgia en “Valdemún”[22], un capítulo de Sefarad, y en La ignorancia. En los albores del siglo XXI autores tan dispares
coinciden en el acercamiento a un puntal temático que ya viene siendo
recurrente en la ficción actual y que responde a un nuevo modo de aprehender
los relatos sociales del exilio. He de aclarar que no sostengo que Muñoz Molina
haya tomado el texto de Kundera como fuente -ciertamente éste no aparece en el
elenco de obras manejadas que se citan al final de la obra-, sino que asistimos
a una forma muy similar de recuperación de la memoria en el marco de la
posmodernidad, que ilustra el índice de giro que han tomado ciertas poéticas
del momento.
Así,
en este capítulo de Sefarad, a través
de tres voces narrativas distintas, se nos cuenta la historia de una mujer que
vuelve a su pueblo con su marido amén de pasar las últimas horas con su tía
moribunda. En La ignorancia, en la
que sobresale la voz del narrador omnisciente, pero en la que se intercalan los
pensamientos de los dos protagonistas, se narra el encuentro entre un hombre y
una mujer, Josef e Irena, en su país natal al que vuelven tras veinte años. La
nostalgia y el exilio se superponen en las dos historias: en ambas late la idea
del regreso tras el exilio, del volver al lugar del que se ha huido por
circunstancias históricas (una por el comunismo, otra por la Guerra Civil) que
ineluctablemente expolian de la “patria”. Circunstancias éstas que han
perforado la centuria pasada y a nosotros mismos a modo de estigma, ya que
“sólo en nuestro siglo las fechas históricas se han apoderado con semejante
voracidad de la vida de cada cual” (La ignorancia, 17).
Muñoz Molina describe lo que supone
“regresar”, “recordar”, volver al pasado de forma inopinada, ya que es la muerte
de una tía la que provoca el reencuentro con el ayer, que irrumpe como una
turbonada: “ya habrás sido trastornada
por el regreso, hipnotizada por él, por la gran corriente del tiempo que
te llevará hacia atrás a una velocidad aún mayor que la del coche en los tramos
llanos”[23]. Regresar también a un
pretérito truculento, apartado pero no olvidado, transido de dolor por la
muerte de la madre cuando la protagonista era joven. En una nueva ciudad, la
protagonista pudo empezar de nuevo, “aparcar” el sufrimiento, intentar que
cayese en el olvido, porque esta “es la ley de la memoria masoquista: a medida
que van cayendo en el olvido las distintas etapas de su vida, el ser humano se
quita de encima todo lo que no le gusta y se siente más ligero, más libre”. En La ignorancia Josef regresa a Praga a
causa de otra muerte, esta vez la de su esposa, la cual antes de fallecer le
aconsejó “recordar”, regresar a su país natal. Para hablar de este “gran
regreso” Kundera se vale de La Odisea,
“la epopeya fundadora de la nostalgia” y nos presenta la experiencia del
regreso en boca de Josef e Irena: “su Gran Regreso se reveló bastante curioso:
en las calles, rodeada de checos, la acogía el soplo de cierta familiaridad de
antaño, que por un instante la hacia feliz” (101). La felicidad del regreso que
experimenta Irena irá acompañada del pavor de sentir que “su patria” ya no lo
es, porque todo ha cambiado; y los amigos la abocan a la ignominia, a borrar de
un plumazo sus veinte años en Francia, a amputarle media vida porque ella había
elegido irse: “es el precio que hay que pagar para que me perdonen. Para que
sea aceptada. Para que vuelva a ser una de ellas” (51). Y es que como plantea
Christopher Domínguez Michael: “Gracias a dos exiliados sin atributos -Irena y
Josef- quienes se encuentran fortuita y kunderianamente en el aeropuerto de
París, el novelista dialoga con Ulises, el príncipe de los desterrados y con él
sabe que la tierra abandonada -como las aguas heraclitanas- ya no es la misma
treinta años después. Irena y Josef, recibidos cordialmente, son Nadie, como
Ulises. Su improbable retorno depende de la ignorancia deseada por sus
compatriotas. Les piden olvidar todo su camino a Itaca. Por ello los antiguos
consideraban más infamante el destierro que la muerte”[24]. Pero es que este
regreso, este olvido que es recuerdo, el apego a su Ítaca que sienten los
protagonistas de ambos libros, contiene una lógica profunda que Kundera desvela
en una de las páginas de La ignorancia:
“Si un emigrado después de vivir veinte años en el extranjero, volviera a su
país natal con cien años más ante él, ya no sentiría la emoción del gran
regreso, probablemente para él ya no
sería en absoluto un regreso, tan sólo una más de las muchas vueltas que da la
vida en el largo transcurrir del tiempo. Porque la noción misma de patria, en
el sentido noble y sentimental de la palabra, va vinculada a la relativa
brevedad de nuestra vida, que nos brinda demasiado poco tiempo para que
sintamos apego por otro país, por otros países, por otras lenguas” (125).
Otro nudo ata las dos narraciones: la
condición de emigrado solitario de los personajes. En La ignorancia
leemos: “Los emigrados agrupados en colonias de compatriotas se cuentan hasta
la náusea las mismas historias, que, así, pasan a ser inolvidables[25]. Pero aquellos que, como
Irena o Ulises, no frecuentan a sus compatriotas caen en la amnesia. Cuanto más
fuerte es su añoranza, más se vacía de recuerdos, porque la añoranza no
intensifica la actividad de la memoria, no suscita recuerdos, se basta a sí
misma, a su propia emoción, absorbida como está por su propio sufrimiento”
(39). En el capítulo de Sefarad la protagonista, como Irena, se ha alejado de todo su pasado, ha perdido todo
contacto: se bastaba a sí misma con su propio sufrimiento y “añoranza”. Por
otro lado, otros dos rasgos presentes en todo exiliado aparecen y son tratados,
aunque de forma tangencial, en ambos textos: el sueño y la muerte. Y es que nos
podemos preguntar: ¿qué sueñan los emigrados? En un principio el interrogante
puede parecer absurdo: el sueño es algo tan propio e individual que en su
concepto no cabe la colectividad, el ser compartido; el tener diferentes sueños
es tan único como la novela[26]. Irena, la protagonista
que describe Kundera, piensa que “miles de emigrantes soñaban, a lo largo de la
misma noche y con incontables variantes, el mismo sueño. El sueño de la
emigración: uno de los fenómenos más extraños de la segunda mitad del siglo XX”
(22). Y esos sueños de exilio de Irena son los sueños de la mujer de Sefarad.: “Intentarás en vano recordar
el metal de su voz, que hace años dejó de visitarte en sueños”(116), “quizás
volvió a ti en sueños que no recordabas al despertar y te dijo cosas que te
salvaron de las peores posibilidades de tu vida”(117), “te abrazas a mí,
estrechándome fuerte, como cuando estás dormida y tienes un mal sueño” (137), etc. Estos malos sueños de
exiliado y de emigrado no sólo pueblan este capítulo del libro de Muñoz Molina
sino que se suceden a lo largo de todas sus páginas, ya que todos sus
protagonistas están unidos por el exilio
y por el sueño del exilio.
Pero estos exiliados se mueven por otro
resorte: el de la muerte. El lugar donde hemos nacido y crecido nos llama para
que volvamos a él en la última de nuestras horas; es como si el punto de
partida y el de llegada se fundiesen en uno. El exilio no puede vencer a la
añoranza y a la nostalgia, al regreso que sigue alimentando nuestros sueños y
nuestra memoria que es olvido. La protagonista de “Valdemún” cuando regresa a
su pueblo, como la madre, decide ser enterrada allí. La madre piensa: “ahí es
donde yo quiero que me entierren, con la gente que quiero y que me conoce, no
en uno de esos cementerios de Madrid lleno de muertos anónimos” (125); y la
hija dirá más tarde: “cuando yo me muera también quiero que me entierren con
ellas” (139). De esta forma termina este capítulo Muñoz Molina, diciéndonos que
ella regresará, sin vida, pero volverá. Esta idea no se relaciona con lo que
podría ser una reminiscencia burda del mito nietzchiano del eterno retorno, ni
con ese “volver” para yacer en la Ítaca natal, sino más bien con el hecho de
ser enterrado en la casa propia, con los tuyos y con su sangre, porque como he
expuesto, el exiliado sólo tiene una casa, en la que nace y en la que muere.
Igual sucede en La ignorancia: el tema de la muerte se repite de la
mano de Josef: el primer sitio que
visita en Bohemia es el cementerio donde están sus padres y donde ahora se
hacinan todos sus familiares. Así, la idea de la madre de la protagonista de Sefarad también la hallamos subsumida en el pensamiento de Josef cuando
su mujer muere: “la idea de que ese cuerpo quedará encerrado en obscena
promiscuidad con otros cuerpos, ajenos, indiferentes, le resultaba tan
insoportable como la idea de que él mismo, una vez muerto, fuera a parar quién
sabe dónde y, en todo caso, lejos de ella” (77). Se reitera el temor de
compartir nicho con desconocidos, aunque en este caso el amor supera al
patriotismo y Josef no permite que la madre de su esposa se lleve su cuerpo. Él
quiere ser enterrado a su lado. La “casa”, “la patria”, por tanto se
identifican con el “nicho”, la tumba donde se revolverán la totalidad de los
huesos de la familia[27] en un terreno común que
todos han compartido. Pero aunque bajo tierra todos son huesos y polvo, algunos
están marcados por la diferencia: los de los exiliados, los que han emigrado y
sueñan con que tras la muerte serán iguales a sus compatriotas, y será olvidado
finalmente su nefando destino. Es entonces cuando cesará la nostalgia, ya que
con la muerte se alcanza ese sueño dulce del regreso sin condiciones.
Precisamente con esta palabra, “nostalgia”,
voy a concluir el análisis. Ya he examinado el trasunto del exilio y ahora me
queda ese otro vínculo de unión entre Sefarad y La ignorancia, el más fuerte y poliédrico: la nostalgia. “En
griego, “regreso” se dice nostos. Algos,
significa “sufrimiento”. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el
deseo incumplido de regresar” (La ignorancia, 11). No obstante, el deseo
se puede incumplir por voluntad propia o ajena y ahí estriba la gran desgracia
que ha erigido la historia del siglo XX: la imposición de la voluntad del otro.
Muñoz Molina también incursiona en el topos de la nostalgia, “como levadura de
la imaginación”[28],
característica, por otro lado, de la literatura postmoderna: “en lo que se
refiere al sentimiento de nostalgia que impregna el texto en la
post-modernidad, Jameson ha puntualizado asimismo que no se trata solamente de
una simple retirada emocional hacia el pasado, sino que la producción cultural
contemporánea muestra, ante todo, una incapacidad de encontrar el referente
real en el presente”[29]. Esto mismo explicaría,
por otra parte, la proliferación de
novelas históricas, las Nuevas Novelas Históricas, y películas sobre épocas
pasadas que se suceden hoy en día. En el
caso de Sefarad, la mirada
hacia el pasado, como he mencionado, se hace desde el supuesto del no-olvido,
de potenciar un recuerdo que no nos hace caer en el mismo error. Ana Maria
Spitmesser nos habla de estos jirones de nostalgia palpables en la obra de
Muñoz Molina y lo hace a propósito del
franquismo y la guerra Civil. Esta premisa se puede trasladar al caso del
nazismo y del estalinismo, pues la postura de Muñoz Molina es idéntica: el
autor en Sefarad no se conforma
únicamente con recuperar una memoria violentamente reprimida durante el
nazismo, sino que quiere agregar también una dimensión crítica del presente
como alerta y protesta por el paulatino alejamiento, en el horizonte cotidiano,
de esta realidad autoritaria.
La nostalgia del pasado, tan presente en
ambas obras, para Lyotard, ya no puede “estructurarse colectiva sino
individualmente y tan sólo en forma de emoción estética, el ser humano parece
condenado a una suspensión histórica y personal permanente”[30], dicha nostalgia puede
ser prueba, recordamos de nuevo a Jameson, de la incapacidad postmoderna de
enfrentarse al propio espacio físico e histórico. Entonces podemos preguntarnos
¿para qué recuerda Muñoz Molina?, ¿para qué recuerda Kundera? Pues, como he
demostrado, para salvar la memoria, ya que como sigue enunciando Jameson, la
amnesia histórica es un fenómeno recurrente en la sociedad postmoderna que
asegura que la abundancia de información sobre el pasado, lejano o inmediato,
garantice, paradójicamente, la rapidez y facilidad general de su olvido. Es por
esto mismo por lo que nuestros autores, conscientes de esa sociedad que olvida,
lanzan una daga a favor de la memoria, de nuestro pasado histórico, y narran
una cruenta realidad ficcionada de una forma magistral, porque -como muchos han
señalado- la vuelta al pasado demuestra que no importa que la historia sea
verdad o mentira, sino que uno sepa contarla. Y ciertamente, tanto Muñoz Molina
como Milán Kundera han sabido contarnos la tragedia del exilio.
[1] G. Navajas, “El Ubermensh caído en Antonio Muñoz Molina:
la paradoja de la verdad reconstituida”, en Revista
de Estudios Hispánicos, 1994, Mayo, 28:2, p. 213.
[2] Cfr. F. Jameson, El
postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona,
Paidós, 1991.
[3] J. Romera Castillo, “El pasado,
prehistoria literaria del presente” en J. Romera Castillo, F. Gutiérrez Carbajo
y M. García-Page, La novela histórica a finales del S. XX, Madrid,
Visor, 1996, p. 82.
[4] Cfr. O. Paz, Los hijos del Limo, Barcelona, Seix Barral, 1998, p. 17.
[5] “Arnold Schönberg declaraba en
1921 que, gracias a él quedaba asegurado el dominio de la música alemana
(siendo vienés no dijo de la música “austriaca”, dijo “alemana”) durante los
cien años siguientes. Quince años después de esta profecía, en 1936, fue
desterrado de Alemania por su condición
de judío, y, con él, toda la música basada en su estética de doce notas
(condenada por incomprensible, elitista, cosmopolita y hostil al espíritu
alemán)” en M. Kundera, La ignorancia,
Barcelona, Tusquets, 2000, p. 20. En adelante, indicaré únicamente el número de
página cuando me refiera a esta novela.
[6] M. Kundera, “La modernidad
antimoderna” en Letras libres, Septiembre 2001, 33, p. 30.
[7] P. Roth, “Los verdugos dan muerte, los poetas cantan”
en Quimera, 1982, 15, p. 20.
[8] Ibíd.
[9] M. Kundera, El arte de la novela, Tusquets, Barcelona, 1986, p. 97.
[10]
Ibíd.
[11]
S. Sanz Villanueva, “Sefarad “ en El
cultural, 28 de marzo- 3 de abril de 2001. p. 13
[12] Ibíd
[13] M. Kundera, El arte de la novela, op. cit., p. 56.
[14] Vid. Seymour Menton, La nueva
novela histórica de
[15] Claudia Montilla, “La novela
histórica: ¿mito y archivo?” en Texto y contexto, 28, 1995, p. 54. En
este artículo la autora enumera y explica el dechado de características que
definen esa Nueva Novela Histórica surgida en las postrimerías del siglo pasado
y que bien podrían aplicarse a las dos novelas que analizo.
[16] M. Kundera, El arte de la novela, op. cit., p. 56.
[17] J. M. Fajardo, La huella
de unas palabras. Antología de Antonio Muñoz Molina, Madrid, Espasa, 1999,
p. 12.
[18]
P. Roth, op. cit., p. 21.
[19] Vid. Sanz de Villanueva,
“el peso de la memoria y el valor de la historia como magister vitae están en casi toda la literatura de Muñoz Molina y
aquí sirven de cimiento a una pieza de vigora enjundia moral”.
[20] A. Soria Olmedo, “Fervor y
sabiduría: la obra narrativa de Antonio Muñoz Molina “ en Cuadernos Hispanoamericanos, 1988, 458, p. 108.
[21] Ibíd, p. 110.
[22] En la primera edición el capítulo
se llamaba “Ademuz”.
[23] A. Muñoz Molina, Sefarad, Madrid, Alfaguara, 2001, p.
[24]
C. Domínguez Michael, “Kundera, el voto del exiliarca” en Letras
libres, 18, 2000, p. 95.
[25] Esta misma alusión a reuniones de
emigrados aparece en el capítulo primero
de Sefarad en el que se nos describe
cómo uno de estos emigrados, Godino, se dedica a recordar historias de su
pueblo natal. Ya lo dice Muñoz Molina: “Nos hemos hecho la vida lejos de
nuestra pequeña ciudad, pero no nos acostumbramos a estar ausentes de ella, y
nos gusta cultivar su nostalgia cuando llevamos ya algún tiempo sin volver”
(11)
[26] “La novela nace con los Tiempos modernos, que convierte al
individuo en la “base de todo”. Ningún otro arte se concentra hasta tal punto
en el individuo, en su carácter único e inimitable” en M. Kundera, “Milán
Kundera”, El cultural, 12-18 de
septiembre del 2001, p. 6.
[27] “Quien decide abandonar su país
para siempre debe resignarse a no ver de nuevo a su familia” (La ignorancia, 57).
[28] A. Soria Olmedo, op. cit.,
p 109.
[29] A. M. Spitzmesser, Narrativa posmoderna española. Crónica de un
desengaño, New York, Peter lang publishing, 1999, p. 11.
[30] Ibíd, p. 131.
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