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SOBRE LA REVISTA
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ESTRATEGIAS DE DESCORTESÍA AL SERVICIO
DE LA
PERSUASIÓN EN PUBLICIDAD
María Márquez Guerrero
(Universidad de Sevilla)
El objetivo básico
de este artículo es ofrecer algunas reflexiones sobre
las conexiones existentes entre, por un lado, el discurso
publicitario y, por otro, la descortesía, así como analizar
las estrategias que son utilizadas para persuadirnos
de que un determinado producto tendría que ser consumido.
En este sentido, los anuncios pueden construir una imagen
descortés y negativa de la firma rival o de las personas
que no tengan, a priori, afinidad con el producto. Esta
construcción se consigue particularmente por medio de
la selección de palabras y por medio del uso de ciertas
estrategias retóricas que permiten, por ejemplo, conectar
el cuerpo de la mujer a una supuesta realidad imperfecta,
frágil y defectuosa.
Palabras clave: discurso publicitario, argumentación,
persuasión, medios de comunicación, mujer. The main objective
of this article is to put forward some reflections on
the connections between advertising discourse and impoliteness,
and to analyse the strategies that are used in order
to persuade us that the product would have to be consumed.
In this sense, the adverts can construct a negative
and impolite image of both the rival firm and the subjects
without kinship with the product. This construction
is obtained particularly by means of the selection of
words and by mean of the use of the rhetoric strategies
that, for example, could link the body of the woman
to a supposed imperfect, fragile, and defective reality.
Keywords: advertising discourse, argumentation, persuasion,
mass media, woman.
0. Como es sabido, el discurso publicitario es un tipo de texto
argumentativo: el productor aporta un conjunto de pruebas o argumentos para
orientar la interpretación del receptor hacia una determinada conclusión. A
través de las palabras y las imágenes, se persigue explícitamente HACER CREER
algo (acto ilocutorio constatativo), e implícitamente HACER HACER algo al
destinatario (acto ilocutorio directivo. Adam- Bonhome, 2000:34) Dicho de otro
modo, la argumentación posee una dimensión funcional teleológica; se presenta
una información (RAZÓN) para motivar, justificar, explicar, probar, legitimar,
autorizar otra información (CONCLUSIÓN) (Gutiérrez Ordóñez 1996). En el caso de
la publicidad, la conclusión, muchas veces implícita, tiene un carácter
instruccional: compre tal producto, y a ella se llega aportando pruebas de
diferente carácter. Ya Aristóteles
distinguía entre pruebas artísticas (conseguidas por el empleo de la retórica)
e inartísticas. Entre las primeras, las hay reales
(a las que se llega por la consecuencia lógica de la exposición del asunto
mismo), éticas (apoyadas en la
autoridad de la figura del orador), y patéticas
(logradas por la moción de las pasiones en los oyentes). Todas ellas buscan la
adhesión del auditorio con la causa que se defiende.
Hoy es generalmente admitida la existencia de tres fases claves en la
comunicación publicitaria: Información
(se aportan datos), Afectos (los
datos buscan la movilización del interés / deseo) y Comportamiento (conocimiento y afectos se dirigen a conseguir una
acción / compra).
La movilización de los sentimientos constituye uno de los instrumentos
eficaces para alcanzar los efectos perlocutivos deseados.
El objetivo del presente trabajo es analizar la estructura discursiva
de los textos publicitarios sobre productos de belleza dirigidos a la mujer, y
particularmente el uso de estrategias de descortesía con una finalidad persuasiva.
1. Para instar al auditorio a que realice una acción, se puede apelar a sus
sentimientos positivos de solidaridad, bondad, autoaceptación, generosidad…,
pero también se pueden provocar los efectos perlocutivos buscados movilizando
sentimientos de miedo, inseguridad, rechazo…
Es otra forma de apelación: no se adula al receptor, sino que se le presiona
para que se movilice amenazándole con una imagen negativa de sí mismo en caso
de no colaborar. La llamada de atención es tanto más eficaz en la medida en que
es imprevisible, sorprendente, pues en principio todos esperamos que en los
intercambios comunicativos, nuestros interlocutores busquen favorecer la
comunicación (“principio de cooperación”, Grice 1975) y, para ello, deseen
proteger nuestra imagen y la suya propia (“principio de cortesía”, Lakoff, H.
1973, Leech, G. 1983, Brown, P. y
Levinson, S.C. 1978, 1987, Haverkate, 1994).
Como principio general válido para los intercambios comunicativos, la
cortesía lingüística se presenta como una estrategia que trata de garantizar el
éxito de nuestros contactos verbales protegiéndolos de aquellos actos que
pueden resultar amenazadores. Para ello, se van a utilizar toda una serie de
recursos, en todos los planos de la lengua, que favorezcan el encuentro; en
todo caso, es importante evitar el rechazo por parte de nuestro interlocutor,
y, por tanto, utilizaremos medios que le hagan sentirse bien, que creen en él
la impresión de que lo consideramos como una persona valiosa, respetable
(Lakoff 1973). Como es sabido, no se trata de proteger la imagen del otro por
solidaridad o altruismo, sino como instrumento para conseguir nuestros fines
comunicativos (Briz 2001:44). En este sentido, la cortesía es una máscara, un
instrumento más al servicio de la persuasión, como lo era la capatatio benevolentiae en la retórica
clásica.
Si en cualquier conversación, la cooperación y la estrategia son dos
nociones esenciales, en la publicidad, que es una comunicación unilateral, la cooperación no es más que
un disfraz; la naturaleza del discurso publicitario es monológica, aunque se
trate en muchas ocasiones de darle una apariencia dialógica; de ahí que el
receptor tenga la sospecha permanente de ser manipulado y presionado. No es
extraño, por tanto, que el productor del mensaje utilice estrategias que
atenúen el carácter asimétrico de este tipo de comunicación. Hay que partir del
hecho de que en publicidad el acto locutorio dominante es implícita o
explícitamente directivo (“compre tal producto”), y este tipo de actos se definen
por su carácter coactivo, con lo cual suponen una amenaza para la imagen
negativa de los destinatarios (Goffmann 1969:34, Brown y Levinson 1987:13,
Haverkate 1994:18). Muchos de los recursos utilizados en publicidad tienen
precisamente la función de atenuar el carácter dominante o impositivo de estos
actos de habla.
¿Qué sentido tiene, por tanto, la presentación negativa de la imagen del
alocutario? Mucho se ha hablado del carácter idealizado del mundo dibujado por
la publicidad, una realidad siempre positiva, optimista, hermosa. Los términos
hedonismo, placer, sensualidad, elegancia, belleza… parecen íntimamente
relacionados con el trabajo de figuración que despliegan los medios. Y los
protagonistas de los anuncios parecen extraídos de un mundo de sueños. Ocurre
que uno de los medios de promover el deseo de poseer el objeto anunciado es
valorizando el producto, lo cual se consigue a menudo presentándolo asociado a
un sujeto idealizado con el que el destinatario quiere identificarse (la imagen
del personaje famoso es el equivalente visual de las pruebas éticas –sería una
prueba inartística- basada en el prestigio del protagonista). Es comúnmente
admitido que la publicidad no vende ya sólo objetos, sino identidades.
En general, se suele afirmar que en este mundo eufórico de la publicidad,
cuando se muestra el polo opuesto: lo triste, lo feo o lo negativo es para negarlo y combatirlo
(Ferraz Martínez 1996:48); y suele mostrarse estratégicamente asociado a todos
aquellos que no poseen el producto: “[…] la valorización del Objeto se acompaña
de una valorización vinculada a todos los que lo poseen (representados en el
discurso y bañados siempre en una euforia visible) y de una desvalorización (disforia) de todos los que no lo poseen”
[el subrayado es nuestro] (Adam-Bonhomme, 2000:34).
Idealizada o desvalorizada, divinizada o satanizada, la imagen se convierte
en producto. Las estrategias de cortesía (idealización-cortesía positiva;
mitigación: cortesía negativa) y descortesía (desvalorización) se ponen al
servicio de la movilización de los afectos (deseo de emulación de los héroes
publicitarios / temor de la desvalorización si no se posee el producto) y de la
venta de identidades. El sentido último de la descortesía en la publicidad es
“negativizar” a los productos competidores, así como a los sujetos que no están
en relación con el producto que se ofrece. Y como veremos, como estrategia, la
descortesía puede llegar a ser un instrumento mucho más eficaz que la cortesía
tanto para captar la atención del destinatario, como para movilizarlo hacia el
fin último que se persigue.
Según Sánchez Corral (1997:224), que aplica el modelo actancial mítico
propio de la semiótica narrativa y discursiva de Greimas, el destinatario del
mensaje publicitario puede ser modalizado mediante las siguientes
posibilidades: “desde el deber-hacer
se siente intimidado o provocado; desde el querer-hacer se siente tentado
o seducido… En líneas generales puede
afirmarse que abundan más las tácticas persuasivas por tentación y por seducción porque
con ellas se realzan positivamente tanto la “imagen de la marca” como la imagen
idealizada del consumidor… Tampoco están ausentes como tácticas manipuladoras
ni la intimidación ni la provocación…”, pero añade el autor que
“conviene observar que, como siempre que aparecen argumentaciones que privan a
los objetos de determinados predicados positivos, no se trata de aplicaciones
directas a los productos anunciados… el sujeto recibe la intimidación no a
causa del producto nominado, sino a causa de los objetos competidores, o
simplemente por la ausencia de la decisión de consumir.
Se ha señalado (Fuentes-Alcaide, 2002: 205) la existencia desde 1999 de una
tendencia en los medios publicitarios a ser violentos o agresivos, por ejemplo
en anuncios de ONG: “El cambio en las estrategias utilizadas [de apelar a la
solidaridad, bondad, altruismo… a acudir a otras, tales como sentirse
amenazado] revela el cambio sufrido por la sociedad…”. Creemos que en estos
casos hay que tener bien presente la relación de autoridad absoluta,
incuestionable, que tiene el destinador, ya sea el propio Estado -en la
publicidad institucional, por ejemplo contra el tabaco o la droga, o contra la
velocidad y el consumo del alcohol en los anuncios de accidentes de tráfico- o
instituciones con una finalidad altruista, como una ONG. Aunque pueda afirmarse
que la relación entre destinador y destinatario en publicidad es siempre una
relación asimétrica, desigual, parece claro que el rasgo de [+poder], que puede
eximir de la necesidad de atenuar el carácter impositivo del acto de habla, es
incontestable en el caso del Estado y, en cambio, puede resultar muy amenazador
y crítico si el destinador es un anunciante que representa a una empresa
privada (símbolo de intereses particulares y no sociales). Si en el primer
caso, el carácter indiscutible de la autoridad hace perfectamente asumible la
gran fuerza ilocutiva del acto de habla (advertencia, amenaza, culpabilización,
etc.), en el segundo (el de empresas privadas, como las de productos de
belleza, cuyos anuncios analizamos) tales estrategias resultan desconcertantes,
aparentemente paradójicas.
2.
La construcción de esta imagen negativa se consigue fundamentalmente a través
del léxico y de la utilización de figuras, los cuales vinculan la
representación del cuerpo femenino en su estado natural con una realidad
defectuosa, imperfecta y frágil.
La
importancia del léxico en la argumentación es indiscutible. Aunque, como indica
Kerbrat-Orecchioni (1986:91-92), toda unidad léxica sea en cierto sentido,
subjetiva, existen ciertos elementos que conllevan el rasgo [+subjetivo], pues,
al seleccionarlos en el discurso, el enunciador adopta una actitud evaluativa.
Y la relación que existe entre elementos valorativos y argumentación es
indiscutible. A través de la selección del léxico que utilizamos ya realizamos
una cierta interpretación de la realidad, por eso puede afirmarse que en las
propias palabras elegidas existe ya una gran carga argumentativa. En este
sentido, se afirma que los axiológicos son operadores de subjetividad, en la
medida en que “permiten al hablante ubicarse claramente en relación con los
contenidos afirmados” (Kerbrat-Orecchioni, 1986:108); y, especialmente útiles
para la publicidad, “los axiológicos, elogiosos o injuriosos, tienen el papel de
detonadores ilocutorios con efectos inmediatos y a veces violentos” (Idem:108).
Frente
a lo que ocurre en otro tipo de textos con una intencionalidad de descripción
objetiva, la publicidad se caracteriza por la gran frecuencia en el empleo de
términos valorativos, subjetivos o connotativos: “El vocabulario de los
mensajes publicitarios pone de relieve los valores y argumentos en que se
sustentan los estereotipos o imágenes de marca. Se trata de un vocabulario
tópico que se puede agrupar en gran medida en torno a polos opuestos…” (Ferraz
Martínez 1996:46).
En
cuanto al papel de las figuras, especialmente la metáfora, y, en proporción
mucho menor, la metonimia, veremos cómo tienen una función de primer orden como
orientadoras argumentativas.
Lo
primero que llama la atención al acercarnos a nuestro objeto de estudio –la
publicidad sobre el tema de la belleza dirigida a la mujer- es la presencia muy
abundante de términos pertenecientes a los campos semánticos de la DESTRUCCIÓN y la MUERTE, tan alejados del
ámbito conceptual propio de la
BELLEZA. La extrañeza provocada tiene que ver con la relativa
“pertinencia” de los argumentos empleados, pues es de esperar que en una
publicidad destinada a la compra de productos de belleza el producto se ofrezca
con el reclamo de la promesa de una imagen positiva (Lo Cascio 1998:42-43). La
violencia contenida en el significado de los términos empleados conduce a una
imagen negativa del cuerpo. Lógicamente tal comportamiento- aparentemente
paradójico (por descortés podría potenciar el desencuentro)- adquiere toda su
coherencia cuando se interpreta el discurso desde su peculiar lógica interna.
Partimos de la presencia de una estructura narrativa elemental en la
publicidad, tal y como se ha defendido desde una perspectiva semiótica: “El programa narrativo básico de la publicidad muestra siempre un
recorrido de tipo unidireccional que finaliza ineludiblemente con una
transformación conjuntiva […], el sujeto, alejado inicialmente del objeto del
deseo, termina, a causa de la actividad desplegada por el discurso, fusionado
felizmente con la mercancía y con los valores simbólicos atribuidos… La
situación inicial de partida nunca es presentada como suficiente o positiva,
porque si fuera así el sujeto quedaría inmovilizado desde sus inicios, incapaz
de desplazarse hacia adelante en la búsqueda del deseo. Por estas razones, la
estrategia de los publicistas parte, siempre, de un enunciado de estado
–simplificado o explícito, en la realidad o en su simulacro- de carencias y
necesidades. Necesidades que de no existir objetivamente, como sucede ya en las
formaciones sociales económicamente sobredesarrolladas, han de ser provocadas
de una forma simulada…” (Sánchez Corral, 1997: 42-43).
Así pues, la presentación negativa del cuerpo femenino en su estado natural
se inscribe dentro de la fase inicial del relato que V. Propp definía por la carencia. Ese estado, que se caracteriza por la insuficiencia, la falta, la
infelicidad, pone en movimiento el relato, pues el sujeto inicia una serie de
acciones (“pruebas”) que llevan a su transformación, a la eliminación de la carencia. Pero, a diferencia de lo que ocurre en
el relato clásico (mitos, cuentos, folclore…), en la publicidad el verdadero
agente no es el sujeto humano, sino los productos del mercado en la medida en
que son los auténticos transformadores, que
“semantizados por los valores connotativos y simbólicos que les atribuye la
semiosis narrativa, vienen a eliminar las supuestas carencias iniciales del
consumidor” (Sánchez Corral 1997: 34-35).
3.
Para evidenciar el carácter descortés de la imagen del cuerpo que da la
publicidad, sería conveniente partir de la definición de BELLEZA que el DRAE
ofrece, la cual conserva las notas distintivas que el concepto tenía en la
época clásica:
- armonía con la naturaleza.
- carácter holístico, que integra lo
corpóreo y lo espiritual.
- relación con la Bondad.
- capacidad de generar amor-deseo y
placer.
Belleza: Propiedad de
las cosas que nos hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual.
Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas.
Bello: Que tiene
belleza // 2. Bueno, excelente.
Hermosura: Belleza de las
cosas que pueden ser percibidas por el oído o por la vista. // 2. Por ext., lo
agradable de una cosa que recrea por su amenidad u otra causa. // 3. Proporción
noble y perfecta de las partes con el todo; conjunto de cualidades que hacen a
una cosa excelente en su línea.
En
contraste con esta realidad, en los anuncios analizados, la imagen del cuerpo
que transmiten los medios de comunicación no es la de un organismo natural y
armónicamente integrado en su entorno; al contrario, la publicidad parte de su
consideración (vello, celulitis, asimetrías, acné, arrugas…) como defectuoso e
imperfecto.
Normaderm:
¿El origen de las imperfecciones, poros dilatados, puntos negros? Una desorganización de la epidermis. Normaderm. Tratamiento
hidratante anti-imperfecciones. (You,
julio, 2005)
El
resultado es:
a) Una realidad inacabada, defectuosa y frágil.
b) En permanente enfrentamiento con fuerzas externas e internas que la
amenazan.
La
idea de la imperfección natural se manifiesta a través de términos que
contienen el rasgo semántico [+DEFICIENCIA]. Por otro lado, la confrontación
constante con agentes externos explica la presencia de términos pertenecientes
al campo semántico de la GUERRA, la DESTRUCCIÓN, y la MUERTE. El discurso
construye una realidad en la que la persona, indefensa y frágil, se enfrenta a
enemigos poderosos (externos e internos). En este sentido, los enunciados publicitarios
no describen, sino que interpretan, argumentan, presentan “pruebas” que
conducen a una sola conclusión: la necesidad de protección que no es otra cosa
que la invitación al consumo.
El
análisis de los textos revela que en la búsqueda de estos efectos perlocutivos
no se utiliza tanto la promesa, el deseo de belleza (que los topoi subyacentes vinculan con el amor,
el éxito profesional, el bienestar emocional, e incluso la salud), cuanto
el temor de no ser suficiente. Esta premisa lleva lógicamente a la necesidad de
transformación del cuerpo; veremos que en muchos casos se trata de destruirlo en parte para a continuación reconstruirlo artificialmente.
La
naturaleza metafórica de las representaciones muestra la conquista de la
belleza como una GUERRA. Este carácter se concreta en la definición del cuerpo,
no como Naturaleza, sino frente a ella. La primera fase para
conseguir la belleza es siempre un COMBATE, de ahí la presencia de léxico
militar: ataque, combatir, programa de
choque, sin tregua, frenar el avance, armas de mujer, eliminar, borrar,
reducir, neutralizar…; sería interminable reproducir todos los términos
registrados. Asistimos al despliegue de una guerra contra la flacidez, contra la
acumulación de grasa, contra las
arrugas. Junto a las preposiciones contra,
sobre, sin, el prefijo anti
refleja esa oposición entre cuerpo y naturaleza: tratamientos anti-flacidez, anti-arrugas,
anti-envejecimiento, y lo último es el tratamiento anti-edad.
Podemos
ver expresadas las dos ideas, la insuficiencia del cuerpo, y la guerra frente
a la naturaleza, en el siguiente texto:
Clinique.
Superdéfense. Hidratante triple acción: Su piel no ha evolucionado para
enfrentarse a su entorno. Ahora Clinique cubre este vacío de la evolución. […]
ayuda a reforzar el sistema de defensa natural de la piel y a
neutralizar los efectos de los rayos UVA /UVB. Protege frente al daño
medioambiental a través de un
nuevo nivel de antioxidantes”.
La
idea de inadecuación e insuficiencia se halla en los contenidos inscritos en las
propiedades semánticas de los términos utilizados; se trata de presupuestos (Ducrot, O. 1972). La
creación de este sentimiento de indefensión lleva a la conclusión implícita de
la necesidad de PROTECCIÓN, idea que se repite insistentemente en los verbos
empleados (“cubre el vacío”, “refuerza las defensas”, “protege frente al daño medioambiental”,
todo ello mientras “envuelve la piel
con una matriz de polímeros que sella
la hidratación”)
Creada
la víctima y el enemigo invasor, está legitimada la guerra:
Marie Claire,
Agosto, 2005: “Ya se sabe que los baños constantes, los rayos del sol, el aire
libre, el agua de mar y toda esa sarta de placeres que disfrutamos en
vacaciones y de los que no estamos dispuestos a renunciar, causan sus estragos en la calidad del pelo… Pero también tenemos armas eficaces para combatirlos y poder
disfrutar a nuestras anchas. PROTECCIÓN ES LA PALABRA CLAVE [sic, tipografía: color rojo].
Cosmopolitan,
Diciembre, 2006: Masster Pls: “Celulitis: el ataque definitivo contra la celulitis”.
“El
Masster Plus combate la celulitis, eliminando enérgicamente los nódulos de grasa y las toxinas… También combate la obesidad y la flaccidez…” (Cosmopolitan, Diciembre, 2006)
Vogue: Titulares: “Armas de mujer”, “Combatir la flacidez
en todos los frentes”, “Impedir que la celulitis retome posiciones”
Peso Perfecto,
julio, 2005: “¡Operación biquini! ¿Con
o sin celulitis? ¿Cómo evitarla? ¿Cómo eliminarla?
Marie Claire, Diciembre,
2006: Vichy: “Existe un nuevo modo de combatir
las arrugas de expresión”
Biotherm:
“Un programa de choque. Para una
silueta perfecta” (Glamour, mayo,
2005)
Clara, Diciembre, 2006:
Vichy: “Existe un nuevo modo de actuar
contra las arrugas: la tecnología Fusio-film TM… Liberación de Adenoxina TM
pura directamente al corazón de las arrugas”
AR, Diciembre, 2006:
Lancaster: “Combate las arrugas desde
todos los angulos… Inspirado en una exclusiva tecnología punta de alta
precisión ataca las arrugas desde los
cuatro ángulos…”
Como
ya señalaron Lakoff y Johnson (1986), la metáfora, lejos de ser exclusivamente
una cuestión del lenguaje, impregna también el pensamiento y la acción. No se
trata de un modo de hablar
simplemente, pues las metáforas “estructuran la manera en que percibimos,
pensamos y actuamos”. Si hablamos de la búsqueda de la belleza como una guerra,
pensaremos y actuaremos en consecuencia: planificaremos, usaremos estrategias,
amenazaremos y nos sentiremos amenazados, atacaremos… En resumen, viviremos
conforme a ese esquema conceptual, al tiempo que no tomaremos en cuenta otros
aspectos que tal experiencia podría proporcionarnos: “Estas metáforas
especifican diferentes tipos de objetos. Nos proporcionan diferentes modelos
metafóricos de la mente, y, así, nos permiten centrarnos en aspectos distintos
de la experiencia mental”.
La
estrategia publicitaria pone al actante sujeto, encarnado
por un actor-personaje (usted, el lector, el oyente…) en una situación depreciada para conducirlo en
una fase posterior al estado radicalmente opuesto, a través de la acción de un operador que realiza esa transformación.
Esta sería la estructura elemental del programa narrativo básico que domina el
discurso publicitario (Sánchez Corral 1997:50-51). Como hemos indicado, los
productos son los auténticos transformadores. De este modo, son los auténticos
sujetos actantes que se enfrentan a los antagonistas externos e internos en un
antiprograma narrativo. Los enemigos son el sol, el agua del mar,
el aire, la brisa…, elementos que en otro tiempo eran símbolos de la belleza y
la vida.
Otros
son invisibles: los radicales libres, la contaminación o el estrés de la vida
moderna. Y finalmente, algunos son internos: las hormonas, que actúan para la
acumulación defensiva de grasas, la retención de líquidos, o el mismo hecho de
estar sujetos a la duración y al tiempo.
Se ha producido, pues, una inversión de los roles actanciales. Esto lleva a
una metaforización antropomórfica de las mercancías (Sánchez Corral, Retórica y Sintaxis de la publicidad,
cap. VII), y al mismo tiempo a una objetualización del sujeto. Ciertamente, cuando
los enemigos son agentes internos, en muchas ocasiones, se independizan y,
proyectados al exterior, se constituyen en sujetos sintácticos, agentes de
procesos de los que la persona es objeto, o con más precisión, víctima. De este
modo, paralelamente a la humanización de los agentes naturales, se produce la
cosificación de la persona (“tripa plana y dura como el mármol”; “… que nos permita llegar a la playa como pinceles”).
Así,
la celulitis, antes un proceso biológico natural y propio de la mujer, ahora es
un enemigo que hay que COMBATIR. Proyectada al exterior, se concibe como un
ente que viene de fuera y “se ubica” en caderas, muslos, nalgas, vientre,
rodillas…; elegida como sujeto sintáctico de la oración, desempeña el papel de
agente semántico; la persona no es más que el lugar –caso locativo- donde se
desenvuelve la guerra. Esta
perspectiva proporciona una visión fragmentada y pasiva de la persona, que
contribuye a su victimización. La metáfora de la LUCHA contra la celulitis, la
presenta como nuestro enemigo; de este modo, se construye un esquema conceptual
que va a justificar ciertas actitudes y comportamientos, nuestra manera
peculiar de interpretarla y de actuar ante ella:
AR, julio, 2005: “Una
vez que se instala en caderas, muslos, nalgas y vientre es imposible
que nos la quitemos de encima, aunque sí podemos
frenar su avance…”.
La
acción de este agente es terrorífica; para fundamentar esta idea con
verosimilitud y transmitirla con toda su intensidad se utiliza una descripción
plagada de términos, científico-técnicos (“técnica argumentativa de naturaleza
léxica”, Fuentes- Alcaide, 345), los cuales, desprovistos de su significado,
además de persuadirnos, le dan prestigio al producto (Ferraz Martínez 1995); el
desconocimiento del significado de estas palabras para el lector común, las
deja indeterminadas en cuanto a su contenido, pero las dota de una fuerza argumentativa, de una
contundencia indiscutible; actúan como argumento de autoridad:
“Se
produce un efecto en cadena: la acumulación
de grasa es excesiva, las células se hipertrofian y se comprimen los vasos
capilares y linfáticos. Esta compresión provoca retención de líquidos, mal
drenaje linfático y deterioro… Estas grasas al no poder ser eliminadas, se
transforman en redes fibrosas y nodulosas que comprimen los vasos sanguíneos y
linfáticos impidiendo a estos últimos desarrollar con normalidad su función,
que es la de transportar las grasas y las toxinas.” (AR, julio, 2005)
Al
argumentar que las grasas impiden la eliminación de sustancias tóxicas, se las
termina asociando con los desechos
–con las connotaciones de suciedad y de BASURA que conllevan-:
Cosmopolitan,
diciembre, 2006, Masster Plus: “Tanto si se trata de un problema local, como de
uno general, es preciso tratar todo el cuerpo. Solo así se irán eliminando los
desechos a través de la orina…”.
No
es extraño, por tanto, que finalmente el discurso termine afirmando
implícitamente que es algo vergonzoso
que hemos de ocultar, un estigma capaz de generar trastornos emocionales;
podemos hablar de una victimización del cuerpo, que sería el grado extremo en
una presentación descortés del tema:
“Si
además tenemos en cuenta que en pleno verano resulta difícil esconder nuestro cuerpo a la vista de los demás, la
celulitis puede llegar a provocar problemas de índole social y psicológico”
[sic].
Como
la celulitis, también el TIEMPO se plantea como algo que nos llega de fuera y
nos daña; no como una condición natural de la existencia humana, sino como una
fuerza a la que hay que vencer, detener,
negar; en último término, no somos seres en el tiempo, como señalaba
Heidegger, sino frente a él:
Olay
Regenerist: Mejora espectacular de la piel sin medidas drásticas. La piel
envejece por factores que atacan,
externa e internamente, su estructura. La radiación solar, la contaminación, el
tabaco, nuestro propio metabolismo incluso,
originan un adelgazamiento de la matriz dérmica que se manifiesta en forma de
arrugas… (AR, mayo, 2005).
El
operador incluso suele introducir un
nuevo elemento, que argumentativamente es el que tiene más fuerza por no ser esperado (Fuentes-Alcaide 60). Sin embargo, en este enunciado, introduce un
elemento hasta hace poco tiempo tenido como natural y, por tanto, su acción
como consabida, con lo cual se está negando el topoi: el envejecimiento es un proceso consustancial al propio ser
del cuerpo. De este modo, se atenúa la relevancia del cuerpo como agente y se
acentúa la relevancia de la intervención de los factores externos: envejecemos
porque nos atacan.
Serum
concentrado anti-edad: “Actúa contra las arrugas a fondo, en la raíz misma del problema” (Peso perfecto, julio, 2005).
Y
contra cualquier verosimilitud, la publicidad promete no sólo combatir y
retrasar la manifestación del envejecimiento, sino conseguir la negación misma
del tiempo:
Liposomial
antievejecimiento: “Corrige y previene
las secuelas de la edad en la piel…”.
Liposomial:
“La fuerza que vence el paso del
tiempo”.
Biotherm:
“Cada día más joven”.
Marie Claire,
agosto, 2005, titular: “Sin rastro de arruga”.
Subtitular:
“De ti depende acelerar o retrasar el
envejecimiento de la piel”.
Con
la ayuda de los productos, el sentimiento de indefensión básica del que
partimos –sentimiento que la publicidad crea o refuerza- se transforma en un
sentimiento de omnipotencia. Véase el siguiente ejemplo, donde la
intensificación de esta idea se consigue mediante la repetición del verbo modal
puedes:
Sensilis
Emerge: “Vuelve a ser joven. El único
programa antiaging fresco, de
fabricación reciente. Puedes
descubrir la fórmula de la eterna
juventud. Puedes eliminar las
líneas de expresión. Puedes borrar
las arrugas. Puedes respirar
tranquila” (El País Semanal, Especial
Belleza, abril, 2005).
3.1.
Está claro que si las mismas condiciones de la vida (elementos naturales, tiempo,
accidentes corporales) se presentan como antagonistas, el cuerpo, en tanto que
lugar donde se manifiesta la Naturaleza, termina siendo, por un proceso
metonímico, lógicamente un enemigo. De ahí que la violencia se dirija con
frecuencia hacia uno mismo: la guerra entonces se despliega en el propio
interior:
Marie Claire, agosto, 2005: Cuerpo
moldeado.
Subtitular:
Si quieres lucir biquini, trabaja tu cuerpo sin
tregua todo el año.
Son
minoría las que pasan con éxito la dura prueba del biquini. Para superar el
momento del baño con matrícula de honor es imprescindible tener la tripa plana
y dura como el mármol, el pecho firme y en su sitio, y las piernas sin
celulitis… ¡casi nada! Si genéticamente NO HAS HEREDADO ESAS PRIVILEGIADAS
CARACTERÍSTICAS [sic, diferente color], no te queda otra que engancharte al gimnasio y machacarte a abdominales sin piedad. Pero no te deprimas y ten
siempre en cuenta que sólo el 10% de las mujeres se salvan de la piel de naranja. Si te acostumbras a utilizar
tratamientos reafirmantes para el pecho y anticelulíticos todo el año, SUPLIRÁS
CON TU ESFUERZO ESA HERENCIA GENÉTICA [sic, diferente color].
Engancharte, machacarte, sin tregua, sin
piedad… el contenido de “violencia” está presente explícitamente
en los términos empleados. Implícitamente, esa violencia se justifica por la
idea de la insuficiencia genética, la cual se presenta como una condena o
destino fatal (significado presupuesto en términos como salvar) del que sólo se puede escapar con los productos anunciados.
Ellos y una voluntad de hierro son la clave para la salvación.
La
hipérbole como mecanismo de intensificación (salvar, presupone la idea de peligro mortal), que se manifiesta en
la utilización de un léxico con el rasgo [+intensidad], dramatiza la vivencia y
la convierte en PROBLEMA.
Así
se constituye la figura de la Beauty
Victim, personalidad fanática, cuyos principales atributos son la voluntad,
la disciplina y el sacrificio. La búsqueda de la belleza se configura también
como un CAMINO hacia la perfección. Dentro ya de un ámbito religioso, la
persona se transforma en una adicta que consume productos y tratamientos, que
somete a un control riguroso a su propia naturaleza y se adhiere ciegamente a
los dogmas-cánones de la Religión, que no es otra que la Moda. El léxico
utilizado remite al campo RELIGIOSO DEL CULTO y del sectarismo más radical:
Vogue, agosto, 2006:
Diario de una beauty victim, que a
punto de irse a la playa de vacaciones, elige los tratamientos de último minuto
más rápidos y eficaces existentes en el mercado. El síndrome prevacacional se caracteriza por dos angustias. Primera:
la angustia imperiosa de que “el día D llegue de una vez”. Segunda angustia: la
que se deriva de la sobredosis de trabajo por resolver antes de cerrar el
chiringuito. Hay una tercera, que eleva el estrés hasta niveles insoportables:
la certeza de no tener un solo minuto para hacer todo lo que nos permita llegar
a la playa como pinceles”.
El
sentimiento de angustia se despierta ante expectativas ilimitadas; el léxico,
marcado con el rasgo de [+intensidad] dibuja un horizonte inaccesible: “un
escote inmaculado”, “pies Hollywood”… Y la solución es clara: “En tres sesiones
[dirección del Centro: en…, teléfono…] te arreglan el cuerpo”.
Las
palabras van conformando el pensamiento, estructurando las actitudes; a todos
se nos va presentando cada vez más como algo familiar que la propia identidad
(éxito, relaciones, dignidad…) se apoya necesariamente en la posesión de un
cuerpo hermoso, no precisamente natural, y que para conseguirlo vale cualquier
recurso. Las fronteras entre el plano de lo saludable, lo ético y lo estético
han desaparecido:
Vogue, agosto, 2005:
“Cuerpo diez. Sólo con los cuidados más esmerados y atentos durante la época
invernal, conseguirás que tu figura y tu piel sobrevivan con dignidad a la estación de los abrigos”.
El Semanal de ABC, julio, 2005: “Playa, cirugía y ‘glamour’. La moda del turismo sanitario arrasa en España”.
3.2.
Dentro ya de este contexto bélico, hay
una serie de términos que conforman el subcampo temático de la ANIQUILACIÓN o
la MUERTE; los tratamientos anti-edad “triunfan sobre el tiempo”; la cosmética
intenta “acabar con los rebrotes
post-sol del acné”, se trata de “sentenciar
a muerte a las manchas”… La búsqueda
de la belleza se plantea como DESAFÍO, “dar
la cara”, como acción contundente, letal, que “aplaca de raíz”, que “elimina
imperfecciones”; cualquier arma es lícita para “deshacerse de una vez por todas de las varices y arañas vasculares”, para “terminar con la flacidez”, “borrar arrugas”, “atenuar bolsas”, “eliminar vello”,
“disolver las grasas”, “cortar con el sobrepeso”, “quemar las calorías que te sobran”.
La
construcción metafórica sirve de legitimación para toda una serie de acciones
que pueden calificarse como inequívocamente violentas.
Las
afirmaciones constantes acerca de la necesidad de “movilizar los tejidos”
utilizando “productos drenantes que disuelven la grasa” (Glamour, mayo, 2005), “activadores” y “estimuladores” que “aceleran
el proceso de combustión”, (Shiseido, Body Creador), tratamientos de ozono para
“mejorar la microcirculacion, oxigenar y proteger la piel”, sustancias que
“reafirman” y “revitalizan” la piel, “activos exclusivos que favorecen la
síntesis natural del colágeno, elastina y glicanos…”, etc. nos transmiten
implícitamente la noción de un organismo sin autonomía o capacidad de
regulación; un cuerpo que tiende a la pasividad y al abandono, al que hay que
controlar incluso para que realice sus funciones depurativas:
Marie Claire,
julio, 2005: Sin impurezas. Una exfoliación suave cada dos semanas deja la piel
impecable y lista para cualquier otro tratamiento… No te olvides de eliminar las células muertas de la piel de todo el
cuerpo, al menos cada dos semanas, con un exfoliante que la deje libre de imperfecciones...”
Clinique,
Mini-Spa para los poros: “Su fórmula termo-activa, activada con agua, abre los
poros. Extrae la suciedad. Sus suaves partículas exfoliantes retiran eficazmente las células muertas que dan
a la piel un aspecto apagado… Deja la piel increíblemente suave, uniforme,
limpia…” (Vogue, agosto, 2005).
El
discurso acerca de la IMPERFECCIÓN del cuerpo crea la conciencia de la
existencia como PROBLEMA, y de este modo actúa como base legitimadora de la
necesidad de INTERVENCIÓN. Aunque en ocasiones (sólo dos casos en el conjunto
de los textos consultados) algunos
anuncios publicitarios no consideran el logro de la belleza como una victoria
sobre la naturaleza, lo más frecuente es que se plantee como una guerra contra
elementos hostiles; y como estos se manifiestan en su acción sobre la persona,
el “problema” adopta generalmente la
forma de una lucha contra el propio cuerpo.
4.
Hasta aquí hemos tratado del desarrollo del que Sánchez Corral (1997:57) llama antiprogama narrativo (APN): La marca (sujeto del programa
narrativo básico. PN) y el consumidor (objeto del programa narrativo) se mueven en torno al eje actancial del deseo, mientras que los sujetos del anti-programa se mueven en torno al
predicado temor. Se trata de una
confrontación de programas paralelos; “muchos mensajes comerciales proponen
simultáneamente dos programas narrativos enfrentados, aun sin referirse a las
marcas de la competencia: el PN básico explícito de la marca publicitada, cuya
realización eufórica, de conformidad con el mensaje, se produce en el acto de
la compra, y el anti-PN implícito en las presuposiciones, cuya transformación
disfórica se produce como amenaza del discurso en la acción de no comprar” […]
de donde se desprende que, en la publicidad, está presente no sólo el universo
laudatorio que nos propone consumir, sino también, actuando como contrapunto,
el universo condenatorio que se nos propone evitar. No es raro, en esta
dirección, encontrar reclamos comerciales que refieran contenidos negativos
como amenaza discursiva que podría ejecutarse de no comprar lo anunciado (o
simplemente del hecho de no comprar)”.
Al
Antiprograma narrativo se le opone el Programa Narrativo básico: es el momento
de la actuación del sujeto transformador, la marca del producto, que va a
lograr la transformación del estado inicial, la eliminación de la carencia. A
la destrucción del estado natural le sucede la etapa final de la
Reconstrucción. Vencidos los enemigos, la Belleza ahora se presenta como
CONQUISTA “una amalgama de voluntad, cosmética y tratamientos de apoyo” (Vogue, agosto, 2005).
Se
mantiene el léxico militar relativo a la Destrucción, es decir, las estrategias
de descortesía que recuerdan continuamente el carácter imperfecto del cuerpo en
su estado natural, el cual llega a presentarse, no ya como defectuoso, sino
literalmente como anómalo, ENFERMO:
Vogue, agosto, 2005:
Desafiar la genética. Si la madre naturaleza no te ha dotado de unas pestañas a
lo Bambi, no desesperes. Aparte de los postizos, existen opciones para cambiar
los designios de la genética. […] Para “curarte”
la falta de longitud también hay receta: desde el teñido hasta la nueva
generación de productos ‘crecepestañas’”.
Las
estrategias de descortesía, como instrumento de persuasión, llegan al insulto:
Vogue, agosto, 2005:
“… a medida que el tono canela del bronceado veraniego va “cayendo” es
reemplazado por una opaca palidez, o aún
peor, por ese tono cetrino tan
propio de las latinas…”.
Puede
observarse el léxico valorativo (peor)
o el uso despectivo del demostrativo ese,
ampliamente documentado en nuestra lengua.
Este
estado, descrito en términos de desolación (insuficiencia, presión, la genética
como destino), es la base argumentativa necesaria para la presentación de los
productos como instrumentos de salvación. Es posible “liberarse” de los efectos
medioambientales, de la propia estructura corporal, de la determinación
genética. La publicidad promete cambiar las medidas, el color de ojos y
cabellos, la textura de la piel…, ser Otro. El “Camino a la Perfección”, (Vogue, agosto, 2005) es un proceso que
primero destruye, y en un segundo momento, crea. De ahí, la presencia de
términos que pertenecen al campo semántico de las ARTES PLÁSTICAS: modelar, esculpir, delinear, definir,
reconstruir…:
Alquimia
Body Sculptor: “Consigue un cuerpo perfecto. Moldea la silueta eliminando la grasa” (Peso perfecto, junio, 2005).
Vogue, agosto, 2005:
“Camino a la perfección. Preparar el
lienzo”.
L’Oréal.
Volume Shocking. “Máscara doble constructor
de volumen. La base preparadora define reestructura las pestañas”.
Sin
embargo, en esta concepción del Arte no queda nada del clásico afán de imitar
la Naturaleza; la Belleza ideal se concibe como ARTIFICIO con una voluntad
decidida de apartarse de lo natural:
GHD, “A new religion for hair. Un
ángel urbano como ella no nace, se hace… No sabe lo que es un pelo encrespado
porque las planchas styling de cerámica de GHD le han enseñado a controlar sus rizos delicados…”.
El
nuevo estado de belleza que la publicidad dibuja es aparentemente paradójico,
pues se define al mismo tiempo por los rasgos de ‘Simplicidad’ y ‘Artificio’;
junto a la perfección de la línea recta,
lo plano y liso, sin rugosidades, se reivindica lo sofisticado y extremo:
Vogue, agosto, 2005:
“Moda española. Simple y perfecta”.
Peso perfecto, junio,
2005: “¡Consigue un vientre plano sin
esfuerzo!”.
Skeyndor:
“Cintura perfecta. Específico vientre plano…, remodelante con activos
lipolíticos. Mediante la tecnología DFSA los activos son vehiculizados
simultáneamente a través de la piel y el olfato, estimulando doblemente los
mecanismos de combustión de grasas” (Peso
perfecto, junio, 2005).
Dentro
de lo “plano” incluiríamos también los rasgos de ‘uniforme’, ‘homogéneo’: se
busca “un bronceado uniforme”, conseguido con productos que “garantizan la
mejor protección contra el envejecimiento y la aparición de manchas” (Estée
Lauder Sun Performance, Marie Claire,
agosto, 2005); las manchas, las rojeces o el acné se encuentran entre los
peores enemigos; la perfección excluye la rugosidad, la porosidad y las
sombras…:
Vogue Belleza, agosto,
2005: “Manchas… el resultado fatal de combinar sol y alteraciones
hormonales”.
La línea, y lo luminoso
definen el ámbito de la perfección entendida como simplicidad. Decimos que
junto a esto, se reivindica lo intenso, lo extremo, lo sofisticado; para ello, el discurso utiliza
todos los recursos de la intensificación: repetición, acumulación de adjetivos,
metáforas, léxico con rasgos semánticos de intensidad, gradación:
Vogue, agosto, 2005: “…
un rostro como si fuese de porcelana, […] es el fin de las uñas naturales,
pulcras y recatadas. Nos espera un invierno repleto de uñas ultrafemeninas,
barrocas, y muy muy lujosas…”.
“Los
ojos perfilados se convertirán en los protagonistas estelares de las noches de
invierno. Su poder para hacer subir varios enteros tu escala de sofisticación
es infinito”
“12
veces más de volumen en tus pestañas. ¡Desafía la desmesura!”.
L’Oréal.
Volume Schocking. Paso 2: Peine contenedor + fórmula Extensium para volumen impresionante”.
Vogue, agosto, 2005: “Más
largas, más rizadas, más espesas e incluso más postizas que nunca, las
pestañas se convierten en epicentro del maquillaje invernal… La pasarela dicta saltarse
las normas de la prudencia y lanzarse de cabeza –más bien de pestaña- a
por el “cuanto más mejor”. […] Gran variedad de inspiraciones, pero un común
denominador: maximizar el protagonismo y el misterio de la mirada a través del
efecto “tela de araña” de unas pestañas larguísimas, curvadísimas, y
maquilladísimas. El límite no existe”.
Lo
artificioso convertido en signo de distinción implica una acción de distancia
respecto de lo natural, que exige un consumo sin medida.
5.
Conclusiones.
La
argumentación publicitaria construye el concepto del cuerpo humano en su estado
natural como una realidad inacabada, defectuosa e imperfecta. La presentación
de una imagen negativa del alocutario, a través del léxico y de la utilización
de metáforas, constituye un recurso estratégicamente descortés que busca
generar sentimientos de insuficiencia, y, por tanto, rechazo, miedo e
indefensión; de ese modo, conduce al destinatario hacia el efecto perlocutivo
deseado: la búsqueda de la protección a través de la adquisición del producto.
La identificación con una imagen negativa de aquellos que no poseen los objetos,
frente a la imagen idealizada de los que están vinculados con la marca
anunciada, pone en marcha un proceso de adhesión irracional al producto. Lejos
del modelo de belleza clásico -definido por la armonía, la integración con la
naturaleza o el equilibrio- la publicidad muestra un rechazo (salvo contadas
excepciones) de lo natural, que se traduce en una idea de la Belleza como Lucha
contra la Naturaleza (tiempo, condicionantes fisiológicos naturales –celulitis,
acné, arrugas…-, o agentes externos vitales, como el agua o el viento…). La
Belleza resulta ser una Conquista -mezcla de voluntad, tratamientos y
cosméticos- que se despliega en dos fases: Destrucción de la imperfección
natural (de ahí el léxico militar, de la guerra, la destrucción y la muerte) –
Reconstrucción de un estado de belleza artificial (léxico de las Artes
Plásticas).
En
cuanto a la funcionalidad de las estrategias de descortesía, podemos observar
que suponen una triple violación:
-
De la cortesía
positiva. Es descortesía, pues supone una acción contraria al mantenimiento
de la imagen positiva del alocutario, presentando su identidad como imperfecta,
insuficiente.
-
De la cortesía
negativa, pues se viola el principio de autonomía, concretamente el derecho
de decidir. Los recursos de descortesía llevan al oyente a una posición de sumisión (no poder no hacer, no poder hacer, según el Cuadrado Semiótico de
Greimas-Courtés (1990), una posición de
falta de libertad, expresión máxima de la relación de poder de un destinador
hacia un destinatario que podemos definir como manipulación. La descortesía se
manifiesta así como un recurso que viene a desequilibrar el sistema
establecido, el orden natural de las cosas, con el deseo de subvertirlo, de ahí
la retórica amenazante.
-
De la cortesía
sin constancia, pues fija de forma directa y tajante, sin ambigüedad ni
indirección alguna la idea de insuficiencia del oyente destinatario.
La
creación de esta imagen negativa es una estrategia persuasiva: pasa por la
desvalorización (que, en ocasiones, llega al insulto), que crea un sentimiento
de disforia o frustración. Éste genera una tensión o desequilibrio tal que
conduce a la necesidad de transformarse, de ser Otro. Todo conduce a la
conclusión de carácter instruccional: compre el producto. En este sentido, más
que de Estrategias de descortesía podríamos hablar de recursos lingüísticos o
argumentativos estratégicamente descorteses.
Podríamos
considerar la cuestión de si se trata de manifestaciones de descortesía o anticortesía; como defiende Zimmermann (2002) no se puede hablar de
descortesía cuando en un marco casi
institucional se dan actos verbales aparentemente descorteses que, sin embargo,
no son vividos por los interactuantes como amenazas a su imagen positiva.
Dentro de un marco específico, lo que es en principio descortés puede llegar a
neutralizarse hasta el punto de convertirse en una marca de identidad positiva
que señala la pertenencia a un grupo. Podríamos considerar entonces que el
marco discursivo de la publicidad, concretamente de los anuncios de belleza
dirigidos a la mujer, podría actuar de este modo. Sin embargo, lo cierto es que
no hay en las destinatarias ninguna voluntad de construir una identidad
femenina sobre la base de la imperfección corporal, actitud que sería reflejo
de otra más general antinormativa
propia del sector de la población a la que los anuncios van dirigidos. Como
revelan las investigaciones realizadas, las lectoras de las revistas femeninas
se sienten amenazadas por ese tipo de publicidad. De hecho el sentimiento de
amenaza es utilizado precisamente como estrategia de orientación argumentativa.
Por
tanto, no hablaremos de anticortesía,
sino sencillamente de recursos
estratégicamente descorteses al servicio de un fin perlocutivo determinado,
que es la compra y el consumo de los productos. Estos recursos aparecen dotados
de una doble funcionalidad: ejercer coerción y legitimar la compra.
6.
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etnocentrista de la cortesía: identidad sociocultural de las comunidades
hispanohablantes”. Estocolmo, 2002.
Fuentes de los ejemplos:
El material utilizado está
constituido por los anuncios aparecidos en tres diarios de tirada nacional: ABC, El Mundo, El País, así como en un
diario local, El Diario de Sevilla. Revistas
semanales: Semana Estar Bien; Clara-Moda; Clara; Semana;
¡Hola!; Marie Claire; Maxim; Glamour; Ana Rosa; Mujer Hoy; El Semanal,
del diario Hoy; El País Semanal-Belleza; El Semanal, de ABC; Diez
Minutos, Yo Dona, You, Vital Sanitas; Ragazza; Línea Saludable; Salud
Diez; Peso Perfecto; Mujer Vital, GQ; Man; Magazine El Mundo, Vogue,
Vogue-Belleza.
Los textos consultados abarcan el período comprendido entre noviembre
de 2004 y diciembre de 2006.
De hecho, se habla de
una “Semiótica de las pasiones”: “…desde la semiótica de la
manipulación se está vislumbrando ya una semiótica
de las pasiones, dado que el saber
y/o poder hacer puede producir un estado de euforia y satisfacción y el no saber y/o no poder hacer, por el
contrario, un estado de disforia o frustración. Uno y otro estado circulan como
comunicación publicitaria para vender las imágenes de las mercancías” (Sánchez
Corral 1997:207).
La utilización de los
afectos con una finalidad persuasiva estaba ya analizada en la retórica
clásica, la cual aconsejaba la movilización de diferentes emociones según el
tipo de argumentación: la compasión en el caso de la demostración positiva o probatio, y la indignación en el caso de
la demostración negativa, refutatio (Lausberg,
H. 1990:360).
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