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Monique Nomo Ngamba
(Escuela
Normal Superior. Universidad Yaounde I. Camerún)
La creación en 1947 de la revista y
editorial Présence Africaine marca el
comienzo de una serie de iniciativas que encontraron su prolongación natural en
los dos congresos internacionales celebrados en Roma y París en 1959 y 1965.
Empieza también a aparecer en París una serie de periódicos, como L’Afrique Marche, apoyado por Lamine Diakhate,
La Vie Africaine, de Olympe
Bhely-Quenum, o L’Afrique Actuelle,
dirigido por Paulin Joachim, en los que se despliega una crítica literaria
autónoma.
Al lado de esta efervescencia parisiense,
hay que mencionar el papel pionero que desempeñaron en África revistas como Liaison, en el Congo, Souffles, en Marruecos, u otros
movimientos intelectuales en el antiguo Dahomey.
Sin embargo, la primera manifestación
verdadera de la Negritud, movimiento literario-ideológico de emancipación de la
cultura negra, tuvo lugar a orillas
del Sena, con la publicación, en 1932, de una especie de manifiesto titulado Légitime défense. Poco después, en 1935,
se fundó en París el diario L’Etudiant
Noir, en torno al cual se aglutinarían las aspiraciones a un renacimiento
cultural negro. Sus precursores fueron Aimé Césaire, Léopold Sédar Senghor y
Léon Damas. De inspiración francófona, la Negritud ha ejercido desde entonces
un verdadero monopolio literario y un papel de locomotora cultural con respecto
al conjunto del continente negro. De ideología anticolonialista, a veces
virulenta y lírico-militante, la Negritud tuvo su periodo de gloria hasta 1960,
cuando surgió contra ella un movimiento de reacción, considerándola anacrónica
e inoperante en su vertiente senghoriana, demasiado teórica y exageradamente
idealista. A este respecto, J. Chevrier se hacía eco de las afirmaciones de
Utamsi Tchicaya, quien veía en la Negritud “una abominable diversión”. U.
Tchicaya al respecto decía lo siguiente: “me niego a caer en la trampa que quiere
que la cultura se haga con reminiscencias vagas del pasado. Esta es otra manera
de oprimir, de pervertir, de distraer”[1]. En cuanto al
filósofo ghanense W. E. Abraham, daba su punto de vista acerca de la Negritud y
de uno de sus fundadores en una entrevista televisiva sobre la Educación
Nacional: “When Senghor says that the african is non-intelectual – that reason
is Greek and feeling is African, that the african knows things with his nose –
that’s sheer nonsense! What does he
think I have above my nose?” W. E. Abraham acabó calificando a Senghor de
“apologist of
Lilyan Kesteloot, que también se interesó
mucho por la literatura africana en Francia y que militó por su reconocimiento,
observaba que “la Negritud se ha convertido en algo así como la víctima
propiciatoria de las desgracias africanas”, y que “Léoplod Sédar Senghor, quien
fue y sigue siendo el único teórico de esta Negritud-ideología, la defiende con
mucha sutileza y energía, modificando y ajustando sin cesar su sistema en
función de las críticas que se le hacen”[6]. De la misma
opinión era Janheinz Jahn, quien juzgaba que el movimiento de la Negritud
supuso un nuevo acercamiento a “semantics, rhythm and subject-matter”[7].
M. Hausser, por su parte, se dedicó a
demostrar el carácter a la vez histórico y mítico del movimiento. Histórico,
porque la Negritud contribuyó en gran medida a la decadencia de la
colonización, y mítico, porque, con sus procedimientos y estrategias, la
Negritud tendía a expresar la totalidad del mundo negro, al mismo tiempo que
respondía al conjunto de las representaciones del hombre negro elaboradas desde
hacía siglos por el hombre blanco[8].
Es de notar que, si bien las literaturas
africanas modernas tienen su origen común en el hecho colonial y en una
reivindicación de la identidad cultural, no por ello la especificidad o la
“africanidad” de esas literaturas ha dejado de ser problemática. L. S. Senghor
intentaba dar respuesta a esta problemática cuando percibía en la Negritud una
forma de expresión específica basada en el ritmo y en el tono. A este respecto,
L. S. Senghor afirma que “La monotonía del tono es lo que distingue a la poesía
de la prosa, es el sello de la Negritud, el hechizo que hace acceder a la
verdad de las cosas esenciales”[9].
Otros exégetas, como J. Janheinz o el
padre Tempels, veían en esta Negritud un sistema vitalista organizado en torno
a una jerarquía de fuerzas que gobiernan el universo, y cuyas manifestaciones
se expresan en un estilo específico articulado en torno a la imagen y al ritmo[10]. Para L.
Kesteloot, son los criterios etnográficos, de la raza y del origen geográfico
los que confieren a la obra la africanidad, cuando no la inscripción de su
autor en una corriente ideológica marcada por la rebelión y el compromiso[11].
Otra forma de abordar el problema
consiste en interrogarse sobre la estructura de las obras literarias producidas
por escritores africanos, para descubrir, tanto en el plano del contenido como
en el de la forma, la parte de las influencias autóctonas y la de las
influencias extranjeras. Este anclaje de la obra literaria en la herencia de la
tradición oral parece más deliberado y pregonado en las producciones
contemporáneas, lo cual no quiere decir que la parte de la herencia colonial,
encarnada ante todo en la escuela, deba ser minimizada, pues, laica o religiosa,
la escuela occidental ha desempeñado un papel considerable en los intelectuales
africanos.
F. Fanon concluye que el intelectual
africano, aun después de haberse separado de la tutela efectiva del
colonizador, emprende el camino de una lucha ideológica que no le puede
conducir más que a favorecer una cultura a escala continental, en detrimento de
las culturas nacionales. Fanon añade que la edificación de una verdadera
cultural nacional, en este caso, es indisociable de las luchas de liberación.
La postura de P. Dakeyo, un crítico del
Zaire, es más nacionalista. Para él, cada país vive una situación particular, a
la que trata de aportar una respuesta específica en función de sus intereses y
de sus objetivos. La Literatura, que es una manera de responder a estos
requerimientos, refleja naturalmente las corrientes ideológicas de su lugar de
producción, al mismo tiempo que hace de espejo de la conciencia colectiva. De
ahí la necesidad y la urgencia de fundar un discurso crítico que pueda designar
este fenómeno nuevo que es el surgimiento de las literaturas nacionales en
África[12].
En otro orden de ideas, S. L. Tansi, uno
de los representantes de la nueva generación, afirma que el concepto de
literatura nacional es vago y deplora el fenómeno de marginación que afecta al
conjunto de las literaturas africanas, aunque no pierde la esperanza de verlas
representadas a escala mundial[13].
En resumidas cuentas, según la postura
que se adopte sobre las literaturas africanas como parte integrante de la
literatura, como prolongación de los modelos occidentales o como espacio
singular definido a partir de la raza y de la sensibilidad negras o de una
comunidad de destino histórico, se obtendrán enfoques críticos diferentes y a
veces conflictivos. A estos conflictos de orden ideológico se suman otros que
se refieren más que nada a los aspectos metodológicos. Se suele reprochar
entonces a los críticos el hecho de estudiar las literaturas africanas con
herramientas intelectuales pensadas por Occidente y para obras occidentales: el
estructuralismo, el psicoanálisis, la semiótica, etc. Esta acusación de
eurocentrismo lleva a algunos, como Zadi-Zaourou o Makhily Gassama, a rechazar
la mirada europea sobre producciones literarias africanas, e incluso a plantear
una ruptura epistemológica y a formular una teoría negroafricana de la palabra
poética, en tanto que otros intentan construir un modelo de la novela africana...
L. Mateso, basándose en los trabajos de
dos universitarios, Mohammadou Kane y Georges Ngal, sobre la rehabilitación del
lenguaje y del mito en las producciones literarias africanas[14], considera que
la crítica literaria africana esta a punto de abrirse su propio camino.
A juicio de Ngal, es posible rescatar el
legado de la tradición oral, y es también legítimo buscar nuevas bases para la
actividad crítica en la modernidad, por lo que Mateso deduce que ha llegado el
momento del encuentro, complementario y fecundo, entre las tradiciones orales y
los principios de las creaciones literarias modernas. Esto requiere
evidentemente un sólido conocimiento antropológico de los cimientos culturales
africanos[15].
L. Kesteloot, por su parte, deplora los
errores de un comparatismo apresurado, demasiado propenso, según ella, a
aplicar de manera mecánica al corpus
africano métodos europeos inadecuados o reductores. Exhorta asimismo a los
comparatistas a forjar los medios para un análisis correcto. Para ello, tres
condiciones le parecen indispensables: trabajar sobre textos auténticos, no
dirigirse más que a los detentores profesionales de la tradición y, sobre todo,
no imponer nunca un texto de literatura oral fuera de su contexto
sociohistórico de origen[16].
Asimismo, J. M. Grassin sugiere un
desenclaustramiento de los estudios universitarios africanos que tuviera por
principal efecto la oposición entre “la tradición viva en la aldea” y “la
tradición reificada en la universidad”. Esto sería posible, por un lado,
mediante una mayor vinculación de los que detentan la palabra tradicional con
la enseñanza y con la investigación y, por otro lado, incitando a los jóvenes a
“practicar las grandes obras de la tradición”[17].
Teniendo en cuenta los planteamientos
anteriores acerca de la literatura africana y de su crítica, J. Chevrier
concluye que “El fenómeno del surgimiento de las literaturas africanas parece,
pues, sometido a la jurisdicción de un enfoque plural que combine la
observación de los hechos, el análisis del proyecto político, nacional o
federal, y la incorporación del aparato institucional, sin el que no podrían
tener verdadera existencia”[18].
Para existir, una literatura tiene
necesidad de ser reconocida por aquellos de quienes habla y a los que se
dirige, y para ello requiere no solo cierto consenso, sino también
instituciones, es decir, editoriales, bibliotecas públicas, revistas,
academias, premios literarios, redes de distribución y de difusión del libro y
del pensamiento (universidades, escuelas, medios de comunicación…),
asociaciones de escritores, etc.[19]. También es
importante la imagen que de sí misma da esta literatura en el extranjero, a
través de los fenómenos de recepción, difusión, éxito y fortuna.
Más de medio siglo después de la
colonización, tal vez haya llegado la hora de ampliar y rebasar el campo de las
relaciones euroafricanas con enfoques más conceptuales y centrados en mayor
medida en África, apreciando, por ejemplo, el lugar y la realidad del discurso
nacionalista en la producción literaria, la inserción de la tradición oral en
la escritura contemporánea, la evolución de los géneros literarios al entrar en
contacto con los modelos tradicionales, el funcionamiento del proceso crítico,
la definición y el papel de las instancias de consagración, etc.
Sería también conveniente ir más allá de
las literaturas francófona o anglófona, para explorar las literaturas
lusófonas, las hispánicas o las escritas en lenguas vernáculas. Por último, es
necesario tener en cuenta, al abordar las obras literarias africanas, que, aun
cuando estén escritas en lenguas europeas, los textos tienen la particularidad
de estar marcados por un triple sello, al reivindicar simultáneamente su
anclaje en el continente negro, su arraigo en la cultura de un grupo étnico muy
determinado y las influencias occidentales que recibieron.
En cuanto al artista moderno, su función
corresponde, al igual que la de su homólogo tradicional, a la de un heredero,
un transmisor de la literatura, un guardián y un libertador. Es el portavoz de
la sociedad en la que vive. Para ello, comparte con dicha sociedad las penas y
las alegrías. Por la misma razón, no se considera como un individuo aparte,
sino como representante de la comunidad. Es la expresión permanente del arte
vivo. T. Adeboye Lambo insiste así en la diferencia entre la función del arte
en África y en Occidente:
“While Western art has become
largely just a by-product without immediate function in daily life, african
tribal art is integrated into the community with specific functions. African
traditional art was not, as is the of more contemporary societies, a luxury or
a pastime. It was the expresion of a crude but intensely earnest religion and
arose partly out of a natural instinct for adornment”[20].
El narrador negroafricano participa en
todos los aspectos de la vida comunitaria y se junta con su audiencia en todas
las actividades de su existencia. No cabe duda, pues, de que la memoria sea el
atributo más preciado. De hecho, todo el mundo puede contar una historia; sin
embargo, no merecen todos los narradores el mismo respeto ni la misma
consideración. Alta Jablow destaca así la importancia de un narrador virtuoso:
“A good story teller knows how to
spin a yarn to capture the interest and stimulate the participation of the
audience. He is an accomplished mime as well, changing his voice, his posture
and his mannerisms; acting out the parts, embellishing the fictional characters
and situations. He shifts from role to role with fluidity and grace”[21].
Tanto el artista de la tradición oral
como el de la tradición escrita participan en el proceso de la creación, en la
medida en que están ambos implicados no solo en la transposición de la experiencia
absoluta a la experiencia representativa, sino también en la completa
reestructuración de esta experiencia, la cual constituye una necesidad social y
no una opción individual. En relación con
ello, W. E. Abraham notaba que “A raconteur revealed his verbal virtuosity in
the way in which he adorned the bare substance of his recitative. The account
as presented and publicly received was therefore already affected by purely
literary creativity, even if it was not an individual creation”[22].
Para terminar, diremos que el escritor
moderno africano tiene una cultura absorbente capaz de contener al mismo tiempo
los valores de su pasado tradicional y los asimilados durante la colonización.
El resultado de esta dualidad es su dinamismo, que constituye un gran desafío
frente a las exigencias de la modernidad. Sus novelas suelen reflejar el dilema
de un hombre dividido entre el pasado y el presente, entre la veneración del
pasado africano y un intento de reconciliación entre las fuerzas conflictivas
del presente. En relación con este dilema, Chinua Acheba afirma lo siguiente:
“Surely it is unnatural to flit
between two cultures so easily and so outrageously. And that is why observers
have built up the myth of the man of two worlds suffering from intoraleble internal
stresses and liable to desert his education and civilizacion in crisis. No
doubt there are some Africans suffering from such stresses”[23].
Ezequiel Mphahlele, por su parte,
relaciona esta preocupación del escritor africano por los problemas de identidad
con su propia condición de ser entre dos mundos: el mundo tradicional africano
y el mundo moderno occidental. Mphahlele observa
al respecto lo siguiente: “The artist must keep searching, searching for this
african personality. He can’t help doing so because, after all, it is really a
search for his own personality, for the truth about himself”[24].
Más allá de su función de portavoz, el
artista africano es también el intermediario anónimo, responsable del
restablecimiento del orden de la comunidad, ya sea como recreador de ambiente o
como depositario de la memoria colectiva.
En definitiva, las literaturas africanas
en lenguas europeas nacieron como consecuencia de una toma de conciencia de los
pueblos africanos frente a la situación de explotación y de imperialismo
cultural a la que estaban sometidos. Sin embargo, siendo un producto de las
escuelas occidentales, dichas literaturas son una mezcla de las técnicas
occidentales y de las influencias de la literatura oral. A este respecto, Abiola Irele afirmaba lo siguiente:
“Despite the fact that our writers
use the European languages to express themselves, the most original among them
do so with the conscious purpose of presenting an african experience, and the
best among them reflect in their works a specific mode of the imagination which
derives from their african background”[25].
Además, las literaturas negroafricanas en
lenguas europeas tienen la especificidad de expresar en idiomas extranjeros las
realidades propias del continente. La verdadera preocupación de quienes se
interesan por las literaturas negroafricanas consiste en saber si es posible
expresar unos sentimientos personales en una lengua que no es la propia, puesto
que es imposible separar la lengua del pensamiento. De hecho, parece una ironía
que uno tenga que criticar a sus verdugos usando la misma lengua de que se
sirvieron éstos para oprimirle. Sin embargo, éste es el dilema que presentan
las literaturas modernas africanas por ser el producto del encuentro entre dos
culturas, encuentro que desemboca en una especie de hibridismo cultural donde
los intereses africanos y europeos se hallan inextricablemente vinculados en
una relación de influencia mutua. Las consecuencias políticas y culturales de
este desarrollo histórico son enormes. El escritor tunecino Albert Memmi
subrayaba la ironía de la situación en los términos siguientes:
“Ces peuples ont été opprimés pendant
des dizaines d’années, quelquefois des siècles. Le résultat pour l’écrivain,
pour le professeur, pour l’homme de pensée, c’est qu’il a été culturellement
aliéné […]. Le résultat, c’est que dans une carrière intellectuelle, il était
obligé d’adopter la langue du peuple dominant, d’adopter même d’une certaine
manière, des valeurs institutionnelles et culturelles de ce peuple”[26].
Gerald Moore corrobora esta opinión
cuando observa que la dificultad del escritor negroafricano reside en que tiene
que definir y describir en una lengua extranjera unas estructuras y una cultura
que dicha lengua ignora completamente[27].
Para Lewis Nkosi, los negroafricanos
poseen una herencia muy rica y viva en materia de filosofía, ética, religión y
creación artística, todo ello contenido en las lenguas africanas. Para recuperar esta riqueza tradicional, se tendría
que deshacer “the caskets of sintax, disentangling metaphisics from poetry and
adverb; it also means extracting social philosophy and habits of moral thought
from rhythm, imagery, repetitiousness, sometimes from the very circumlocution
of native african speech”[28].
Además de estas ambigüedades
lingüísticas, el escritor negroafricano se enfrenta al peso de la experiencia
colonial y a las exigencias de la descolonización. La diferencia de orientación
que se nota entre la literatura africana de habla inglesa y la de expresión
francesa o portuguesa tiene que ver con la ideología colonial promulgada en
cada colonia. Mientras que el “indirect rule” británico, respetuoso de las
estructuras tradicionales, favorecía una administración directa basada en una
colaboración estrecha con los agentes indígenas, Francia y Portugal aplicaban,
en sus territorios, la política asimilacionista que consistía en transformar a
los negroafricanos en unos meros “negrofranceses” o “negroportugueses”,
incapaces de pensar por sí mismos, de tal modo que el escritor anglohablante
tenía la posibilidad de incorporar en sus escritos el mayor número de elementos
tradicionales. De ahí que dichas producciones reflejaban un elevado grado de
conciencia tribal, la cual era casi inexistente en las narrativas francófonas o
lusófonas. Frente a estas diferencias, y refiriéndose a la dificultad que
conlleva un acercamiento comparativo a las literaturas negroafricanas, Albert
S. Gerard opina lo siguiente:
“The ideal historical and
comparative study here advocated requires a most astounding combination of
skills-linguistic, anthropological, historical, and critical which no normal
person can be expected to have acumulated […]. But until such are available in
sufficent numbers and equipped with necessary techniques, there is no reason
why a start, however unassuming, should not be made, on however small scale”[29].
Por otra parte, la educación colonial en
general privilegiaba las culturas y lenguas europeas en detrimento de las
africanas. De ahí el complejo de inferioridad de los primeros escritores
negroafricanos, que no se atrevían, aunque pudieran, a expresarse en sus
idiomas maternos. De hecho, esta dependencia lingüística y cultural iba a
seguir aun después de las independencias, ya que las potencias coloniales, al
sentir la inevitable emancipación de sus antiguas colonias, y en un deseo de
preservar sus intereses, formaron, como ya dijimos anteriormente, una clase
dirigente a su medida, a través de la cual seguirían dirigiendo los destinos de
estos países. Esta clase elitista, constituida por políticos, intelectuales y
miembros del ejército, perpetuo efectivamente la dominación lingüística y
cultural extranjera. El novelista
keniata Ngugi Wa Thiongo decía al respecto que “The effect of the colonial
presence (in
En cuanto a Jean-Paul Sartre, atribuye
esta dependencia lingüística a la falta de unidad lingüística entre los pueblos
colonizados, debido al reparto del continente en facciones cuyos habitantes a
veces no tenían en común ni la misma lengua ni la misma cultura, ni pertenecían
a la misma tribu o etnia[31]. Las lenguas
europeas sirvieron no solo para alcanzar un público más internacional, sino
también como una fuerza unificadora entre los distintos pueblos que por casualidad
se encontraban en el mismo territorio. La simpatía a nivel internacional que
causan los que escriben en lenguas extranjeras, sobre todo si las dominan, es
otro factor que obliga de alguna manera a los africanos deseosos de ser
mundialmente reconocidos a escribir en las lenguas de sus antiguas metrópolis.
Es el caso de los premios internacionales, como el Nobel, que se ha venido
otorgando a quienes han mostrado un perfecto dominio de la lengua de
Shakespeare o de Molière. En otras palabras, las lenguas europeas aparecen como
la mejor arma cultural de que se sirven los escritores negroafricanos no solo
para combatir y liberarse de la dominación europea, sino también para alcanzar
un reconocimiento internacional. A este respecto, Ezekiel Mphahlele recuerda
que frente a la falta de unidad lingüística en el continente, las lenguas
europeas aparecen como “the common language with which to present a
nationalistic front against white opresors”[32]. Wole Soyinka apoya esta idea: “When we borrow an
allien language to scult and paint in, we […] begin by coopting the entire
properties of that language as correspondencies to represent our matrix of
thought and expresion”[33].
Sin
embargo, aunque es difícil separar la lengua de la cultura, no es cierto que,
en el caso de África, la lengua sea el generador de la cultura, ni el único
criterio de apreciación de las obras literarias. De hecho, y por poner un
ejemplo, no basta con que un africano o un afroamericano toquen el piano, que
es una invención europea, para que el “highlife” o el “jazz”, que se valen de
dicho instrumento, puedan ser considerados como formas musicales europeas, o
para que se les juzgara con los criterios de apreciación europeos. En opinión
de O. Owomoyela, la lengua no puede ser el único criterio de apreciación de las
obras literarias ni el más importante. Owomoyela propone los siguientes criterios de apreciación de una obra
literaria: “The primary audience, the work’s implicit cultural and national
consciousness, the author nationality by birth or naturalization, and the
language”[34].
Obiajunwa,
por su parte, advierte del peligro que corren las bellas artes africanas si
siguen expresándose en lenguas ajenas.
No podemos cerrar este apartado sin
evocar la relación entre literatura e ideología en las literaturas africanas,
ya que, aunque no existe una ideología literaria como tal en África, la visión
socialista es sin embargo dominante, ya sea en la parte anglófona, francófona,
lusófona o hispánica. Es sobradamente sabido que todos los países africanos, o
casi todos, atraviesan crisis políticas, económicas y socioculturales muy
agudas. Dicha atmósfera de crisis y de desestabilización constituye la
principal fuente de inspiración de los escritores. Algunos hablan incluso, de
una influencia marxista en los autores africanos. Wole Soyinka, por su parte, advierte contra el peligro de una ideología
literaria cuando observa lo siguiente: “The danger which a literary ideology
poses is the act of consecration –and of course excommunication […] the
formulation of a literary ideology tends to congeal sooner or later into
instant capsules which, administered also to the writer, may end by
asphixiating the creative process”[36].
De hecho, aunque lo expresen de distintas
maneras, la literatura africana y su crítica siempre han tenido como
preocupación mayor la situación política y sociocultural del continente. El
movimiento de la Negritud es un buen ejemplo de esta coincidencia entre
ideología literaria y visión socialista en África. Refiriéndose a dicho movimiento y al papel importante que jugó en la
liberación y las independencias del África negra en particular, el mismo Wole
Soyinka reconocía que “Both for Africans on the mother-continent and for the
black societies of the diaspora, Negritude provided both a life-line along
which the dissociated individual could be pulled back to the source of his
material essence, and offered a prospect for the coming-into-being of new
social entities”[37].
En efecto, el escritor negroafricano es
necesariamente un visionario mucho más preocupado por una visión social que por
la especulación literaria, pues el entorno y las exigencias de la realidad
cotidiana le obligan a ello. Pero eso no quiere decir que su función se limite
a esa visión, pues la ideología literaria y la visión social de la literatura
se solapan de alguna manera, en la medida en que una de las funciones
principales del verdadero intelectual, en África por lo menos, consiste en
examinar y reexaminar los distintos desafíos humanos, naturales y sociales, y
plantear en cada momento de la historia una interpretación o una explicación de
esos hechos, y, por qué no, proponer soluciones. Este impulso y fuerza
integradora constituyen la visión social de la literatura, como expone Wole
Soyinka a propósito de la teoría de Trotsky según la cual toda literatura
producida en una situación de confrontación revolucionaria siempre conlleva un
espíritu de odio social[38]. No es de
extrañar, pues, que una literatura creada en unas condiciones de opresión y de
convulsión social refleje agresividad, odio y rencor. Una de las consecuencias
de este rencor es la obsesión hasta la excitación que manifestaron y que siguen
manifestando los escritores negroafricanos a la hora de condenar el
colonialismo y de alabar todo lo relacionado con África y a su cultura. Explicando su misión como escritor, Chinua Achebe
decía lo siguiente: “I will be quite satisfied if my novels (especially the
ones I set in the past) did no more than teach my readers that their past-with
all its imperfections-was not one long night of savagery from which the first
Europeans acting on God’s behalf delivered them”[39].
Camara Laye, por su parte, se empeña en
ensalzar la belleza de la cultura negra, como se observa en las siguientes
palabras: “my first novel [The Dark Child]
testifies to its greatness. People who had
not been aware that
Estos autores, en general, presentan una
visión idílica de la vida tradicional. La llegada de los europeos a este mundo
tradicional constituye una experiencia traumática, porque el intruso aparece
como alguien que no entiende el sentido de las estructuras que encontró e
intenta destruirlas. Para Camara Laye, sin embargo, la cultura es algo
demasiado arraigado, capaz de contener el impacto europeo sin por ello correr
el riesgo de perder su esencia. Es lo que demuestra en The Dark Child cuando excluye sistemáticamente a los europeos,
aunque su existencia esté representada en la novela por la presencia de la
escuela y sus influencias negativas en la vida tradicional. En cuanto a Mongo
Beti y a Ferdinand Léopold Oyono, denuncian en sus novelas a los colonizadores
y a sus cómplices por la vida lujosa que los primeros llevaron y por la
cobardía de los segundos, que contribuyeron a su propia desgracia.
En cuanto a la técnica narrativa, ya
dijimos que era una mezcla de las técnicas occidentales modernas y de los
recursos del arte narrativo tradicional. A este respecto, la presencia de
elementos folclóricos en el relato, como los proverbios, parece muy importante,
pues su popularidad universal depende de su uso a todos los niveles del
discurso. Los dichos metafóricos y los proverbios suelen ser cortos, al mismo
tiempo que traducen las realidades de la vida cotidiana. La idea o el mensaje
que se esconde detrás de los proverbios es que en la vida ninguna situación es
única o nueva. Todo lo que ocurre hoy ha ocurrido alguna vez, y existen
soluciones que han sido propuestas con anterioridad a dichas situaciones en el
pasado. Los proverbios constituyen para el orador un recurso que da autoridad y
crédito a sus argumentos, porque son una muestra de su sabiduría y experiencia.
En casi todas las comunidades africanas, un buen dominio y un empleo correcto
de los proverbios traen respeto y consideración. En la sociedad yoruba de
Nigeria, por ejemplo, no está bien visto el “speak with the wole mouth”, es
decir, el que dice, aconseja o critica con palabras crudas. Se recomienda un
poco de diplomacia a la hora de corregir los usos y costumbres. Cuanto más
enigmáticos son los proverbios, mejor resultado tienen. De hecho, si bien los
proverbios sirven como instrumentos eficaces para el orador, constituyen
también una fuente de placer para el público. La utilidad de los proverbios está comprobada en los siguientes dichos
yoruba e igbo: “Proverbs are the horses of discourse; when communication is
lost proverbs retrieve it”; “Proverbs are the palm-oil with which words are eaten”[41].
Algunos
proverbios sirven para relajar y divertir al público en los momentos especialmente
tensos. Y dado que el uso de los proverbios implica el acceso a la sabiduría y
a la sagacidad ancestral, están reservados a los mayores. Un joven que utiliza
los proverbios para dirigirse a sus mayores está visto como una persona
impúdica y arrogante. Únicamente se otorga el derecho de usar los proverbios a
la juventud con el permiso de los mayores, y, aun así, algunos proverbios, como
los que aluden al sexo, les están proscritos. Sin embargo, no es bueno abusar
de los proverbios, porque su uso excesivo puede resultar aburrido y pedante.
En cuanto a los mitos, otros elementos
folclóricos heredados de la tradición oral a los que suele recurrir la
narrativa negroafricana moderna, designan los productos de la imaginación, o lo
relacionado con la creación del universo, o bien los acontecimientos que
tuvieron lugar en los tiempos muy remotos. Los mitos explican también la
interrelación entre todas las cosas que existen, al mismo tiempo que permiten a
los distintos grupos entender mejor su entorno, así como las fuerzas que
gobiernan el universo.
[1] Apud J. Chevrier, “Las literaturas africanas en el campo de la
investigación comparada”, en P. Brunel e Y.
Chrevrel, Compendio de Literatura
Comparada, Madrid, Siglo XXI, 1994, pp. 188-217, p. 195.
[2] Apud, O. R. Dathorne, The Black
Mind: A History of African Literature,
[3] Apud, O. R. Dathorne, op. cit., ibid.
[4] Apud E. Mphahlele, The African
Image,
[5]
[6]
Cfr. L. Kesteloot, Apud J. Chevrier,
cit.
[7] Apud O. R. Dathorne, The Black
Mind: A History of African Literature, cit, p. 244.
[8] Cfr.
M. Hausser, Essai sur la Poétique de la
Négritude, Paris, Hatier, 1986.
[9] Apud J. Chevrier, “Las literaturas africanas en el campo de la
investigación comparada”, cit., p. 198.
[10] Cfr
J. Janheinz, Muntu, París, Seuil,
1961, y P. Tempels, La philosophie bantou,
Paris, Seuil, 1964.
[11] Cfr. J. Chevrier, “Las literaturas
africanas en el campo de la investigación comparada”, cit.
[12] Cfr. J. Chevrier, “Las literaturas
africanas en el campo de la investigación comparada”, cit.
[13] Cfr. ibid.
[14] Cfr.
M. Kane, Roman africain et tradition,
Paris, Hatier, 1983 y G. Ngal,
Giambatista Viko, ou le viol du discours africain, Paris, Hatier, 1984.
[15] Cfr.
L. Mateso, La littérature africaine et sa
critique, París, Karthala, 1986.
[16] Cfr. J. Chevrier, “Las literaturas
africanas en el campo de la investigación comparada”, cit.
[17] Apud J.
Chevrier, op. cit. pp. 213-214.
[18] J. Chevrier, “Las literaturas
africanas en el campo de la investigación comparada”, cit., p. 203.
[19] A propósito de la literatura como
un sistema social, cfr. S. J. Schmidt, Fundamentos
de la ciencia empírica de la literatura, Madrid, Taurus, 1990.
[20]
T. Adeboye Lambo, “The place of the Arts in the Emotional Life of the African”,
en AMSAC Newsletter, 17, january
1965, 4, p. 4.
[21]
A. Jablow, Yes and No: The Intimimate
Folklore of
[22]
W. E. Abraham, The Mind of
[23] Apud O. R. Dathorne, The Black
Mind: A history of African Literatures, cit., p. 161.
[24]
Cfr.
[25]
Cfr. A Irele, “The criticism of Modern African Literature”, en Christopher
Heywood (ed.), Perspectives on African
Literature,
[26]
A. Memmi, The writer in Modern Africa,
Scandinavia, Scandinavian Institute of African Studies, 1968, p. 80.
[27]
Cfr. G. Moore, The
[28]
Cfr. L. Nkosi, Tasks and Masks: Themes
and Styles of African Literature,
[29]
A. S. Gerard, Four African Literatures:
Xhosa, Sotho, Zulu, Amharic, Berkeley‑Los Angeles‑London,
University of
[30]
N. Wa Thiongo, Homecoming, London
Heinemann, 1972, p.10.
[31]
Cfr. J. P. Sartre, “Black Orpheus”, en W. E. Bigsby (ed), in The Black American Writer, vol. 2, Poetry and Drama, Baltimore, Penguin Books,
1969, pp. 5-40.
[32]
E. Mphahlele, “Polemics: The Dead End of African Literature”, en Transition 3, 11, 1963, pp. 769.
[33] Apud O. Owomoyela, A History of
Tweentieth-Century African Literatures, cit., p. 356.
[34] O. Owomoyela, op. cit., p. 357.
[35] Apud O. Owomoyela, op. cit., p. 358.
[36]
W. Soyinka, Myth, Literature and the
African World,
[37] Ibid. p. 64.
[38]
Cfr. ibid. p. 72.
[39]
C. Achebe, Morning Yet on Creation Day,
Doubleday, Anchor Press, 1976, p. 59.
[40]
C. Laye, The Dark Child, Doubleday (
[41]
Cfr. O. Owomoyela, African Literatures:
An Introduction, African Studies Association, Crossroads Press,
Massachussets, 1979, p. 17.
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