REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


PLATAFORMA

MICHEL HOUELLEBECQ

(Barcelona, Círculo de Lectores, 2003)

 

         Ya en el autobús, Sôn volvió a tomar la palabra. La región fronteriza que íbamos a atravesar estaba poblada en parte por refugiados birmanos, de origen karen; pero eso no era un inconveniente. “Karenes bien –dijo Sôn-, valientes, niños trabajan bien en colegio, no preocupar”. Nada que ver con ciertas tribus del norte, con las que no tendríamos ocasión de cruzarnos durante el viaje; y, según ella, no nos perdíamos nada. Sobre todo en el caso de los akkhas, a los que parecía tener bastante manía. A pesar de los esfuerzos del gobierno, los akkhas se mostraban incapaces de renunciar al cultivo de la adormidera, su actividad tradicional. Eran vagamente animistas y comían perros. “Akkhas malos –subrayó Sôn con energía -: aparte cultivo adormidera y cosecha frutos, no saber hacer nada; niños no trabajar en colegio. Dinero mucho gastado por ellos; resultado ninguno. Ser completamente inútiles”, concluyó con un gran espíritu de síntesis.

(pág. 63)

 

         Yo no pedía tanto. Lo único que quería, por el momento, era un sencillo body masagge, seguido de una mamada y un buen polvo. Nada complicado, en apariencia; sin embargo, hojeando los folletos me di cuenta con creciente tristeza de que ése no parecía ser, ni mucho menos, la especialidad del lugar. Había muchas cosas de tipo acupuntura, masaje con aceites aromáticos esenciales, alimentación vegetariana o tai-chi-chuan; pero nada de body masagge o de go-go bars. Además, todo parecía impregnado de una atmósfera penosamente norteamericana, por no decir californiana, articulada sobre la healthy life y las meditation activities. Leí la carta de un lector de What’s on Samui, Guy Hopkins; se definía a sí mismo como “health addict y volvía regularmente a la isla desde hacía veinte años. The aura that backpackers spread on the island is unlikely to be erased quickly by upmarket tourist”, concluía; era descorazonador.

(pág. 83)

 

         Ella se detuvo en seco, se desnudó sonriendo, dobló la ropa  y la puso en una silla.

         - Masagge later… - dijo mientras se tumbaba en la cama; luego separó los muslos.

         Ya estaba dentro de ella, e iba y venía con fuerza, cuando me di cuenta de que había olvidado ponerme un preservativo. Según los informes de Médicos del Mundo, la tercera parte de las prostitutas tailandesas eran seropositivas. Sin embargo, no puedo decir que sintiera un escalofrío de terror; sólo me sentí ligeramente irritado. Estaba claro que las campañas de prevención contra el sida eran un completo fracaso. Aun así, se me había puesto un poco floja.

         - Something wrong? – preguntó ella, inquieta, enderezándose sobre los codos.

         - Maybe… a condom – dije yo, incómodo.

         - No problem, no condom… I’m OK! – exclamó ella alegremente.

         (….)

         - We have time… - me dijo -. We have a little time.

         Me enteré de que tenía treinta y dos años. No le gustaba su trabajo, pero su marido se había ido y la había dejado sola con dos hijos.

         - Bad mandijo -. Thai men, bad men.

         Le pregunté si había hecho amistad con algunas de las otras chicas. No mucho, contestó; la mayoría eran jóvenes y descerebradas, se gastaban todo lo que ganaban en ropa y perfumes. Ella no era así, era seria y metía su dinero en el banco. Dentro de unos años podría dejarlo y volver a vivir en su pueblo; sus padres ya eran mayores y necesitaban ayuda.

         Al despedirme, le di una propina de dos mil baths; era ridículo, demasiado. Ella cogió los billetes con incredulidad y me saludó varias veces, con las manos juntas a la altura del pecho.

         - You good man – dijo.

         Se puso la minifalda y las medias; le quedaban dos horas de trabajo antes del cierre. Me acompaño a la puerta y juntó las manos una vez más.

         - Take caredijo -. Be happy.

         Salí a la calle un poco pensativo. La última etapa del viaje empezaba al día siguiente, a las ocho de la mañana. Me pregunté cómo habría pasado Valérie su día libre.

   (pp. 107-109)

 

 

         - Aquí hay un artículo, una especie de publirreportaje… - le tendí el Phuket Weekly.

         - “Find your longlife companion… Well educated Thai ladies…” ¿Es esto?

         - Sí; un poco después hay una entrevista.

         Cham Sawanasse, sonriente, con traje negro y corbata oscura, contestaba a las diez preguntas que nos podíamos hacer (Ten questions you could ask) sobre el funcionamiento de la agencia Herat to Herat, de la que era director.

         There seems to be”, observaba el señor Sawanasse, “a near perfect match between the Western men, who are unappreciated and get no respect in their own countries, and the Thai women, who would be happy to find someone who simply does his job and hopes to come home to a pleasant family life after work. Most Western women do not want such a boring husband.

         “One easy way to see this”, continuaba, “is to look at any publication containing “personal” ads. The Western women want someone who look a certain way, and who has certain “social skills”, such as dancing and clever conversation, someone who is interesting and exciting and seductive. Now go to my catalogue, and look at what the girls say they want. It’s all pretty simple, really. Over and over they state that they are happy to settle down FOREVER with a man who is willing to hold down a steady job and be a loving and understanding HUSBAND and FATHER. That will get you exactly nowhere with an Anerican girl!

         “As Western women”, concluía con bastante descaro, “do not appreciate men, as they do not value traditional family life. Marriage is not the right thing for them to do. I’m helping modern Western women to avoid what they despise”.

         - Lo que dice tiene sentido… - observó Valérie con tristeza -. Hay un mercado, no cabe duda…

(pp. 115-116)

 

         Sin embargo, en cuanto llegamos a Bangkok sentí cierta tensión, sobre todo en el barrio de Sukhumvit, donde residía la mayoría de los turistas procedentes de Oriente Medio. Venían sobre todo de Turquía y de Egipto, aunque a veces también de países musulmanes mucho más duros, como Arabia Saudita o Pakistán. Cuando andaban entre la muchedumbre, veía que la gente los miraba con hostilidad. En la entrada de muchos bares de chicas vi carteles que decían: NO MUSLIMS HERE; el dueño de un bar de Patpong había llegado al extremo de explicarse en el siguiente mensaje: “We respect your Muslim faith: we don’t want you to drink whisky and enjoy Thai girls”.

(pág. 271)