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ERROR HUMANO
CHUCK PALAHNIUK
(Barcelona, Mondadori, 2005)
Todo el mundo a bordo
llama al oficial de suministros Smith “Chuleta” por
las insignias doradas que lleva en el cuello del uniforme, que deberían
parecerse a hojas de roble pero que recuerdan más a chuletas de cerdo. Al jefe
de embarcación Keller lo llaman “Mazorca”. Al oficial
ejecutivo jefe Hanlon lo llaman “OEJ”. De los
miembros de la tripulación original, como la especialista en dirección de
comedores Lonnie Becker, se
dice que tienen “tabla propia”. Uno no ve películas, sino que “quema pelis”. Las puertas son “trampillas”. Los gorros, “tapas”.
Los misiles son “chuzos”. En la nueva Marina políticamente correcta, los monos
de color azul oscuro que lleva la tripulación cuando está de patrulla ya no se
llaman “cagaderos”. Los tripulantes que sirven en la cubierta comedor ya no se
llaman “basureros”. El Sauerbraten ya no es “polla de
burro”. Los raviolis no son “almohadillas de la
muerte”. La carne de buey picada con crema sobre una tostada ya no es “mierda
en una teja”. La carne en conserva al maíz ya no es “culo de babuino”.
No de forma oficial.
Pero aún se oye.
Las hamburguesas, solas
o con queso, siguen siendo “grasas”. Las hamburguesas de pollo siguen siendo
“ruedas de pollo”. Las literas se llaman “ganchos”, por los que se usaban para
sujetar las hamacas en los barcos de vela. Los baños siguen siendo “agujeros”,
por los que había en la proa de aquellos barcos. Dos agujeros para la
tripulación y uno para los oficiales, perforados en la cubierta bamboleante y bañada por el oleaje, por encima de la
quilla.
Como dice OEJ Hanlon, “a aquellos tipos no les hacía falta papel
higiénico”.
Otra noche señalada
durante el viaje de patrulla es el “Café del Jefe”, con la palabra “jefe” en
español. Se trata de la noche en que los oficiales cocinan para la tripulación.
Se apagan las luces de la cubierta comedor y los oficiales sirven a los
tripulantes con barritas de fósforo incandescentes en las mesas en lugar de
velas. Hasta hay un maître.
(pp. 125-126)
En otra ocasión me
pidieron que esperara en un pasillo delante de un tablón de noticias con los
anuncios del día. El primer anuncio era una lista de tripulantes nuevos y una
nota dándoles la bienvenida a bordo.
El segundo anuncio era
un recordatorio de que se acercaba el día de la Madre.
El tercer anuncio decía
que el “daño personal autoinfligido” estaba a la
orden del día en los submarinos. Decía: “Evitar el daño autoinfligido
entre el personal a bordo de los submarinos es la prioridad más alta de la
Marina”. Argot siniestro de la Marina para referirse al suicidio. Otro elefante
invisible.
(pág. 129)
Al cabo de dos minutos
–el tiempo máximo recomendado para el tratamiento- seguía sin parecerme a Brad. Cuando intenté hablar, casi todas las consonantes me
salían como bes,
con el mismo tono vagamente racista con que hablaba el personaje de labios
enormes en los viejos dibujos animados de Fat Albert los sábados por la mañana.
- ¿Qué bal, Fab Alberb?
– le dije al retrovisor-. ¿Qué be barecen bis labios?
Mis labios estaban
doloridos e hinchados, como si me hubiera comido barriles enteros de palomitas
saladas.
(pág. 231)
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