REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS

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ISSN 1577 - 6921

  NÚMERO 1 - MARZO 2001

PORTADA | HEMEROTECA

El debate científico progresa, entre otras cosas, por la capacidad que los textos escritos tienen de promover nuevas reflexiones en torno a un mismo asunto. Esas reflexiones, de procedencia dispar, se acaban encadenando en forma de argumentaciones y contraargumentaciones que siempre resultan útiles para el mejor conocimiento del objeto analizado. Con la sección Peri biblión deseamos emular, salvando las distancias y trasladando el marco general a los modestos límites de nuestra revista, ese enriquecedor contraste de pareceres. Cada cierto tiempo, iremos proponiendo textos para que todos aquellos que lo deseen puedan opinar a propósito no sólo de las hipótesis que se defiendan, sino también de la trascendencia científica que, a partir de ellos, pueda asignarse al autor y a su obra.

Naturalmente, no todos los textos tienen la misma capacidad para sugerir y provocar el debate. Por eso, hemos decidido iniciar esta sección de Tonos con un fragmento de El español coloquial, de Werner Beinhauer, un libro repleto de sugerentes referencias para quienes estamos interesados por el análisis del discurso oral, en general, y por español hablado, en particular.

 
del prefacio a la primera edición alemana

(Werner Beinhauer, El español coloquial, Gredos, Madrid)

El presente libro pretende familiarizar a los usuarios alemanes con los más importantes medios expresivos del español coloquial. Entendemos por lenguaje coloquial el habla tal como brota, natural y espontáneamente en la conversación diaria, a diferencia de las manifestaciones lingüísticas conscientemente formuladas, y por tanto más cerebrales, de oradores, predicadores, abogados, conferenciantes, etc., o las artísticamente moldeadas y engalanadas de escritores, periodistas o poetas. Casi todos los métodos, incluso los mejor hechos, que para el estudio del español han venido publicándose en Alemania, aspiran poco menos que exclusivamente a enseñar la lengua literaria, en tanto que las particularidades del lenguaje hablado, salvo algunos estudios y artículos desperdigados por revistas y periódicos, quedan limitadas a esporádicas observaciones marginales o anotaciones al pie de página. Es un error muy común confundir el lenguaje cotidiano que se habla, con la lengua también cotidiana, pero escrita o impresa, de comerciantes o periodistas, la utilidad de cuyo conocimiento no pretendemos negar. Sin embargo, al tratar de lenguaje coloquial nos referimos únicamente a la lengua viva conversacional. Por cuanto sus medios expresivos no constan tan sólo de elementos sintáctico-estilísticos por un lado, y de vocablos y giros, o sea de elementos lexicológicos, por el otro; a todos ellos se agregan los medios dinámicos de entonación, gesto y mímica. Confieso que a este último aspecto de la lengua conversacional, tan importante, no le he dedicado espacio suficiente en el presente libro. Merecería la pena un estudio más detenido.

No faltará quien me pregunte: el conocimiento del lenguaje coloquial, de evidente utilidad para la práctica del idioma hablado, ¿qué valor podrá tener para el teórico o el erudito interesado preferentemente en estudiar obras literarias? Y yo contesto: quien niegue la trascendental importancia de dicha materia precisamente también para el estudio de la literatura, olvida que la lengua -incluso de poetas y literatos y aun eruditos, sobre todo los de habla española- arraiga profundamente en el subsuelo del lenguaje familiar y popular, del que se nutre a diario. Por tanto, sólo será capaz de sentir, captar y apreciar las últimas intenciones y exquisiteces incluso de un lenguaje artístico, quien conozca también la materia prima de que éste está amasado, o sea, la lengua del pueblo, del ambiente en que vive el artista, la que este mismo habla a diario. Es más: no me recato en afirmar que quien no está debidamente familiarizado con el lenguaje coloquial, tampoco puede dominar realmente la lengua escrita. Podrá si acaso, a fuerza de estudiar gramática, llegar a expresarse con alguna corrección, pero esto no equivale, ni muchísimo menos, a lo que yo entiendo por dominio verdadero del idioma. Y es que el  a r t e  -insisto en el vocablo- de manejar bien una lengua, no se desenvuelve bien en los eriales de lo puramente teórico -por lo demás, también necesario, ¡qué duda cabe!-, pues rebasa con mucho los límites de lo meramente captable y registrable por la inteligencia y la memoria. Este arte, cimentado sobre esa base del saber intelectual, necesita, para que merezca el calificativo, algo superior a todo entendimiento: tiene que ser  s e n t i d o; quiero decir que todos esos «conocimientos» tan útiles y necesarios tienen que ser vivificados por el aura o espíritu particular del respectivo idioma y sus hablantes. Si las reglas gramaticales de una lengua necesitan ser  c o m p r e n d i d a s, sus particularidades estilísticas e idiomáticas, a más de ser comprendidas, tienen que ser  i n t u i d a s  y  s e n t i d a s. Comprendo que esta capacidad intuitiva para la captación de los imponderables de una comunidad lingüística varíe de individuo a individuo. Creo, sin embargo, que a todos les podrá ser útil también una siquiera provisional comprensión intelectual de los múltiples fenómenos estilísticos y el mecanismo de su mutua interdependencia que integran un idioma. Y éste es el objeto del presente libro: agudizar la vista y el oído de quienes deseen profundizar en la esencia íntima de la lengua para que la comprendan (en un principio), la sientan (más tarde), se compenetren de ella (más adelante) y por fin, aprendan a manejarla con espontaneidad idiomática.

En cuanto al material de los ejemplos, proceden en parte de observaciones propias hechas a lo largo de muchos años de estancia en España (en diferentes sitios y ambientes pura y exclusivamente españoles), y en parte de un minucioso análisis de diversas obras, sobre todo teatrales, y en particular de comedias y sainetes del llamado «género chico», convencido como estoy de que, entre todos los géneros literarios, son las que mejor se prestan para el estudio de la lengua hablada. Al escogerlas, no lo hice guiado por un criterio puramente literario, sino por el exclusivo interés que me merecían desde el punto de vista lingüístico. Por ello he traído a colación con mayor frecuencia obras de Arniches que, por ejemplo, de Benavente, muy superiores y de más categoría por su contenido, pero menos populares y «realistas» que las de aquél por su  l e n g u a j e. En principio he citado exclusivamente producciones modernas, por la sencilla razón de que me interesaba examinar la lengua de hoy; sólo en ocasiones he citado algún ejemplo del «Quijote», y aun entonces para hacer patente la antigüedad de algunos giros que perduran hasta nuestros días, así como el destacado popularismo del «príncipe de los ingenios» en España.

Cuando se trata de indagar la vida de un idioma, no hay que andarse con escrúpulos en la elección del material analizable. Por tanto, no he reparado en citar vulgarismos y aun algunas procacidades, proscritas por la Academia de la Lengua y vituperadas por gentes excesivamente timoratas; expresiones que, sin embargo, no por calladas dejan de vivir, reflejando espontáneas tendencias lingüísticas, no ya del hombre de tipo corriente y moliente, sino aun de gentes cultas, cuando su habla va impulsada por la afectividad, o en momentos de expansiva intimidad en las charlas con los «amigotes». En una tal conversación de hombres solos podría colarse -¿por qué callarlo?- incluso alguna obscenidad de las que hacen torcer el gesto a los graves señores académicos. Pero ¡qué le hemos de hacer!: también estos elementos lingüísticos, si bien dormidos, viven al fin en la subsconciencia de todo varón y, cuando llega la ocasión, éste difícilmente podrá impedir que se le escapen y exterioricen, velados por el eufemismo o en toda su cruda desnudez.

Para la disposición de la materia, he seguido en parte la pauta que informa la obra titulada «El lenguaje coloquial italiano» («Italianische Umgangssprache») de mi maestro Leo Spitzer. Sin embargo, media una diferencia fundamental entre su libro y el mío. Y es que, mientras la obra de Spitzer, exclusivamente de tipo científico, tiene por objeto investigar el mecanismo del lenguaje coloquial en general, para lo cual el italiano le sirve únicamente de ejemplo, la mía está orientada por el principio contrario: el español y  l o  e s p a ñ o l  forman en ella el centro de gravedad, en tanto que el elemento rigurosamente científico (para gran escándalo de algunos filólogos) aparece como relegado a un plano secundario, reduciéndose especialmente a la interpretación psicológica de los diversos fenómenos lingüísticos, con el fin principal de que estos mismos se les graben mejor en la memoria -y en todo su ser- a los alemanes deseosos de   a p r e n d e r (y no ya de conocer teóricamente) este incomparable idioma.

Así, pues, la materia viene ordenada no desde un punto de vista gramatical, sino con miras preferentemente  p s i c o l ó g i c a s. A veces, para encajar los múltiples detalles que integran el idioma me guiaron consideraciones de orden puramente exterior, tratando de lograr un cuadro sinóptico de orientación siquiera relativamente fácil, todo ello encaminado a que estos mismos detalles cobrasen v i d a  palpitante también para el estudioso alemán. Él debe comprender que los cuadriculados o encasillados, tan necesarios para captar teorías abstractas, no sirven para penetrar en la sustancia íntima de un idioma. Éste, como toda obra de a r t e (cuya afinidad se impone), no se deja aprisionar por ningún sistema rígido. Para apropiárselo, el estudioso necesita captar con amoroso afán, no ya con la mente sino con todos los sentidos, los innumerables rasgos característicos que constituyen la especial fisonomía de su individualidad. A este fin he sacado, por decirlo así, una serie de «instantáneas» del lenguaje coloquial, ese ser tan vivaracho y revoltoso que, cual niño travieso, a veces parece burlarse descaradamente de los sagrados cánones de la grave señorona Gramática; instantáneas de las más varias posturas en que procuraba sorprender al pícaro enredador. Y es lógico que para sacar provecho verdadero de esta colección haga falta que el lector estudioso no escatime esfuerzo para fijarse detenidamente en cada una de las citadas «instantáneas». En otros términos: sólo compenetrándose con todos estos detalles es como logrará esa visión sintética del conjunto que difícilmente conseguirá con una lectura demasiado rápida y superficial.

Teniendo en cuenta que la lengua hablada no es desglosable del pueblo que la habla y que la mentalidad de éste -al menos en sus datos fundamentales- nos suministra la clave de su esencia, me pareció procedente, dondequiera que se ofreciese la oportunidad, hacer alusión a particularidades del carácter español, costumbres, instituciones, en fin, cuantos detalles pudieran ayudar a comprender mejor ciertos fenómenos lingüísticos.

Para terminar, me cumple el grato deber de dar mis más efusivas gracias a cuantas personas me brindaron consejo y ayuda para la confección de este trabajo, especialmente a mi venerado maestro, profesor Leo Spitzer, y al ilustre profesor Fritz Krüger.

 W.B.

Colonia (del Rhin), octubre de 1929  

 

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