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6.
Sobre el tratamiento depreciativo en el siglo de oro español |
Llegamos
así la última de las secciones dedicadas al análisis del sistema de tratamiento
apelativo en el Siglo de Oro. Nos ocupamos en esta ocasión de los vocativos
en los que se focaliza la variable-tensema psicosituacional (anteriormente
hemos trabajado sólo en el socio-situacional) basada en la axiologización
negativa. Nos ayudaremos, además, por momentos, de la sistematización
planteada por José Joaquín Montes Giraldo en el artículo mencionado al
comienzo del trabajo. Hay que advertir que el grupo social formado por
criados, sirvientes y esclavos es, como era de esperar, el que con mayor
frecuencia recibe tratamientos depreciativos en esta época; es por eso
por lo que en cierto sentido este apartado debiera considerarse continuación
del anterior. El tercer apunte a tener en cuenta, antes de pasar a la
descripción y reproducción de los insultos localizados, es que es en este
tipo de apelación en donde mejor se aprecia el carácter reactivo del vocativo.
6.1
el dominio de la religión en el tratamiento depreciativo
En
efecto, la religión es el detonante principal en la selección de determinadas
fórmulas insultantes. Perro/perra es uno de los vocativos más claros en este sentido, puesto que
es aplicado principalmente a "moros y judíos", según nos dice
el Diccionario de Autoridades.
Los ejemplos son abundantes; veamos algunos: en Los
melindres de Belisa, el supuesto esclavo Felisardo es así llamado
por don Juan y por la propia Belisa:
DON
JUAN.-¿Tú en casa tan principal, Perro,
haces esto?. (1946:328).
DON
JUAN.- Véte a la caballeriza, Perro. (1946:328).
BELISA.-¡A
muy buen tiempo llegamos! ¿No
te han dicho, perro, a tí Que
no subas solo un paso De
la escalera?. (1946:329).
El
enfado es el contexto en el que se usa normalmente la expresión perro,
pero lo cierto es que las reacciones de este tipo, tal y como se aprecia
en los textos dramáticos del siglo de oro, eran tantas y tan débilmente
justificadas a veces que no puede por menos que llamar la atención sobre
las ignominiosas condiciones en que vivían estas personas. El plural perros encontramos, por ejemplo, en El sol parado (1965:289) y en la misma obra de la que sacábamos los
anteriores ejemplos, Los melindres
de Belisa (1946:339):
PELAYO.-¡Ea,
perros, fuera digo! (1965:289).
BELISA.-¡Que
aquesto pase! No
sería mujer yo, Si
dellos no me vengase. Perros,
¿qué es esto?. (1946:339).
La
adjunción de calificativos, la composición léxica, la yuxtaposición de
dos núcleos, la sufijación morfológica y la selección de otras palabras
pertenecientes al mismo campo semántico son los procedimientos básicos
en la creación de variantes apelativas para los vocativos perro
y perra.
En el primero incluiríamos expresiones como perros impíos o perra mora,
en que las que la especificación tiende a remarcar el motivo religioso
de la recriminación apelativa:
SILVIO.-
¡Huid, perros impíos!, (Lope
de Vega, El galán de la Membrilla,
1965:339).
TOMÁS.-
Date a prisión, perra mora. (Lope
de Vega, Los locos de Valencia,
1946:117).
El
segundo tendría como resultado vocativos como galgui-doncella
dicho por el criado Girón a la esclava mulata Elvira en Servir a señor discreto (1952:78):
GIRÓN.-
Quedito, galgui-doncella.
El
vocativo bimembre perro, Mahoma es el fruto del tercer procedimiento lingüístico-estructural
mencionado. El ejemplo pertenece a Los
melindres de Belisa (1946:332) y se combina, precisamente, con otro
vocativo en el que aparece el sufijo (cuarto procedimiento) -azo: perrazo:
LACAYO
2.- Ríndete, perro, Mahoma. FELISARDO.-
(Ap) Cielos, ¡quien me adora toma Tanta
venganza en mí!. LACAYO
3.- Ea, perrazo, está quedo.
Y
en esta misma obra (1946:335) Carrillo llama perrona,
primero, y galga (procedimiento
de alternancia semántica), después, a la supuesta esclava Celia:
CARRILLO.-
Calla, perrona. .................................................... CARRILLO.-
Galga, agradezca que plugo A
su dicha, que un verdugo Tuviese
tan noble en mí.
Una
pretendida confusión en el axiológico es el orígen de esta intervención
del lacayo Martín a la esclava Rufina en El
premio del bien hablar (1946:497):
MARTÍN.-
No, perra... Perla quería Decir;
que tú lo eres mía.
Comentemos,
finalmente, sobre este tipo de vocativos que también pueden ser aprovechados
como insulto genérico a personajes que no pertenecen al grupo de los esclavos.
En estas ocasiones la intensidad del axiológico desfavorable se dobla.
Un ejemplo significativo tenemos en El
dómine Lucas (1946:55), cuando Fulgencio insulta a su propia hija
utilizando el vocativo perra:
FULGENCIO.-¿Eran,
Lucrecia, las honras estas, La
ponzoña comida, la triaca, El
decir disparates a concierto. El
no darle las manos a Rosardo?. ¿Qué
tienes con Fabricio? Dílo, acaba; Confiesa,
perra.
La
mentalidad de la época unía, a veces, la incivilización del receptor-esclavo
a su no pertenencia al ámbito religioso dominante. Esa es la explicación
al uso de bárbara que hace Belisa, con la mayor naturalidad del mundo, al hablar
con Celia:
BELISA.-
Entra, bárbara. (Lope
de Vega, Los melindres de Belisa,
1946:330).
Dentro
aún del dominio religioso, no podían faltar, claro está, las apelaciones
insultantes que se sirven del lexema diablo.
Decio, el capigorrón de El dómine
Lucas, dirige ese insulto al mesonero (1946:64):
DECIO.-¿Qué
importa si le llevé, Y
eso de vuelta sería? ¡Suelta,
diablo!.
y
en un contexto apelativo más extenso -que nos trae a la memoria alguna
de las variantes evocadas al analizar los apelativos dirigidos al lector
literario-, Cañizares, el viejo celoso (1982:152), dice así a la incordiante
vecina Ortigosa:
CAÑIZ.-¡Aquí
de Dios! ¿Qué no será posible que me deje esta Vecina? ¡Ortigosa, o diablo, o vecina, o lo que eres, vete con Dios y déjame en mi casa!.
Las
estructuras buen hombre, hombre de bien,
etc. obtienen su réplica axiológica en otras como hombre del diablo (utilizada, por ejemplo, por el galán Camilo al
dirigirse a Urban, el escudero de Leonarda en La viuda valenciana y por el gracioso Dato al hacer lo propio con
Franco de Sena en San Franco de
Sena de Moreto) u hombre de
Satanás (utilizada, por
ejemplo, por don Martín de Herrera al hablar con el escudero Chichón en
De fuera vendrá... ):
CAMILO.-Decid,
hombre del diablo, ¿qué habéis hecho A
aquestos caballeros?. (1946:81).
DATO.-¿Estás
loco, hombre del diablo?. (1950:128).
DON
MARTIN.-Calla, hombre de Satanás. (1950:128).
Estructural
y semánticamente, no están muy alejados de éstos los vocativos
mujer de Barrabás y hombre de
Barrabás. El primero lo hemos hallado en San Franco de Sena (1950:136)
y está dicho por Dato a Lesbia; el segundo forma parte de los comentarios
del criado Tarugo al caballero en No puede ser ... (1950:206), también de Moreto:
DATO.-Mujer
de Barrabás, aguarda, espera.
TARUGO.-
Tente, hombre de Barrabás, ¿Qué
es lo que intentas?. Aguarda; ¿No
ves que el mal no me ha dado Porque
encubiertas estaban?.
Con
el vocativo fariseo se mantiene la rentabilidad de los tópicos bíblicos a la hora
de insultar a alguien, a pesar de que su uso no estuviese precedido siempre
de una acertada comprensión, como queda demostrado en este gracioso diálogo
entre el regidor y el escribano del Entremés
de la elección de los alcaldes de Daganzo (1982:76):
ALONSO
ALGARROBO, regidor.- -No
más, so escriba. PEDRO
ESTORNUDO, escribano. ¿Qué
escriba, fariseo?.
El
barrete era una especie de gorra que había pasado de moda desde el siglo
XVI, pero seguían conservando los judíos, con lo que se convirtió en una
especie de distintivo. Desde estos parámetros debe interpretarse su utilización
con fines insultantes en el final del Entremés
del retablo de las maravillas (1982:126). Lo dice un furrier de compañías
a los allí presentes:
FURRIER.-
Canalla barretina: si otra vez me dicen soy dellos, no les dejaré hueso
sano.
6.2.
insultos referidos a la calidad mental
Falta
de inteligencia y falta de cordura constituyen las dos parcelas típicas
de la depreciación relacionada con la calidad mental del interlocutario.
No se puede decir que sean, con todo, totalmente independientes, ya que
ambas pueden coaparecer al mismo tiempo en determinados campos apelativos.
Así sucede con la mentecatez o mentecatería, si nos atenemos a las definiciones
académicas. El Diccionario de Autoridades
define "mentecatería" como "necedad, tontería, falta de
atención o reparo" y "mentecato"
como "loco, falto de juicio, privado de razón". La otra
edición más reciente del Diccionario
de la Real Academia, sin embargo, propone la siguiente definición
para "mentecatería": "necedad, tontería, falta de juicio",
y para "mentecato": "tonto, fatuo, falto de juicio, privado
de razón". La tendencia a la imbricación de las dos parcelas parece
clara en los dos casos, así como su trascendencia a los textos literarios
que hemos podido consultar. El criado de Trampagos en el
Entremés del rufián llamado Trampagos (1982:59), Vademecum, es llamado
por su amo mentecato a lo que
responde, precisamente, invocando la veracidad de sus afirmaciones, esto
es: lo acertado de su juicio:
TRAMPAGOS.-¿Quién
te mete a tí en esto, mentecato?. VADEMECUM,
su criado.- Acredito verdades.
Más
tarde se decide él mismo a dirigir este vocativo a unas mujeres allí presentes
(1982:60). Una vez más las relaciones jerárquicas se implican unas a otras
y consiguen reproducir vocativos similares en distintas gradaciones sociales:
VADEMECUM.-
El refrán vino aquí como de molde; ¡Tal
es de Dios el sueño, mentecatas!.
El
grado de consciencia cotidiana acerca de las significaciones de este apelativo
hace que Garcerán, en El bobo del
colegio (1946:191) lo utilice como réplica a sus interlocutores, quienes
le habían considerado, momentos antes, como una persona ingenua e inexperta:
GARCERÁN.-¿Teneisme
por novato, mentecatos?.
Uno
de los fragmentos más simpáticos de nuestro teatro del Siglo de Oro se
origina, curiosamente, con el uso del apelativo mentecato.
Finea, la famosa dama boba de Lope (1946:306), llama así a su propio padre,
creyendo en la bondad de este tratamiento, tal y como le había hecho creer
su maestro de danza, rectificando el insulto que había proferido sobre
ella, harto de las torpezas de su hasta ese momento alumna:
FINEA.-¡Oh,
padre mentecato y generoso! Bien
seas venido. OCTAVIO.-¿Cómo
mentecato?. FINEA.-Aquel
maestro de danzar me dijo Que
era yo mentecata, y enojéme; Mas
él me respondió que este vocablo Significaba
una mujer que riñe, Y
vuelve luego con amor notable; Y
como vienes tú riñendo agora, Y
has de mostrarme amor en breve rato, Quise
llamarte mentecato. OCTAVIO.-Pues,
hija, no creáis a todos los hombres. No
digáis ese nombre; que no es justo.
La
bimembralidad apelativa hace yuxtaponer, a veces, núcleos aparentemente
tan dispares como son mentecato
y trovador de Judas, con la
finalidad de aunar a un tiempo el descredito mental y el ético-religioso,
tratado con anterioridad:
-¡Allá
irás, mentecato, trovador de Judas, que pulgar te coman los ojos!. (Cervantes, La ilustre fregona, 1981:141).
También
la suma de dos vocativos diferentes puede producir una relativa simbiosis
de la parcela mental relacionada con la inteligencia y de la relacionada
con la cordura, tal y como sucede en esta transición apelativa incluida
en un diálogo de La viuda valenciana
(1946:69) que tiene por actantes únicos a Leonarda, la moza viuda,
y a su criada Julia:
LEONARDA.-Loca,
¿en qué andas?. JULIA.-
Ya vengo a ver lo que mandas. LEONARDA.-
Guárdame en fray Luis. JULIA.-
Viéndote en esos traspasos, No
será mucha lisonja Apostar
que de ser monja No
has estado dos mil pasos; Aunque,
como me nombrabas A
fray Luis cuando salí, En
verdad que colegí Que
solo un fraile me dabas. LEONARDA.-
No son para tus rudezas, Necia,
razones tan altas.
La
siguiente conversación entre Tomé y don Félix, incluida en
El galán de la Membrilla (1965:302),
vuelve a informarnos indirectamente sobre la inconstancia de los límites
de una parcela y otra al defender esta curiosa relación semántica entre
necio y majadero: TOMÉ.-¿Mas
que no sabes, señor, por
qué llaman en España Majadero
a un necio?. DON
FÉLIX.-Extraña pregunta;
pero, en rigor, debe
de ser porque muele. TOMÉ.-
A una mano de mortero, ¿no
le llaman majadero? DON
FÉLIX.- Ese nombre tener suele. TOMÉ.-
Pues es porque eternamente se
dobla; y como pasar tieso
un hombre es enfadar, queda
diciendo la gente: "¡Qué
tieso va el majadero!". Haciendo
comparación de
un necio con almidón a
una mano de mortero.
Las
acciones violentas o la actitud supuestamente al margen de lo considerado
normal pueden ser la causa de llamar a alguien loco,
loca, o majadero, majadera.
De hecho, esos son los motivos fácilmente deducibles de estos dos ejemplos:
GERARDA.-¡Golpes
en mi casa, loco! (Lope
de Vega, La discreta enamorada,
1946:161).
LUPERCIO.-
Ten, majadero, el furor. (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro,
1946: 101).
BELISA.-Loca,
es un hombre muy rico, Y
esta casa está sin hombre: Seráte
padre en el nombre. (Lope
de Vega, La discreta enamorada,
1946:158).
Lógicamente,
la reacción mostrada por los insultos no tiene porqué acabar en la mera
emisión del mismo. La reacción también es interreacción locutiva. El
acero de Madrid (1946:376): MARCELA.-
Véte, loco. RISELO.-¿Loco?
Muy cuerdo soy ya. Teodora
tiene secretos Que
me despiquen de ti.
"Hablar
sin saber" constituye otra de las causas en las que se sustenta una
imprecación insultante:
DUQUESA.-
Calla, necia; Que
no sabes lo que pasa. Hoy
se abrasará mi casa, Y
he de ser otra Lucrecia. (Lope
de Vega, El Molino,1946:23).
Dirigirse
a un criado con la variante apelativa ignorante es de lo más normal
a la hora de expresar los límites del deber saber y del deber no-saber
en una sociedad como la del siglo oro español:
OTAVIO.- ¿Cómo
son?. DON
ALONSO.- Pues, ignorante, ¡yo había Aunque
de hambre muriese, De
pedirte que me diese Cosa
alguna, a quien solía Negalle
la hacienda mía, Ni
dalle tanta venganza!. Esa
vergüenza te alcanza?. ¿Tienes
seso?. (Lope
de Vega, Las flores de don Juan, 1946:431)
LUCINDO.-
Calla, ignorante. ¡Ah
mi bien, ah mi Gerarda!. (Lope
de Vega, La discreta enamorada,
1946:161).
ROSARDA.-
Ignorante, ¿Queréis
quitar delante? (Lope
de Vega, El alcalde mayor, 1952:44).
El
campo semántico-lexicográfico bobo/boba
es uno de los más extensos del Diccionario
de Autoridades. La primera acepción del lexema-base dice así: "La
persona necia, de poco entendimiento y capacidad". El gracioso Mosquito,
por ejemplo, llama boba a la
criada Beatríz con la intención de hacerla reaccionar ante el probable
provecho que les espera de las peripecias en curso:
MOSQUITO.-
Calla, boba, que don Juan, Que
es a quien le va la vida, Lo
ha de pagar por entero, y
de la paga la liga tomarás
tú y yo la media. (Moreto,
El lindo don Diego, 1983:108).
Boba
llama también Pancracio a su esposa Leonarda, en el
Entremés de la cueva de Salamanca (1982:136), ante la insistencia
de ésta por reclamar comprobantes de la verdadera personalidad del primero,
con el único animo de ganar tiempo para poder arreglar la comprometida
situación en la que se encuentra:
PANCRACIO.-
¡Ea, boba, no seas enfadosa, Cristinica se llama! ¿Qué
más quieres? (1982:136).
Para
guardar las apariencias, Justina, molesta con el chivatazo que el mozo
había dado a la vieja con la que negocia la pícara, a propósito de la
ilícita procedencia de la burra, le hace creer a éste que todo había sido
una broma y que el animal era de su absoluta pertenencia. El vocativo
hideputa bobo que dirige Justina
al muchacho persigue un doble objetivo: reprenderle por su credulidad,
primero, y destacar su infidelidad, después:
-Señora,
con su licencia me quiero enojar: hideputa bobo, )y tan
presto creiste lo que te dije por burla, que esta burra no era
la nuestra?. (López de Ubeda, La
pícara Justina, 1950:121).
La
felicidad en la ignorancia es un tópico a la hora de definir la simpleza
de determinados personajes. Esta es la idea que lleva Nise al conversar
de esta forma con su hermana Fienea, una de las bobas más famosas, si
no la más, de la historia del teatro español: NISE.-Quitaréte
dos mil vidas, Boba
dichosa. (Lope
de Vega, La dama boba, 1946:308).
Por
otra parte, cuando, en esa misma página, su propio padre la llama bestia
no quiere resaltar su rudeza física o comportamental, sino, sobre todo,
su cándida ingenuidad -por calificarla de alguna manera-, hecho que queda
demostrado por la interrogación precedente al enunciado que integra la
apelación:
OCTAVIO.-¿Hay
ignorancia tal? Pues dime, bestia, ¿Otra
vez le abrazabas?. (1946:308)
El
labrador García, atendiendo a consideraciones similares, llama bestia
a su porquerizo Bras, que no se queda conforme con el tratamiento tan
poco halagador. Son ambos, como sabemos, personajes de Del rey abajo, ninguno (1982:21):
GARCÍA.-¡Quita,
bestia! BRAS.-El
bestia sobra.
Diferente
y más adecuado con el significado primario de esta expresión insultante
es el uso dado en estos dos fragmentos pertenecientes, respectivamente,
a La misma conciencia acusa, de Moreto (1950:103), cuando Laureta habla
al villano Tirso, y a El galán de
la Membrilla (1965:318)
durante el conversar de don Félix y el labrador Tomé. No es precisamente
fruto de la casusalidad que en ambas situaciones el insulto (y este insulto
en concreto) sea dirigido a una persona relacionada con el ámbito rural:
TIRSO.-
Mira, ahorcate, y verás Como
lo que digo es cierto. LAURETA.-Bestiaza.
DON
FÉLIX.-¡Tente, bestia! ¿Golpes
te das en los pechos?
Citemos,
finalmente, otras tres variantes vocativas en las que se focaliza la ingenuidad
y la necesidad: simple, tonto y pazguata.
Para las dos primeras baste leer este fragmento de De
fuera vendrá... (1950:69):
DOÑA
CECILIA.-¿Qué es lo que dices, simple? CHICHÓN.-
Aquí está el uno. (Saca
el licenciado) LICENCIADO.-¿Qué
haces, tonto?.
y
como ejemplo de la tercera (junto a otras apelaciones axiológicas), aquí
tenemos estas frases salidas por boca de la Repulida del Entremés
del rufián viudo llamado Trampagos (1982:61):
LA
REPULIDA.-¡Oh mi Jesús! ¿Qué es esto? ¿Contra
mi la Pizpita y la Mostrenca?. ¿En
tela quieres competir conmigo, Culebrilla
de alambre, y tú, pazguata?.
6.3.
insultos referidos a la calidad moral
Es
normal que las restricciones vitales de la época, según nos son presentadas
por los textos utilizados, que inevitablemente deforman y parcializan
la verdadera realidad, derivasen, por lo que a las apelaciones depreciativas
se refiere, en reprimendas ético-morales, ya fuesen dirigidas al mal comportamiento
verbal, al mal comportamiento sexual o al mal comportamiento general del
alocutario. En comparación con éstas, pocas eran las valoraciones apelativas
generadas desde el prisma de la calidad física, auque eso no signifique
ausencia de las mismas. Menguado, por ejemplo, llama un caminante a Cabellera, aludiendo a
su estatura, en Entre bobos anda
el juego (1982:140). Mujer relamida
llama Garcerán a Fulgencia en El
bobo del colegio (1946:193), lo que nos proporciona, además, una interesante
información sobre el prototipo de belleza física aparentemente vigente
en unos momentos en los que el guardainfante era pieza básica del vestuario
femenino. En El celoso extremeño
(1981:97) se nos recuerda la vejez como uno de los rasgos axiológico-negativos
tradicionales, en una narración en la que se nos alude a unos vocativos
que no pueden por menos que traernos a la memoria los recibidos por la
proto-alcahueta Celestina:
Entreoyeron
las mozas los requiebros de la vieja, y cada una le dijo el nombre de
las pascuas; ninguna la llamó
vieja que no fuese con su epicteto y adjetivo de hechicera y de barbuda,
de antojadiza y de otros que por buen respeto se callan.
Sin
perjuicio del uso que hagamos de los rasgos propuestos por Montes Giraldo,
hemos dividido las casuas promovientes de los insultos ético-morales en
cuatro apartados: 1. por apariencia, 2. por defecto, 3. por exceso y 4.
por desvío. Al primer grupo pertenecen aquellos insultos que se lamentan
de la transgresión de la verdad. En el segundo incluiríamos las variantes
que tienden a resaltar la falta de alguna característica en el alocutario,
como por ejemplo, la falta de hombría o de gratitud. Los insultos que
representan el excederse en algún comportamiento conforman el tercero,
y el cuarto estaría compuesto por los vocativos depreciativos en los que
el rasgo sémico focalizado es básicamente el de desvío de lo considerado
normal o adecuado para una situación concreta. Optamos por hacer adscripciones
a uno u otro grupo de todas las variantes unimembres específicas, a pesar
de que somos conscientes de que existen interconexiones que soslayaremos
en aras de una mejor descripción. En cuanto a las variantes relacionadas
semántico-pragmáticamente con pícaro las estudiaremos como genéricas
por ser los más claros ejemplos de esas interconexiones sémico-apelativas,
a las que habría que añadir, sin lugar a dudas, alguna otra procedente
de la dimensión social. Los vocativos con estructura plurimembre combinan,
lógicamente, las distintas especificidades, esto es: las cuatro causas
promovientes destacadas, aunque puede suceder también que la combinación
se haga por repetición de alguna de ellas: 1.
Por apariencia. Tanto los comportamientos hipócritas como los pronunciados
falsos juegan con las posibilidades categoriales de la veridicción
En el primer caso se produce una inadecuación entre el SER y el
PARECER, mientras que en el segundo estamos ante la manifestación normal
de los procesos situados en el lateral inferior del cuadrado semiótico:
NO-SER y NO-PARECER. En ambos casos estamos ante las constantes fundamentales
de la depreciación apelativa por apariencia. Fingida
llama Lucindo a Gerarda al tratar asuntos prematrimoniales en La
discreta enamorada (1946:161): LUCINDO.-¿Tú
con mi padre, fingida, Has
tratado casamiento?.
La
variante embustera aparece, por ejemplo, en El
caballero, de Moreto (1950:309). Los interlocutores son dos criados:
Manzano e Inés:
MANZANO.-Toca,
embustera, esos huesos.
Entre
las siempre jugosas narraciones de Lázaro de Tormes, hay una en la que
se nos informa del insulto falsario:
Y
esa noche, después de cenar, pusiéronse a jugar la colación él y el alguacil.
Y sobre el juego vinieron a reñir y a haber malas palabras. El llamó al
alguacil ladrón y el otro a él falsario.
2.
Por defecto. La animalización de las personas es una de la técnicas típicas
para la constatación de valoraciones negativas, y gallina una de sus variantes
preferidas para designar a la persona poco valerosa:
MARIN.-
Temblando voy, Garcerán. GARCERAN.-
Entra, gallina. (Lope
de Vega, El bobo del colegio).
Otros
apelativos se ahorran la metáfora y prefieren marcar directamente esa
cobardía, pudiendo ir acompañado el defecto de otras causas promovientes,
como en este ejemplo de El dómine
Lucas (1946:55):
FABRICIO.-
Déjate de razones, vil cobarde; Que
tal satisfacciones llegan tarde.
La
debilidad de espíritu (o la pasividad, falta de hombría y personalidad,
como dice Montes Giraldo) también es el rasgo fundacional del insulto
mandilón, descrito por el Diccionario
de Autoridades como "hombre de poco espíritu y cobarde":
MONTILLA.-
Pues, mandilón, ¿tú conmigo?. (Tirso
de Molina, Bellaco sois, Gómez,
1971:292).
Si
Tomé, personaje de El galán de la
Membrilla (1965:336), se sorprende tanto de que Tello le llame cuitado
es precisamente por significar persona acongojada y poco activa:
TELLO.-¡Hola,
cuitado! ¿Qué es esto?. TOME.-¿Cuitado
yo? ¡Vive Dios, que
está borracho don Félix! ¿Hablaste
ya con Leonor?.
El
siguiente fragmento de Saber del
mal y del bien (1944:32) nos sirve para observar por una parte el
uso del vocativo ingrato y por otra para valorar en su justa medida las curiosas evoluciones
que se producen para convertir una valoración narrativa en valoración
apelativa, lo que supone un inevitable esfuerzo condensador y una no menos
inevitable focalización de algunos rasgos semánticos y hasta de algún
lexema concreto, como sucede en este caso, puesto que el término ingrato
ya había aparecido en el cuarto verso:
CONDE.-¿Pues
cómo desta manera Te
vas, sin que el labio abras?. Tu
mismo sepulcro labras, Si
nombre de ingrato cobras: ¿Qué
he de esperar de las obras De
quien niega las palabras? No
me ofendo, antes me obligo De
que en desdichas tan graves Vuelvas
la espada, pues sabes Que
está segura conmigo. ¿Así
te vas, y de amigo Borras
los ilustres nombres?. Pues,
Alvaro, no te asombres Diga
la fama importuna, Que
en buena o mala fortuna, Las
dichas mudan los hombres ¡Vive
Dios, que has de escucharme; y
ya que no merecí Otro
galardón de tí, Que
no has de poder quitarme Este
punto de quejarme!. ¿Eres
tú aquel a quien yo Quise
tanto? ¿el que me dió Palabra
de que por mí Volvería
asusente?. DON
ALVARO.- Sí CONDE.-¿Y
no te disculpas? DON
ALVARO.- No CONDE.-
¿Pues por qué, ingrato, por qué Conoces
el beneficio Para
negarle? ¿Es indicio De
lealtad, amor y fe?.
Como
transición al punto tercero deseamos mencionar el uso especial de desventurado
en el Entremés de la elección de
los alcaldes de Daganzo (1982:80), dado que, aun siendo un vocativo
en principio identificable como por defecto, lo cierto es que Cervantes
lo inscribe en un contexto opuesto: exceso y falta de discreción en el
hablar:
RANA.-
Dime, desventurado: ¿qué demonio se revistió en tu lengua? ¿quien te mete
a sí en reprehender a la justicia? ¡Has tú de gobernar a la república?
Métete en tus campanas y en tu oficio. Deja a los que gobiernan; que ellos
saben lo que han de hacer, mejor que no nosotros. Si fueran malos, ruega
por su enmienda; si buenos, porque Dios no nos lo quite.
3.
Por exceso. Siguiendo con el argumento final del anterior apartado hay
que recordar que el término hablador existe como insulto en esta época
y su intención es la de recriminar el exceso de impertinente locuacidad:
JULIA.-
Escucha un poco, hablador. (Lope
de Vega, La viuda valenciana,
1946:78).
FLORIANO.-
¡Ea, no más, hablador! Que
si otra espada tuviera, Echado
a mis pies te hiciera Confesar
tu loco error. (Lope
de Vega, El dómine Lucas, 1946:64).
Las
restricciones sociales intervienen en estos asuntos para recriminar a
quienes están colocados por debajo en la escala social pertinente por
sobrepasarse en su supuesta capacidad de réplica. Sobre este tema ya tuvimos
la oportunidad de expresar alguna consideración en otro momento de este
trabajo. Un nuevo ejemplo es el filósofa
cruel y académica villana dirigido, en Al
pasar del arroyo (1946:404), por la dama Lisarda a la "altanera"
labradora Jacinta, con revestimientos invocativos:
LISARDA.-
¡Oh filósofa cruel y
académica villana! El
mundo viene a enmendar, Cuando
ya el mundo se acaba.
En
el límite del exceso locutivo está el depreciativo insolente,
que es el elegido por Leonarda para recriminar a su lacayo en una obra
con título emblemático en cuanto al tema que venimos tratando:
LEONARDA.-
Vete, insolente. (Lope
de Vega, El premio del bien hablar, 1946:49).
y
también burlador: LAURA.-
Aguárdame, burlador. (Lope
de Vega, El Molino, 1946:26).
El
exceso en el comportamiento no-verbal también tiene su parcela de apelación,
representada por fórmulas como atrevido.
Leonarda se enfada al ser tocada por Fulgencio en El
dómine Lucas (1946:58), en tanto que Leocadia hace lo propio por las
acciones de Rodolfo, quien, según ella, no actúa conforme a los que era
de esperar según su edad, lo que sucede en La
fuerza de la sangre (1981:44):
-Atrevido
mancebo, que de poca edad hacen tus hechos que te juzgue, yo te perdono
la ofensa que me has hecho con sólo que me prometas y jures que, como
la has cubierto con esta escuridad, la cubrirás con perpetuo silencio
sin decirla a nadie.
Acabamos
con una breve referencia al insulto borracho
dirigido por Pedro Pantoja a su criado Guijarro. Esta apelación era para
un español del Siglo de Oro, si seguimos las afirmaciones de José Calvo
(1989:31) "uno de los peores insultos que podían lanzársele":
PANTOJA.-
Guarda la calle, borracho; Que
un hombre solo no veo. (Moreto,
Las travesuras de Pantoja, 1950:395).
4.
Por desvío. Si algo va quedando claro de cuanto venimos diciendo en esta
parte de la investigación es la preocupación de la sociedad española de
la época por la cortesía. Las infracciones estaban penalizadas sobre todo
con dos apelativos concretos: grosero
y villano. La segunda acepción ofrecida por el Diccionario de Autoridades para el primero dice: "significa tambien
descortés y que no tiene urbanidad ni política" y la segunda de villano:
"se toma assimismo por rústico o descortés":
LUCINDO.-
¿Y eso pudo Pedir
tu lengua, grosero?. (Lope
de Vega, La discreta enamorada,
1946:177).
PRUDENCIO.-
A tí te busco, villano. LISARDO.-
¡Villano a mí! Si no fueras De
tu edad. PRUDENCIO.-
El que es hidalgo No
hace infames los hombres De
mi sangre y de mis años. (Lope
de Vega, El acero de Madrid,
1946:386).
Infame,
precisamente, es aplicado para echar en cara al interlocutor la deshonra
o la baja reputación a la que presumiblemente le han conducido sus actos
o sus dichos. He aquí un ejemplo en el que curiosamente la reacción del
alocutario se centra en reafirmar su calidad religiosa pero margina cualquier
comentario ante el insulto del bachiller:
EL
BACHILLER PESUÑA.- ¿Tú presbítero, infame?. UN
SOTA-SACRISTÁN.- Yo presbítero, O
de prima tonsura, que es lo mismo. (Cervantes,
Entremés de la elección de los alcaldes
de Daganzo, 1982:80).
En
esta otra mención, extraída de Los
locos de Valencia (1946:115), la referencia al calificativo infame
se coloca en un contexto de interconexión entre la propia infamia y la
traición:
LEONATO.-
Lo que un hidalgo ofendido. Huirá
de verse en la plaza, Por
tener al vulgo miedo, Que
señala con el dedo, Y
con la lengua amenaza, Llamárare
hija infame, Y
a mí criado traidor. ERIFELA.-
Loca, si sabe de amor, Te
aseguro que me llame.
La
impertinencia mal intencionada es el motivo generalmente presente a la
hora de utilizar vocativos como malicioso,
malino o hi de malicias,
variantes próximas, además, a la recriminación por falta de discreción
al hablar:
INÉS.-
Calla, malicioso, y mira Que
es Juana mujer honesta. (Lope
de Vega, Los Tellos de Meneses, 1946:527).
VADEMECUM.-
¿De aguardiente?. TRAMPAGOS.-
Pues ¿tanto huelo yo, hi de malicias?. VADEMECUM.-
A cuatro lavanderas de la puente. Puede
dar quince y falta en la colambre; Miren
qué ha de llorar, sino agua-ardiente. (Cervantes,
Entremés del Rufián viudo llamado
Trampagos, 1982:60).
-¿Casada
yo, malino? -respondió la Cariharta- ¡Mira en qué tecla toca! ¡Ya quisieras
tú que lo fuera contigo, y antes lo sería yo con una sotonía de muerte
que contigo!. (Cervantes, Rinconete
y Cortadillo, 1981:264-265).
Crueldad,
ruindad y bellaquería (bellaco
es definido por el Diccionario de
Autoridades, entre otras cosas, como ruin) constituyen otra serie
de dimensiones comportamentales frecuentemente criticadas por medios vocativos.
Entre los ejemplos que reproducimos a continuación cabe destacar el uso
de la estructura adjetivo+hombre, cuya rentabilidad hemos venido apreciando
en casi todos los apartados estudiados:
PEDRO.-¡No
he de creerte, cruel!. (Fco.
de Rojas, Entre bobos anda el juego,
1982:150).
BELARDO.-
El que hoy aquí, Ruin
hombre, me habeis tomado. (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro,
1946:108).
SABINO.-
¡Fuera, bellacos! ¿Qué es esto? ¡A
Lupercio, mi señor!. (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro,
1946:101).
La
alcahuetería es casi por definición un estado tendente al (o promoviente
de) desvío; por eso los discursos de estos encubridores suele ser de medias
palabras y sobreentendidos, como queda de manifiesto en la respuesta que
Lisarda da a Marín, el escudero (los criados y sirvientes son los intermediarios
típicos en el teatro de nuestro Siglo de Oro) de Garcerán, en este fragmento
de El bobo del colegio (1946:184):
MARIN.-
Oye una cosa, La
más nueva y prodigiosa Que
ha visto el mundo, por Dios. LISARDA.-
Alcahuete, ya te entiendo.
No
siempre sienta bien ser receptor de estas denominaciones; eso le sucede
al villano gracioso Mendo en Los
Tellos de Meneses (1946:543-545):
LAURA.-Pues
esta vez La
ciudad, Mendo alcahuete. MENDO.-¿Yo
alcahuete?. ................................................... MENDO.-¿Qué
áspid, tigre o serpiente, Qué
caimán o cocodrilo, Pisados
o heridos, vuelven Con
tal furia como Laura Contra
mi pecho inocente, Diciéndome
que yo era...? ¿Dirélo?. TELLO.-Dilo MENDO.-
Alcahuete, Que
te llevaba a León Para
que sus damas vieses.
A
la incorrección dentro de los límites del matrimonio o fuera del mismo
se le adjudica apelaciones distintas, claro está. Para el primer caso
es típico el insulto adúltera, y algo menos adúltero, ya que la penalización era sufrida
verdaderamente por la mujer y en mucha menor medida por el hombre:
LUPERCIO.-
Suelta, adúltera, resuelta En
la infancia de mi honor. (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro,
1946:103).
y
para el segundo puede servir daifa que denuncia los casos de amancebamiento, tan normales, al parecer,
en aquella época:
-No
se me enoje, daifa, que vengo enfermo de vómitos. (López
de Ubeda, La pícara Justina,
1950:61).
Mucho
más cercanos al ámbito del desvío social, aunque sin olvidar el moral,
son los vocativos mal nacido
(La pobreza estimada, de Lope, 1952:152) y malogrados (La pícara Justina,
1950:121), o el impresionante hijo
de cien cabrones y de cien mil putas con que un pendenciero insulta
a Estebanillo González (1950:289). La crudeza del mundo representado por
la novelística picaresca abona especialmente, como puede verse, este tipo
de apelativos:
LEONIDO.-
Espérame, mal nacido. RICARDO.-
Mientes.
-Ya
vio la vieja que le era partido el descubrirse. Desmantóse de súpito,
y medio deletreando, por falta de dientes, dijo: ¿Qué me queréis, malogrados?.
Alzó
el grito diciéndome: Hijo de cien cabrones y de cien mil putas, ¿piensas
que soy San Lorenzo, que me quieres quemar vivo?.
5.Variantes
semántico-pragmáticas de pícaro.
La intersección de variables sociales y morales, así como la intersección
de los tipos de cada uno de estos grupos entre sí, conforman la genericidad
de los vocativos relacionados con el campo semántico de pícaro.
Las variantes principales en este sentido son, en nuestra opinión: pícaro,
picaño, bergante, belitre,
bordión y bribón. Estudiantes
y criados son los receptores prioritarios de estos vocativos. El Diccionario
de Autoridades muestra estas cuatro acepciones para el caso de pícaro:
1. bajo, ruin, doloso, falto de honra y vergüenza, 2. dañoso y malicioso,
3. astuto, taimado y que logra lo que quiere con arte y disimilación y
4. chistoso, alegre, placentero y decidor.
En
El licenciado Vidriera (1950:252), Gerundio llama a Celia pícara:
GERUNDIO.-
Espera, pícara, espera; Que
de ese pecho el escollo, En
que se alberga una fiera, He
de ablandarte siquiera.
Millán,
otro criado, esta vez el del Don
Juan de Trampa adelante (1950:144) de Moreto, es así llamado en un
contexto despectivo:
DON
JUAN.- Aparta, pícaro.
También
la estratificación, como tantas veces hemos comentado, llega al mundo
de la servidumbre, porque este mismo Millán llamará pícaro
a su vez al paje Manuelico:
MILLAN.-
Pícaro, ¿ahora Vienes,
al cabo de un hora? ¿Te
estabas jugando el bote?.
El
comprometido tema de la canción y su doble intención hace que don Félix
llame pícaros a unos músicos,
en El galán de la Membrilla
(1965:348):
DON
FÉLIX.- Pícaros, ¿de aqueste modo se
cantan infamias tales?.
La
doble condición del estudiante en relación a la pícara Justina (persona
de mayor formación pero que intenta sobrepasarse con ella) es lo que se
expresa en la estructura vocativa señor
picarón:
Como
me quiso tocar en lo vivo, avivé, y rechinando como centella, le respondí.
Eso no. Tate, señor picarón, y dile un muy buen golpe en los dedos, yo
apelo, a lo menos suplico del tribunal de su injusticia al de su demencia
(1950:89).
Lo
que no sucede con la intención subyacente a la misma apelación dicha por
Marcela a Beltrán, criado, en El
acero de Madrid (1946:377):
MARCELA.-
¿Oye, señor picarón?. No
haya miedo que ansí sea, Aunque
un siglo no me vea; Que
tengo honor y razón.
Fuera
del señorearse también aparece esta variante semántica, por ejemplo en
La fuerza del natural, en donde
Julio llama picarón a su criado:
JULIO.-
Quitáos allá, picarón. (1950:217).
El
término picaño mantiene la raíz léxica de las variantes anteriores, aunque
semánticamente adjunta, si hacemos caso al primer diccionario académico,
ciertos matices específicos: "andrajoso" y "holgazán",
relacionados, respectivamente, con el aspecto físico y con la productividad
laboral. La servidumbre vuelve a ser el objeto básico de estas imprecaciones.
Dice don Félix a su criado Gastón:
DON
FÉLIX.-Pues, picaño, No
se os olvida la bota Ni
para vuestros regalos La
bien prevenida alforja, ¿Y
mi ejecotoria sí?. (Lope
de Vega, Quien ama no haga fieros,
1946:446).
Con
todo, también hay ejemplos de su utilización, con otros grupos sociales:
en El galán de la Membrilla
(1965:342), don Félix llama así al labrador Tomé:
DON
FÉLIX.-¿Cómo te fuiste, picaño aquella
noche?.
La
definción de belitre es : "pícaro, ruín, de poco o ningun valor y estimación,
y de viles procederes". Lo dice la criada Isabel al criado Mayo:
ISABEL.-
Con mucha honra, belitre. (Lope
de Vega, Al pasar del arroyo, 1946:402).
Bergante
ya de por sí presupone una intensificación de los valores de picardía,
puesto que se dice que significa "lo propio de Picarón", añadiéndose
poco más tarde: "sin vergüenza, de malas costumbres y condición,
no solo vil, sino perversa y maliciosa". El carácter es doblemente
intensivo en el caso de ser utilizado el vocativo bergantón:
JULIO.-No
hay dudas, llamómelo Como
tres y dos son cuatro. ¡Bergantón!. (Moreto,
La fuerza del natural, 1950:209).
El
Diccionario de Autoridades no recoge el término bordión, aunque
sí el femenino bordiona, aplicado a la mujer "fácil y torpe":
Anda,
bordión. (López
de Ubeda, La pícara Justina,
1950:125).
Cuando
el locutor quiere intensificar la improductividad laboral (presente ya
en la variante picaño) el vocativo
más adecuado es bribón. Dice
así el tantas veces mencionado diccionario: "el perdido que no quiere
aplicarse ni trabajar, sino andar de casa en casa, y de lugar en lugar
pidiendo limosna, y fingiendo pobreza, otro impedimento que le embaraza
el trabajar, que por otros nombres se llama pordiosero, tunante o gallossero".
Hemos detectado no sólo la estructura bribón,
sino también don bribón:
MESONERO.-
¡Por el Duque, don Bribón, Que
te deshaga la faz!. (Lope
de Vega, El dómine Lucas, 1946:62).
ROSARDO.-
(A Floriano).
¡Bribón! Yo
os he de cortar las piernas. (Lope
de Vega, El dómine Lucas, 1946:64).
El
alocutario del primer fragmento es Decio, un capigorrón, por lo que no
es de extrañar que en ocasiones el vocativo utilizado para denunciar las
actividades de este tipo de personajes sea meramente identificativo:
FLORIANO.-
Camine, capigorrón. (Lope
de Vega, El dómine Lucas, 1946:46).
6.
Estructuras plurimembres. A través de las estructuras vocativas insultantes
plurimembres los locutores pretenden (y consiguen) acumular, reiterar
o especificar parcelas de recriminación axiológica. Con la acumulación
se van sumando insultos pluridimensionales (relacionados con la mente
y con la moral, por ejemplo) o unidimensionales, pero con diversas causas
promovientes (desvío moral, por ejemplo). Finalmente la especificación
sirve, sobre todo, para conocer más detalladamente la orientación que
el locutor quiere que se dé a vocativos como pícaro
o bergante.
Las
acumulaciones mínimas son, naturalmente, las bimembres:
CARLOS.-
Calla, loco, bufón. (Moreto,
El desdén con el desdén, 1950:3).
DON
ALONSO.-Miradme, infame, bárbaro, a esta cara. (Lope
de Vega, Las flores de don Juan,
1946:419).
Ejemplos
trimembres encontramos en La discreta
enamorada (1946:175), con acumulación de defecto y de desvío, y en
Los embustes de Celauro (1946:106),
con acumulación de apariencia y desvío también:
DORISTEO.-
¡Ahora amores, falsa, vil, perjura! ¡Ahora
hechicerías! ¡Vive el cielo!.
LUPERCIO. Suelta,
¡maldígate Dios!. Villano,
vil, ignorante, O
quítateme de delante. Porque
haré, si me replicas, Lo
que Hércules cuando lisas De
Deyamira su esposa La
camisa ponzoñosa Le
trujo y de dió en presente.
Por
encima de los tres miembros la fuerza literaria de las acumulaciones de
tratamientos depreciativos es aún mayor y sólo aparece en momentos de
especial tensión dramática, como éste en el que el Príncipe de El
Molino (1946:22) se dirige en estos términos al conde:
PRINCIPE.-
Loco y atrevido estás, Y
es fuerza que yo lo sea. ¿No
bastaba ser mi gusto, Sin
que ya la ley lo impida, Y
el no quitarle la vida Por
el pasado disgusto?. ¡Infame,
vil, mal nacido, Traidor,
cobarde, sin ley!...
Siete
miembros tienen esta otra estructura apelativa en la que se acumula el
desvío mental, el exceso moral y el desvío moral:
CONDE.-
Loco, bárbaro, arrogante, Necio,
vil traidor, villano, Que
así es justo que te llame: Tu
lengua ha mentido, infame; Y
por no manchar la mano En
sangre tan vil, aquí Templo
la cólera mía. (Calderón,
Saber del mal y del bien, 1944:26).
Y
siete simples y una apelación oracional compleja esta otra en la que se
acumula, en cambio, el exceso (lisonjero)
y el defecto (inconstante) moral
con la apariencia igualmente moral (el resto):
NISE.-
Desvía, fingido, fácil, Lisonjero,
engañador, Falso,
insonstante, mudable. Hombre
que en un mes de ausencia (Que
bien merece llamarse Ausencia
de enfermedad) El
pensamiento mudaste. (Lope
de Vega, La dama boba, 1946:305).
Para
acabar con las acumulaciones vamos a reproducir este auténtico período
apelativo en el que se comprueba los relativos excesos lírico dramáticos
derivados de esta técnica de extensión:
LUPERCIO.-¡Ah
mujer fingida, Aspid
que entraste en mi pecho, Y
estás en el alma asida! Sanguijuela
de mi honor, Que
en él pegada, has sacado Toda
su sangre mejor: Fuego
de nieve disfrazado Pensamiento
de traidor, Amigo
vil que te alejas En
viendo pobreza y quejas; Víbora
que concebí, Que
para salir de mí El
pecho abierto me dejas; Rayo
que me has abrasado Dejando
sano el vestido; Enemigo
perdonado, Ingrato
que me has vendido, Y
deudo que me has negado; Enmascarada
homicida, Calentura
lenta asida Con
tan libio proceder, Que
no se echando de ver, Está
acabando la vida; Fuego
secreto sin llama, Que
nunca de abrazar cesa; ..........
.......... .......... (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro, 1946:103).
La
reiteración por desvío es la función de esta apelación de la que es responsable
don Lope Enríquez, personaje de El
caballero, de Moreto (1950:300):
DON
LOPE .- Espera, aleve, traidor.
Especificar
el porqué de llamar a alguien picaro
o bergante es la explicación a la bimembralidad de estas dos estructuras
vocativas (en ambos casos la especificación tiende a remarcar el supuesto
atrevimiento de quienes son calificados de esta manera y en ambos casos
los responsables interlocutivos son también los mismos):
JULIO.-
Bergante, atrevido. Anda
muy en hora mala. (Moreto,
La fuerza del natural, 1950:225).
JULIO.-
Pues picaron, atrevido. ¿Vos
con mi prima, y mi prima Con
vos? ¿Somos todos primos O
negros?. (Moreto,
La fuerza del natural, 1950:226).
7.
Variantes con mayor grado de creatividad. Únicamente vamos a hacer referencia
a tres ejemplos, con la intención de informar sobre el uso de motivos
y tópicos sociales y literarios en la creación de variantes especiales.
En los primeros hay que incluir los vocativos señor
cara de suegra y urraca en zuecos
en El bobo del colegio (1946:193 y 201), respectivamente:
GARCERÁN.-
Pues, señor cara de suegra, ¿Sabe
cómo le daré?.
GARCERÁN.-
Calláos, urraca en zuecos, Que
yo he de ser Garcerán, Si
ninguno quiere serlo.
y
entre los segundos, mi señor Beltenegros:
GERARDA.-
¡Oh qué gracioso fungir! Dígale
a su Durandarte Que
me suelo yo reir De
tretillas tan groseras. ¡Ah,
mi señor Beltenebros! (A Lucindo) ¿Para
qué son las quimeras?. (Lope
de Vega, La discreta enamorada,
1946:161). |
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