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5.
Sobre
algunas apelaciones que atienden al dominio laboral |
En
igual medida que por el mero hecho de existir, la esclavitud era
signo inequívoco de injusticia suprema por ser socialmente promocionada
y moralmente justificada tanto por parte de pensadores como por
parte de la iglesia. En España, los esclavos estaban dedicados principalmente
a labores domésticas, tal y como queda representado en sus apariciones
en los textos dramáticos consultados; cosa bien distinta era su
función en la América española. La proliferación de la esclavitud
en nuestro país, especialmente intensa en Sevilla, fue un hecho
estrechamente relacionado con la incuestionable tendencia al aparentar,
característica de algunos grupos sociales de por entonces. Personas
de raza negra y moros conforman las dos grupos étnicos más castigados
por esta depravante cotidianeidad. Junto con los esclavos, las actividades
domésticas y de servidumbre en general eran desarrolladas por un
número de criados que, según José Calvo (1989:56), podía llegar
en el Siglo de Oro a los doscientos mil, lo que suponía, por ejemplo,
que había más sirvientes que artesanos. Como caso anecdótico, recordemos
que el palacio del duque de Alba utilizaba cuatrocientos dormitorios
para los encargados del servicio doméstico.
Esclavitud
y servidumbre, precisamente, son los dos ámbitos sociales sobre
los que vamos a detenernos en este epígrafe, para atestiguar, parcialmente
(parcialidad extendida al uso de los apelativos axiológicos desfavorables,
que trataremos con posterioridad), el tratamiento apelativo que
se les concedía por parte de sus "amos" e incluso el que
se concedían a veces entre sí, y la confirmación de roles y valoraciones
de él derivado, y eso a pesar de las relativas sorpresas que sobre
este asunto nos deparan algunos fragmentos literarios en los que
el sirviente es tratado más como amigo y compañero que como tal.
Esta especie de estrabismo funcional consigue así neutralizar, en
ocasiones, las relaciones asimétricas gracias a la intensidad con
que se muestran las intenciones persuasivas. No olvidemos que el
esclavo y los domésticos en general contaban con un privilegio fundamental
para el tipo de argumentos pergeñados en el teatro del Siglo de
Oro y que convertían su lastimosa posición en la estructura macrosocial
en una, sin embargo, privilegiada colocación en los contextos microsociales:
tener acceso en cualquier momento a las interioridades de la hacienda.
Esta es la causa por la que el galán Loaysa llama hermano
Luis, hijo Luis e
incluso sólo Luis a un
criado negro al que trata de convencer para que le ayude a entrar
en la casa de su ama. El suceso se desarrolla, como es bien sabido,
en El celoso extremeño:
-Buen
remedio -dijo Loaysa-: procurad vos tomar las llaves de vuestro
amo, y yo os daré un pedazo de cera, donde los imprimiréis de manera
que queden señaladas las guardas en la cera; que por la afición
que os he tomado, yo haré que un cerrajero amigo mío haga las llaves,
y así podré entrar dentro de noche y enseñaros mejor que al preste
Juan de las Indias; porque veo ser gran lástima que se pierda una
tal voz como la vuestra, faltándole el arrimo de la guitarra; que
quiero que sepaís, hermano Luis, que la mejor voz del mundo pierde
de sus quilates cuando no se acompaña con el instrumento, ora sea
de guitarra o clavicímbano, de órganos o de arpa; pero el que más
a vuestra voz le conviene es el instrumento de la guitarra, por
ser el más mañero y menos costoso de los instrumentos (1981:75-76).
-Pues
a la mano de Dios -dijo Loaysa-; que de aquí a dos días tendréis,
Luis, todo lo necesario para poner en ejecución nuestro virtuoso
propósito; y advertir en no comer cosas flemosas, porque no hacen
ningún provecho, sino mucho daña a la voz (1981:77). -No
digo tal -dijo Loaysa-, ni Dios tal permita. Bebed, hijo Luis, bebed,
y buen provecho os haga, que el vino que se bebe con
medida jamás fue causa de daño alguno.
En
esta misma novela (1981:89), Leonora llamará también hermana
a su criada:
-Dame
albricias, hermana, que Carrizales duerme más que un muerto. ¿Pues
a qué aguardas a tomar la llave, señora? dijo
la dueña. Mira que está el músico aguardándola más ha de una hora. -Espera,
hermana, que ya voy por ella -respondió Leonora (1981:89).
Esa
especie de criado liante y todoterreno que es el gracioso, consigue
ser hermaneado por
sus señores. Curiosamente es un personaje éste al que se le permiten
comentarios y actitudes molestas sin recibir a cambio reprimendas
de consideración. D. Diego dice lo siguiente al famoso Mosquito
de El lindo don Diego
(1983:118):
D.
DIEGO.- Hermano, si ella es golosa, ¿téngola
yo de pagar?.
y
don Lucas dice al no menos conocido gracioso de Entre
bobos anda el juego Cabellera (1982:128): D.
LUCAS.-
Sí, señora, y
estoy en vuestro aposento, y
le he de ver de pe a pa. Alumbra,
hermano; miremos detras
de aquesta cortina.
Especialmente
atrayente es el vocativo hermano
mío que dirige nada más y nada menos que el Rey, presa de la
emoción del momento, a su escudero, en La
corona merecida (1946:243):
REY.-¡Ah,
hermano mío!, ¿Dónde
está Sol?.
Conforme
aumenta la dificultad del entramado argumental, parece aumentar
también la búsqueda de la amistad de los criados, tanto propios
como ajenos. Entre bobos anda
el juego es uno de esos intensos enredos en los que los sirvientes
aparecen como amigos. Don Luis llamará amigo a Carranza,
su criado, mientras que amiga será el vocativo dirigido
por Pedro a Andrea, criada de doña Isabel:
LUIS.-
¿Sabes cuál es su aposento, Carranza
amigo?. (1982:120).
PEDRO.-
Ruégala que me escuche, amiga Andrea; abona
tú mi fe. (1982:141).
Nuevo
ejemplo del intento de atraer la benevolencia del sirviente ajeno
hallamos en Las flores de don Juan (1946:420), cuando doña Constanza llama amigo
German al criado de don Juan: DOÑA
CONSTANZA.- Por necesidad le deja. ¿Es
monja, amigo German, Quien
hace flores tan bellas?,
y
otros del intento de persuasión de los propios criados en la llamada
de Leonarda, La viuda valenciana
(1946:84), a su escudero Urban y a su criada Julia:
LEONARDA.-Urban
amigo. ¿Cómo
solo desea suerte Con
la máscara en la mano? (1946:84).
LEONARDA.-
De todo, Julia querida, se
sirva Dios; que esa fama Es
de estopa fácil llama, Antes
muerta que encendida. (1946:69).
Destacábamos
en el análisis semántico-interpretativo de apelativos como mozo o doncella su
aplicabilidad al campo laboral de la servidumbre debido a la juventud
propia de gran parte de los criados y especialmente de las criadas
tal y como aparecen en los textos dramáticos del siglo de oro. Dos
son los procedimientos esenciales para la evaluación paramétrica
de la edad, dentro del dominio laboral que tratamos: el uso de variantes
léxicas propias de ese ámbito, como mancebo,
muchacha o niña, por ejemplo,
y el uso de diminutivos incrustados en la apelación. Ambos procedimientos,
con idénticos interlocutores y similar orientación interlocutiva,
encontramos en dos momentos del desarrollo argumental de Entre
bobos anda el juego cuando don Lucas llama al joven sirviente
Cabellera hombrecillo,
primero, y mozo, después:
LUCAS.-¡Hombre
Ordinario! ¿Qué digo? ¿Quién
sois, hombrecillo?. (1982:123).
LUCAS.-
Alumbra, mozo. CABELLERA.-
Ya alumbro. (1982:128).
Tanto
Leonarda como Pancracio, los señores de Cristina en el Entremés
de la cueva de Salamanca (1982:136) se valen de combinaciones
similares. La primera utiliza en un mismo turno conversacional la
pareja Cristinica y niña, mientras
que el segundo mantiene el diminutivo pero a la hora de elegir el
otro miembro de la pareja se muestra más paternalista, llamándola
hija:
LEONARDA.-
¡Cristinica, Cristinica, tu señor es; ábrele, niña! (1982:136).
PANCRACIO.-
Entra, hija, por un vidrio de agua para echársela en el rostro (1982:129).
PANCRACIO.-
Cristinica, ten cuenta de regalar a tu señora, que yo te mando un
calzado cuando vuelva, como tú te quieres (1982:130).
La
estructura apelativa a la que tienden los señores de la Cristina
del Entremés de la guarda
cuidadosa está basada también en la disminución léxica y en
el uso de términos evocadores directos de edad, en este caso el
vocativo muchacha:
AMA.-
Y ¿es esto verdad, muchacha? CRISTINA.-
Sí, señora. (1982:94).
AMO.-¿Tienes
deseo de casarte, Cristinica?. CRISTINA.-
Sí tengo. (1982:95).
AMO.-Ahora
bien, muchacha: escoge de los dos el que te agrada; que yo gusto
dello, y con esto pondrás paz entre dos tan fuertes competidores
(1982:96).
Ejemplo
de combinación de estas dos técnicas en una misma oración encontramos
en Las travesuras de Pantoja (1950:403):
GUIJARRO.-
¿Cosme, Cosmillo; hola, mozo?.
En
Del rey abajo, ninguno (1982:34), el Conde de Orgaz llama mancebo
a Bras, el joven porquerizo de García, y en El
lindo don Diego (1983:67), don Diego llama mozo
a un criado. Son ambos ejemplos de apelaciones en las que se baraja
sólamente uno de los procedimientos mencionados, a la hora de sobreponer
variables de edad y trabajo, hipótesis barajada en los últimos párrafos:
CONDE.-¿Y
qué hay allí, mancebo?. BRAS.-
Como al Castañar no van estafetas
de Milán no
me he sabido qué hay de nuevo. Y
por acá, ¿qué hay de guerra? (1982:34).
D.
DIEGO.-(...) Lo bien calzado me agrada. ¡Qué
airosa pierna es la mía! De
la tienda no podía parecer
más bien sacada. Pero
tened, ¡vive Dios!, que
aquesta liga va errada: más
larga está esta lanzada un
canto de un real de a dos. Llega,
mozo, a deshacella. (1983:679).
El
buen criado debía ser sumiso y avispado, pero, eso sí, sin demostrar
excesiva inteligencia, prototipo éste en consonancia con la mentalidad,
por una parte, jerárquica y, por otra, restrictiva con respecto
al acceso de las clases bajas a las cultura o a la formación personal.
Indicio en este sentido es el vocativo filósofo lacayo que dirigiese don Juan a Carrillo en Los
melindres de Belisa (1946:338):
DON
JUAN.- Filósofo lacayo, ¡vive el cielo Que
te corte las piernas! Vé delante.
La
manera de tratar a los criados constituye en ocasiones un óptimo
rasero desde el que medir actitudes sociales de la época, como por
ejemplo la referida a la valoración, al crédito y sobre todo al
paupérrimo aspecto que, en general, debía poseer la figura del hidalgo,
teniendo en cuenta que el vocativo que reproduce su nombre era aplicado
también a criados, como sucede en La
ocasión hace al ladrón de Moreto (1950:412):
DOÑA
VIOLANTE.- Calla y disimula. Hidalgo, Que
parecéis forastero, ¿Buscáis
amo?.
No
hay ni que decir que los criados y sirvientes podían ser llamados
según la función específica desarrollada en la hacienda. Cochero
llama la condesa a uno de sus pajes en Las
flores de don Juan (1946:415) y escuderos
llama Sancho a unos criados con los que se afrenta en El mejor alcalde, el rey (1946:483). Pero más frecuente es el aprovechamiento
de fórmulas de mayor extensión referencial, especialmente criado
o sus derivados. Según hemos venido observando, la "arrolladora"
personalidad del don Lucas de
Entre bobos anda el juego se inclina a remarcar siempre que
puede las distancias entre la persona a la que tiene en mayor estima,
esto es: a sí mismo, y los demás, comportamiento más intenso, si
cabe, cuando se trata de los criados de los demás:
LUCAS.-
¡Hola, criada! Abre aquí al
marido de tu ama. (1982:126).
Lo
cierto es que este paradigma léxico-apelativo suele aparecer en
momentos de especial enfado en los que interesa marcar distancias
interlocutivas recordando jerarquías o creándolas: LEONARDA.-
Ea, ¿qué aguardáis, criados?. (Lope
de Vega, La viuda valenciana,
1946:75).
DON
LUIS.- Pues, ¿cómo desta manera se
pagan las amistades?. Criados,
mueran. (Lope
de Vega, Al pasar del arroyo, 1946:407).
El
mayor grado de generosidad llega con la posible incorporación de
la categoría criados, junto con otras, entre la gente de la casa:
FULGENCIO.-¿No
hay alguno Que
responda en esta casa?. ¿Algún
criado? ¡Hola, gente! (Lope
de Vega, El dómine Lucas,
1946:47).
LEONARDA.- ¡Aquí,
que se me va!, ¡Fulgencio!,
íSeñor!, ¡Ah, gente! (Lope
de Vega, El dómine Lucas , 1946:58).
El
colmo del realismo apelativo nos llega con los vocativos esclavo
o esclava, curiosamente
ajenos en el contexto siguiente a situaciones de enfrentamiento
dialéctico intenso o de enfado por parte del interlocutor:
LISARDA.-¡Qué
lástima! ¿Hay cosa igual?. ¿Y
tú, esclava? (Lope
de Vega, Los melindres de
Belisa, 1946:322).
DON
JUAN.- No la riñas, por mi vida, Esclavo;
que no es culpada; Y
en tanto que aquí resida, Aunque
es de Eliso comprada, Haz
cuenta que fue vendida. (Lope
de Vega, Los melindres de
Belisa, 1946:323).
Realismo
edulcorado a través de vocativos que simplemente interceden entre
le parámetro sociosituacional raza
y el dominio "laboral" (esclavo).
Es el caso del vocativo mulata
con el que don Fernando interroga a Elvira en Servir a señor
discreto (1952:82):
DON
FERNANDO.-¿Quién es, mulata, aqueste gentil hombre?. No me turbes;
que pringarte quiero.
Como
en todas las actividades humanas desgraciadamente existen grados
dentro de los grados; no es igual un criado,
un escudero ni un esclavo que
un mi camarero mayor que
es el tratamiento ofrecido por el Rey de La
corona merecida a uno de sus sirvientes. Pero esta circunstancia,
la gradación dentro del ámbito de la servidumbre, adquiere verdadera
relevancia cuando ambas instancias interlocutivas pertenecen de
una u otra manera al servicio, situación tradicionalmente aprovechada
por los autores para descargar sobre la escena pizcas de humor y
de aguda denuncia hacia la tendencia humana a la jerarquización.
Esta es la reacción de Geruncio, el gracioso de El
licenciado Vidriera de Moreto (1950:263), ante la, según él,
poca extensión del tratamiento ofrecido por otro criado:
CRIADO
3.-¡Señor Gerundio!. GERUNDIO.-
Bribón, ¿Gerundio
a secas a mí?. (Ap.
Según esto da de sí, Ya
es hora de entrar en don). CRIADO
3.- Pues, ¿en qué ha estado el error?. GERUNDIO.-
¿Gerundio a un rico llamáis?. CRIADO
3.-Pues ¿cómo ahora os nombráis?. GERUNDIO.-
Don Gerundio, y monseñor. CRIADO
3.- Pues yo os daré un don, y dos, tres
y cuatro. GERUNDIO.-
Y treinta y nueve, Que
al rico el don se le debe, Porque
tiene don de Dios.
No
parece andar muy desencaminado de la realidad Gerundio al pensar
que el dinero merece un respeto en el trato, si nos fijamos en la
insistencia en que el poderoso caballero
regula el sistema de cortesías apelativas. En Las
flores de don Juan (1946:411), Germán, el criado del hermano
pobre, llama irónicamente señor mayordomo a Octavio, el criado del hermano rico, en tanto que
éste lo trata de picaño,
que vale tanto como pícaro, holgazán, andrajoso y desvergonzado,
según nos informa el Diccionario
de Autoridades (p.254 del tomo V), insulto al que tardíamente
reacciona don Juan:
GERMÁN.-
Aquí lindo lugar tiene, "Si
para Pascua no viene, A
San Juan me aguardaréis". Pardiez,
señor mayordomo, Que
es terrible este señor, Puesto
que hermano mayor, Y
que yo no entiendo cómo A
su hermano trata ansí. OTAVIO.-¿Vos
también, picaño, hablais?. ...................................................... DON
JUAN.-Cuando te llamó picaño, Quise
la espada sacar, Y
de sus carnes cortar, Con
que te vistieras, paño.
La
búsqueda de distanciamiento por parte de locutor y alocutario tiene
como paradójica consecuencia simétricas asimetrías. Así ocurre cuando
Andrea llama lacayo a
Cabellera y éste replica con un no menos sarcástico fregona:
ANDREA.-
(Ap.) (Lo dicho, dicho, lacayo CABELLERA.-
Fregona, lo dicho, dicho). (Fco.
de Rojas, Entre bobos anda el juego, 1982:119).
En
Saber del mal y del bien de Calderón (1944:23), García, criado de
don Álvaro llamará, después de intensificar su enfado mediante una
interesante autovocación, paje,
a Julio, criado del Conde, hecho que constituye un insulto no por
su significación inmanente sino por sobre quien recae la responsabilidad
emisora:
JULIO.-
Callar, que en fin por comer Todo
se puede sufrir. GARCIA.-
García, ¿qué esto consientes?, ¡Paje!.
Si
la edad es factor relevante a la hora de seleccionar un vocativo
dirigido a la servidumbre, entre éstos tal realidad apelativa se
mantiene. Sirva como ejemplo el Beatricilla con el que se dirige el gracioso Mosquito a Beatríz, en
El lindo don Diego (1983:62): MOSQUITO.¡Vitoria
por mis camisas! ¡Ah,
Beatricilla!.
Lógicamente,
todo no puede ser intensificación de asimetría entre los criados.
Hay variantes en las que se observa la solidaridad interlocutiva
que genera el compartir ciertas actividades. Amistad, fraternidad
y familiaridad en general vuelven a tener vigencia analítica en
el comportamiento persuasivo de criados y esclavos. He aquí un fragmento
de El acero de Madrid
(1946:379) en el que el criado Salucio y la esclava Leonor se cuentan
sus cuitas:
SALUCIO.-Señora
Leonor... LEONOR.-
Amigo.... SALUCIO.-
¿Al campo tan de mañana?. LEONOR.
Tomo acero. SALUCIO.-
Pues, hermana, No
tenga aceros conmigo, Que
soy muy su servidor.
En
El celoso extremeño (1981:88), Cervantes nos hace imaginar una interlocución
entre esclavos en la que una de las mujeeres presentes apela a su
compañero con las fórmulas hermano
Luis y amigo:
-¡Y
cómo que callaremos, hermano Luis! -dijo una de las esclavas-. Callaremos
más que si fuésemos mudas; porque te prometo, amigo, que me muero
por oír una buena voz, que después que aquí nos emparedaran,
ni aun el canto de los pájaros habemos oídos.
La
réplica y contrarréplica apelativas son fórmulas dialécticas preferidas
por los dramaturgos a la hora de agilizar los diálogos; extraigamos
un ejemplo de La pobreza estimada
de Lope (1952:143) acorde con el tema que venimos tratando. Hablan
Celio, un criado, e Isabel, una esclava:
CELIO.-Venga,
hermana. ISABEL.-Vaya,
hermano.
En
Servir a señor discreto (1952:78), aun dándose un contexto interlocutivo
similar (criado > esclava), el vocativo seleccionado es prima,
manteniéndose en cualquier caso el uso del ámbito familiar con fines
persuasivos:
GIRÓN.-¿Dígole
yo nada, prima?.
Es
este mismo personaje el que recibirá de parte de la esclava Elvira
el tratamiento pariente, que mantiene las coordenadas selectivo-apelativas
de la familiaridad, lo que probablemente le diese pie a sus demandas
amorosas establecidas sobre la base de la raza y el color de piel
de la alocutaria:
ELVIRA.-Ella
sale y mucha gente. ¿Adónde
vives, pariente?. GIRÓN.-Morena,
en tus ojos ya. ELVIRA.-
Dejemos el regodeo; Que
tiempo habrá, si se cuaja. GIRON.-
Por toda esta calle baja, Si
te llevare el deseo; Y
a la vuelta, en un balcón Que
tiene una celosía... ELVIRA.-
Vete. GIRÓN.-
Pues, morena mía. ¿Cómo
llevo el corazón?. (1952:73).
Y ya que estamos con los axiológicos digamos que chata es el curioso vocativo (curioso para la época) que dirige un sediento y hambriento cochero a una criada en una de las varias obras de Tirso de Molino en las que el título cuenta con un vocativo: Bellaco sois, Gómez (1971:260):
COCHERO
2.- Chata, saca vino y queso.
No
sólo los criados son destinatarios del vocativo hidalgo
dicho por un no-criado, sino que este tratamiento es también frecuente
cuando la interlocución se produce únicamente entre ellos. Octavio
llama así a Celio, el criado del marqués, en Las flores de don Juan (1946:428) y Lucindo, uno de los personajes
de Saber del bien y del mal
(1944:29) utiliza el colectivo señores
hidalgos con García y Julio, criados como él:
OCTAVIO
(a Celio).- ¿Quién
es, hidalgo, aqueste caballero?. (1946:428).
LUCINDO.-
(Ap. Más fácil es preguntar, Que
errar) Señores hidalgos, Digan,
¿cuál es de los dos de
Don Alvaro el criado?. (1944:29).
Hemos
expuesto ya algunos ejemplos representativos del tratamiento apelativo
ofrecido por los señores a
los esclavos, y algunos otros también del utilizado por individuos
de estos dos últimos grupos
entre sí. Para finalizar queremos hacer una escueta mención del
trato asimétrico apelativo de abajo > arriba, es decir, de criado
a señor. Al margen del (o junto al) señorearse es frecuente encontrarnos
con vocativos como tío
o tía dirigidos por las jóvenes criadas a sus señores, que a la vez
cumplían labores de auténticos progenitores, pero ninguna fórmula
expresa tan acertadamente la profundidad y el calado de la injusticia
social, encarnadas en rasgos semánticos referidos a sumisión y posesión,
como amo (citado en otro momento de este trabajo) y dueño (no es casualidad, por cierto, que hayamos comentado esta estructura
al hablar de las relaciones apelativas entre esposo y esposa). Sólo
un ejemplo de cada caso:
-Pero
no puede ser así -añadió Tomás-, pues no será razón que yo dejé
a mi amigo y camarada en la cárcel y en tanto peligro. Mi amo me
podrá perdonar por ahora, cuando más que él es tan bueno y honrado,
que dará por bien cualquier falta que le hiciese a trueco que no
la haga a mi camarada. Vuestra merced, señor amo, me la haga de
tomar este dinero y acudir a este negocio, y en tanto que esto se
gusta, yo escribiré a mi señor lo que pasa, y sé que me enviará
dineros que basten a sacarnos de cualquier peligro.
(Cervantes,
La ilustre fregona, 1981:129).
MARÍN.-
Mas ha de una hora que espero Para
hablarle, dueño mío. (Lope
de Vega, El bobo del colegio, 1946:198).
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