REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS

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ISSN 1577 - 6921

  NÚMERO 1 - MARZO 2001

PORTADA | HEMEROTECA

 

5. Sobre algunas apelaciones que atienden al dominio laboral

 

En igual medida que por el mero hecho de existir, la esclavitud era signo inequívoco de injusticia suprema por ser socialmente promocionada y moralmente justificada tanto por parte de pensadores como por parte de la iglesia. En España, los esclavos estaban dedicados principalmente a labores domésticas, tal y como queda representado en sus apariciones en los textos dramáticos consultados; cosa bien distinta era su función en la América española. La proliferación de la esclavitud en nuestro país, especialmente intensa en Sevilla, fue un hecho estrechamente relacionado con la incuestionable tendencia al aparentar, característica de algunos grupos sociales de por entonces. Personas de raza negra y moros conforman las dos grupos étnicos más castigados por esta depravante cotidianeidad. Junto con los esclavos, las actividades domésticas y de servidumbre en general eran desarrolladas por un número de criados que, según José Calvo (1989:56), podía llegar en el Siglo de Oro a los doscientos mil, lo que suponía, por ejemplo, que había más sirvientes que artesanos. Como caso anecdótico, recordemos que el palacio del duque de Alba utilizaba cuatrocientos dormitorios para los encargados del servicio doméstico.

 

Esclavitud y servidumbre, precisamente, son los dos ámbitos sociales sobre los que vamos a detenernos en este epígrafe, para atestiguar, parcialmente (parcialidad extendida al uso de los apelativos axiológicos desfavorables, que trataremos con posterioridad), el tratamiento apelativo que se les concedía por parte de sus "amos" e incluso el que se concedían a veces entre sí, y la confirmación de roles y valoraciones de él derivado, y eso a pesar de las relativas sorpresas que sobre este asunto nos deparan algunos fragmentos literarios en los que el sirviente es tratado más como amigo y compañero que como tal. Esta especie de estrabismo funcional consigue así neutralizar, en ocasiones, las relaciones asimétricas gracias a la intensidad con que se muestran las intenciones persuasivas. No olvidemos que el esclavo y los domésticos en general contaban con un privilegio fundamental para el tipo de argumentos pergeñados en el teatro del Siglo de Oro y que convertían su lastimosa posición en la estructura macrosocial en una, sin embargo, privilegiada colocación en los contextos microsociales: tener acceso en cualquier momento a las interioridades de la hacienda. Esta es la causa por la que el galán Loaysa llama hermano Luis, hijo Luis e incluso sólo Luis a un criado negro al que trata de convencer para que le ayude a entrar en la casa de su ama. El suceso se desarrolla, como es bien sabido, en El celoso extremeño:

 

-Buen remedio -dijo Loaysa-: procurad vos tomar las llaves de vuestro amo, y yo os daré un pedazo de cera, donde los imprimiréis de manera que queden señaladas las guardas en la cera; que por la afición que os he tomado, yo haré que un cerrajero amigo mío haga las llaves, y así podré entrar dentro de noche y enseñaros mejor que al preste Juan de las Indias; porque veo ser gran lástima que se pierda una tal voz como la vuestra, faltándole el arrimo de la guitarra; que quiero que sepaís, hermano Luis, que la mejor voz del mundo pierde de sus quilates cuando no se acompaña con el instrumento, ora sea de guitarra o clavicímbano, de órganos o de arpa; pero el que más a vuestra voz le conviene es el instrumento de la guitarra, por ser el más mañero y menos costoso de los instrumentos (1981:75-76).

 

-Pues a la mano de Dios -dijo Loaysa-; que de aquí a dos días tendréis, Luis, todo lo necesario para poner en ejecución nuestro virtuoso propósito; y advertir en no comer cosas flemosas, porque no hacen ningún provecho, sino mucho daña a la voz (1981:77).

 

-No digo tal -dijo Loaysa-, ni Dios tal permita. Bebed, hijo Luis, bebed, y buen provecho os haga, que el vino que se bebe con  medida jamás fue causa de daño alguno.

 

En esta misma novela (1981:89), Leonora llamará también hermana a su criada:

 

-Dame albricias, hermana, que Carrizales duerme más que un muerto.

¿Pues a qué aguardas a tomar la llave, señora?

dijo la dueña. Mira que está el músico aguardándola más ha de una hora.

-Espera, hermana, que ya voy por ella -respondió Leonora (1981:89).

 

Esa especie de criado liante y todoterreno que es el gracioso, consigue ser hermaneado  por sus señores. Curiosamente es un personaje éste al que se le permiten comentarios y actitudes molestas sin recibir a cambio reprimendas de consideración. D. Diego dice lo siguiente al famoso Mosquito de El lindo don Diego (1983:118):

 

D. DIEGO.- Hermano, si ella es golosa,

¿téngola yo de pagar?.

 

y don Lucas dice al no menos conocido gracioso de Entre bobos anda el juego Cabellera (1982:128):

D. LUCAS.-       Sí, señora,

y estoy en vuestro aposento,

y le he de ver de pe a pa.

Alumbra, hermano; miremos

detras de aquesta cortina.

 

Especialmente atrayente es el vocativo hermano mío que dirige nada más y nada menos que el Rey, presa de la emoción del momento, a su escudero, en La corona merecida  (1946:243):  

REY.-¡Ah, hermano mío!,

¿Dónde está Sol?.

 

Conforme aumenta la dificultad del entramado argumental, parece aumentar también la búsqueda de la amistad de los criados, tanto propios como ajenos. Entre bobos anda el juego es uno de esos intensos enredos en los que los sirvientes aparecen como amigos. Don Luis llamará amigo a Carranza, su criado, mientras que amiga será el vocativo dirigido por Pedro a Andrea, criada de doña Isabel:

 

LUIS.- ¿Sabes cuál es su aposento,

Carranza amigo?.

(1982:120).

 

PEDRO.- Ruégala que me escuche, amiga Andrea;

abona tú mi fe.

(1982:141).

 

Nuevo ejemplo del intento de atraer la benevolencia del sirviente ajeno hallamos en Las flores de don Juan (1946:420), cuando doña Constanza llama amigo German al criado de don Juan:

DOÑA CONSTANZA.- Por necesidad le deja.

¿Es monja, amigo German,

Quien hace flores tan bellas?,

 

y otros del intento de persuasión de los propios criados en la llamada de Leonarda, La viuda valenciana  (1946:84), a su escudero Urban y a su criada Julia:

 

LEONARDA.-Urban amigo.

¿Cómo solo desea suerte

Con la máscara en la mano?

(1946:84).

 

LEONARDA.- De todo, Julia querida,

se sirva Dios; que esa fama

Es de estopa fácil llama,

Antes muerta que encendida.

(1946:69).

 

Destacábamos en el análisis semántico-interpretativo de apelativos como mozo  o doncella  su aplicabilidad al campo laboral de la servidumbre debido a la juventud propia de gran parte de los criados y especialmente de las criadas tal y como aparecen en los textos dramáticos del siglo de oro. Dos son los procedimientos esenciales para la evaluación paramétrica de la edad, dentro del dominio laboral que tratamos: el uso de variantes léxicas propias de ese ámbito, como mancebo, muchacha o niña, por ejemplo, y el uso de diminutivos incrustados en la apelación. Ambos procedimientos, con idénticos interlocutores y similar orientación interlocutiva, encontramos en dos momentos del desarrollo argumental de Entre bobos anda el juego cuando don Lucas llama al joven sirviente Cabellera hombrecillo, primero,  y mozo, después:

 

LUCAS.-¡Hombre Ordinario! ¿Qué digo?

¿Quién sois, hombrecillo?.

(1982:123).

 

LUCAS.- Alumbra, mozo.

CABELLERA.- Ya alumbro.

(1982:128).

 

Tanto Leonarda como Pancracio, los señores de Cristina en el Entremés de la cueva de Salamanca (1982:136) se valen de combinaciones similares. La primera utiliza en un mismo turno conversacional la pareja Cristinica y niña, mientras que el segundo mantiene el diminutivo pero a la hora de elegir el otro miembro de la pareja se muestra más paternalista, llamándola hija:

 

LEONARDA.- ¡Cristinica, Cristinica, tu señor es; ábrele, niña!

(1982:136).

 

PANCRACIO.- Entra, hija, por un vidrio de agua para echársela en el rostro (1982:129).

 

PANCRACIO.- Cristinica, ten cuenta de regalar a tu señora, que yo te mando un calzado cuando vuelva, como tú te quieres (1982:130).

 

La estructura apelativa a la que tienden los señores de la Cristina del Entremés de la guarda cuidadosa está basada también en la disminución léxica y en el uso de términos evocadores directos de edad, en este caso el vocativo muchacha:

 

AMA.- Y ¿es esto verdad, muchacha?

CRISTINA.- Sí, señora.

(1982:94).

 

AMO.-¿Tienes deseo de casarte, Cristinica?.

CRISTINA.- Sí tengo.

(1982:95).

 

AMO.-Ahora bien, muchacha: escoge de los dos el que te agrada; que yo gusto dello, y con esto pondrás paz entre dos tan fuertes competidores (1982:96).

 

Ejemplo de combinación de estas dos técnicas en una misma oración encontramos en Las travesuras de Pantoja (1950:403):

 

GUIJARRO.- ¿Cosme, Cosmillo; hola, mozo?.

 

En Del rey abajo, ninguno (1982:34), el Conde de Orgaz llama mancebo a Bras, el joven porquerizo de García, y en El lindo don Diego (1983:67), don Diego llama mozo a un criado. Son ambos ejemplos de apelaciones en las que se baraja sólamente uno de los procedimientos mencionados, a la hora de sobreponer variables de edad y trabajo, hipótesis barajada en los últimos párrafos:

 

CONDE.-¿Y qué hay allí, mancebo?.

BRAS.- Como al Castañar no van

estafetas de Milán

no me he sabido qué hay de nuevo.

Y por acá, ¿qué hay de guerra?

(1982:34).

 

D. DIEGO.-(...) Lo bien calzado me agrada.

¡Qué airosa pierna es la mía!

De la tienda no podía

parecer más bien sacada.

Pero tened, ¡vive Dios!,

que aquesta liga va errada:

más larga está esta lanzada

un canto de un real de a dos.

Llega, mozo, a deshacella.

(1983:679).

 

El buen criado debía ser sumiso y avispado, pero, eso sí, sin demostrar excesiva inteligencia, prototipo éste en consonancia con la mentalidad, por una parte, jerárquica y, por otra, restrictiva con respecto al acceso de las clases bajas a las cultura o a la formación personal. Indicio en este sentido es el vocativo filósofo lacayo que dirigiese don Juan a Carrillo en Los melindres de Belisa (1946:338):

 

DON JUAN.- Filósofo lacayo, ¡vive el cielo

Que te corte las piernas! Vé delante.

 

La manera de tratar a los criados constituye en ocasiones un óptimo rasero desde el que medir actitudes sociales de la época, como por ejemplo la referida a la valoración, al crédito y sobre todo al paupérrimo aspecto que, en general, debía poseer la figura del hidalgo, teniendo en cuenta que el vocativo que reproduce su nombre era aplicado también a criados, como sucede en La ocasión hace al ladrón de Moreto (1950:412):

 

DOÑA VIOLANTE.- Calla y disimula.

 Hidalgo,

Que parecéis forastero,

¿Buscáis amo?.

 

No hay ni que decir que los criados y sirvientes podían ser llamados según la función específica desarrollada en la hacienda. Cochero llama la condesa a uno de sus pajes en Las flores de don Juan (1946:415) y escuderos llama Sancho a unos criados con los que se afrenta en El mejor alcalde, el rey (1946:483). Pero más frecuente es el aprovechamiento de fórmulas de mayor extensión referencial, especialmente criado o sus derivados. Según hemos venido observando, la "arrolladora" personalidad del don Lucas de Entre bobos anda el juego se inclina a remarcar siempre que puede las distancias entre la persona a la que tiene en mayor estima, esto es: a sí mismo, y los demás, comportamiento más intenso, si cabe, cuando se trata de los criados de los demás:

 

LUCAS.- ¡Hola, criada! Abre aquí

al marido de tu ama.

(1982:126).

 

Lo cierto es que este paradigma léxico-apelativo suele aparecer en momentos de especial enfado en los que interesa marcar distancias interlocutivas recordando jerarquías o creándolas:

LEONARDA.- Ea, ¿qué aguardáis, criados?.

(Lope de Vega, La viuda valenciana, 1946:75).

 

DON LUIS.- Pues, ¿cómo desta manera

se pagan las amistades?.

Criados, mueran.

(Lope de Vega, Al pasar del arroyo, 1946:407).

 

El mayor grado de generosidad llega con la posible incorporación de la categoría criados, junto con otras, entre la gente de la casa:

 

FULGENCIO.-¿No hay alguno

Que responda en esta casa?.

¿Algún criado? ¡Hola, gente!

(Lope de Vega, El dómine Lucas, 1946:47).

 

LEONARDA.-

¡Aquí, que se me va!,

¡Fulgencio!, íSeñor!, ¡Ah, gente!

(Lope de Vega, El dómine Lucas , 1946:58).

 

El colmo del realismo apelativo nos llega con los vocativos esclavo o esclava, curiosamente ajenos en el contexto siguiente a situaciones de enfrentamiento dialéctico intenso o de enfado por parte del interlocutor:

 

LISARDA.-¡Qué lástima! ¿Hay cosa igual?.

¿Y tú, esclava?

(Lope de Vega, Los melindres de Belisa, 1946:322).

 

DON JUAN.- No la riñas, por mi vida,

Esclavo; que no es culpada;

Y en tanto que aquí resida,       

Aunque es de Eliso comprada,

Haz cuenta que fue vendida.

(Lope de Vega, Los melindres de Belisa, 1946:323).

 

Realismo edulcorado a través de vocativos que simplemente interceden entre le parámetro sociosituacional raza y el dominio "laboral" (esclavo). Es el caso del vocativo mulata con el que don Fernando interroga a Elvira en Servir a señor discreto (1952:82):

 

DON FERNANDO.-¿Quién es, mulata, aqueste gentil hombre?. No me turbes; que pringarte quiero.

 

Como en todas las actividades humanas desgraciadamente existen grados dentro de los grados; no es igual un criado, un escudero ni un esclavo que un mi camarero mayor que es el tratamiento ofrecido por el Rey de La corona merecida a uno de sus sirvientes. Pero esta circunstancia, la gradación dentro del ámbito de la servidumbre, adquiere verdadera relevancia cuando ambas instancias interlocutivas pertenecen de una u otra manera al servicio, situación tradicionalmente aprovechada por los autores para descargar sobre la escena pizcas de humor y de aguda denuncia hacia la tendencia humana a la jerarquización. Esta es la reacción de Geruncio, el gracioso de El licenciado Vidriera de Moreto (1950:263), ante la, según él, poca extensión del tratamiento ofrecido por otro criado: 

 

CRIADO 3.-¡Señor Gerundio!.

GERUNDIO.- Bribón,

¿Gerundio a secas a mí?.

(Ap. Según esto da de sí,

Ya es hora de entrar en don).

CRIADO 3.- Pues, ¿en qué ha estado el error?.

GERUNDIO.- ¿Gerundio a un rico llamáis?.

CRIADO 3.-Pues ¿cómo ahora os nombráis?.

GERUNDIO.- Don Gerundio, y monseñor.

CRIADO 3.- Pues yo os daré un don, y dos,

tres y cuatro.

GERUNDIO.- Y treinta y nueve,

Que al rico el don se le debe,

Porque tiene don de Dios.

 

No parece andar muy desencaminado de la realidad Gerundio al pensar que el dinero merece un respeto en el trato, si nos fijamos en la insistencia en que el poderoso caballero  regula el sistema de cortesías apelativas. En Las flores de don Juan (1946:411), Germán, el criado del hermano pobre, llama irónicamente señor mayordomo a Octavio, el criado del hermano rico, en tanto que éste lo trata de picaño, que vale tanto como pícaro, holgazán, andrajoso y desvergonzado, según nos informa el Diccionario de Autoridades (p.254 del tomo V), insulto al que tardíamente reacciona don Juan:

 

GERMÁN.- Aquí lindo lugar tiene,

"Si para Pascua no viene,

A San Juan me aguardaréis".

Pardiez, señor mayordomo,

Que es terrible este señor,

Puesto que hermano mayor,

Y que yo no entiendo cómo

A su hermano trata ansí.

OTAVIO.-¿Vos también, picaño, hablais?.

......................................................

DON JUAN.-Cuando te llamó picaño,

Quise la espada sacar,

Y de sus carnes cortar,

Con que te vistieras, paño.

 

La búsqueda de distanciamiento por parte de locutor y alocutario tiene como paradójica consecuencia simétricas asimetrías. Así ocurre cuando Andrea llama lacayo a Cabellera y éste replica con un no menos sarcástico fregona:

 

ANDREA.- (Ap.) (Lo dicho, dicho, lacayo

CABELLERA.- Fregona, lo dicho, dicho).

(Fco. de Rojas, Entre bobos anda el juego, 1982:119).

 

En Saber del mal y del bien de Calderón (1944:23), García, criado de don Álvaro llamará, después de intensificar su enfado mediante una interesante autovocación, paje, a Julio, criado del Conde, hecho que constituye un insulto no por su significación inmanente sino por sobre quien recae la responsabilidad emisora:

 

JULIO.- Callar, que en fin por comer

Todo se puede sufrir.

GARCIA.- García, ¿qué esto consientes?,

¡Paje!.

 

Si la edad es factor relevante a la hora de seleccionar un vocativo dirigido a la servidumbre, entre éstos tal realidad apelativa se mantiene. Sirva como ejemplo el Beatricilla con el que se dirige el gracioso Mosquito a Beatríz, en El lindo don Diego (1983:62):

MOSQUITO.¡Vitoria por mis camisas!

¡Ah, Beatricilla!.

 

Lógicamente, todo no puede ser intensificación de asimetría entre los criados. Hay variantes en las que se observa la solidaridad interlocutiva que genera el compartir ciertas actividades. Amistad, fraternidad y familiaridad en general vuelven a tener vigencia analítica en el comportamiento persuasivo de criados y esclavos. He aquí un fragmento de El acero de Madrid (1946:379) en el que el criado Salucio y la esclava Leonor se cuentan sus cuitas:  

SALUCIO.-Señora Leonor...

LEONOR.- Amigo....

SALUCIO.- ¿Al campo tan de mañana?.

LEONOR. Tomo acero.

SALUCIO.- Pues, hermana,

No tenga aceros conmigo,

Que soy muy su servidor.

 

En El celoso extremeño (1981:88), Cervantes nos hace imaginar una interlocución entre esclavos en la que una de las mujeeres presentes apela a su compañero con las fórmulas hermano Luis y amigo:

 

-¡Y cómo que callaremos, hermano Luis! -dijo una de las esclavas-. Callaremos más que si fuésemos mudas; porque te prometo, amigo, que me muero por oír una buena voz, que después que aquí nos  emparedaran, ni aun el canto de los pájaros habemos oídos.

 

La réplica y contrarréplica apelativas son fórmulas dialécticas preferidas por los dramaturgos a la hora de agilizar los diálogos; extraigamos un ejemplo de La pobreza estimada de Lope (1952:143) acorde con el tema que venimos tratando. Hablan Celio, un criado, e Isabel, una esclava:

 

CELIO.-Venga, hermana.

ISABEL.-Vaya, hermano.

 

En Servir a señor discreto (1952:78), aun dándose un contexto interlocutivo similar (criado > esclava), el vocativo seleccionado es prima, manteniéndose en cualquier caso el uso del ámbito familiar con fines persuasivos:

 

GIRÓN.-¿Dígole yo nada, prima?.

 

Es este mismo personaje el que recibirá de parte de la esclava Elvira el tratamiento pariente, que mantiene las coordenadas selectivo-apelativas de la familiaridad, lo que probablemente le diese pie a sus demandas amorosas establecidas sobre la base de la raza y el color de piel de la alocutaria:

 

ELVIRA.-Ella sale y mucha gente.

¿Adónde vives, pariente?.

GIRÓN.-Morena, en tus ojos ya.

ELVIRA.- Dejemos el regodeo;

Que tiempo habrá, si se cuaja.

GIRON.- Por toda esta calle baja,

Si te llevare el deseo;

Y a la vuelta, en un balcón

Que tiene una celosía...

ELVIRA.- Vete.

GIRÓN.- Pues, morena mía.

¿Cómo llevo el corazón?.

(1952:73).

 

Y ya que estamos con los axiológicos digamos que chata es el curioso vocativo (curioso para la época) que dirige un sediento y hambriento cochero a una criada en una de las varias obras de Tirso de Molino en las que el título cuenta con un vocativo: Bellaco sois, Gómez  (1971:260): 

                                             

COCHERO 2.- Chata, saca vino y queso.

 

No sólo los criados son destinatarios del vocativo hidalgo dicho por un no-criado, sino que este tratamiento es también frecuente cuando la interlocución se produce únicamente entre ellos. Octavio llama así a Celio, el criado del marqués, en Las flores de don Juan (1946:428) y Lucindo, uno de los personajes de Saber del bien y del mal (1944:29) utiliza el colectivo señores hidalgos con García y Julio, criados como él:

 

OCTAVIO (a Celio).-

¿Quién es, hidalgo, aqueste caballero?.

(1946:428).

 

LUCINDO.- (Ap. Más fácil es preguntar,

Que errar) Señores hidalgos,

Digan, ¿cuál es de los dos

de Don Alvaro el criado?.

(1944:29).

 

Hemos expuesto ya algunos ejemplos representativos del tratamiento apelativo ofrecido por los señores  a los esclavos, y algunos otros también del utilizado por individuos de estos dos últimos  grupos entre sí. Para finalizar queremos hacer una escueta mención del trato asimétrico apelativo de abajo > arriba, es decir, de criado a señor. Al margen del (o junto al) señorearse es frecuente encontrarnos con vocativos como tío o tía dirigidos por las jóvenes criadas a sus señores, que a la vez cumplían labores de auténticos progenitores, pero ninguna fórmula expresa tan acertadamente la profundidad y el calado de la injusticia social, encarnadas en rasgos semánticos referidos a sumisión y posesión, como amo (citado en otro momento de este trabajo) y dueño (no es casualidad, por cierto, que hayamos comentado esta estructura al hablar de las relaciones apelativas entre esposo y esposa). Sólo un ejemplo de cada caso:

 

-Pero no puede ser así -añadió Tomás-, pues no será razón que yo dejé a mi amigo y camarada en la cárcel y en tanto peligro. Mi amo me podrá perdonar por ahora, cuando más que él es tan bueno y honrado, que dará por bien cualquier falta que le hiciese a trueco que no la haga a mi camarada. Vuestra merced, señor amo, me la haga de tomar este dinero y acudir a este negocio, y en tanto que esto se gusta, yo escribiré a mi señor lo que pasa, y sé que me enviará dineros que basten a sacarnos de cualquier peligro.                

(Cervantes, La ilustre fregona, 1981:129).

 

MARÍN.- Mas ha de una hora que espero

Para hablarle, dueño mío.

(Lope de Vega, El bobo del colegio, 1946:198).

 

 

 

 

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NÚMERO 1 - MARZO 2001

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