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4.
Familiaridad
[1] , cofamiliaridad y pseudofamiliaridad en la apelación cotidiana |
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En el dominio familiar se dan cita una serie de apelaciones, que corresponden a relaciones sociales inmediatas (padres e hijos, marido y mujer, nietos y abuelos, etc), desde las que es posible extraer interesantes datos acerca de la vida doméstica en el Siglo de Oro español. Ahora bien, en otras dimensiones colaterales también se dan cita vocativos cuya entidad léxica imita las variantes familiares aunque la estructura real representada se encuentre al margen de la familia. Se produce, entonces, una suerte de extensión apelativa bajo la que se sitúan las relaciones cofamiliares (ad natura): el sistema de compadrazgo es un buen ejemplo, y otra especie de creación de ficciones socio-apelativas bajo las que cabe situar, en cambio, lo que hemos denominado pseudofamiliaridad (supra natura): presente, por ejemplo, en endogrupos marginales, núcleos religiosos o meras persuasiones al estilo de las estudiadas en el epígrafe anterior. El vocativo taita era el utilizado por los niños para llamar a su padre. En la página doscientos veinte y una del tomo sexto del Diccionario de Autoridades se define la entrada así: TAITA.-s.m. Nombre con que el niño hace cariños, llamando a su padre. En la edición actual del Diccionario de la lengua de la Real Academia se toma en cuenta los sentidos con que el término es utilizado en Hispanoamérica: TAITA.-
(Del lat. tata, padre) m. Nombre infantil con que se designa al padre
(...) || 3. Ant.Tratamiento que suele darse a los negros ancianos. ||
4. C. Rica, Ecuad. y Venez. Tratamiento que da al padre o jefe de familia
(...) (p.1280). No son muchos los niños que aparecen en los textos dramáticos del Siglo de Oro español, por lo que resulta difícil localizar este vocativo. Menos dificultad existe en hallar referencias a este tratamiento. Sabino, por ejemplo, en Los embustes de Celauro (1946:98) de Lope, dice: SABINO.-Llora Por su mama y por su taita, Que apenas con una gaita acallar, Señora [2.
Padre,
señor, padre
y señor,
señor padre y padre
mío son las cinco estructuras vocativas de las que con mayor asiduidad
se sirven los personajes de los textos consultados a la hora de dirigirse
al cabeza de familia. En la misma obra citada anteriormente, Lupercio
utiliza seguidamente las dos primeras fórmulas para apuntillar la equilibrada
tensión entre el respeto debido y el enfado que en esos momentos siente
el locutor: LUPERCIO.-Siempre
para bien hacer Tienes
las manos escasas, Y
largas para ofender. Padre,
el báculo reporta. (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro,
1946:89). LUPERCIO.-
Tu ira, Señor, contenta; Mas
porque no está a mio cuenta. (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro,
1946:89).
Señor
llama Tello a Tello
el viejo, su padre:
TELLO.-
Señor, cuando labradores, Aunque
godos, justo Que
a ese modo se viviera; No
cuando somos señores. (Lope
de Vega, Los Tellos de Meneses
II, 1946:533).
Padre
y Señor llaman a sus respectivos
padres doña Inés y doña María en
El lindo don Diego (1983:112) y Los
Tellos de Meneses II (1946:550) respectivamente. En ambas
situaciones se da el caso de que el apelativo está rodeado por la admiración
que produce en las muchachas la inesperada actitud del progenitor:
DOÑA
MARÍA.- Señor, ¿qué es esto? Vos
llorando y descompuesto, ¡Y
yo no estoy a esos piés! ¿Qué
tenéis, padre y señor, Mi
solo y único bien?. .......................................................... DOÑA
INÉS.- Padre y Señor , ¿vos la espada?.
La
fórmula señor padre es la
escogida por Juana Castrada para dirigirse a su padre en el siguiente
fragmento del Entremés del Retablo
de las Maravillas (1982:124): CASTRADA.-
Todo lo nuevo aplace, señor padre, mientras
que Lucindo, en La discreta enamorada
(1946:161), se inclina por padre mío: LUCINDO.-
Lo que me quieres recelo, Que
no es mucho que lo arguya De
mi inquietud y desvelo. Pero
advierte, padre mío, Que
querer una mujer No
es en mi edad desvarío, Antes
señal de tener Generoso
talle y brío.
Al
analizar el tratamiento dado por padres a hijos se impone una advertencia
previa, como es la de que existen considerables diferencias según el
sexo del receptor al que se refiere el vocativo. La hija, sobre todo
antes del matrimonio, era considerada como una auténtica niña, confirmando
las palabras de Manuel Fernández Alvarez, cuando alude a la imagen que
por entonces se tenía de la mujer como eterno menor de edad (1989:172).
Niña
llama, por ejemplo, Prudencio a Belisa, su hija casadera: PRUDENCIO.-
Quítatela, niña, aprisa. (Lope
de Vega, El acero de Madrid,
1946:308),
y
niña llama doña Juana a doña
Ana en Quien ama no haga fieros
(1946:438):
DOÑA
JUANA.- ¡Jesús!, Niña, llega acá: veráte
su señoría.
A
veces los padres se decantan por el vocativo muchacha
en vez de niña:
TAMIRO.-
¿No me quieres abrazar? LAURA.-
¿Yo abrazar hombres casados?. LERIDANO.-Ea,
muchacha... (Lope
de Vega, El Molino, 1946:28). LISARDA.-
No lo oigas, ¡triste de mí! Vamos
a misa, muchacha, Y
despídanse esos novios. (Lope
de Vega, Los milindres de Belisa, 1946:319).
El
nombre propio o la combinación de nombre propio y el lexema hija
son expresiones habituales:
DON
GÓMEZ.- Hija Serafina, el coche Te
espera ya; más ¿qué es esto?. (Moreto,
La ocasión hace al ladrón,
1950:413). DON
GÓMEZ.- ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?. Serafina,
¿esto no ves? (Moreto,
La ocasión hace al ladrón,
1950:416).
Tan
sólo recordar que en alguna ocasión la madre llega a utilizar un
don con su propio hijo sería suficiente para comprender que las
cosas eran diferentes con los miembros varones de la descendencia:
LISARDA.-¿Qué
le venda, don Juan?. (Lope
de Vega, Los melindres de Belisa,
1946:328),
y
que además no era igual ser apelada por la madre que por el padre. Tello
el viejo no duda en utilizar con su hijo la más cruda ironía, llamándole
caballero, al verle vestido
de forma poco usual, imitando las maneras cortesanas y alejándose considerablemente
de la apariencia campesina:
TELLO
EL VIEJO.-¿Cómo puedo?. Que
Tello mi hijo, Laura, Es
labrador como yo, Aunque
da aquestas montañas El
más bien nacido y rico, Y
habrá dos horas que andaba Con
un gaban y un sombrero Tosca,
abarcas y polainas. ¡Hijo
yo con seda y pro, Espada
y daga dorada, Pluma
y mas aderezos Que
una nave tiene jarcias! No
creas tú que eres mi hijo Caballero,
¿dónde pasa?. ¿Perdióse
acaso? ¿No habla?. (Lope
de Vega, Los Tellos de Meneses,
1946:512).
Nuevos
datos de interés extraeremos al adentrarnos en los tratamientos matrimoniales
y prematrimoniales que se dispensan hombre y mujer entre sí. La primera
cuestión a la que habría que prestar atención es la referida al verdadero
estatuto de la mujer en el Siglo de Oro español. ¿Realmente se produjo
una evolución afectiva en su consideración social durante los siglos
XVI y XVII?. Marcellin Defourneaux (1983:141) plantea así la cuestión: ¿Hay
que creer pues que, entre el siglo XVI y el XVII, se produjo un producto
cambio en la condición y las costumbres femeninas, y rechazar el testimonio
del "teatro de honor",
que pone en escena a mujeres y muchachas tan virtuosas e irreprochables
que la falta involuntaria, o la sospecha misma que las roza, merece
la muerte?. La cosa es tanto más improbable cuanto que, desde el siglo
XVI, más de un viajero manifiesta su asombro ante el audaz comportamiento
de las mujeres españolas: "son muy animadas por la gran libertad
de que disfrutan, andando por las calles de noche y de día como caballeros
corresdores-escribe en 1595 un sacerdote italiano, hablan bien y son
prontas a la réplica; tienen sin embargo tanta
libertad que a veces parece excedan el signo de la modestia y
el término de la honestidad. Hablan con todos en la calle, no exceptuando
condición alguna de personas, afrontando a todos, pidiendo las colaciones,
merienda, cena o comidas, frutas, confituras, comedias y cosas semejantes". De
cualquier manera, entre los excesos de Calderón al describir en
No hay burlas con el amor a una joven, Beatríz, en cuyo cultivo
personal hay más de ridículo comportamiento que de verdadera formación
(llama fámula a su criada,
como también recuerda Defourneaux), y los excesos de Quevedo quien,
en el disparatario que incluye en esa breve pero intensa joya de la
ironía lexicográfica llamada
La culta latiniparla, catecismo para instruir a las mujeres cultas y
hembrilatinas (1951:420-421)
[3] , aconseja llamar al marido mi
quotidie, mi siempre
y llamar al paje intonso
o a los criados diciendo unda
Gomez, unda Sanchez,
con independencia de que se entienda o no, parece existir una realidad
más o menos hiriente para las machistas normas de la época: algunas
mujeres empezaban a preocuparse por algo más de los que les había sido
asignado como función natural: ordenar el trabajo doméstico, ocuparse
de asegurar descendencia y cubrir las necesidades "afectivas"
del marido (Calvo Poyato, 1988:54). En
realidad, son pocos los testimonios literarios sobre el tipo de vida
que desarrollan las mujeres de las clases medias, y cuando se dan, esto
sucede casi siempre en el contexto de episodios que peturban la normalidad.
Eso no impide a Defourneaux (1983:144) hacer la siguiente descripción:
Apenas
si es posible entrever la vida de la joven antes de su matrimonio. Se
la adivina sometida a la estrecha y celosa vigilancia de sus padres,
no saliendo más que para ir, siempre acompañada, a la iglesia de su
parroquia, soñando con el caballero que ha entrevisto allí, y encontrado
a veces entre la servidumbre
femenina que la rodea complicidades para un intercambio de billetes
asmorosos. Pero, )se tendrá en cuenta sus sentimientos cuando sea asunto
de casarla?. Parece que, en la mayoría de los casos, el matrimonio es
arreglado por los padres y que la muchacha no escapa a la tutela paterna
más que para caer bajo
la de su marido. Si por ventura la unión proyectada no está determinada
por simples razones de conveniencias, o si la novia se enamora de aquel
que debe convertirse en su esposo, puede disfrutar, hasta su matrimonio,
de todos los refinamientos de la galantería española (...). Epoca feliz,
a la cual pone fin generalmente el matrimonio, pues la mujer deja entonces
de ser el ídolo que había sido para convertirse en la madre de los niños
y la guardiana del hogar.
Realidad
incuestionable es que la mujer, por lo general, cumplía pena de sumisión
absoluta al padre mientras que no llegaba el momento en que el matrimonio
le permitía, si no cambiar de pena, sí cambiar el verdugo, pasando a
acatar las órdenes del marido
[4] . Es por eso que, por mucho que se quiera, no puede ser
interpretado en los mismos términos un vocativo como dueña dicho por
un hombre a una mujer, y que se dirige a constatar un sentimiento amoroso
puntual: BELARDO.-
(...) )Sabréisme acaso decir, Dueña,
que Dios os mantenga Mientras
vuestro amante venga, Y
en después hasta morir, Qué
os costó la ropa y saya?. (Lope
de Vega, Los embustes de Celauro,
1946:105). que
otros como querido dueño: DOÑA
ANA.- Haz cuenta, querido
dueño, Que
has hecho un engaño a Circe, A
Medea, a Ulises griego. (Lope
de Vega, Quien ama no haga fieros,
1946:437). dueño
del alma: IRENE.-
Sí, dueño del alma. (Moreto,
La fuerza de la ley, 1950:84). o
combinaciones como mi bien,
señor, dueño
mío: DOÑA
ANA.-Mi bien, Señor, dueño mío,
Escucha. (Moreto,
El caballero, 1950:305), en
los que el sentido de posesión difícilmente se limita al campo axiológico-amoroso,
sino que, se quiera o no, constata una realidad jerárquica. Lope
de Vega utilizó un aparte del Prudencio de su El
acero de Madrid para rememorar, entre otras cosas, el cambio de
costumbres en los casamientos, lo que conllevó el cambio circunstancial
de los apelativos dirigidos a la mujer. Recuerda que hasta con treinta
años la mujer era llamada niña,
cosa difícil de emular en su momento por la premura con que las mujeres
pasaban a ser esposas, madres e incluso abuelas. Dice así (1946:374): PRUDENCIO.-
(Ap) (...) Ya fue otro tiempo, que con años treinta Llamaban
niña una mujer, y andaba Jugando
con los mozos en cabello Mas
hoy, por los pecados de los hombres, Cierta
señal de que se acaba el mundo, De
diez años aspira a casamiento. A
trece es madre, y a veinticinco abuela. (Lope
de Vega, El acero de Madrid,
1946:374). En
el Entremés de la guarda cuidadosa
(1982:95) el soldado guardián se dirige a la que quiere que sea su esposa
precisamente con el vocativo niña: SOLDADO.-
Niña, échame el ojo; mira mi garbo; soldado soy, castellano pienso ser;
brío tengo de corazón; soy el más galán hombre del mundo; y, por el
hilo desde vestidillo, podrás sacar el ovillo de mi gentileza. Francisco
de Rojas, por medio de Andrea, madre de doña Isabel, critica el paternalismo
masculino que demuestra el uso por parte del marido de la variante apelativa
hija al dirigirse a su esposa
por considerarlo una huella de aburrimiento y frialdad entre las relaciones
de la pareja y un ejemplo de la enorme distancia evistente entre los
comportamientos frecuentes en el matrimonio y los aconsejados por los
verdaderos cánones amorosos: ANDREA.-
Puede ser que éste lo sea, pero
no hay marido bueno. Ver
cómo se hacen temer a
los enojos menores, y
aquel hacerse señores de
su perpetua mujer; aquella
templanza rara y
aquella vida tan fría, donde
no hay un "¡alma mía!" por
un ojo de la cara; aquella
vida también sin
cuidados ni desvelos, aquel
amor tan sin celos, los
celos tan sin desdén, la
seguridad prolija y
las tibieza tan grandes, que
pone un requiebro en Flandes quien
llama a su mujer "hija". ¡Ah!
Bien haya un amador destos
que se usan agora, que
está diciendo que adora, aunque
nunca tenga amor. (Fco.
de Rojas, Del rey abajo, ninguno,
1982:81-82). Carmen
Martín Gaite, en Usos amorosos
del dieciocho en España (1988:176), producto definitivo de lo que
fuera su tesis doctoral, reprodujo en parte este fragmento al que calificó
como "descripción magistral de esta pálida y extraña situación
de templaza que presidía e informaba las relaciones conyugales"
[5] . Cuando una mujer llama a su esposo marido
y señor mío está recogiendo,
en realidad, el doble estatuto funcional (cónyuge y casi propietario)
del hombre con respecto a su mujer. El hecho se produce en uno de los
pasajes paradójicamente más divertidos del Lazarillo
de Tormes (1982:63): -Marido
y señor mío, ¿adónde os me llevan?; a la casa triste y desdichada, a
la casa lóbrega y obscura, a la casa donde nunca comen ni beben. Parecido
sentido tiene el vocativo mi
Pancracio y mi Señor
que Leonarda lanza a su esposo Pancracio en el Entremés
de la Cueva de Salamanca y que sigue demostrando la necesidad de
hiperpersuadir que suele tener la mujer en las interlocuciones cotidianas
(1982:129): LEONARDA.-
No quiero yo, mi Pancracio y mi señor, que por respeto mío vos parezcáis
descortés; id en hora buena, y cumplid con vuestras obligaciones, pues
las que os llevan son precisas: que yo me apretaré con mi llaga, y pasaré
mi soledad lo menos mal que pudiere. El
vocativo señora es utilizado
en sentido inverso: Pancracio a Leonarda en esa misma página: PANCRACIO.-
Enjugad, señora, esas lágrimas, y poned pausa a
vuestro suspiros, considerando que cuatro días de ausencia no
son siglos: yo volveré, a lo más largo, a los cinco, si Dios no me quita
la vida; aunque será mejor, por no turbar la vuestra, romper mi palabra,
y dejar esta jornada: que sin mi presencia se podrá casar mi hermana. El
Entremés del viejo celoso
es uno de los textos en los que la diferencia de edad entre los cónyuges
es considerable. En el discurso del viejo Cañizares están presentes
tratamientos como los de doña
Lorenza o simplemente Lorenza
(en caso de enfado especial) dirigidos a su avispada mujer en un mismo
momento conversacional: CAÑIZARES.-¿Con
quién hablábades, doña Lorenza?. (1982:149).
CAÑIZARES.-¿Bobeas,
Lorenza? Pues a fe que no estoy yo de gracia para sufrir esas burlas. (1982:149).
CAÑIZARES.-
¿Por Dios, que por poco me cegaras, Lorenza!. (1982:149). Siempre
que uno de los miembros de la pareja dirige un hermano
o hermana
al otro hay algún sentido añadido. Tal vocativo forma parte de
la irónica réplica de la labradora Blanca ante los celos de su esposo
García: BLANCA.-
¿De qué son tus descontentos?. GARCIA.-Del
cuento del cortesano. BLANCA.-Vamos
al jardín, hermano, que
esos son cuentos. (Fco.
de Rojas, Del rey abajo, ninguno,
1982:32). O
del estúpido y atípico comportamiento del famoso personaje de
Entre bobos anda el juego don Lucas, lo más lejano que se pueda
imaginar al de un supuesto enamorado. En la misiva que manda a doña
Isabel, leemos (1982:91): ISABEL
(lee). "Hermana: Yo tengo seis mil cuarenta y dos ducados de renta
de mayorazgo, y me hereda mi primo si no tengo hijos; hanme dicho que
vos y yo podremos tener los que quisiéramos; veníos esta noche a tratar
del uno, que tiempo nos queda para los otros".
Un ejemplo de intercambio simétrico de estos tratamientos entre esposo y esposa tenemos en el siguiente relato incluido en La pícara Justina de López de Ubeda (1950:79-80): Otro
dijo: No fue eso, sino que en realidad de verdad la mujer fue hecha
de un hombre dormido, y él, cuando despertó, tentóse el lado del corazón;
y hallando que tenía una costilla de menos, preguntó a la mujer: Hermana,
¿dónde está mi costilla?. Dámela acá, que tú me la tienes. La mujer
comenzó a contar sus costillas, y viendo que no tenía costilla alguna
de sobra, respondió: Hermano, tú debes de estar soñando todavía. Yo
mis costillas me tengo, y no tengo ninguna de más. Replicó el hombre:
Hermana, aquí no hay otra persona que me pueda haber descostillado;
tú me la has de dar o buscarla. Ande, ve, búscala y tráemela aquí. La
mujer se partió, y anduvo por todo el mundo pregonando: Si alguno hubiese
hallado una costilla que se perdió a mi marido o supiese quien tiene
alguna de mas, véngalo diciendo, y póngasele el hallazgo y el trabajo. La
reproducción inmediata de la función social desempeñada en el seno del
matrimonio es una de las fórmulas preferidas en las conversaciones hombre-mujer: -Mirad,
marido -dijo la huéspeda-:a lo que yo veo, puesto que las coplas nombra
a Costancica, por donde se puede pensar que se hicieron para ella, no
por eso lo habemos de afirmar nosotros por verdad como si se las viéramos
escribir; cuanto más que otras Costanzas que la nuestra hay en el mundo;
pero ya que sea por ésta, ahí no le dice nada que la deshonre ni le
pide cosa que le importe. (Cervantes,
La ilustre fregona , 1981:146). Inmediatez
que no satisface en absoluto al molesto Leonato en
Los locos de Valencia (1946:116): LEONATO.-
No ha sido Sino
tu amor deshonesto Dame
las joyas, infame. ERAFILA.-¿Infame?
¡Triste de mí! ¿Ansí
te afrentas a tú, Marido? LEONATO.-
No me lo llame. Dique
pretos, ó mataréla. Otras
veces es la pareja vocativa esposo/esposa
la que se encarga de establecer los lazos del tratamiento entre interlocutores
de estas características, como sucede en este fragmento: ELVIRA.-
Sí sabe, esposo; que aquí Me
tiene Tello escondida. SANCHO.-
¡Esposa, mi bien, mi vida!. (Lope
de Vega, El mejor alcalde, el
Rey, 1946:482). En
la página setenta y tres de la obra de Moreto De
fuera vendrá ... nos encontramos con una buena muestra de cómo una
transformación apelativa (de esposa
a tía) puede acabar sintiéndose
por parte de la receptora como una auténtica transgresión. El enredo
es el siguiente: Lisardo finge estar enamorado de doña Celia para poder
estar cerca de quien es su verdadero amor, doña Francisca, sobrina de
la anterior. El tratamiento dispensado por Lisardo a la tía de la muchacha
acaba por molestar a ésta, que pide un cambio en este sentido al joven.
El cumplimiento de tal requerimiento consiste en este paso del tratamiento
esposa al de tía.
Su insistente uso hace que doña Celia se sienta primero extrañada y
posteriormente enfadada por lo que ella considera una inadecuada transición: LISARDO.-
Detente, Doña
Francisca, que dejas Corrida
mi bizarría Y
injuriada mi nobleza. ¿No
sabes que está dispuesto Que
por el Vicario vengan A
sacarte de tu casa Con
una cédula hecha De
tu mano, en que mi esposa Prometes
ser, y tú mesma Este
medio has escogido Por
ser de mayor decencia? Esto
está ya ejecutado, Y
agora espero que vengan. Pues
¿qué te quejas de mí Si
ejecuto lo que ordenas?. DOÑA
FRANCISCA.-Pues si está tan cerca el plazo, ¿Para
qué me das la pena De
llamarla siempre esposa?. MARGARITA.-
Señora, eso se remedia Con
una cosa muy fácil, Que
a mí de paso me venga. LISARDO.-
Y ¿qué ha de ser?. MARGARITA.-No
mas desto: Que
pues ella se refresca Con
lo esposa, se lo quites. Y
la llames tía a secas. LISARDO.-Pues
¿para qué ha de ser esto?. DOÑA
FRANCISCA.- Lisardo, véngame della: Véala
yo llena de tía De
los piés a la cabeza. LISARDO.-¿No
es mejor fingir ahora?. DOÑA
FRANCISCA.- Lisardo, tú me atormentas. LISARDO.-¿No
lo sufrirás dos horas?. DOÑA
FRANCISCA.-¿Qué se aventura en su queja?. LISARDO.-
Cuando estéis fuera no importa. DOÑA
FRANCISCA.-Y antes de eso ¿qué se arriesga?. LISARDO.-
El que vaise a sus parientes. DOÑA
FRANCISCA.- Pues aunque todo se pierda, no
la has de llamar esposa. LISARDO.-¿No
ves que eso es quimera?. DOÑA
FRANCISCA.-Me da pesar. LISARDO.-Es
fingido. DOÑA
FRANCISCA.- Eso es susto. LISARDO.-
No es fuerza. DOÑA
FRANCISCA.- Pues no ha de ser. LISARDO.-¿Eso
dices?.
ESCENA
V
DOÑA
CELIA.- DICHOS. ¡Jesús!
¿Qué voces son estas?. LISARDO.-
Cierto, tía, que mi prima Pienso
que se ha vuelto suegra, Porque
de haberte reñido, Por
sí ha tomado la queja, Y
está imposible, por Dios. DOÑA
CECILIA.- ¿Quién la mete en eso a ella?. Mi
esposo puede reñirme, Y
hace muy bien, y en mí es deuda Obedecer
a mi esposo; Que
su honor en esto cela, Y
a un esposo este le toca. DOÑA
FRANCISCA.- (A Margarita). Ya
escampa lo que esposea. MARGARITA.-
Di que a cuenta de lo esposo le
dé una zurra muy buena; Que
porque no se le vaya le
ha de sufrir una vuelta. LISARDO.-
Esto, tía, es insufrible. DOÑA
CELIA.- Esposo, es grande indecencia Que
te riña mi sobrina; Pero
todo se remedia Con
darla estado al instante. LISARDO.-
Sí, tía, eso ha de ser fuerza. DOÑA
CELIA.- Dársela a don Martín quiero LISARDO.-
Tía, si conviene, si conviene, sea. DOÑA
CELIA.-Pues, esposo, háblale tú. LISARDO.-
Tía, haré la diligencia. DOÑA
FRANCISCA.- (Ap. a Margarita). ¿Viste
tal tema de esposo?. MARGARITA.-
Calla; que eso se descuenta Con
las Tías que él le da. Ten
un poco de paciencia. DOÑA
CELIA.- Pues vé a buscarle al momento; Que
no quiero que esto tenga Mas
plazo que el de mañana LISARDO.-
Sí, tía. DOÑA
CELIA.- Ese nombre deja, sobrino;
que es mucho tía A
quien ser tu esposa espera. LISARDO.-
Pues, tía, esto ¿no es cariño?. MARGARITA
(Ap).- Eso
sí, dale con ella.- Déjale
tiar, Señora. Ya
advertíamos en otra parte de esta investigación que la trasposición
del trato apelativo tiende a servirse de la edad como variable fundamental,
hecho que tuvimos la oportunidad de confirmar en algunos pasajes de
las obras del siglo de oro analizadas anteriormente. Sin embargo, también
dijimos que no era la única que acogía este proceso. En efecto, el dominio
familiar es otra de esas variables tradicionales en el desarrollo de
esta inversión apelativa. Llamar hijo
a un yerno, hermano a un
cuñado o padre a un suegro
son, en este sentido, ejemplos tópicos, cuya intención fundamental consiste
en el aumento del grado de confianza
con el interlocutor y su aplicación siempre sigue la dirección
apuntada y nunca la contraria (llamar yerno
a un hijo, o suegro a un
padre, por ejemplo). La rentabilidad dramática de esta técnica está,
en cualquier caso, fuera de toda duda, como se puede comprobar en los
pasajes que seguidamente pasamos a comentar. En
El mejor alcalde, el Rey
(1946:481), Nuño y su yerno Sancho, aceptan sin ningún
inconveniente la trasposición, tratándose ambos de manera simétrica
como hijo y padre,
respectivamente: NUÑO.-
Hijo, de tu entendimiento Procura
valerte ahora, SANCHO.-
Padre y Señor, ¿cómo puedo?. Tú
me aconsejaste el daño, Aconséjame
el remedio. Hijo
llamará también Octavio a su yerno en La
dama boba (1946:303): OCTAVIO.-
Yo tambien, hijo, me voy Para
prevenir las cosas, Que
para que os desposéis Con
mas aplauso me tocan El
cielo os guarde. Y
padres y señores
míos, Carrizales, el celoso extremeño, a los padres de su esposa
Leonora: -Bien
seguro estoy, padres y señores míos, que no será menester traeros testigos
para que me creéis una verdad que quiero deciros (1981:102). El
bobo don Lucas, por contra, preferirá primero adecuarse a los cánones
estrictos llamando a don Antonio suegro,
para poco después trascender, justo en el momento en que decide rechazar
la boda con doña Isabel, hacia un mayor grado de formalidad y distancia
llamándolo señor don Antonio
de Contreras: LUCAS.-
Suegro, agora lo veréis. (Fco.
de Rojas, Entre bobos anda el
juego, 1982:134). LUCAS.-
Yo soy, señor don Antonio de
Contreras, un hidalgo bien
entendido, así, así, y
bien quiso, tanto cuanto; soy ligero luchador, tiro
una barra de a cuarto, y
aunque pese a cuarto y libra, a
mas de cuarenta pasos; soy
diestro como el mas diestro, espléndidamente
largo... (Fco.
de Rojas, Entre bobos anda el
juego, 1982:135). Sobre
el hermanearse de los cuñados y cuñadas podemos mencionar el caso de
La corona merecida (1946:244) en donde Don Álvaro llama hermano
a don Íñigo, o el caso de El
bobo del colegio (1946:187), también de Lope, en donde Fulgencia,
consciente de lo que supone de aumento de confianza esa trasposición,
responde así a Celia: FULGENCIA.-
Con ese nombre de hermana Mucho
mas me enriquecéis. CELIA.-
Grande tristeza traéis, Presto
fuistes valenciana.
La
fama adquirida por Los Tellos
de Meneses decidió a Lope de Vega a publicar en mil seiscientos
veinte y cinco una segunda parte. La primera había acabado con la confirmación
por parte del rey Ordoño I de León del matrimonio de su hija la infanta
doña Elvira, con el hijo de Tello el viejo. Casamiento éste que genera
una clara intersección, por una parte, de clases sociales y, por otra,
de la dimensión familiar y de la político-institucional. El conflicto
derivado de esta situación se manifiesta en la segunda parte, durante
el reinado de Alfonso III de León, hermano de doña Elvira. El sistema
de tratamiento entre los personajes cobra una importancia singular en
este contexto, puesto que Alfonso no acaba de encajar el hecho de estar
emparentado con quienes son, al mismo tiempo, sus familiares y sus súbditos.
Tello el viejo manda una misiva al rey al que llama, en el comienzo
de la misma, hijo. Este es
el fragmento que recoge tal trasposición apelativa: DON
ARIAS (Lee). "Hijo, por muchos años os coronéis rey de León: parecéos
a vuestro padre, y seréis buen rey de León, imitando sus virtudes, para
que sea más alegre vuestro reinado. Hoy os ha nacido otro sobrino, hermano
de Garci-Tello, que hoy también cumple ocho años; de suerte, que ya
teneis dos sobrinos, y yo dos nietos. La Infanta, vuestra hermana y
mi hija, irá a veros luego que tenga salud. Dios os haga buen rey y
Santiago os ayude.- Tello de los Godos y Meneses . (Lope
de Vega, Los Tellos de Meneses
II, 1946:532). El
rey interpreta esta trasposición como una auténtica transgresión de
las conveniencias del trato debido a una persona de su rango ya que
se produce una desintonía entre la variable seleccionada por Tello,
y que no es otra que el dominio familiar, y la interpretada por Alfonso:
el dominio político-institucional. Dice el monarca leonés: REY.-¡Por
qué varios caminos La
fortuna enemiga Trueca
la gloria en pena!. ¿Qué
vida fue tan próspera y serena, Qué
bien con tal exceso, Que
sin alteración de algun suceso Llegase
hasta su fin gloriosamente?. ¡Hijo
me llama a mí Tello insolente! (1946:533). Poco
más tarde insistirá, ahora ante la presencia del propio Tello, sobre
el asunto con un inconfundible tono irónico: REY.-
Antes no es inconveniente. Sentáos,
porque gusto yo Que
quien hijo me llamó, Como
mi padre se siente. (1946:537). Hasta
Mendo, el mensajero encargado de llevar la carta de la buena nueva al
rey, no duda en interpretar el enfado de Alfonso al escuchar el tratamiento
ofrecido por el acaudalado viejo: MENDO.-
(...) El Rey (la causa él la sabe) Mal
me escucha y peor me mira; Y
quien no escucha a quien habla, Claro
está que se fatiga. Mandó
que abriese don Arias la
carta, y como decías hijo
en el primer renglón, parecióle
cosa indigna De
la grandeza de un rey, Aunque
amorosa caricia, Que,
sin ser padre, un vasallo hijo
le nombre y escriba . (1946:534). Este
es el esquema apelativo correspondiente a los procesos, actores y variables
aparecidas en el conflicto descrito:
Tello
el viejo es corresponsable de otra interacción en la que el tratamiento
apelativo vuelve a ser origen de curiosas reacciones. Garci-Tello es
el nieto del viejo campesino el cual suele dirigírsele mediante el vocativo
señor. En un momento determinado
se produce una conversación entre ambos personajes en la que Tello le
concede una renta de mil ducados para vestuario, a lo que el niño (que
contaba, recordémoslo, tan sólo con ocho años de edad) responde con
lo que parece ser un tratamiento simplemente adecuado: le llama abuelo.
La desproporcionada (al menos desde una perspectiva moderna) reacción
del viejo parece confirmar que interpreta la adecuación apelativa como
una inesperada evolución y que, ciertamente, como dice Calvo Poyato
(1989:52), los lazos familiares en el siglo de oro español eran más
bien débiles: GARCI-TELLO.-Bésoos
la mano, señor. TELLO
EL VIEJO.- Y si Elvira mi valor De
miserable condena, Mil
ducados os señalo Cada
año para vestiros; Tanto,
de veros y oiros Tan
hombre ya, me regalo. GARCI-TELLO.-
Son tan nobles alimentos, Abuelo,
como de vos. TELLO
EL VIEJO.- ¡Abuelo! Pues vive Dios, Que
os añada otros quinientos. GARCI-TELLO.-
Señor, en tantos favores, Uno
os quiero suplicar. (1946:535). García,
nieto o nieto
mío son los principales vocativos dirigidos, por su parte, por Tello
el viejo al que era primer hijo de doña Elvira, lo que hace aún más
llamativa su reacción ante el tratamiento que le había concedido Garci-Tello: TELLO
EL VIEJO.-¡Temor! Pues ¿de qué, García?. GARCI-TELLO.-
De que os soleis enojar, Y
a los vestidos llamar Excusada
demasía. TELLO
EL VIEJO.- La seda no me molesta, Nieto;
que lo que me enfada Es
la seda acuchillada, Que
está antes rota que puesta. (1946:535). TELLO
EL VIEJO.- (...) Nieto mío, Adiós,
adiós; servid a vuestro tío. (1946:538). El
ocultamiento o la desviación del tratamiento entre los componentes nucleares
de las familias es una técnica con poderosas repercusiones dramáticas
para el espectador, cosa que no escapa al genio del que fuera colaborador
inquisitorial Lope de Vega y Carpio. Los hermanos don Juan y don Alonso
son los dos personajes principales de Las
flores de don Juan. No mantienen entre ellos ningún tipo de relación
a causa de las diferencias económicas existentes entre ambos: al comienzo
se nos presenta un don Juan pobre y un don Alonso rico. La suerte se
torna y al final quien era pobre es rico, y viceversa. Lope nos ofrece
entonces un diálogo entre ambos en el que de la anonimia se pasa al
reconocimiento y las transiciones apelativas van llegando sucesivamente
para confirmar las diferencias de comportamiento de un hermano y otro
y la irónica reacción que el criado Germán tiene ante la sumisión de
don Alonso, quien cuando disfrutaba de holgura económica no había dudado
en repudiar repetidas veces a su hermano: DON
JUAN.- Esa, señor caballero, Daré
yo de buena gana. Pero
si esta es invención Y
al henchiros de oro y plata Las
manos, me henchó el pecho Del
plomo de alguna bala, No
será la culpa vuestra. Hacedme
merced, y tanta, Que
aquí sólamente entreis... DON
ALONSO.-¿Adónde? DON
JUAN.- A la primera sala. DON
ALONSO.- No puedo donde haya luz; Porque
si me veis la cara, En
vez de darme limosna, Me
atravesaréis la espada. DON
JUAN. Yo
a vos! Pues ¿qué me habéis hecho? DON
ALONSO. (Ap.) Las lágrimas se me saltan. DON
JUAN.-Tomad de mí, caballero, Si
lo sois, esta palabra, Que
aunque fuérades mi hermano, Que
es la cosa más ingrata Que
Dios ha hecho en el mundo, Estas
venas me rasgara En
viéndoos pobre; que yo Lo
he sido tanto en su casa, Que
en viendo un pobre, si es noble, Se
me rasgan las entrañas. DON
ALONSO.-¿cómo sufrirán las mías, Hermano,
tales palabras? Yo
soy don Alonso, yo, Que
vengo a darte venganza. Vesme
aquí a tus piés, don Juan. DON
JUAN.-¡Señor mío de mi alma! ¡Vos
a mis piés! Yo a los vuestros Entrad,
esta es vuestra casa. ¡Vos
en la calle a estas horas! GERMÁN
(A Octavio). ¿No
puede hablar? OCTAVIO.-Esto
basta Para
ver... DON
JUAN.-¿Quién es? OCTAVIO.-
(desembozándose ) Otavio DON
JUAN.- Otavio, no digas nada. Venid,
hermano, conmigo. DON
ALONSO.- Mi señor, los ojos hablan. (Vanse
don Juan, don Alonso y Octavio ). ESCENA
XXIII GERMÁN.-
¡Agora mi señor! ¡Lindo! ¡Ah
tiempo, cuántas mudanzas Vas
haciendo en los discursos De
nuestras vidas humanas! Que
don Juan su hermano albergue En
necesidad tan clara, Es
imitación de Dios, Noble
hazaña, heroica y santa; Mas
aquel mayordomillo Que
la ración nos quitaba, ¿Por
qué ha de venir aquí?. (1946:430). También
llama la atención, por ejemplo, el uso del vocativo amiga dirigido
por Celauro a su hermana en Los
embustes de Celauro (1946:99). Y junto a estos casos naturalmente
es bien sencillo localizar apelaciones que representan la relación en
su sentido más estricto. En El
mejor alcalde, el Rey (1946:477) don Tello dice a Feliciana, su
hermana: DON
TELLO.- En los mentes de Galicia, Hermana,
no suele haber Fieras,
puesto que el tener Poca
edad fieras codicia. Entre
primos se dan variantes como mi
prima y señora, dicho
por don Félix a doña Ana, su prima en Quien
ama no haga fieros (1946:441), o simplemente prima,
dicho, en combinación con la apelación mediante nombre propio y apellido
emitida en sentido interlocutivo inverso, por Juana Castrada a Teresa
en el Entremés del Retablo de
la Maravillas (1982:120): TERESA.-
Ya sabes, Juana Castrada, que soy tu prima, y no digo más ¡Tan cierto
tuviera yo el cielo como tengo cierto ver todo aquello que el Retablo
mostrare! ¡Por el siglo de mi madre, que me sacase los mismos ojos de
mi cara, si alguna desgracia me aconteciese! ¡bonita soy yo para eso!. JUANA
CAST.- Sosiégate, prima; que toda la gente viene. El
talante siempre provocativo del don Lucas de Entre
bobos anda el juego (1982:103) le hará lanzar un despectivo primillo
a don Pedro
[6] : PEDRO.-
¿Yo he de llegar?. LUCAS.-
Sí, primillo. Con
mi propio poder llegas. Mención
aparte merecen las relaciones entre tío y sobrinos y aun las relaciones
entre tías y sobrinas. Algún personaje llegó a decir que la principal
dificultad para conseguir el amor de una doncella era la omnipresencia
de las tías, siempre, o casi siempre, dispuestas a salir al quite de
los conquistadores. Sociológicamente no es extraña esta circunstancia,
si tenemos en cuenta que hambrunas, enfermedades y epidemias despoblaron
progresivamente España, sobre todo a partir de mil seiscientos sesenta
(Bennassar, 1983:80), a lo que habría que sumar el alto índice de mortalidad
entre las jóvenes esposas que daban a luz en más que deplorables condiciones
higiénicas. Todo esto, en definitiva, convertía a las tías en tutoras
y responsables absolutas de las jóvenes muchachas, lo que les lleva,
en ocasiones, a reaccionar apelativamente como alguna de las madres,
tal y como vimo anteriormente. Así sucede en el siguiente fragmento
con el uso del vocativo muchacha en tono de enfado: TEODORA.-
Ven, muchacha, por aquí. BELISA. ¿Vas
enfadada?. (Lope
de Vega, El acero de Madrid,
1946:371). Pero,
por lo general, se reproducen los tratamientos más inmediatos, con variantes
estructurales como señora tía: FULGENCIA.-
Mucho madruga el calor, Señora
tía, en Valencia. (Lope
de Vega, El bobo del colegio,
1946:181). señor
sobrino: FLORA.-¿Qué
es esto, señor sobrino?. (Lope
de Vega, Quien ama no haga fieros,
1946:446). sobrino: LAURA.-¿Qué
dieras, sobrino, a Laura?. (Lope
de Vega, Los Tellos de Meneses
II, 1946:536). tío
y señor: FULGENCIO.-
Sobrina... LEONARDA. Tío
y señor. (Lope
de Vega, El dómine Lucas,
1946:47), o
sobrino y tío
junto con especificaciones basadas en apellido o nombre y apellido: BENITO.-¡Esta
sí, cuerpo del mundo!, ¡que es figura hermosa, apacible y reluciente!
Hi de puta, y como que se vuelve la muchacha. Sobrino Repollo, tú que
sabes de achaque de castañetas, ay dala, y será la fiesta de cuatro
capas. SOBRINO.-
Que me place, tío Benito Repollo. En
culturas como la hispánica, en las que los ritos católicos se encuentran
profundamente arraigados, la institución del compadrazgo es una de las
manifestaciones más sobresalientes de la cofamiliaridad socio-interlocutiva
en general y de la cofamiliaridad apelativa en particular. Hace unos
años, Angel Montes del Castillo publicó su trabajo Simbolismo
y poder. Un estudio antropológico sobre compadrazgo y priostazgo en
una comunidad andina (1989). En él son frecuentes las referencias
al sistema de tratamiento entre compadres y comadres; incluso hay un
epígrafe titulado "Reglas de tratamiento" (pp.274-277). Junto
con los tratamientos recíprocos limitados: Por
el hecho de ayudar a una mujer durante el parto, partera y parturienta
inician un tratamiento recíproco de "comadres", caracterizado
por la familiaridad y el respeto. Es una relación exclusiva entre mujeres
que no va más allá de las normas de conducta y cuya duración es limitada
(p.256), lo
normal es una relación de compadrazgo, instaurada por el bautismo, en
la que este tratamiento perdure toda la vida y cuya intensidad pueda
llegar hasta a anular otros tratamientos frecuentes: A
partir del rito del bautismo los compadres inician un modo de tratamiento
nuevo. Sus relaciones comienzan con un recíproco tratamiento de "compadre"
y "comadre" que durará toda la vida. Los nombres propios de
los implicados o bien dejan de utilizarse en la conversación dejando
paso a los términos compadre y / o comadre, o bien irán siempre precedidos
por los términos compadre y / o comadre. Ya no se dirigirá uno a otro
empleando sus propios nombres, Juan o María. Ahora dirán "compadre
Juan y / o comadre María"... Este es el primer efecto del Compadrazgo,
las reglas de tratamiento (p.275). En
realidad, en los preliminares de la confirmación de las relaciones de
compadrazgo, el vocativo compadre
y comadre son utilizados
con intenciones persuasivas en frases estereotipadas: ...
el tratamiento respetuoso entre compadres no es estrictamente recíproco.
He comprobado en Pucará que la obligación de respeto entre compadres
va en dirección del compadre socialmente inferior hacia el compadre
socialmente superior, pero no al revés. El compadre inferior siempre
pone más énfasis en el trato de consideración y respeto hacia el compadre
superior que, según en qué circunstancias, puede parecer un comportamiento
servil a quien no participa de esas normas sociales (p.276). Pero,
al margen de las coordenadas creadas por medio del bautismo, las apelaciones
compadre y
comadre tienen también una aplicación rentable entre simples amigos
o conocidos, sobre todo en Andalucía
[7] . La segunda acepción del Diccionario
de Autoridades hace la siguiente descripción, prácticamente idéntica
a la tercera propuesta por la última edición académica del diccionario: Compadre.-
Llama tambien assi en Andalucía y otras partes la gente vulgar
a sus amigos: y suele ser modo de saludarse, quando se encuentren en
los caminos y las posadas unos con otros (p.433 del tomo II). De
hecho este último es el sentido con el que con mayor frecuencia los
discursos de los personajes de las obras escrutadas acogen estos vocativos.
Ya fray Antonio de Guevara en su Menosprecio
de Corte y alabanza de aldea, uno de los best-seller
de la época imperial española a decir de Manuel Fernández Alvarez
(1989:763), nos advertía indirectamente de su uso entre los cortesanos,
al comentar: Viniendo,
pues, al propósito es de notar que el proverbio más usado entre los
cortesanos es decir a cada palabra: "A la verdad, señor compadre,
quiero ya esta maldita corte dejar e irme a mi casa a morar, porque
la vida desta corte no es vivir, sino un continuo morir". Varias
son las obras de Cervantes en las que hemos localizado este tratamiento.
En El licenciado Vidriera,
el personaje principal lo utiliza en tono irónico-contrastivo (1981:29): En
la rueda de la mucha gente que, como se ha dicho, siempre le estaba
oyendo, estaba un conocido suyo en hábito de letrado, al cual otro le
llamó señor licenciado, y sabiendo Vidriera que el tal a quien llamaron
licenciado no tenía ni aun título de bachiller, le dijo: -Guardaos,
compadre, no encuentren con vuestro título los frailes de la redempción
de cautivos, que os le llevarán por mostrenco. En
el Entremés de la cueva de Salamanca
(1982:134-135) leemos: COMP.-
¡Gran mujer! ¡De buena os ha dado el cielo, señor compadre!. Dadle gracias
por ello. PANCRACIO.-
Yo se las doy como puedo, y no como debo; no hay Lucrecia que se [le]
llegue, ni Porcia que se le iguale: la honestidad y el recogimiento
han hecho en ella su morada. COMP.-
Si la mía no fuera celosa, no tenía yo más que desear. Por esta calle
esta más cerca mi casa: tomad, compadre, por éstas, y estaréis presto
en la vuestra; y veámonos mañana, que [no] me faltará coche para la
jornada. Adiós. Más
frecuente aún es su aparición en el Entremés
del viejo celoso al conversar entre sí Cañizares y un compadre suyo
según reza la acotación. Veamos una muestra (1982:147): CAÑIZARES.-
Señor compadre, señor compadre: el setentón que se casa con quince,
o carece de entendimiento, o tiene gana de visitar el otro mundo lo
más presto que le sea posible. Apenas me casé con doña Lorencica, pensando
tener en ella compañía y regalo, y persona que se hallase en mi cabecera,
y me cerrara los ojos al tiempo de mi muerte, cuando me embistieron
una turba multa de trabajos y desasosiegos; tenía casa, y busqué casar;
estaba posado y desposéme. COMP.-
Compadre, error fue, pero no muy grande; porque según el dicho Apóstol,
mejor es casarse que abrasarse. Las
reflexiones en torno al compadrearse nos han puesto sobre la pista del
aprovechamiento que el dominio religioso hace de las variantes o covariantes
propias del dominio familiar. Nuestros próximos comentarios seguirán,
en cierto sentido, las directrices emanadas por esta misma sobreposición
de dominios, puesto que nos ocuparemos de los apelativos dirigidos,
en el Siglo de Oro, a los pobres y a los personajes relacionados con
la iglesia. No
sería un despropósito afirmar que ser en la época constituía casi un
oficio, si tenemos en cuenta que los mendigos eran la fuente de salvación
para los ricos. A cambio del alivio momentáneo de su desgracia sólo
se le pedía una cosa: la oración. No era por tanto una presencia considerada
ociosa: su rentabilidad consistía en asegurar la tranquilidad moral
y espiritual del resto de la ciudadanía. El
pobre era el intercesor "del prójimo ante la clemencia divina"
(Fernández Alvarez, 1989:178), porque la caridad conducía a la salvación
de las almas (Bennasar, 1983:204). La cortesía en el trato debido a
los pobres era la consecuencia inmediata de estos sentires colectivos
tal y como indica Zabaleta, un contemporáneo de la época, en Día
de fiesta por la noche. Sus palabras son parafraseadas así por Marcellin
Defourneaux (1983:110)
[8] : Sinceridad
y fervor son las características de la fe española, aunque algunas de
sus manifestaciones no nos parezcan siempre de buena ley. Su carácter
"vivido" se expresa especialmente en esa especie de nimbo
que rodea al pobre, imagen de Cristo, y en una práctica de la caridad
que va más allá de la simple limosna: "El tratar a un pobre sin
cortesía es desacato que se hace al Rey de los Reyes, porque el pobre
que pide es un hombre enviado del cielo, a que le ruegue, de
parte de Dios, que haga buena obra... El no darle
limosna es villanía infame", escribe un autor de la época. Vamos
a referirnos a tres obras concretas: El
dómine Lucas de Lope de Vega,
Caer para levantar de
Moreto y Entremés de la cueva
de Salamanca de Cervantes. En la primera de ellas tanto Fulgencio
como Lucrecia y Rosardo se dirigen a Floriano, vestido de pobre capigorrón,
con el vocativo hermano: FULGENCIO.-¿No
hay ahí Quien
dé a ese pobre una blanca?. Entra,
hermano, entra en buena hora. (1946:47). FULGENCIO.-¡Qué
importuno sois, hermano!. (1946:47). LUCRECIA.-¡Hola,
hermano!. (1946:47).
ROSARDO.-Hermano,
¿de qué lloráis?. (1946:54). En
la segunda hallamos un ejemplo de tratamiento recíproco: don Diego y
Golondro se llaman entre sí hermano: ESCENA
V Golondro,
de gorrón, con rosario al cuello.
DON
DIEGO.- ¿Por acá, hermano, Golondro?. GOLONDRO.-
Sí, hermano. Sea alabado Un
Dios que todo lo cría. (1950:585). El
propio Golondro utilizará una estructura vocativa, más extensa al conversar
poco más tarde con don Gil: GOLONDRO.-
Saque aprisa, Hermano
don Gil, la espada. (1950:588). En
la tercera obra mencionada, Cristina utilizará igualmente el vocativo
hermano para dirigirse a
un estudiante pobre (personaje típico en la época) que acaba de conocer: CRISTINA.-¿Mas
que lo dice por el sacristán Reponce, y por maese Roque, el barbero
de casa? ¡Desdichados dellos, que se han de ver convertidos en diablos! Y
dígame, hermano, ¿y éstos han de ser diablos bautizados?. (1982:138). Aunque
fuera del dominio de la familiaridad, debe recordarse que amigo
era otra de las cortesías dirigidas a los pobres: LEONARDA.-¿Y
de dónde bueno sois, amigo?. (Cervantes,
Entremés de la cueva de Salamanca,
1982:132).
CRISTINA.-
Así tiene el talle de hablar por el colodrillo, como por la boca. Venga
acá, amigo: ¿sabe pelar?. (Cervantes,
Entremés de la cueva de Salamanca,
1982:132). LUCRECIA.-
Yo entiendo que él gustará, Y
yo, amigo, en grande extremo. (Lope
de Vega, El dómine Lucas,
1946:48). Por
lo que se refiere a la relación entre los fieles y los agentes principales
de las actividades religiosas: frailes, ermitaños, sacristanes, etc.
bien conocido es que se mantienen los tratamientos cofamililares o pseudofamiliares:
padre, hijo/hija, hermano/hermana (en este sentido conviene recordar
que los más de viente mil colaboradores de la Inquisición en el siglo
XVII eran llamados familiares).
El viajero B. Joly nos cuenta: En
este país donde los monjes encuentran su elemento: son llamados Padres
en todas partes, honrados, respetados, bienvenidos y bienquistos de
todos y en todas partes. Ahora
algunos ejemplos extraídos de los textos literarios: en
El condenado por desconfiado (1982:86), el ermitaño Paulo es llamado
padre por Pedrisco y en la
página siguiente Pedrisco es llamado hermano
por el primero: PEDRISCO.-Sin
duda, padre, que
es un santo varón aqueste Enrico. (1982:86).
PAULO.-
¡Un vil contrario! Livianos
pensamientos me fatigan, ¡Oh
cuerpo flaco! Hermano, escuche. (1982:87). Justina
es interpelada por un ermitaño que aparece en la novela mediante las
variantes hermana, hija
e hija mía: ...
saludéme humildemente diciéndome: Dios sea en tu alma, hermana. Yo confieso
que como no estaba ejecutada en estas salutaciones a
lo divino, no se me ofreció que decir et cum spiritu tuo, o Deo
gratias, o Sursum corda, mas a Dios y a ventura, díjele: Amen. Ya que
me tuvo parada y tal, que a su parecer no era censo de alquilar, me
dijo. Hija, razón será que se acabe de leer este capítulo que tengo
comenzado, porque como son cosas de Dios, no es razón que las dejemos
por las terrenas, vanas caducas y transitorias de las tejas abajo. Yo
cuando oí aquello de las tejas abajo sospiré un sospirazo, que por pocas
hiciera temblar la taconera de Pamplona como cuando la ciudad de la
Mosquetea. El prosiguió con su sermon: podrá ser, hija mía, que la haya
encaminado el Espíritu Santo para que oiga algo que le aproveche, y
si tiene algo tocante a su alma, después habrá lugar para comunicarlo
(1950:110). Más
tarde, la pícara elegirá únicamente la variante diminutiva hermanito
al hablar con un "teólogo": Hermanito,
ya que es sembrador, no me siembre de espinas el camino del cielo; distinga
entre el ser golosa y pecar contra el Espíritu Santo...(1950:136). Y
Rinconete también hermaneará al ingenuo sacristán, familiar por demás
de un vigilante de la justicia que mantenía cordiales relaciones con
Monipodio y los suyos: -Decidme,
hermano, si sabéis algo; si no, quedad con Dios, que yo la quiero pregonar. La
cita anterior nos sitúa de lleno en el ámbito de los marginados sociales
que se agrupaban en cofradías de las que pillos, ladrones, prostitutas
y demás formaban parte y de las que pocos "trabajadores del medio"
podían librarse, si hacemos caso a las descripciones cervantinas. Las
mancebías siempre quedaban bajo la regencia de un "padre"
o de una "madre", reconocidos en cualquier caso por las autoridades
públicas de cada ciudad. Éste parece ser el significado del señora
madre que Monipodio dirige a la vieja Pipota y que nos trae a la
memoria los apelativos dirigidos a la Celestina
[9] : -Todo
se lo cree, señora madre-respondió Monipodio-, y estése así la canasta,
que yo iré allá, a boca de sorna, y haré cala y cata de los que tiene,
y daré a cada uno lo que le tocare, bien y fielmente, como tengo de
costumbre (1981:257). La
vieja, por su parte, llama hijo Monipodio
al cerebro de la delincuencia sevillana, hija Escarlata
a una joven allí presente e hijos a todos los allí presentes: -Hijo
Monipodio, yo no estoy para fiestas, porque tengo un vaguido de cabeza
dos días ha que me trae loca; y más que antes que sea medio día tengo
de ir a cumplir mis devociones y poner mis candelicas a Nuestra Señora
de las Aguas y al Santo Crucifijo de Santo Agustín, que no lo dejaría
de hacer si nevase y ventiscase (1981:256). -Mucho
echaste, hija Escarlata; pero Dios dará fuerzas para todo (1981:257).
-Holgaos,
hijos, ahora que tenéis tiempo;
que vendrá la vejez, y lloraréis en ella los ratos que perdisteis en
la mocedad, como yo los lloro; y encomendadme a Dios en vuestras oraciones,
que yo voy a hacer lo mismo por mí y por vosotros, porque El nos libre
y conserve en nuestro trato peligroso sin sobresaltos de justicia (1981:259). El
rol desempeñado, por su parte, por Monipodio se demuestra en el uso
que hace de vocativos similares a los que saliesen por boca de la vieja.
Llama hijo mío a Rincón,
hijo a Cortadillo y a Maniferro, e hijos a Rincón y
a Cortado: -Vos,
hijo mío, estáis en lo cierto, y es cosa muy acertada encubrir eso que
decís; porque si la suerte no corriere como debe, no es bien que quede
asentado debajo de signo de escribano, ni en el libro de las entradas
(1981:249). -Volviendo,
pues a nuestro propósito -dijo
Monipodio-, querría saber, hijos, lo que sabéis, para daros el oficio
y ejercicio conforme a vuestra inclinación y habilidad (1981:251). -No
os aflijáis, hijo -replicó Monipodio-, que a puerto y a escuela habéis
llegado donde ni os anegaréis ni dejaréis de salir muy bien aprovechado
en todo aquello que más os conviniere. Y en esto del ánimo, ¿cómo os
va, hijos? (1981:252). -¿Hay
más, hijo? -dijo Monipodio (1981:272). Y
junto a los vocativos asimétrico-jerárquicos padre
[10] , madre,
hijo o hija,
encontramos en estos endogrupos las apelaciones pseudofamiliares simétricas
representadas con la variante hermana.
He aquí dos fragmentos en los que se reproducen conversaciones entre
La Gananciosa y La Cariharta
[11] : -Porque
quiero -dijo- que sepas, hermana Cariharta, si
no lo sabes, que a los que se quiere bien se castiga; y cuando
estos bellacones nos dan, y azotan, a acocean, entonces nos adoran;
si no, confiesame una verdad, por tu vida: después que te hubo Repolido
castigado y brumado ¿no te hizo alguna caricia? (1981:261). -No
hay dudar en eso -replicó La Gananciosa-. Y lloraría de pena de ver
cuál te había puesto: que estos tales hombres, y en tales casos, no
han cometido la culpa cuando les viene el arrepentimiento. Y tú verás,
hermana, si no viene a buscarte antes que de aquí nos vamos, y a pedirte
perdón de todo lo pasado rindiéndosete como un cordero
(1981:261-262). Vamos
a ocuparnos, en última instancia, de aquellas variantes persuasivas
que, aún participando de las pseudofamiliares, no están funcionalmente
sistematizadas en torno a núcleos, grupos o cofradías sociales organizadas,
al estilo de lo sucedido en las expuestas con anterioridad. Son vocativos
intencionalmente cercanos, sobre todo en el caso de hermano
y hermana, a los analizados
en el epígrafe 3. La
edad es la variable selectiva básica de las apelaciones madre
o hija. Para su resolución
discursiva se necesita un locutor y un alocutario, colectivos o no,
caracterizados por una más o menos amplia diferencia en este sentido.
Los locutores de menor edad son los responsables de la emisión de la
primera; por eso, Justina, la pícara, llamará madres
a las tres hilanderas con las que incia una interacción, o madre
a una mesonera a la que trata de engañar, o, mucho más claro, madre
vieja a una vendedora de la que se sirve para ganar unos dineros: -Madres,
vosotras no os podéis menear, porque una de vosotras es tullida, otra
gotosa, y otra coja, y mientras vais y venís en casa del cardador a
pedir y traer lana que habeis de hilar, perdeis de hilar cada una tres
libras, y de salud cuatro, porque la congoja que os
causa la prisa de tornar a vuestra tarea os acaba; y es lástima,
madres, trocar la vida por lanas de ovejas... (1950:149). -Tenga,
madre, que mi burra ayuna y viene acebada (1950:132). -Yo
quísele decir por gracia: Madre Vieja, eso no es así, que si Dios no
hiciera bien a nadie con lo ajeno, no me hubiera ido a mí tan bien con
vuestro manto... (1950:121). Y
por eso la pícara recibirá la fórmula de tratamiento hija
por esa misma mesonera y también por la misma vieja vendedora a la que
había pedido prestado el manto: Bajó
la huéspeda, si a Dios plugo, y me dijo: ¿Cuánto quiere de cebada, hija?
(1950:132). ...
y así la buena vieja, que debía ser escrupulosa, como lo suelen ser
muchas, me dijo: señora, yo la perdono lo que me ha hecho esperar, porque
Dios nos espere a todos; mas mire, hija, que torne la burra a su dueño,
porque con lo ajeno nunca Dios hizo bien a nadie (1950:121). Otros
ejemplos: el paternalismo de los cortesanos en relación a los labriegos
y labriegas, asi como el paternalismo derivado de la mayor edad del
locutor se demuestan al tiempo en esta evolución apelativa incluida
en el discurso dirigido por el Conde de Orgaz a Blanca en Del
rey abajo, ninguno (1982:56): CONDE.-
Mujer, escucha, tente. ¿Sales,
como Diana, de la fuente para
matar, severa, de
amor al cazador como a la fiera?. BLANCA.-
Mas, ay,
suerte dichosa!, éste
es el Conde. CONDE.-¡Hija,
Blanca hermosa! ¿Dónde
vas desta suerte?. Contexto
que debiéramos hacer extensivo a estos otros fragmentos en los que Gerardo
habla a Fulgencia, vestida de serrana en Los
embustes de Celauro: GERARDO.-¿Quién
sois, hija?. FULGENCIA.-
Una mujer. (1946:105).
GERARDO.-¡Ay
hija, que le engañó! Pasan
de seis mil ducados los
que de renta tenía. Pero
contadme, hija mía, Sucesos
tan desdichados (1946:106). Don
Tello, un viejo que aparece en El
lindo don Diego (1983:86), también utilizará un vocativo de este
mismo campo morfosemántico al dirigirse a unos jóvenes que comparten
lugar con él: D.
TELLO.- (Y ignorancia en mí irritalle por
tan ligera locura. ¿Qué
importa que él se alabe de
galán, para que Inés desprecie
el noble interés que
por su sangre le cabe? Resístanlo
o no sus pechos, pues
conviene a sus recatos, he
de hacer que los contratos esta
noche queden hechos). Hijos,
yo voy a sacar vuestros
despachos. Adiós, que
aquella noche los dos os
habéis de desposar, porque
estiméis a mi amor lo
mismo que él os estima. (1983:86). Pero
no sólo las apelaciones familiares nucleares pueden ser utilizadas como
pseudofórmulas de uso cotidiano, puesto que es fácil tropezarnos con
otras como tío, tía,
sobrino
o primo
[12] . De hecho, Lázaro de Tormes llamaba a veces tío
al ciego, y lo propio hizo con un calderero con el que habla para que
le consiga una copia de la llave que tantas desgracias le traerá sin
saberlo: -No
diréis, tío, que os lo debo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano
(1982:31). -Tío,
una llave de este arte he perdido, y temo mi señor me azote (1982:42). A
cambio, el ciego alguna vez le dirige un sobrino: -Calla,
sobrino, que algún día te dará este que en la mano tengo alguna mala
comida y cena (1982:34). Tía
es también el tratamiento dado a doña Lorenza por Cristina, su criada,
en el Entremés de viejo celoso
(1982:143): CRISTINA.-
En verdad, señora tía, que tienes razón; que más quisiera yo andar con
un trapo ATRÁS y otro adelante, y tener un marido mozo, que verme casada
y enlodada con este viejo podrido que tomaste por esposo (1982:143). CRISTINA.-
Tía, la llave de loba creo que se la pone entre las faldas de la camisa
(1982:145). En
cuanto al vocativo primo,
reproducimos a continuación unas frases de
La pícara Justina (1950:125) en las que aparece éste utilizado por
la pícara al hablar con un acompañante circunstancia del que, como en
ella es normal, se aprovecha descaradamente: Díjele:
Primo, mire que me importa mucho que se adelante y vaya con mucha prisa
al meson donde yo posé ayer y anteayer, porque ahora se me acuerda que
por olvido se me quedó debajo de mi cama un cesto con unos favos de
miel... Con
todo, hay que decir que hermano
y hermana
[13] son los vocativos estelares en este ámbito de la persuasión
y de la pseudofamiliaridad, según hemos constatado en los textos literarios
desde los que hemos recabado nuestra información. Comenzamos con un
diálogo de El Molino, de
Lope (1946:33) en el que intervienen la duquesa y el conde, disfrazado,
¡como no!, de labrador y en el que volvemos a constatar la forma en
que el trato apelativo puede evolucionar en un mismo turno conversacional
según el desarrollo del tema tratado y de la actitud mostrada por el
locutor. El fragmento comienza con el vocativo hermano
y casi al final del mismo la fórmula seleccionada es labrador: DUQUESA.-
Hermano, pues que así es Que
ya era en mi casa no hay gente Que
os entienda y os contente. Y
es la cabeza los piés, Yo,
que al fin os he entendido, La
respuesta a cargo tomo, Haciendo
de mayordomo El
oficio no entendido. Y
así, digo que digáis A
vuestro amo y mi casero, Que
lo que él quisiere quiero, Como
vos me lo mandáis; Y
que no tenga temor Que
al río la presa lleve, Por
más que a romperla pruebe Su
creciente y su rigor; Que
tiene buenos cimientos En
la fe de quien la hizo; Y
que no sea espantadizo De
sólo sus pensamientos. Duerma
en su cama, seguro Que
no es vid que se caerá Marchita
de roble duro; Que
yo porfiadora salgo, Andad
con Dios, labrador, Y
mirad que ese temor Es
más villano que hidalgo. Celauro
también apelará a Belardo, varón desconocido para él en esos momentos,
con la expresión hermano,
intentando persuadirle de su condición nobiliaria: CELAURO.-
Mira, hermano, que te engañas; Que
soy caballero noble. (1946:109).
El colectivo de desconocidos que comparten circunstancialmente
el lugar del locutor es el referente inscrito bajo la fórmula hermanos
en este fragmento de El licenciado
Vidriera (1981:25): Acaeció
este mismo día que pasaron por la plaza seis azotados, y diciendo el
pregón "Al primero, por ladrón", dio grandes voces a los que
estaban delante dél, diciéndoles: -Apartáos,
hermanos, no comience aquella cuenta por alguno de
vosotros. Sin
embargo, la aplicabilidad del sentido propio de este campo de apelación
abarca por igual los casos en los que los que los interlocutores se
conocen de antemano. La pícara Justina, por ejemplo, llama hermanas
a sus acompañantes de paseo (1950:102): Si
tuviera un ojo en un dedo (...), a fe que con él pudiera ver estampada
en mis espaldas la verdadera imagen de una albarda; por esta causa si
alguna vez salía yo con alguna bachillería y me preguntaban mis
compañeras: Justina )para quien te mete la paja?, repondía: Hermanas,
la albarda. y
Valerio y la viuda Leonarda, personajes ambos de La
viuda Valenciana, llamarán hermano
a sus interlocutores, el galán Otón y el escudero Urban, repectivamente: VALERIO.-
Aquel decir mal, hermano, No
guarda ningun gobierno; Porque
dicen, y es muy llano. Que
es chimenea en invierno Y
sala baja en verano. Mejor
será que cantemos, O
que de repente echemos En
loor de los amantes. (1946:84). LEONARDA.-¿Cómo,
hermano? De
lo que pasó me advierte. (1946:84). Como
en casos anteriores, la especificación puede aparecer también entre
los componentes de las estructuras vocativas que se forman sobre la
base del lexema "hermano Un
muchacho le dijo: -Hermano
Vidriera, mañana sacan a azotar a una alcagüeta. Respondióle: -si
dijeras que sacaban a azotar a un alcagüete, entendería que sacaban
a azotar un coche (1981:25), y
poco más tarde hermano licenciado
Vidriera por un hombre casado que replica de esta forma a una impertinencia
del personaje central de la novela de Cervantes: -Hermano
licenciado Vidriera -que así decía él que se llamaba-, mas
tenéis de bellaco que de loco (1981:19). Estas
extensiones estructurales son la fuente principal de la hiperpersuasividad.
El señor mío de mi alma,
vigente en la actualidad, pero con un significado más próximo a la interjección
que a la pura vocación, es uno de sus ejemplos paradigmáticos: ORTIGOSA.-
Señor mío de mi alma, movida y incitada de la buena fama de vuestra
merced, de su gran caridad y de sus muchas limosnas, me he atrevido
de venir a suplicar a vuestra merced, caridad y limosna y buena obra
de compararme este guadamecí, porque tengo un hijo preso por unas heridas
que dio a un fundidor, y ha mandado la Justicia que declare el cirujano,
y no tengo con qué pagalle, y corre peligro no le echen otros embargos,
que podrían ser muchos, a causa que es muy travieso mi hijo; y querría
echarle hoy o mañana, si fuese posible, de la cárcel. (Cervantes, Entremés
del viejo celoso, 1982:150). Más
curioso resulta el vocativo hermano
mozo dirigido por un huésped a un mozo de mulas con tono de recriminación
condescendiente por la ignorancia del segundo; la situación se relata
en la novela de Cervantes La
ilustre fregona (1981:136): El
huésped que oyó la ignorancia del mozo, le dijo: -Hermano
mozo, contrapás es un baile extranjero, y no motejo de mal vestidos. La
ironía subyace al uso del vocativo hermanita
dirigido por un hombre a Justina, una vez conocido el rapto que la picara
sufrió por parte de unos estudiantes que intentaron aprovecharse de
ella, lo que "tiznó" ligeramente su honra, si por entonces,
con todo lo que ya llevaba vivido, eso aún era posible (1950:95): Alguno
me ha dicho despues acá: Hermanita, ¿cómo digo de la jornada de Arenillas?.
Si no quemada, tiznada, que una vela pegada a un muro, aunque sea argamasado,
verdad es que no lo puede quemar; pero dejar de tiznar es imposible. Como
sucediese con el vocativo amigo,
también hermano es utilizado
en contexto de enfado. De hecho aquí tenemos un pasaje de La
gitanilla (1981:140) en el que ambos tratamientos aparecen en ese
tono. Habla Andrés (=don Juan) a un desconocido que encuentra herido
y del que no se fía, puesto que lo cree enamorado de Preciosa: No
le pareció a Andrés legítima esta declaración, sino muy bastarda, y
de nuevo volvieron a hacerle cosquillas en el alma sus sospechas, y
así le dijo: -Hermano,
si yo fuera juez y vos hubiérades caído debajo de mi jurisdicción por
algún delito, el cual pidiera que os hiciera las preguntas que yo os
he hecho, la respuesta que me habéis dado obligara a que os apretara
los cordeles. Yo no quiero saber quién sois, cómo os llamás o adónde
vais; pero adviertóos que si os conviene mentir en este vuestro viaje,
mintáis con más apariencia de verdad (...). Amigo, levantaos y aprended
a mentir, y andad enhorabuena. [1] Cf. el apartado de tratamientos del artículo de Bárbara Rimgaila y María Teresa Cristina, "La familia, el ciclo de vida y algunas observaciones sobre el habla de Bogotá", Thesaurus. BICC, n1 3, tomo XXI, 1966, Bogotá. [2] "Estas y otras pláticas solían tener mis padres sobre faltarles heredero, segun me contaron después, hasta que un día estando mi madre bien descuidada, yo llamé a la puerta de su estómago con un vómito. Bien temía ella una venida, habiéndole faltado el correo ordinario tres meses sin carta mía; entró mi padre por la sala cuando ella estaba con el ansia, y díjola: ¿Qué tenéis, Brígida?. Doctor, respondió ella, tengo ansias de heredero. Buenas nuevas os dé Dios, replicó él. Tomóla el pulso, y confirmóle el preñado con tanta alegría como si yo estuviera fuera llamándole taita". Vida de D. Gregorio Guadaña, Alonso Enríquez Gómez, BAE nº 33 (1950:260). Por otra parte, sobre tata, dice el Diccionario de la Lengua Española : "f. fam. Nombre infantil con que se designa a la niñera || 2. Ar. voz de cariño con que se designa a la hermana menor || 3. m. Murcia y América: padre, papá. Es voz de cariño, y en algunas partes de América se usa también como otro tratamiento de respeto" (p.1290). Carmen Martín Gaite tiene, precisamente, un cuento titulado "La tata". [3] "Quevedo atacó violentamente a las eruditas en La culta latiniparla. Pero de todos modos el berrinche que él tenía con las mujeres no radicaba fundamentalmente en el culteranismo de algunas; el tema central de su sátira gira en torno a la infidelidad conyugal femenina" (Vigil, La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII, 1986:58). [4] Dice Antonio Brunel en su "Viaje de España" (1959:419): "Por lo demás, los maridos que quieren que sus mujeres vivan honestamente se hacen primeramente tan absolutos, que las tratan casi como a esclavas, por miedo a que una honesta libertad las haga emancipar más allá de las leyes del pudor, que son muy poco conocidas y mal observadas entre ese sexo. Me han asegurado que en Andalucía los maridos las tratan como a niños o como a criadas". A pesar de todo, los apelativos entre matrimonios presentes en los textos literarios mantenía a veces la apariencia del galanteo amoroso: mi bien (El Molino, Lope de Vega, 1946:23), mi angel (Entremés de la cueva de Salamanca, Cervantes, 1982:130), lumbre destos ojos (ídem, 1982:130), bien mío (ídem), descanso mío (ídem) son algunas de estas variantes utilizadas entre esposos, aunque lo normal, ciertamente, es que aparezcan con mayor intensidad en el galanteo amoroso prematrimonial; princesa (En el mayor imposible nadie pierda la esperanza, Moreto, 1950:625), reina (El caballero, Moreto, 1950:291), reina mía (La pícara Justina, López de Ubeda, 1950:161), mi bien (La discreta enamorada, Lope de Vega, 1946:165), Luz mía (ídem), mi amor (ídem, p.167), dulce prenda (El dómine Lucas, 1946:63), vida (La pícara Justina, López de Ubeda, 1950:82), Félix mío, mi bien, mi señor, mi dueño (Casa con dos puertas mala es de guardar, Calderón, 1944:138), gloria mía (La discreta enamorada, Lope de Vega, 1946:171), fénix mía (ídem, p.174). Sobre ironías en torno a alguno de estos usos, cf. las intervenciones de Lucas, Belisa y Aristo en Entre bobos anda el juego (Fco. de Rojas, 1982:160-161), Los melindres de Belisa (Lope de Vega, 1946:318) y Los embustes de Celauro (Lope de Vega, 1946:95). [5] "Ya no es el matrimonio entre algunas mujeres (sordas a las voces de la decencia y pobres de pudor y honestidad), como en otro tiempo y como lo es aún entre las mujeres honestas y cristianas, un deleitable y hechicero retiro en el cual dos consortes, cansados de los placeres ruidosos del mundo, se entregan ellos solos, al parecer olvidados de todo el universo. En estos preciosos instantes de soledad que ofrece el matrimonio bien entendido, se prestan mutuamente los dos esposos aquellos tiernos nombres de "hijo" y "vida mía" que dicen lo más fino del amor en dos palabras" (Mariano Francisco Nipho, La nación española defendida de los insultos del Pensador y sus secuaces, Madrid 1764, cit. por Martin Gaite, 1988:65). [6] "Tampoco es de sufrir que hermanos con hermanas, ni primos con primas, ni deudos con parientes retocen, porque todo esto no es sino arriscar y provocar la doncella, y aunque no estropiece con ellos, siendo descamisada, caiga con otros, cuanto más que ¿quién me asegurará a mí de estos parentescos?. Ya no se ven sino desconciertos, ni se oye sino aquel dicho que anda como un refrán: "Primo acá, primo acullá". (Instrucción de la mujer cristiana, Juan Luis Vives, 1940:127). Por su parte, E. S. Turner, en la Historia de la galantería (1977:152) recoge las palabras de un manual de comportamiento en el que se recuerda que las bodas entre miembros de clases sociales distintas conllevaba el tener que soportar el tratamiento hermano y primo por doquier: "Puede verse obligado a sentar en su mesa gentes que un año antes se hubiera disgustado de ver en su vestíbulo. Extraños individuos de cabellos empolvados, con vestidos cortos de algodón, le llamarán "hermano", "primo", y agobiarán su vida con incesantes demandas de trabajo". [7]
O en Murcia:
"Llegan dos "tíos de la güerta". Al principio no se
atreven a hablar. El letrado los anima: -Dílo tú, Paco.- Pos dígalo osté, compare" (Isamael Galiana, "Tesoro impúdico de coplas eróticas y sucedidos huertanos II", en La Opinión, 26-VIII-90). [8] "Hasta los pordioseros tienen orgullo, y cuando piden limosna lo hacen con un aire imperioso y dominante. Si se les niega, es preciso hacerlo con amabilidad, diciéndoles: "Caballero, usted perdone; no tengo moneda" (Mdme. D'Aulnoy, Relación del viaje de España, 1959: 1070). "... no habiendo ni los pobres que piden limosna que puedan desmentir ese orgullo; no tienen el semblante afectado para compasión ni la mendicidad ni para dar piedad ninguna, sino van pasablemente vestidos, sasludando, reconociéndose inmediatamente, o bien sin alzar el sombrero os cogerán del brazo, o tocándoos, si no apartais, en un tono libertino, os dirán: "Señor, )quisiérais hacer una merced a un hombre honrado que tiene necesidad de ello, de lo que recibiréis tanto honor al darlo como él al recibirlo?. Estoy aquí para eso", dejándoos en duda de si es para él o para algún vergonzoso; una de las cosas más desagradables a Dios es un pobre soberbio y orgulloso" (Viaje hecho por Bartolome Joly, 1959:124). [9] "La relación de dependencia de la prostituta seguía tres direcciones principalmente. Una de una alcahueta que fingía una relación de tipo familiar bajo los nombres de tia, madre, madrina. Otra también del tipo familiar, representada por el marido cornudo. Este marido, con frecuencia falso, era en realidad un rufián simplemente que constituye el tercer eje de la dependencia" (Alonso, 1979:49). [10] Padre también es utilizado como variante aplicada a interlocutor viejo desconocido, como demuestra este fragmento que nos vuelve a situar entre las murallas de la persuasividad cotidiana; pertenece a la Historia del Emperador Carlos V, de Sandoval, y está reproducida en Manuel Fernández Alvarez (1989:156): "Gustó el Emperador -continúa Sandoval- del labrador, y trabó plática con él, esperando alguno que le llevara el venado y preguntóle qué años tenía y cuántos reyes había conocido. El villano le dijo: "Soy muy viejo, que cinco reyes he conocido...Conocí al rey don Juan el Segundo siendo ya mozuelo de barba, y a su hijo don Enrique y al rey don Fernando, y al rey don Felipe, y a este don Carlos que agora tenemos". Díjole el Emperador: Padre, decídme por vuestra vida; de esos, ¿cuál fue el mejor? ¿Y cuál el más ruin?". Este padre es similar al actual abuelo mencionado por Beinhauer y perfectamente ejemplificado en el cortometraje español La tarde, interpretado por Francisco Rabal y emitido por TVE el 18 de agosto de 1989. [11] "Los nombres propios que aparecen en los textos que tratan de asuntos relacionados con las clases marginales en la sociedad de los siglos XVI y XVII tienen un grande y doble interés. Por una parte nos ilustran sobre las apelaciones propias que recibían comúnmente los sujetos de acciones cuyo carácter social o antisocial es evidente; pero este aspecto, que apenas supera un estadio de curiosidad comprensible, no basta. Una reflexión detenida sobre estas apelaciones nos lleva a considerar que la importancia del nominalismo hampón reside precisamente en el hecho de que en su formación intervienen factores semejantes a los que encontramos en la formación del lenguaje de las clases marginales en su aspecto más general. Más aún, el análisis de los nombres propios nos ayuda a comprender mejor muchas de las transformaciones que sufre el lenguaje marginal. Algo que se nos aparece como evidente apenas echamos una ojeada al catálogo de nombres propios es que la distinción entre nombres connotativos (comunes) y no connotativos (propios), tal como la presenta Stuart Mill refiriéndose a unos y otros en general, no puede aplicarse al caso concreto del lenguaje marginal. Efectivamente, la gran mayoría de los nombres propios de los personajes de los bajos fondos son, o por lo menos en su orígen, marcadamente connotativos, de manera que, presentado el personaje por su nombre, se comporta éste como un signo convencional que nos ilustra sobre el comportamiento del personaje en cuestión, o sobre su aspecto físico, su oficio, etc. (...). Señalemos de paso que no hacemos diferencia entre los que son propiamente nombres y los sobrenombres o alias, ya que unos y otros se comportan como verdaderas apelaciones propias de personajes, en las que las segundas invaden y absorven con facilidad y por completo el campo del verdadero nombre propio que, en las clases marginales, desaparece frecuentemente sin dejar rastro" (Alonso, 1979:265). [12] O prima: "prima es un eufemismo con que se designan entre sí las prostitutas que trabajan por cuenta propia o las que están colocadas bajo la vigilancia de una alcahueta, dando a entender que existe entre ellas una relación familiar" (Alonso, 1979:50). [13] Francisco Ynduráin publicó en el Anuario de Filología Aragonesa (1952), IV, un artículo titulado "El tratamiento "maño-maña"; en él se ocupa del habla coloquial del siglo de oro en relación a la derivación de este tratamiento del vocativo hermano.
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