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3.
Apelación
y persuasividad cotidiana en los textos analizados |
La
persuasividad es compañera habitual del conversar, y el vocativo es
uno de los procedimientos con mayor peso específico en esta materia.
La presuposición de bondad, amistad, compañerismo y belleza-juventud
por parte del locutor en relación a su alocutario son cuatro
de las características sémicas fundamentales, aunque no las únicas,
por supuesto, con las que el uso del vocativo se relaciona en aras
de un mayor grado de persuasión en las interlocuciones cotidianas
del Siglo de Oro español. Con respecto a la primera, hay que decir
que es un procedimiento retórico-persuasivo utilizado casi siempre
por parte de un personaje superior (o que así se siente) socialmente
al receptor-referente de la vocación. El uso continuado en los textos
consultados del vocativo buen
hombre dirigido a labradores y villanos por parte de señores alejados
del ámbito rural constituye un buen ejemplo, propio por demás de las
características del tópico literario del menosprecio de corte y alabanza
de aldea que nada tenía que ver con la realidad vivida en el campo
español por aquella época. En el siguiente fragmento de El
galán de la Membrilla (1965:304) de Lope de Vega, Tello interpela
así a Tomé, un labrador:
TELLO.-¿a
quién buscáis, buen
hombre?. TOMÉ.-
A Tello, señor.
y
más tarde (1965:309):
TELLO.-
No podré, de
haber estado tan necio, ahora
en quejarme de él. (A
Tomé) Oid,
buen hombre.
Especialmente
interesante resulta este otro diálogo incluido en Al
pasar del arroyo (1946:398) en el que don Luis se dirige a don
Carlos (vestido de hortelano) con el retórico buen
hombre, pero, ante el silencio de éste, acude al vocativo labrador, evolución del trato mediante la cual la persuasiva condescendencia
deja paso a la cruda constatación de categorías y jerarquías sociales:
DON
LUIS.- Buen hombre, que Dios te guarde, Y
en verde hortaliza aumente, ¿No
sabes que todo oriente Viene
a tu huerta esta tarde? ¿No
sabes cómo Jacinta viene
a cubrilla de flores, Que
son sus piés las colores Con
que abril los prados pinta?. ¿Conocesla?
Dime nuevas De
su hermosura y valor. DON
CARLOS.- (Ap).-cuando barajas, amor, Todo
lo tiras y llevas, Este
es don Luis ¿Qué es aquesto?. DON
LUIS.-¿No respondes, labrador?.
Mucho
más intensa es la evolución en el tratamiento que el mismo locutor
realiza con Benito, esta vez un verdadero labrador (1946:398):
DON
LUIS.- Buen hombre, cierto señor Con
secreto y con temor La
trajo niña a Barajas (...) BENITO.-
Ya entiendo, no ignoro nada: (A
buenas deshonras va!. Ya
sé que hay ciertas mujeres Que
en viendo una moza hermosa ............................................... DON
LUIS.- No sé, villano y grosero, Cómo
el alma no te paso.
La
inmediatez en la asociación real de los tratamientos buen
hombre y labrador queda
de manifiesto en esta estructura vocativa bimembre aparecida en el
discurso que la infanta dirige a un villano en la que sería primera
parte de Los Tellos de Meneses
(1946:514):
INFANTA.-
¡Ah buen hombre, ah labrador!
La
marca jerárquica de este trato apelativo también hace que el labrador
o labradora lo utilice con
quien circunstancialmente sea considerado inferior. Es por eso que
en la página trescientos noventa y siete del volumen del BAE que recoge
la obra de Lope Al pasar del
arroyo (1946) observamos que la labradora Jacinta se dirige así
a Mayo, disfrazado de buhonero:
JACINTA.-
Buen hombre, llegáos acá.
En
La viuda valenciana (1946:73) el mozo galán (así es denominado por
Lope de Vega) Camilo llama a su escudero Urban buen hombre:
CAMILO.-
Antes deseo Serlo,
buen hombre, infinito ¿Qué
se paga?.
y
en Las flores de don Juan
(1946:420) la condesa hace lo propio con su lacayo Germán (1946:420): CONDESA.-
¡Hola, buen hombre, detente!.
El
buen hombre está presente igualmente en el discurso del alcalde y
del gobernador del Entremés
del retablo de las maravillas al dirigirse al astuto Chanfalla:
GOBERNADOR.-
Yo soy el Gobernador, ¿qué es
lo que queréis, buen hombre? (1982:116).
BENITO.-
Siempre quiero decir lo que es mejor sino
que las más veces no acierto; en fin, buen hombre,
¿qué queréis? (1982:116).
El
inicio de una interlocución con una persona simplemente desconocida
puede ser un apropiado contexto para utilizar esta apelación persuasiva,
tal y como aparece en este fragmento de Los
embustes de Celauro (1946:106). El vocativo utilizado por Lupercio
se adecua plenamente a su intención petitoria:
LUPERCIO.-
(Ap. Quiero pedir a este hombre si
trae algo de comer). ¡Buen
hombre!.
o
en este otro de Al pasar del
arroyo (1946:394), en el que Lisarda dice:
LISARDA.-
Si por amor la
habéis, buen hombre, escondido, Justa
disculpa habrá sido; Mas
no carece de error...
El
capigorrón Decio, finalmente, utilizará este vocativo al conversar
con un mesonero en El dómine Lucas (1946:64):
DECIO.-
¿Queréis, buen hombre, callar?.
La
colectividad también puede ser objeto de apelación de este tipo. Un
buenos hombres hallamos
en El lazarillo de Tormes
(1975:73) justo cuando el alguacil se dirige al auditorio del
buldero:
Estando
en lo mejor del sermón, entra por la puerta de la iglesia el alguacil,
y desque hizo oración, levantóse, y, con voz alta y pausada, cuerdamente
comenzó a decir: -Buenos
hombres, oídme una palabra, que después oiréis a quien quisiéreis.
Muy
parecido sentido hay que atribuir a la expresión gentiles
hombres, al margen de los comentarios expuestos con anterioridad:
AMO
DE CRISTINA.- Ténganse, gentiles hombres; ¿qué desmán y qué acecinamiento
es éste?. (Cervantes,
Entremés de la guarda cuidadosa, 1982:929)
Dos
variantes estructurales del sentido de esta apelación son hombre
de bien y señor bueno. Un ejemplo de la primera tenemos en El premio del bien hablar (1946:499), cuando Feliciano se dirige al
lacayo Martín:
FELICIANO.-
Perdonad, hombre de bien.
La
segunda es una variante relativamente hiperbólica de la que es responsable
el villano Brito, uno de los personajes de El
mejor alcalde, el rey (1946:489):
BRITO.-
Yo, señor bueno, Só
Brito, un zagal del campo.
La
mujer no es ajena a estos tipos de vocación. Es fácil encontrar estructuras
persuasivo-apelativas como buena
mujer
[1]
, mujer buena
o mujer de bien. Tello el viejo utiliza la primera al dirigirse a Laura,
una labradora, en Los Tellos de Meneses (1946:519): TELLO
EL VIEJO.- ¿Menester
adonde hay tantas? (A
qué cosas te adelantas! Id
con dios, buena mujer; Que
bostezos de señora Tiene
mi sobrina ya.
La
corregidora de La gitanilla
(1981:164) utiliza la segunda al hablar con la gitana vieja: -Mujer
buena, antes ángel que gitana, ¿adón está el dueño, digo la criatura
cuyos eras estos dijes?.
Y
la tercera aparece en el Entremés
del juez de los divorcios (1982:47) en boca del juez: JUEZ.-
Callad, callad, nora en tal, mujer de bien, y andad con Dios;
que yo no hallo causa para descasaros; y, pues comistes las
maduras, gustad de las duras...
En
el comienzo de ese mismo entremés (1982:45) había aparecido otro de
los vocativos pertenecientes al mismo campo semántico-pragmático,
mediante el cual la presunción de bondad se extiende a un colectivo
mayor que el buenos hombres
puesto que puede referirse a alocutarios de
uno u otro sexo; estamos hablando de buena
gente:
JUEZ.-¿Qué
pendencia traéis, buena gente?. MARIANA.-
Señor, (divorcio, divorcio y más divorcio, y otras mil veces divorcio!.
El
mantenimiento del adjetivo buen
es fundamental para la creación de variantes más específicas. Pongamos
por caso los vocativos buen huésped, buen amigo
o buen + nombre propio. Buen huésped
llaman Floriano y Decio al mesonero, su interlocutor (el último de
ellos en otro momento le había llamado buen hombre, como vimos más
arriba):
DECIO.-
¡Oh confusión! Buen
huésped, ¿tendrás secreto?. (Lope
de Vega, El dómine Lucas,
1946:64).
FLORIANO.-
Buen huésped, es un disfraz. (Lope
de Vega, El dómine Lucas,
1946:64).
Buen
amigo llama
Pedro Pantoja al craido Guijarro en la obra de Moreto Las
travesuras de Pantoja (1950:404):
PANTOJA.-¿Qué
hay, buen amigo?.
Como
reproducción del tratamiento del que solían ser receptores los campesinos
podemos calificar el uso del vocativo buen
Churriego dado por el hortelano Lisardo a Churriego, un criado,
en otra de las piezas dramáticas de Moreto: En el mayor imposible
nadie pierda la esperanza (1950:650):
LISARDO.-
El sitio acomodado Para
esto. Buen Churriego, ¿Cómo
va?.
La
combinación de buen+nombre
propio es también la elección de Lupercio al dirigirse al personaje
que, en parte, da título a la obra de Lope Los
embustes de Celauro (1946:101): LUPERCIO.-
Prosigue, buen Celauro: ya te creo.
La
honradez es otra de las virtudes evocadas con la intención de sacar
rentabilidad persuasiva a las apelaciones cotidinanas presentes en
los textos literarios consultados:
GOBERNADOR.-
Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?. (Cervantes,
Entremés del retablo de las
maravillas, 1982:116).
No
menos rentable resultaba el uso de los vocativos amigo
y amiga y sus posibles combinaciones
a la hora de dirigir la palabra a desconocidos con los que se deseaba
entablar un cordial conversación. Amiga
es llamada la vieja gitana, madre "adoptiva" de Preciosa,
por parte de un mancebo gallardo (así se le define) en esos momentos
desconocidos para ella:
-Por
vida vuestra, amiga, que me hagáis placer que vos y Preciosa me oyáis
aquí aparte dos palabras que serán de vuestro provecho (1981:115).
Reproducimos
a continuación el diálogo "a cuatro bandas" entre don Pedro,
don Manrique, el Rey y un lacayo borracho con el que se tropiezan
en el camino, con la intención de observar la transición del trato
entre los tres primeros y el segundo, pero siempre respetando los
márgenes de persuasividad cotidiana (actitud "favorecida",
sin duda, por el hecho de que el criado lleve entre sus manos una
espada), para lo que se utiliza primero el vocativo amigo
(lo que conlleva, por cierto, la inmediata reacción del alocutado),
más tarde el vocativo gentilhombre y finalmente el vocativo hermano, del que tendremos la oportunidad de hablar más tarde por
extenso. El fragmento pertenece a la pieza de Lope La corona merecida (1946:236):
DON
PEDRO.-¡Amigo! LACAYO.-¿Quién
es amigo? DON
PEDRO.- Yo soy amigo. LACAYO.-
Yo no. Juro
a Dios no dar la mano, Aunque
el Rey me la pidiese. Hágase
allá, no le pese; Téngase
todo cristiano ¿Es
cosa de burla dar A
un hombre una bofetada? DON
MANRIQUE.- (Al Rey). Desnuda
tiene la espada Y
apenas acierta a hablar. REY.-
El debe de haber bebido. ¡Ah,
gentilhombre!. LACAYO.-¿Quién
es?. ¿Es
castellano o inglés?. DON
PEDRO.- Algún inglés le ha ofendido. Tenga
la espada, y advierta... LACAYO.-Cuando
se vierta, ¿qué importa? ¡Oh,
cuánto el aire conforta Que
se sale por esta puerta!. DON
PEDRO.-Oiga: yo seré el padrino. LACAYO.-
Hanme dado un bofetón... DON
PEDRO.- Tuvieron poca razón. LACAYO.-
Con un hueso de tocino. DON
PEDRO (Al Rey). Por Dios, señor, que no había entendido
su desgracia. REY.-¿Qué
tiene?. DON
PEDRO.- Vino. REY.-
¡Oh, qué gracia!. Háblale,
por vida mía. Pregunta
qué es la ocasión Deste
ruido. DON
PEDRO.- Oya, hermano. LACAYO.-
¿Es inglés o castellano?.
Amigo,
con todo, es un vocativo que puede ser utilizado, y lo es con frecuencia,
para dirigirse a personas conocidas en contextos de enfado o con un
inconfundible tono irónico. La celosa dama Celia lo utiliza con su
galán Camilo en La viuda valenciana
(1946:82):
CELIA.-¡Tú
a mi casa! Pues no has ido En
dos meses, ¿y tan loca me
ves, que crea tal boca A
corazón tan fingido?. No,
amigo; que si se escapa, Será
andarme tras el viento.
y
Marcela se lo dice a Riselo, presa de un enfado similar en El
acero de Madrid (1946:377): MARCELA.-¿Oye,
amigo? RISELO.-¡Ah,
prenda mía!.
Siguiendo
en el campo de la persuasión cotidiana cabe detenerse ahora en los
tratamientos compañero y
camarada, cuya raíz semántico-interpretativa debemos situar en el
compartir algo, ya sea material o no, real o supuesto. En Al pasar del arroyo, don Carlos (disfrazado) dispensa a Mayo (disfrazado
igualmente) el tratamiento compañero
en dos ocasiones por su aparente pertenencia al oficio de labradores:
DON
CARLOS.- (...) ¿Qué hay, compañero? ¿Tenemos De
lo dicho alguna traza? (1946:398).
DON
CARLOS.- Ya lo entiendo, compañero, Y
qué engaño la esperanza, Porque
quien la pone en huertas, O
le falta el sol o el agua (1946:399).
En
sentido literal debe ser interpretado el vocativo persuasivo camarada
con el que el criado del marqués se dirige al escudero en Las
flores de don Juan (1946:428), una más de las creaciones pertenecientes
a la vastísima producción de Lope, puesto que ambos comparten de hecho
cámara:
LUCIO.-
Id camarada, a ganar Albricias
de la Condesa; Decid
que está aquí el Marqués, Que
de Sicilia ha venido.
Y
en sentido figurado hay que entender el uso que de esta apelación
hace el gracioso Churriego al hablar al hortelano Lisardo en la ya
mencionada obra de Moreto En el mayor imposible nadie pierda la esperanza (1950:630):
CHURRIEGO.-
¿Es porque tú estás cansado? ¿No
sabes qué he imaginado?. Que
entremos, por divertirte. En
esta huerta. DON
MANUEL.- Está bien. CHURRIEGO.-
En ella vive Lisardo. DON
MANUEL.- Llámale; que aquí le aguardo. CHURRIEGO.-
¡Hola, camarada!.
o
Estebanillo al dirigirse a quienes le perseguían mofándose de él:
-Hallándome
levado de fregados y espulgado de faltriqueras, levantéme como padre,
y seguido de estudiantes mínimos y de
muchachos de escuela, me salí al campo medio avergonzado, preguntando
a los queme encontraban y se reían de mí: Camaradas,
¿por dónde va la danza?.
(Vida y hechos de Estebanillo González, 1950:307).
Poco
antes de relatarnos este suceso, un soldado con el que Estebanillo
(también soldado en esos momentos) había entablado fugaz amistad se
le dirige con el vocativo intensivo camarada
del alma, producto en parte de su actividad compartida y en parte
de los efectos del alcohol:
Estaba
en mi compañía un soldado que había servido en aquellos estados en
tiempo de treguas; y para informarme de él qué tierra era adonde nos
mandaban ir, lo convidé a beber dos frascos de vino en una ermita
del trago; y después que estaban como el arca de Noé, habiéndole yo
dicho como estaba de camino para ir a ver.
Nueva
técnica de persuasión cotidiana es apelar al interlocutor con alusiones
a los desiderata de juventud y belleza. La pícara de López de Ubeda
reflexiona con gran precisión sobre estas actitudes de las que las
principales beneficiarias suelen ser las mujeres (1950:64): ...
la mujer, como fue hecha para ayuda de cámara, en viendo que los años
se van de cámaras, y los hombres las tienen por decírselo, ponen un
gesto de pujo; y el llamarlas mozas o niñas es tañerles una almendrada.
puesto
que a los hombres se les inculca la biunivocidad entre prestigio y
edad madura (1950:63): Diráme
que pues los hombres no se añusgan de que los llame viejos, antes
se afrentan de que los llamen mozos, tampoco es justo que Justina
se enoje de que se lo digan.
Sus
ideas no quedan en mera teoría, sino que las aplica con alto grado
de consciencia; eso parece deducirse de comentarios como éstos:
Llamábase
la mesonera Sancha Gómez, y siempre se me iba el silbato a llamarla
Sancha la gorda como a la tripera de Jaén; luego que vi el talle de
la mujer y el ingenio de ramplón, se me ofreció que había de hacerla
algun buen tito, y acerté a este blanco, poniendo en razon la ballesta
de la atención, el arco de palabras dobles, el virote de la lisonja
y el jostrado de mi perseverante ingenio; sentéme a sus piés, habléla
con mucha humildad y vergüenza, y llaméla madre y hermosa, y estuve
con ella mas amorosa y retozona que galo de monasterio (1950:132).
Yo
le dije: señora hermosa, que aunque sea una lamparera mas pesada que
higo duñiga, se huelga de que la llamen hermosa, y se derrite aunque
sea durandarta; señora hermosa, ruégote, ruégote por su cara que en
prendas de esta burra y de este mando nuevo, me haga merced de prestarme
este su manto viejo, para llegarme con él aquí a un pueblo que se
llama Trobajo... (1950:119).
[1] Nueva prueba de sexismo en el lenguaje: "Sin embargo su aplicación a la mujer puede soportar connotaciones bien distintas: "otro genérica de prostituta es buena mujer, que "vale puta", según Covarrubias (...). En cambio, buena mujer aparece en multitud de textos (...). Ya Covarrubias advertía que la palabra significa "según el tono y sonsonete con que se dize" a propósito de honrada (y con buena ocurre lo mismo) que "se toma en mala parte", es decir, con el significado de prostituta" (Alonso, 1979:25). |
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