REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS

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ISSN 1577 - 6921

  NÚMERO 1 - MARZO 2001

PORTADA | HEMEROTECA

2. Sobre algunas apelaciones frecuentes en el trato cotidiano


 
2.1. del señorearse y sus variantes

Sobradamente conocido es que entre los españoles de la época, como entre los europeos de la época, el señorearse era moneda de uso corriente en las conversaciones cotidianas a la hora de cumplir con los requisitos del tratamiento apelativo; no en vano, los sustantivos señor y señora (junto con sus variantes) son vocablos que, aunque en el campo de los tratamientos expresen fundamentalmente, al hilo de su relación sémica con la "posesión" y con el "dominio", contactos asimétricos inferior-superior en cualesquiera parámetros de la escala social, pueden ser utilizados, igualmente, como advierte en su sexta acepción el Diccionario de Autoridades (1984:87), con alocutarios de igual e incluso de inferior estatuto social. Las apelaciones a la colectividad  encuentran un estereotipo casi siempre pertinente en el seno de esta parcela genérica del tratamiento:

CHANFALLA. -Señores, Vuestras mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta más que comenzar (Cervantes, Entremés del Retablo de las Maravillas, 1982:120).

Son expresiones, en definitiva, cuya frecuencia de aparición es directamente proporcional a su capacidad para servir como aparentes intersecciones en las interacciones tanto simétricas como asimétricas. Y decimos aparentes porque al ser humano vivir en la neutralidad absoluta le supone un alto coste, mitigado en el caso de señor y sus variantes por la especificación  generada a través de epítetos o complementos (habitualmente acompañantes suyos y léxico-semánticamente referidos a función, situación, posición o profesión social de alguna de las instancias locutivas o de ambas), por nombres propios y apellidos o, finalmente, por la combinación de ambos. En cualquier caso, la extensión del vocativo resultante incide directamente en el grado de persuasividad deseado y, por ende, en el grado de sumisión contextual del locutor para con su alocutario.

Un ejemplo de combinación de señor + función social lo tenemos en el señor vecino o similares. Cristina utiliza con resolución esta fórmula de tratamiento en el Entremés del vizcaíno fingido (1982:106) con un platero que vivía cerca de su casa:

CRISTINA.-Basta, señor vecino, vaya con Dios, que yo haré lo que me deja mandado; yo la llevaré, y entretendré dos horas más, si fuera menester; que bien sé que no podrá dañar una hora más de entretenimiento.

Otra Cristina, esta vez la criada de Cañizares en el Entremés del viejo celoso (1982:150), utiliza idéntica expresión ante el pavor del viejo que creía ver (no sin razón) en tal denominación una premonición fatal para su honor, por lo que pide a la muchacha que cambie el tipo de apelación, requerimiento sólo parcialmente atendido:

CRISTINA.-¿Y qué quiere, señora vecina?.

CAÑIZARES.-El nombre de vecina me turba y sobresalta: llámala por su propio nombre, Cristina.

CRISTINA.- Responda ¿y qué quieres, señora Ortigosa?.

ORTIGOSA.- Al señor Cañizares quiero suplicar un poco, en que me va la honra, la vida y el alma.

.................................................................

CRISTINA.-Entre, señora vecina.

CAÑIZARES.-¡Nombre fatal para mí es el de vecina!.

También la pícara Justina apelará en estos términos a sus compañeras de charla (1950:153):

¿No es verdad, señoras vecinas, que era mi abuela una bendita?.  

En una sociedad tan repleta de pobreza, la profesión o la función social desarrollada era todo un "título" para quienes las poseían. Por eso, la combinación señor + profesión o función aparece tan a menudo, ya sea para referirse al ámbito eclesiástico, como sucede con el tratamiento ofrecido por Rinconete al sacristán que poco antes había "desplumado":  

-Con su pan se lo coma -dijo Rincón a este punto-; no le arriendo la ganancia: día de juicio hay, donde todo saldrá en la colada, y entonces se verá quien fue Callejas y el atrevido que se atrevió a tomar, hurtar y menoscabar el tercio de la capellanía. Y ¿cuánto renta cada año?. Dígame, señor sacristán, por su vida (Cervantes, Rinconete y Cortadillo, 1981:242).

 como al artesano:

SOLDADO.- (...) Escuche vuestra merced, señor zapatero, que quiero glosar aquí de repente este verso, que me ha salido medido:

                                   Chinela de mis entrañas

(Cervantes, Entremés de la Guarda cuidadosa, 1982:89).

 al creativo-literario: señor autor y señora autora son llamados Chanfalla y Chirinos en El Retablo de las Maravillas (1982:115): 

RABELIN.-¿Hase de hacer algo en este pueblo, señor Autor? Que ya me muevo porque vuestra merced vea que no me tomé a carga cerrada.

  al militar:

DON FÉLIX.-¿Qué digo, Señor soldado, el de la pluma y tahalí...  

(Lope de Vega, El galán de la Membrilla , 1967:341).

 al universitario: un alférez, representante de las armas, llama señor letrado a un licenciado, para dejar claro el ya tradicional contraste (y a veces complemento) de ambas ocupaciones:

ALFÉREZ.- Oiga, señor letrado: El reñir no le excusa un hombre honrado (Moreto, De fuera vendrá..., 1950:75),

o a las distintas ocupaciones político-administrativas. Una buena muestra de estas fórmulas apelativas de tratamiento podemos encontrar en el famoso entremés cervantino del retablo de las maravillas. Benito Repollo, por ejemplo, es llamado por Chanfalla señor alcalde, y Chirinos llama al gobernador de la localidad señor gobernador. El colectivo de las autoridades es apelado por Chirinos señores justicias. Pero también aparecen apelaciones en las que la especificación contigua al señor no es sólo la función desempeñada, sino que a ésta se le une, igualmente, nombres propios, apellidos, o ambos. No hay que ocultar la intención persuasiva de estas extensiones, ni la irónico-burlesca que a buen seguro movió a Cervantes para presentarnos unos personajes cuyo hiperbólico tratamiento correspondía a su no menos exagerada ingenuidad. Señor regidor Juan Castrado llama el gobernador al regidor y señor alcalde Repollo llama Chanfalla al alcalde. En ocasiones "bastaba" tratar al interlocutor con señor+nombre propio y apellido: señor Pedro Capacho llama el regidor al escribano, y éste llama al alcalde señor Benito Repollo.

El señor o señora[1] y el nombre propio "nada más" también eran fórmulas normales en contextos menos retóricos. Señora Ortigosa  es el vocativo que Lorenza lanza a su vecina en el Entremés del viejo celoso. El don, como comenta Marcellin Defourneaux (1983:43), acabó por generalizarse sobre todo entre quienes habían alcanzado cierto nivel en la escala social pero carecían de título de nobleza. En El caballero, obra de Moreto (1950:298), don Enríquez se dirige al viejo Juan de Toledo con un señor don Juan, y otro don Lope, nombre atribuido en esta ocasión por Moreto, en Las travesuras de Pantoja  (1959:393), a un viejo, es el que utiliza una fórmula parecida al hablar con Pedro Pantoja, el personaje central, pero incluyendo en esta ocasión también el apellido: señor don Pedro Pantoja.

Si nosotros oyésemos en la actualidad expresiones vocativas como las de señora María o señora hermosa pensaríamos inmediatamente en especificaciones con nombre propio o adjetivo de valoración positiva, respectivamente. Lo cierto es que, además de eso, ambos vocativos tenían una caracterización funcional en el Siglo de Oro, dado que eran los tratamientos tópicos con los que los huéspedes de entonces se dirigían a las mesoneras (algo parecido al Buddy de los taxistas mencionado por Brown y Ford). Esta es la reflexión sobre el asunto por boca de la pícara Justina (1950:73):

-Y luego les veréis esquilar diciendo: Señora María, que no hay huésped que no llame María a toda moza de mesón, como si todas nacieran la mañana de las tres Marías, o si no, dicen señora hermosa, que, como dijo el otro, para que una vieja sea moza, no hay otro remedio mejor que ser mesonera o ajusticiada; porque a la del mesón, no hay pasajero que no diga: Hola, señora hermosa, y si a una mujer la sacan a justiciar, luego dicen: la más linda mujer y de más bellas carnes que se vio jamás.

Bastaría acudir a los datos proporcionados por el Diccionario de Autoridades para  comprobar que los límites entre especificación individual-personal, funcional-profesional o posicional-situacional no son siempre nítidos. En muchos casos nos enfrentamos con polisemias semántico-interpretativas que sólo el contexto concreto puede resolvernos adecuadamente. Vocativos como señora doncella, señor caballero, señor galán, señor gentilhombre, señor hidalgo o, en otros ámbitos, señor maeso (maestro o maese), señor doctor (dotor), señor bachiller o señor licenciado, todos ellos muy utilizados en el siglo de oro español, así lo confirman. Pasemos ahora a la ejemplificación de estos vocativos en algunos fragmentos literarios. La preciosa gitanilla de Cervantes (1981:115) dice así a una joven muchacha:

-Señora doncella -respondió Preciosa-, haga cuanta que se la he dicho, y provéase de otro dedal, o no haga vainillas hasta el viernes, que yo volveré y le diré más venturas que las que tiene un libro de caballerías.

El supuesto gitano Andrés reacciona ante las insinuaciones de la hija del dueño de la venta en la que se hospedan dirigiéndosele con ese mismo tratamiento, probablemente con alguna que otra intención añadida:

-Señora doncella, yo estoy apalabrado para casarme, y los gitanos no nos casamos sino con gitanas; guárdela Dios por la merced que me quería hacer, de quien yo no soy digno.

La misma Preciosilla se había dirigido al gallardo mancebo de ella enamorado, que no es otro que el Andrés antes mencionado, con la fórmula señor caballero (1981:117):

-Yo, señor caballero, aunque soy gitana, pobre y humildemente nacida, tengo un cierto espiritillo fantástico acá dentro, que a grandes cosas me lleva.

Los pícaros Rinconete y Cortadillo nada más conocerse se dispensan tratamientos tan curiosos para su edad (entre quince y diez y siete años) como los de señor gentilhombre, señor caballero y señor hidalgo:

-¿De qué tierra es vuestra merced, señor gentilhombre, y para adónde bueno camina?.

-Mi tierra, señor caballero respondió el preguntado, no la sé, ni para adonde camino, tampoco (...).

-Yo, señor hidalgo, soy natural de la Fuenfrida, lugar conocido y famoso por los ilustres pasajeros que por él de continuo pasan; mi nombre es Pedro del Rincón; mi padre es persona de calidad, porque es ministro de la Santa Cruzada: quiero decir que es bulero, o buldero, como los llama el vulgo (1981:233-234).

Ambos son tratados por un mozo de la cofradía de Monipodio como señores galanes  (vocativo al que Rincón replica con otro idéntico), si bien poco después utiliza el lenguaje de germanía y los llama señores murcios[2], que es tanto como decir "señores ladrones" (1981:243):

-¿Díganme, señores galanes, voacedes son de mala entrada o no?.

-No entendemos esa razón, señor galán -respondió Rincón.

-¿Qué no entrevan, señores murcios?-respondió el otro.

El señor maeso  y similares queda reservado a los trabajadores de oficios manuales. Así llama la pícara Justina a un platero y poco después a un barbero. Barbero es también el personaje al que la sobrina de don Quijote trata con un respetuoso señor maese Nicolás. El no menos cervantino licenciado Vidriera, por su parte, al ver a  un sastre "que estaba mano sobre mano" (1981:30), le dice:

-Sin duda, señor maeso, que estáis en camino de salvación. 

Señor doctor llama Prudencio a Beltrán, falso médico, en El acero de Madrid de Lope de Vega (1946:307), en tanto que éste último llama a su ayudante, impostor también, señor licenciado (1946:308). Sobre la posible axiologización, advertida por el Diccionario de Autoridades, del término bachillera hemos encontrado un ejemplo (al margen del señorearse, ciertamente) en La discreta enamorada  (1946:155) de Lope de Vega, justo en el momento en que la viuda Belisa, al hablar con su hija Fenisa, le dice:   

BELISA.-No repliques, bachillera.

Queremos recordar aquí el uso del vocativo señora niña localizado en La pícara Justina (1950:61). En esta ocasión la especificación del término señora sirve para intensificar el contraste entre la edad de la receptora (Justina niña) y su desenvoltura[3]

-A buen tiempo llegué, señora niña, pues vine a punto en que, por mi gran culpa, la ví nacer envuelta en las pares de los dos oficios más comunes de la república; pregunte a mamá si quiere que la enalbarde con miel y huevos güeros unas torrijas y haga por ella los demás oficios de partero.

Otra de las estructuras especificativas tradicionales para el sustantivo señor y el resto de variantes morfológicas es la originada mediante la adjunción, ya sea por posposición, ya por anteposición, de lexemas pertenecientes al campo semántico de la posesión. Cortadillo utiliza, por ejemplo, la fórmula mis señores al dirigirse al resto de la camarilla:

-Cese toda cuestión, mis señores, que ésta es la bolsa, sin faltarle nada de lo que el alguacil manifiesta; que hoy mi camarada Cortadillo le dio alcance, con un pañuelo que al mismo dueño se le quitó, por añadidura (1981:255).

Justo la inversa que la utilizada por Chanfalla en el Entremés del Retablo de las Maravillas  (1982:117), al dirigirse al gobernador, al alcalde, al escribano y al regidor:  

CHANFALLA.-Yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de Las Maravillas: hanme enviado a llamar de la corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor de comedias, en ella, y perecen los hospitales, y con mi ida se remediará todo.

En el Entremés de la cueva de Salamanca  (1982:132) un estudiante pobre se dirige a Leonarda, la dueña de la casa a la que entra mendigando, con el vocativo señora mía:

ESTUDIANTE.- Salmantino soy, señora mía; quiero decir que soy de Salamanca.

El mayor signo de desigualdad social en el siglo de oro español era, muy probablemente, el absolutismo de los reyes, que eran tratados como auténticas divinidades, o al menos como seres sobre humanos a los que el acceso era difícil y la sumisión obligada. Dice Manuel Fernández Alvarez (1989:138):

La potestad del soberano era soluta legibus, él era el que podía marcar la ley. ¿Estaba incluso por encima de ella?. Era tema de polémica para los teóricos del pensamiento político y para los teólogos; de hecho, lo estaba sin duda, y su tendencia al absolutismo en toda esta época es marcadísima.

En realidad, privilegios similares tenía la nobleza sobre el resto de ciudadanos que en el mejor de los casos formaban parte de nada, limitándose a malvivir o a sobrevivir. Los vocativos gran señor y gran señora eran de los más utilizados por quienes poseían un estatuto social inferior a la hora de conversar con un interlocutor "superior". Así es llamado el rey por el conde don Iñigo en La corona merecida de Lope de Vega (1946:231):

DON ÍÑIGO.- Es hermana,

Gran Señor, de un caballero

Que mereció vuestro amor,

Gracia y privanza algun día.

Y también lo es, a su vez, el conde por parte de doña Ana (1946:442) en la obra del mismo autor Quien ama no haga fieros:

DOÑA ANA.- Aquí, Gran Señor,

Tenéis vuestra esclava (Ap. Quiero

vengarme).

Pero también el rico labrador don Tello por parte de Sancho y por Celio, trabajadores a su cargo, lo que demuestra que era un título que marcaba fundamentalmente estratificación social, si bien se utilizase a menudo como fórmula de tratamiento real:

SANCHO.- Obligada llevo el alma

Y la lengua, gran Señor,

Para tu eterna alabanza.

(El mejor alcalde, el rey, 1946:478).

Gran señora es el vocativo con el que don Juan se dirige a la condesa en Las flores de don Juan, y es ése también el elegido por el conde don Arias para hablar con la infanta doña Elvira, que reacciona inmediatamente ante tal tratamiento puesto que le había sido retirado por el mismísimo rey, su hermano: 

DON ARIAS.- Perdonad si no he llegado,

Gran Señora, a vuestros piés.

INFANTA.- Advertid que estáis hablando

Con Elvira de Meneses;

Que así lo manda mi hermano.

Junto a este tratamiento, el rey era objeto, lógicamente, de apelaciones mucho más enaltecedoras, reflejo del sentimiento áureo hacia la monarquía, con independiencia de que el argumento de la obra se desarrollase o no en épocas pasadas, como por ejemplo señor invicto (don Álvaro al rey en Saber del mal y del bien, 1944:31):

DON ÁLVARO.- No, señor invicto, pues,

Mas que agradecemos, tengo

Que dudar y que temer.

 y la variante superlativa invictísimo señor, elegida por el labrador Mendo para reclamar la atención del rey en Los Tellos de Meneses II (1946:532):

MENDO.- Invictísimo Señor,

Que guarde y prospere el cielo...

Para acabar con este apartado hagamos alguna mención a las variantes morfológicas del tratamiento base que hemos venido tratando: señor, so, sor y seor son las fundamentales. Se utilizan normalmente en combinación con otras palabras y no solas. El rufián Chiquiznaque, personaje del Entremés del rufián viudo llamado Trampagos (1982:55) dice:

CHIQUIZNAQUE.- Mi so Trampagos, ¿es posible sea

Voacé tan enemigo suyo

Que se entumbe, se encubra y se trasponga

Debajo desa sombra bayetuna

El sol hampesco? So Trampagos, basta

Tanto gemir, tantos suspiros bastan;

Trueque voacé las lágrimas corrientes

En limosnas y en misas y oraciones

Por la gran Pericona, que Dios haya;

Que importan más que llantos y sollozos.

Sor galán llama Justina a un hombre con el que conversa. Sora Justiniga (con sonorización intervocálica incluida) es ella llamada por Perlícaro, y sor Monipodio llama el Repolido al "jefe del hampa cervantina" cuando llega a su casa con la intención de resolver la disputa con su compañera[4] quien, por contra, se decanta por la fórmula completa señor Monipodio  (1981:264):

-Abra voacé, Sor Monipodio, que el Repolido soy.

Oyó esta voz Cariharta, y alzando al cielo la suya, dijo:

-No le abra vuesa merced, señor Monipodio; no le abra a ese marinero de Tarpeya, a ese tigre de Ocaña.

Tenemos un ejemplo de apelación que utiliza como base léxica el término seor  en El condenado por desconfiado de Tirso de Molina (1982:78), cuando Enrico se dirige así a Lisandro:

ENRICO.-Mi gusto tengo de hacer

en todo cuanto quisiere;

y si voacé lo quiere,

seor hidalgo, defender,

cuéntese sin piernas ya,           

porque yo nunca temí

hombre como ellos.

Señorito y señoría también son variantes morfológicas del trato apelativo basado en el señorearse. El primero es el tratamiento ofrecido por la gitana Preciosa a su enamorado en casa de los padres de éste (1981:126):

-Calle, señorito -respondió Preciosa-, y encomiéndese a Dios, que todo se hará bien.

Y sobre el segundo frecuentes son, entre los personajes dramáticos de las obras analizadas, las reclamaciones para ser tratado con esa prestigiosa deferencia que no se limita al ámbito de la apelación realmente:

GERMAN.- Que ha sido,

Señor, tu padrino el cielo.

DON JUAN.-¿No me llamas Señoría?.

(Lope de Vega, Las flores de don Juan, 1946: 427).

MOSQUITO.-Señor, si esto va a este paso,

tus primas ¿qué dirán?.

DON DIEGO.- volaverunt

MOSQUITO.-                             Yo querría

que lo sepas recatar.

DON DIEGO.- Ya bien puedes empezar

a llamarme Señoría.

(Moreto, El lindo don Diego, 1983:103).

2.2 al margen del señorearse

 

Como es natural, el tratamiento apelativo sigue su curso habitual también sin la presencia del sustantivo señor y sus variantes. Buena parte de las complementaciones y especificaciones tratadas como acompañantes anteriormente pueden aparecer de forma independiente en función vocativa. Veamos algunos ejemplos. El vocativo caballero es uno de los más habitualmente utilizados por las mujeres para dirigirse a un hombre de una forma intermedia (recuérdese las consideraciones de Beinhauer sobre su uso hace más de cincuenta años): aparece en el discurso de doña Hipólita al hablar con don Álvaro, en la calderoniana Saber del mal y del bien (1944:23). La reacción de éste confirma las estrechas conexiones entre este tratamiento y el grado de riqueza poseido por quienes lo reciben:

DOÑA HIPÓLITA.-(Ap. Muero

De celos) !Ah, caballero!

DON ALVARO.-¿A mí me llamáis?.

DOÑA HIPÓLITA.- A vos.

DON ALVARO.- Al nombre no respondí;

Porque un hombre que ha llegado

Tan pobre y tan desdichado,

No puede entender por sí

Título que a serlo llega

De quien por sí lo adquirió.

También entre las obras de Lope de Vega hallamos reflexiones parecidas a propósito de la relación entre el dinero y el tratamiento caballero[5]. En Las flores de don Juan (1946:424) la condesa, hablando con don Juan, dice:

CONDESA.-¡Ah, caballero!

DON JUAN.- ¿Es a mí?.

CONDESA.- Pues ¿quién es el caballero?.

DON JUAN.- Si ha de topar en dinero,

Ninguno hallaréis aquí.

Otros ejemplos con idéntica dirección interlocutiva, mujer a hombre[6], encontramos en La discreta enamorarda (1946:165), cuando Fenisa llama a Lucindo, en El acero de Madrid (1946:305), cuando Teodora se dirige a Lisardo, o en La corona merecida  (1946:243), cuando Leonor conversa con don Álvaro. Las tres son obras de Lope de Vega. Reproducimos a continuación el fragmento correspondiente a la última de ellas:

LEONOR.-Que merece

Pasar por lo que este ofrece,

Quien de tales hombres fía.

¿Tú eres, caballero, infame

A tu rey?  ¿a quién te alzó

de la tierra?.

Como muestras del uso del vocativo colectivo caballeros, emitido en esta ocasión por hombres, podemos recordar el siguiente fragmento de la novela ejemplar cervantina Rinconete y Cortadillo (1981:266) en el que Monipodio se dirige en estos términos a Chiquiznaque y Maniferro:

-No pasen más adelante, caballeros; cesen aquí palabras mayores, desháganse entre los dientes; y pues las que se han dicho no llegan a la cintura, nadie las tome por sí.

Sorprende el uso de este vocativo entre personajes del hampa, tal y como sorprendiera a Bertaut al describir los corrales de comedias, y la función de esa parte del público denominada "mosqueteros", auténticos jueces de la bondad o maldad de una obra, capaces de movilizar la opinión pública, y entre los que se incluían todo tipo de personas que se dispensaban entre sí ese trato:

Entre ésta [la gente del patio del teatro], los "mosqueteros" constituyen una categoria particularmente temida: no se trata sólo de soldados sino de gentes del pueblo que se jactan de ser especialmente entendidas en materia teatral, y cuyos aplausos o silbidos deciden frecuentemente la suerte de una nueva obra. "Se encuentran entre ellos -dice Bertaut- todos los comerciantes y artesanos que, dejando su tienda, vienen con capa, espada y daga, se llaman todos "caballero", hasta un simple zapatero, y son ellos los que deciden si una comedia es buena o no...".

La réplica categorial, desde el punto de vista del sexo, al tratamiento caballero llega con el vocativo dama. Justina lo utiliza como estereotipo de persuasión amorosa (1950:96)[7]:

-Hablad, con que se me diera a mí en aquel tiempo un pito por el galán que, besando la mano, derribara la rodilla y dijera: Dama, toma ese cabestrillo de oro; pardiez, pensara que era pulla y que me quería encabestrar y enalbardar.

Por entonces ya se utilizaba también el compuesto apelativo madama, más extendido posteriormente por la moda social del dieciocho y que en el Siglo de Oro iba referido fundamentalmente a las mujeres que gozasen de la condición de extranjeras, aunque, como recoge el Diccionario de Autoridades, era también usado en aquella época "en el trato cortesano con las mugeres"[8]. La princesa Flor de Lis, personaje de El Molino de Lope de Vega recibe este tratamiento, adecuado a la normativa sintagmático estructural propia del español:

REY.- Mis brazos

Os daré, mi Madama, con gran gusto,

Y mi hijo también.

(1946:39).

ALBERTO.-¿Qué os parece, Madama, desta tierra?

¿No os da contento su agradable vista,

Las plantas della fértiles y bellas,

tanta diversidad de fruta y árboles?.

¿No os admiráis de ver tanta grandeza?.

(1946:39).

DUQUESA.- Beso vuestros piés supremos

Y a vos, señora Madama:

Por mi vida, que sois dama

De peregrinos extremos.

(1946:40).

La melindrosa Belisa ideada por Lope rechazará a uno de sus pretendientes de origen francés con motivos tan "contundentes" como éstos:

LISARDA.-¿Y no las tenía blancas

El caballero francés?.

BELISA.-No quiero yo ser madama

Ni llamar mosiur mi esposo.

(Lope de Vega, Los melindres de Belisa,  1946:319).

Por cierto que el vocativo gabacho aparece para referise también a quienes proceden del otro lado de los Pirineos[9]:

LEONOR.- Entra, gabacho.

DOÑA JUANA.-¿Quién es?.

GUIJARRO.- Juna Fransué, Señora, soy.

(Moreto, Las travesuras de Pantoja, 1950:397).

El carácter axiológico que subyace a esta apelación, y que se mantiene en la actualidad, es manifiesto, como recoge el Diccionario de Autoridades en la página primera del tomo cuarto:

GABACHO.- s.m. Soez, asqueroso, sucio, puerco y ruin. Es voz de desprecio con que se moteja a los naturales de los Pueblos que están a las faldas de los Pyrenéos entre el río llamado Gaba, porque en ciertos tiempos del año vienen al Reino de Aragón, y otras partes, donde se ocupan y exercitan en los ministerior mas baxos y humildes.

El contexto amoroso es también el que evoca el gracioso Cabellera, como mediador, al dirigirse a doña Isabel en el famoso enredo dramático de Francisco de Rojas Entre bobos anda el juego (1982:88):

Estas, dama, son sus partes,

Contadas de verbo ad verbum;

ésta es la carta que os traigo

y éste el informe que he hecho.

En el Entremés de la guarda cuidadosa, el amo de Cristina, la criada custodiada por el soldado, se dirige a éste con el vocativo galán, el más adecuado al contexto de proteccionista galanteo:

AMO DE CRISTINA.- Galán, ¿qué quiere o qué busca a esta puerta?.

mientras que para el uso de idéntico vocativo, Finardo, un gentilhombre, tiene en cuenta el aspecto del criado Fulminato en La discreta enamorada (1946:177):

FINARDO.- Pase adelante, galán.

El tratamiento gentilhombre[10] es a veces utilizado en un sentido próximo al de buen hombre, que trataremos más tarde, dirigido a personas del ámbito rural. Así debe ser interpretado, al menos, el que aparece en El galán de la Membrilla (1965:307) dirigido por Leonor al labrador Tomé:

LEONOR.-No está en casa; bien podéis,

gentilhombre, entrar en ella;

que ella, y aun el dueño, es

del dueño que vos servís,

y que yo pienso tener.

Con la evolución social de la tan parodiada figura del hidalgo[11], evolucionó también el tratamiento en sí. Como recuerda José Calvo en Así vivían en el siglo de Oro (1989:58):

Los artesanos adoptaban comportamientos y actitudes que les asemejaban a los hidalgos en el vestido, en las formas y en su concepto del trabajo. La expresión pobre pero honrado constituyó todo un lema de aquella sociedad y la honra no sólo venía dada por tener "sangre limpia", sino porque no se ejerciesen oficios viles, ni entre los antepasados tampoco se encontrase alguno que los hubiese practicado.

Esta tendencia a la generalización de comportamientos de supuesta hidalguía hizo que el vocativo hidalgo apareciese constantemente para dirigirse a hombre desconocidos. Don Tello dice al rey, sin reconocerlo:

DON TELLO.-¿Sois por dicha, hidalgo, vos

El alcalde de Castilla

Que me busca?.

(Lope de Vega, El mejor alcalde, el rey, 1946:491).

Y el labrador García sin reconocer tampoco a don Mendo:

GARCÍA.- Hidalgo, si serlo puede

quien de acción tan baja es dueño,

si alguna necesidad

robarme os ha dispuesto,

decidme lo que queráis,

que de mi casa volváis

por mi mano satisfecho.

(F. de Rojas, Del Rey abajo, ninguno, 1982:50).

En un sentido muy similar al actual y siempre siguiendo el factor trabajo manual  don Alonso se dirige al espadero con el típico maestro (1946:409)[12]:

DON ALONSO.- Vengais, maestro, en buena hora.

(Lope de Vega, Las flores de don Juan, 1946:409).

Nombre propio, don + nombre propio, posesivos + nombre propio, cargos y funciones, apellidos solos, etc, serían igualmente fáciles de localizar en los textos de la época usados en función vocativa. Nos interesa, si acaso, resaltar el uso de los últimos en contextos de enfado:

REY.- Después lo veréis, Meneses.

(Lope de Vega, Los Tellos de Meneses II,1946).

y desconcierto:

CAPACHO.-¿Véisle vos, Castrado?.

JUAN.- Pues ¿no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el colodrillo?.

(Cervantes, Entremés del Retablo de la Maravillas, 1982:122).

También la apelación hombre es utilizada con sentido recriminatorio, como se observa en los siguientes ejemplos, si bien su uso dista bastante del valor reactivo-interjectivo que en la actualidad suele tener, especialmente en posición marginal inicial:

-¿Qué diablos os trujo por aquí, hombre, a tales horas y tan fuera de camino? ¿venís a hurtar por ventura?.

(Cervantes, La gitanilla, 1981:142-143).

DON DIEGO.- Hombre, mira lo que haces.

(Moreto, El lindo don Diego, 1983:119).

ARISTO.- Tente, hombre.

(Lope de Vega, Los embustes de Celauro, 1946:100).

GERUNDIO.-¿Qué haces hombre? ¿No ves que te destruyes?.                                         Pues tienes este bien, y le rehuyes?.

(Moreto, El licenciado Vidriera, 1950:266).

interpretación menos lógica, en cambio, al usarse el apelativo mujer (por ejemplo, Los locos de Valencia, 1946:117, de Lope de Vega), y casi definitiva cuando el vocativo está constituido por el pronombre :

MENDO.-Tú, ¿querrásme a lo villano?.

(Lope de Vega, Los Tellos de Meneses II, 1946:540).

El factor ruralidad-rusticidad es el interpretante (diríamos en términos de François Rastier) fundamental del uso de los vocativos nuesamo y nuesama. El Diccionario de Autoridades utiliza calificativos como "rústico" y "baxo" para referirse al estilo de alguna de las variantes léxicas de estos dos términos. Veamos algunos ejemplos:

TAMIRO.- Bien, nuesamo, a tu servicio.

(Lope de Vega, El Molino, 1946:28).

CONDE.- Aguárdate, y fía de mí;

Que nadie mejor desea

Que bueno el suceso sea

Destas cosas en que mandamos.

Pues, nuesama, ¿cómo estamos?.

(Lope de Vega, El Molino, 1946:37).

PINARDO.- Par Dios, nuesamo, que me pesa mucho

De traeros acá tan tristes nuevas,

Y en día de tan alto regocijo.

(Lope de Vega, Los embustes de Celauro, 1946:110).

El tratamiento amo[13] constata, en parte, el ambiente servil del que se rodeaban las relaciones laborales, sobre todo en determinados trabajos. En El licenciado Vidriera cervantino (1981:26) hallamos el siguiente testimonio:

-Todos los mozos de mulas tienen su punta de rufianes, su punta de  cacos, y su es no es de truhanes. Si sus amos (que así llaman ellos a los que llevan en sus mulas) son boquimuelles, hacen más suertes en ellos que las que echaron en esta ciudad los años pasados.

 

2.3. sobre algunos vocativos que ATIENDEN AL PARÁMETRO EDAD

La edad es un factor intercategorial, como quedó demostrado, por ejemplo, al ocuparnos del uso de doncella o galán. El vocativo señora niña fue igualmente evocado como ejemplo constrastivo entre lo que cabría esperar del comportamiento de una persona según su edad real y cómo se comporta realmente. Ahora queremos centrar nuestra atención en estas seis parejas de apelativos: niño/niña, muchacho/muchacha, rapaz/rapaza, mozo/moza, mancebo/manceba y zagal/zagala[14]. El Diccionario de Autoridades nos sirve una vez más como informante básico de los sentidos con que cada uno de estos términos eran utilizados en aquellos momentos. Niño se aplica a la persona que no ha llegado a los siete años y, por extensión, a todo aquél que tiene pocos años. De muchacho se nos dice: "En su riguroso sentido vale el niño que mama; aunque comunmente se extiende a significar el que no ha llegado a la edad adulta". La primera acepción de rapaz es ésta: "El que tiene inclinación o está enviciado en el robo, hurto o rapiña". Y la segunda: "Se llama tambien el muchacho pequeño de edad...". Mozo  es "lo mismo que joven", y en segundo término "el criado que sirve en las casas en los ministerios de trabajo, aunque tenga mucha edad: porque regularmente se eligen mozos". En torno al sentido del término mancebo leemos: "El mozo u joven que no pasa de treinta o quarenta años". La definición de zagal, finalmente, es ésta: "el mozo fuerte, animoso y valiente. Es voz, que se usa mucho en las Aldeas". Una segunda acepción nos aclara: "Se llama también el Pastor mozo...", y en la entrada zagala se comenta: "Llaman en los Lugares a qualquier moza doncella". También aparecen entradas con derivativos o disminución-valoración como zagalejo o zagalito para referirse a estados intermedios de edad, lo que nos conduce directamente al asunto de la trasposición del trato apelativo. Aprovechando estas definiciones para la descripción del ámbito apelativo, diríamos que es fácil establecer un doble paradigma, sin obviar asociaciones  semánticas como las existentes en el caso de rapaz  (en cierto sentido similar a pícaro) o en el caso de mozo (que como ocurría con doncella  también se aplica como tratamiento a determinados individuos de la servidumbre). El primero, el formado por los apelativos niño, rapaz y muchacho, es propio del estrato semántico de la niñez, y el segundo, el constituido por los términos mozo, mancebo y zagal  es propio del estrato semántico de la juventud.

Pero detengámonos ya en algunos ejemplos concretos. La gitanilla de Cervantes recibe en distintos momentos de la narración los vocativos niña, muchacha y rapaza. La vieja gitana que la raptara con apenas unos meses de vida le dice (1981:114):   

-Ea, niña, -dijo la gitana vieja-, no hables más; que has hablado mucho más de los que yo te he enseñado.

y poco después, en cambio:

-Satanás tienes a tu pecho, muchacha -dijo a esta sazón la gitana vieja-; mira que dices cosas que no las diría un colegial de  Salamanca (p.119).

Uno de los caballeros con los que Preciosilla entabla conversación también había reaccionado con asombro ante la inteligencia de la que todos creíamos gitana utilizando el vocativo rapaza, tal vez semánticamente más adecuado, según lo visto anteriormente, a la hora de destacar la picardía de la muchacha:

-¿Quién te enseña eso, rapaza? -dijo uno (108).

Así lo hace igualmente el viejo labrador Mendo al conversar con Ana, en la comedia de Tirso de Molina Habladme en entrando (1971:222):

MENDO.- Rapaza, ¿quién te ha mostrado

aquesas bachillerías?.

El tratamiento ofrecido por don Juan, que durante buena parte de la historia sería el gitano Andrés Caballero, a Preciosa en casa de los padres del primero demuestra la especie de esquizofrenia apelativa en la que se mueve un personaje al entrar en conflicto ámbitos ajenos. En ese contexto utiliza el vocativo niña (el mismo que su padre había utilizado al requerir la presencia de las gitanas para que actuasen en su casa), a pesar de que sus anteriores declaraciones amorosas no habían atendido tanto a la edad de la muchacha:

-Otra vez te he dicho, niña -respondió el don Juan que había de ser Andrés Caballero-, que en todo aciertas sino en el temor que tienes  que no debe ser muy verdadero (126-127).

Una de las curiosidades del caso es que no sólo los locutores de mayor edad se dirigen a los alocutarios de menor edad con estos vocativos, sino que al hablarse éstos últimos entre sí se mantienen los grados distintivos. Una de las gitanas (que el narrador llama gitanillas, dejando clara su naturaleza infantil), la Cristina, se dirige así al resto:

En esto las tres gitanillas que iban con Preciosa, todas tres se arrimaron a un rincón de la sala, y corriéndose las bocas unas con otras, se juntaron por no ser oídas. Dijo la Cristina:

-Muchachas, éste es el caballero que nos dio esta mañana los tres reales de a ocho (125).

y más tarde:

Oyendo esto Cristina, con el recato de la otra vez, dijo a las demás gitanas:

-¡Ay, niñas, que me maten si no lo dice por los tres reales de a ocho que nos dio esta mañana! (127).

La similitud semántica del tratamiento hecho con el término muchacho y el hecho con niño se aprecia en la transición narración-diálogo del siguiente fragmento perteneciente a la novela de Cervantes El licenciado Vidriera (1981:20):

Díjole un muchacho:

-Señor licenciado Vidriera, yo me quiero desgarrar de mi padre porque me azota muchas veces.

Y respondióle:

-Advierte, niño, que los azotes que los padres dan a los hijos honran y los del verdugo afrentan.

El viaje entretenido de Agustín de Rojas (1979:107-108) nos muestra un interesante diálogo entre Rojas y María, personajes ambos dedicados al mundo de la farándula, en el que se observa la molesta reacción de la última ante el insistente tratamiento ofrecido por el primero. Este es el momento:

ROJAS.- Niña, niña ¿estáste holgando?.

MARíA.- Acabemos: ¿no se va?.

ROJAS.- ¿Qué dices, niña?.

MARíA.-                                               Que acabe,

y pues tan poquito sabe.

que se entre al momento allá,

que la loa he de decir.

ROJAS.-¿Quién, niña?.

MARíA.-                                               Yo, niño.

ROJAS.-¿Tú?.

MARíA.- Sí, niño de Bercebú.

También Lázaro de Tormes era llamado, en ocasiones muchacho. Así lo hace el ciego:

-Anda presto, muchacho; salgamos de entre tu mal manjar, que ahoga sin comerlo (1975:34).  

         Y más tarde el escudero:  

-Muchacho, ¿buscas amo? (1975:51).

El mismo que algo después optará por el trato basado en el vocativo mozo, lo que es tanto una trasposición[15], como una corroboración de la labor de criado desempeñada por Lázaro:

-Tú, mozo, ¿has comido? (53).

Anteriormente, el clérigo ya le había moceado al disertarle sobre aquello que menos deseaba el de Tormes ser disertado: los motivos por los que era aconsejable ser moderado en el comer y en el beber:

-Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como otros (1975:41).

Un ejemplo de trasposición apelativa encontramos en Los melindres de Belisa  (1946:335), cuando Tiberio llama a su sobrino rapaz, haciendo una regresión de la edad de don Juan con intención reprobatoria, confirmada por los axiológicos que completan la estructura vocativa:

TIBERIO.- Pues ¿puede tales razones

Decirlas un hombre cuerdo?.

Rapaz, loquillo, ignorante.

Estaba por darte...

El sevillano Monipodio utiliza en primer término la expresión intermedia mocito para dirigirse a Rinconete:

-Eso creo yo bien -dijo Monipodio-, porque tengo por tan buen oficial al Desmochado, que si no fuera por tan justo impedimento, ya él hubiera dado al cabo con mayores empresas. ¿Hay más, mocito?. (1981:272-273).

Y, sin embargo, poco después se inclina por la trasposición del trato, como demuestra el vocativo mancebo:

-Dadme el libro, mancebo, que yo sé que no hay más, y sí también que anda muy flaco el oficio; pero tras este tiempo vendrá otro y habrá que hacer más de los que quisiéremos; que no se mueve la hoja sin la voluntad de Dios, y no hemos de hacer nosotros que se vengue nadie por fuerza cuanto más que cada uno en su casa suele ser valiente y no quiere pagar las hechuras de la obra que él se puede hacer por sus manos (1981:274).

El pícaro Estebanillo González durante su ajetreada etapa como aprendíz de barbero es llamado por un cliente (al que mejor llamaríamos paciente) mancebito, siguiendo con las mismas intermediaciones creadas mediante la sufijación diminutiva: 

El, no pudiendo soportar el dolor, me dijo: Mancebito, mancebito, ¿raspa, o degüella?.

El vocativo zagal o similares, finalmente, es utilizado, como advertía el Diccionario de Autoridades, preferentemente en el ámbito rural. Así, por ejemplo, Nuño, en El mejor alcalde, el rey (1946:479), apela de esta forma a las jóvenes presentes:

NUÑO.- Zagales, regocijad

la boda.

Y en Los jueces de Castilla, de Moreto (1950:467), Sancho, un criado, dice a Elvira, una criada:

SANCHO.- Que oigais, zagala.

En la misma obra (1950:467) y en diálogo de los mismos personajes la ruralidad se acerca bastante al naturalismo apelativo con los vocativos macho y fembra:

SANCHO.- Fembra, esperad.

ELVIRA.-  Macho, ¿a qué?.

2.4. SOBRE ALGUNOS VOCATIVOS QUE ATIENDEN AL ÁMBITO RURAL

Teniendo en cuenta que en el Siglo de Oro español un alto porcentaje de la población habitaba en el campo, no es extraño que dediquemos algunos párrafos a recordar las variantes lingüístico-apelativas mediante las que se solía categorizar a los personajes dramáticos según su ámbito de residencia. La corte y la aldea constituyen los dos núcleos principales de la época y el tratamiento forma parte inexcusable para la distinción de quienes pertenecían a una o a la otra, y, por consiguiente, de quienes gozaban de privilegios y quienes, valga la paradoja, sólamente gozaban de su sufrimiento, esto a pesar del idílico panorama que en ocasiones se presentaba a la hora de describir el mundo campesino.

Labrador, serrano, aldeano o villano eran los principales vocativos dirigidos a los personajes rurales, y cortesano o palaciego, entre otros, los dirigidos a los representantes de la urbanidad. En la pieza de Francisco de Rojas Del rey abajo, ninguno (1982:28) aparece un diálogo entre don Mendo y Blanca en el que las distintas categorizaciones vocativas se muestran bien a las claras:

MENDO.- Labradora, ¿quién te vio

que amante no te desea?.

BLANCA.- Venid y callad, señor.

MENDO.- Cuando previenes trocara

a un plato que sazonara

en tu voluntad amor.

BLANCA.-  Pues decidme, cortesano,

el que trae la banda roja:

¿qué en mi casa se os antoja

para guisarle?

Las distancias entre la señora y la labradora son insuperables, como comenta Benito en Al pasar del arroyo de Lope de Vega (1946:400):

BENITO.- Agora digo

Que castigéis con eso mi locura.

Pensé que era Jacinta labradora

Y como el labrador es cosa dura

Si el hidalgo sus cosas enamora,

Hice tan desigual descompostura.

Mas cuando conocí que era señora,

Caí de su valor a mi bajeza;

Que no hay distancia de mayor grandeza.

Cuando un personaje llama a otro labrador no cabe duda de que está constatando una realidad, pero no es menos cierto que de paso la recuerda y la confirma. Con esto queremos decir que tal tratamiento suele aparecer como fórmula de requerimiento mediante la cual se remarcan los límites de la interacción, límites, por cierto, que afectan sólo al que esté situado por debajo en la escala social imperante. Este requerimiento, por lo demás, puede verse acompañando por procesos evolutivo-apelativos, como sucede en el siguiente fragmento de Al pasar del arroyo (1946:394), en el que Lope nos presenta a una airada dama, Lisarda, que intensifica las distancias con su interlocutor, el labrador Benito, en un momento de especial enfado:

LISARDA.- Dejad eso, labrador,

Que ni entendéis su valor,

Ni le podréis entender.

Otro ejemplo tenemos en Del rey abajo, ninguno (1982:36) cuando don Mendo se dirige así a Bras, el porquerizo de García:

MENDO.- (...) ¡Pluguiera a Dios, labrador

que el áspid fiero y hermoso

que sirves, y cauteloso

fue causa de mi dolor,

sirviera yo, y mis Estados

te diera, la renta mía,

que por ver a Blanca un día,

fuera a guardar sus ganados.

Los extremos de esta oposición están representados por el rey y el simple labrador. El enfrentamiento dialéctico es una de las fórmulas dramáticas en las que se aprecia las diferencias de tratamiento. Sirva como muestra este fragmento de El mejor alcalde, el rey (1946:487):

REY.- Labradores...

SANCHO.- Gran Señor...

REY.- Ofendido del rigor,

De la violencia y porfía

De don Tello, yo en persona

Le tengo de castigar.

SANCHO.-Vos, Señor! Sería humillar

Al suelo vuestra corona.

REY (A Sancho)

Id delante, y prevenid

De vuestro suegro la casa,

Sin decirle lo que pasa,

Ni a hombre humano, y advertir

Que esto es pena de la vida.

SANCHO.- Pues ¿quién ha de hablar, Señor?.

REY (A Pelayo).- Escuchad vos, labrador.

Aunque todo el mundo os pida

Que digáis quién soy, decid

Que un hidalgo castellano,

Puesta en la boca  la mano

Desta manera...advertir...

Porque no habéis de quitar

De los labios los dos dedos.

Este último fragmento nos pone sobre aviso, además, de una de las peripecias dramáticas habituales en el Siglo de Oro: el cambio de apariencia. Uno de esos tipos de conversión es el realizado por cortesanos que, por medio de la indumentaria, se transforman en aldeanos. El siguiente diálogo está protagonizado por don Iñigo y doña Sol, personajes de La corona merecida de Lope de Vega, ambos vestidos de labradores y sin reconocerse, a pesar de lo cual resulta poco convincente el uso del vocativo señor labrador, que más parece ser una forzada apelación que una verdadera adecuación al supuesto desconocimiento de sus respectivas personalidades:

DON IÑIGO.- En sabiendo tu deseo,

Esos piés querrá besarte.-(Llegáse doña Sol).

Dios os guarde, labradora.

DOÑA SOL.- Y a vos, señor labrador.

                                   (1946:230).

Palaciego es el vocativo utilizado poco después por doña Sol en la misma situación conversacional:

DOÑA SOL.- No se burle, palaciego;

Que no son bestias acá.

(1946:230).

Labrador es el vocativo más utilizado como marcador de ámbito rural, entre otras circunstancias, por ser un término aplicable no sólo a quienes de hecho se dedicaban a la labranza, sino también a quienes poseían hacienda en el campo e incluso a quienes simplemente vivían en una aldea o en un pequeño núcleo de población aunque no se ocupasen de labores relacionadas con el campo. Pero hay otros, como por ejemplo, el vocativo aldeano/aldeana:

DON CARLOS.- Animo, bella aldeana.

(Lope de Vega, Al pasar del arroyo, 1946:393).

Serrano/serrana:

ALONSO.-    Serrana:

en esos ojos la tienes.

(Tirso de Molina, Habladme en entrando, 1971:236).

DUQUE.- ¡Deten la furia, serrano!

(Lope de Vega, Las batuecas del duque de Alba, 1968:395).

DON TELLO.-¿Cómo os llamáis, serrana?.

(Lope de Vega, El mejor alcalde, el rey, 1946:479).

o villano/villana, aunque hay que decir que difícilmente pueden escapar estos tratamientos a la axiologización negativa cuando son utilizados vocativamente. La confirmación y el insulto se rozan:

DON TELLO.- (...) Hombre, ¿qué has traido aquí?

SANCHO.- Señor, esa carta traigo

Que me dio el Rey.

DON  TELLO.- ¡Vive Dios,

Que de mi piedad me espanto!

¿Piensas, villano, que temo

Tu atrevimiento en mi daño?

(Lope de Vega, El mejor alcalde, el rey, 1946:485).

No hay que ocultar que en algunos momentos se aprecia un claro paternalismo por parte de los cortesanos (en este caso el conde Orgaz) en relación a los labradores y aldeanos (en este caso García, un labrador):

 

CONDE.-Pues confiesa lo que siente,

y puede de mí fiarse

el valor de un caballero

tan afligido y tan grave,

dígame Vueseñoría,

hijo, amigo, sus enojos;

cuénteme todos sus males;

refiérame sus desdichas.

¿Teme que Blanca le agravie?

Que es aunque noble, mujer.

(F. de Rojas, Del rey abajo, ninguno, 1982:64).  

Verdaderamente este último asunto está muy próximo a la persuasividad cotidiana, tema del que preferimos tratar con independencia en el epígrafe que sigue.



[1] Curiosa variante es dómina aparecida, por ejemplo, en la página cincuenta y uno de El dómine Lucas (1946) de Lope de Vega, cuando Floriano se dirige a Lucrecia. Sobre su uso medieval en el ámbito de la docencia, Werner Beinhauer (1968:220, nota 90) comenta: "Antiguamente los maestros de escuela estaban tan mal pagados que se hizo proverbial lo roto y denominado de su indumentaria. Dómine es el vocativo latino de dominus, con el que se dirigían los alumnos al maestro en la Edad Media".

[2]"Sin embargo, la forma habitual [de designar al ladrón] era murcio, que se registra en el Vocabulario  de Hidalgo, en el Tesoro de Oudin, en Rinconete y Cortadillo  y en varios poemas germanescos" (Alonso, 1979:89).

[3] Y también para designar las veleidades de Justina: "A partir de niña, que designa fundamentalmente a la prostituta de burdel, se forma niña común, que es prostituta callejera y buscona" (Alonso, 1979:39).

[4]A la que llama irónicamente señora Trinquete: "Otro término insultante es trinquete, empleado en Rinconete y Cortadillo. Trinquete en germanía y en sentido literal es cama de cordeles o camastro empleado sobre todo por las putas en el ejercicio de su oficio; por metonimia, pasa a significar prostituta o utilizadora del trinquete" (Alonso, 1979:65).

[5] "Verdad es que algun buen voto ha habido de que en España, y aun en el mundo, no hay sino solo dos linajes: el uno se llama tener y el otro no tener" (López de Úbeda, La pícara Justina, 1950:65).

[6] "Si nos fijamos en el uso actual, vemos que en Italia (después de la lluvia de títulos honoríficos que inundó el país de cavalieri antes de la segunda guerra mundial), cavaliere  ya no se usa casi más que para ponderar la cortesía hacia al mujer" (Morreale:1960:241). A propósito de Italia, digamos además que, tal y como nos informa Cervantes en El licenciado Vidriera (1981:9), entre la soldadesca española de la época se hicieron habituales expresiones de orígen italiano en la que aparecía algún vocativo [ej. Aconcha, patrón  o Pasa acá, Manigoldo (manigoldo= bribón, insulto recogido en otra parte de  este trabajo)].

[7] Con todo, "dama es otro de los términos ambiguos en su  empleo para designar a la prostituta. Los textos en los que lo he encontrado aluden tanto a la que ejerce la prostitución con el permiso de su marido tal y como lo encontramos en la tercera parte de Guzmán de Alfarache de Machado de Silva" (Alonso, 1979:28).

[8] "El término, tomado del francés, madama designaba a la mujer casada o a la soltera de una cierta calidad social. Sin embargo, irónicamente, puede también significar prostituta y así es empleado en El Sagaz estacio para aludir a una mujer acerca de cuya prostitución no cabe duda alguna" (Alonso, 1979:32).

[9] Los viajeros por España recogen habitualmente esa apelación insultante entre sus notas: "Las gentes de esta ciudad de Gerona y de todo el país de alrededor tuercen el gesto a los franceses con patochadas, mirándonos como a gentes del otro mundo desde los piés a la cabeza, tratando de averiguar quiénes somos y de dónde venimos, no cesando de considerar nuestros gestos, aspecto, trajes, botas y espuelas, cuyo tamaño les maravilla muchísimo, sin avergonzarse ni retroceder, hasta vernos rústicamente beber y comer; del mismo modo miran nuestros cuartos por la noche, con la candela, al ver las puertas abiertas a la francesa; en suma, tontos de condición, hasta injuriarnos por las calles, llamándonos gabachos. Nuestras gentes se hartaban de injuriarles a la francesa, que ellos entendían muy bien" (Joly, 1959:50-51). "Pero si el sentimiento del gusto se ejerce sabrosamente en estos festines, el oído se desagrada con las injurias que decían esos españoles catalanes, aunque no a mí, que iba en el coche del señor del Císter o en compañia respetable, sino a nuestras gentes, que hubieron de querellarse con algunos para enseñarlos a hablar bien. Su insulto más corriente es gabacho, del nombre de la provincia Gevandan, llamada gabaha en latín, de donde vienen muchas pobres gentes a España para servir y trabajar en obras manuales; otros dicen que quieren decir guardavacas. Lo que quiera, son insolentes, y obligaron a nuestro mayordomo y a la familia a golpearles, y se sirvieron de la espada, con peligro de mayor locura" (Joly, 1959:53). Y poco más tarde aconseja sobre el contraataque apelativo el uso del vocativo catalanes  (1959:57-58): "Pero los catalanes no tienen en cuenta eso, de suerte que apenas si hay día en que nuestras gentes no hayan de resentirse de querellas, hasta tanto de haber aprendido en las calles grandes a recibir esas injurias con el desprecio y el silencio, fingiendo estar pensando en otra cosa para despacharlos. La mayor injuria que se les puede hacer es llamarlos por su nombre: catalán, pro opprobio eis nomen obiectur, conteniendo todas las imperfecciones de los demás en grado soberano y todas las cualidades de esas gentes, inclinadas por naturaleza a todas las insolencias, a robar, a destrozar, teniendo los campos, las  aduanas y los pasos necesarios de sus tierras".  Menos indignado y hasta autocrítico se muestra Antonio de Brunel (1959:409): "No os sabré decir la cantidad de peregrinos que iban o que venían de Santiago de Galicia. Ellos son los que hacen que los españoles nos llamen gabachos , y es una señal de que en Francia tenemos muchos holgazanes, el que vayan de ese modo a bordear los caminos de España". Y meramente descriptiva es la actitud de Bertaut (1959:126): "El nombre de gabacho de que los españoles se sirven para indicar a los que desprecian, y sobre todo, a los franceses, significa un hombre de nada, un andrajoso, un cobarde, y responde bastante a lo que nosotros llamamos en Francia un belitre o un tunante".

[10] "También puede echar alguna luz sobre las vicisitudes semánticas y axiológicas de cortesano, otro término no menos susceptible de menoscabo. En una ocasión vemos que Boscán desdobla el italiano "una corte" (III, 5,7) traduciendo: "en una corte o en otro lugar donde se traten cosas de gala" (229). Gala es palabra asentada en el uso, y galanía  expresa la gracia y elegancia de que han de preciarse los hombres de corte. En la versión, al lado de caballero, y para traducir gentilhomo  (II, II,9), aparece el "buen galán" (121), y otras veces también asoma esta palabra sin estar sugerida en la fuente italiana. Galán  no ha sido objeto de un estudio comparable al que se ha dedicado a su homónimo francés. Es muy posible que en el pasaje que acabamos de citar se exprese el sentido de valor y gallardía (que entraña el concepto de caballero), y que fue propio de la palabra francesa en el mismo período. Sin embargo, galán  no entró nunca en ninguna combinación comparable al francés 'galant homme' o al italilano 'galantuomo', sino que se relacionó y sigue relacionándose sobre todo con la apostura del traje y la cortesía hacia las damas (...). Concluimos, pues, que la cercanía semántica de galan y la sinonimia de las parejas "damas y cortesanos" y "damas y galanes" pudo muy bien contribuir a la parábola descendiente del concepto de 'cortesano', dando mayor peso a las cualidades exclusivamente mundanas  y ornamentales que le había atribuido Castiglione",  (Morreale, 1960:237-239).  "Pero volviendo a nuestro contraste inicial de gentilomo-caballero, no hará falta notar que el término 'gentil hombre' no ha llegado nunca a desempeñar en España un papel comparable con el de gentilomo en italiano, gentilhomme  en francés, y especialmente gentlman  en el mundo anglosajón. (...) . El castellano pudo haber tomado el término de Cataluña, donde se nos habla de gentils omens, y de hecho lo hallamos esporádicamente en prosas medievales; pero su adopción y propagación fue principalmente para la designación de cargos palaciegos (...) Gentilhombre  a secas se dijo además de italianos, alemanes y franceses, mientras que los españoles seguían siendo caballeros" (Morreale, 1960:243-244).

[11] "No queremos olvidar la crisis por la cual pasó también aquí el concepto de hidalguía (y por ende también el de caballero) en la época barroca, cuya literatura está marcada justamente por la tensión entre los extremos del pundonor en el drama y el rebajamiento de la honra en la sátira" (Morreale, 1960:241-242).

[12] "Tres etapas recorría teóricamente el cortesano en su vida profesional; el período de aprendizaje, el trabajo asalariado como oficial ("compañero" en los gremios de Francia), y la culminación de su carrera como maestro, propietario de un establecimiento", (Los oficios en la época de Cervantes, Antonio Seluja Cecín, 1972:31). Los artesanos no se libraban de la tendencia hacia la extralimitación del trato, según nos narra Joly (1959:124): "Esos artesanos son también mucho más pobres, viven con peores muebles, están mucho menos acomodados en sus casas y comen mucho peor que los nuestros en Francia, aunque se aprecien mil veces más, no siendo ricos sino de presunción, por medio de la cual se honran con el señor a todas horas y se rascan como los asnos unos a otros con gusto en el sitio donde más les pica...".

[13] "Llamamos amo al señor a quien servimos, porque nos alimenta y da de comer, y ama a la señora, y entonces vienen a ser correlativos  amo y moτo, etcetera" (p.108), Tesoro de la lengua Castellana o española (1979), Sebastián de Covarrubias Orozco, edic. Turner, Madrid.

[14] "Zagal. Nombre arábigo. Vale grande, animoso, fuerte; y porque ordinariamente los mancebos son más gallardos, fuertes y animosos, que los hombres casados y entrados en días quedó la costumbre en las aldeas llamar zagales a los barbiponientes, τagalas a las moτas donzellas, y a los chicos τagalejos y τagalejas (págs.389-390)", Tesoro de la lengua castellana o española (1979), Madrid, Ed.Turner, Madrid.

[15] Cfr. Bañón Hernández, 1993.


 

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