REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS

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ISSN 1577 - 6921

  NÚMERO 1 - MARZO 2001

PORTADA | HEMEROTECA

1. Presentación


            El estudio de determinadas estructuras comunicativas a través de los datos proporcionados por la literatura es un procedimiento habitual tanto para quienes pretenden conocer mejor el hecho literario como para quienes, con las debidas precauciones, extrapolan a la realidad social la dinámica interactiva representada por el arte. La Sociología de la literatura, la Sociolingüística, la Teoría literaria, la Historia de la literatura o el Análisis del discurso oral son disciplinas y metodologías de análisis que rentabilizan, con distintos intereses, este tipo de aproximaciones. Desde el último enfoque mencionado, por ejemplo, se destaca la utilidad de cierto tipo de literatura para el reconocimiento de las constantes semiolingüísticas propias del habla coloquial. Es obligado, en este contexto, hacer mención, para el caso del español, al ya clásico trabajo de Werner Beinhauer, seguido posteriormente por otros muchos que aprovecharon las pautas por él propuestas [1] . Las expresiones vocativas y las fórmulas de tratamiento han ocupado siempre un lugar estelar en este marco. Fausto Díaz Padilla, por ejemplo, en su libro El habla coloquial en el teatro de Antonio Gala dedica un extenso apartado a este tema (desde la página 23 hasta la 66) [2] . En otras ocasiones, encontramos monográficos sobre el sistema de tratamiento apelativo utilizado por ciertos personajes literarios entre sí como técnica para mejorar el conocimiento de sus relaciones. En 1937, Helen Phipps Houck publicó un trabajo sobre los vocativos que intercambian Don Quijote y Sancho Panza [3] ; mucho más recientemente, Emilio de Miguel, por ejemplo, ha estudiado los apelativos dirigidos a Celestina [4] . Para su trabajo sobre las "Fórmulas de tratamiento en la lengua de Buenos Aires", Frida Weber se servía de textos literarios [5] . A veces, el trabajo consiste en la aproximación a algún tipo de tratamiento apelativo a través de la literatura: sobre el tratamiento en la relación amorosa ha reflexionado Elizabeth M. Rigatuso [6] y a propósito de los insultos hizo lo propio José Joaquín Montes Giraldo [7] . Los ejemplos podrían sucederse, en relación a nuestra lengua y también a otras lenguas, por supuesto [8] .

            De lo que no cabe duda es de que los escritores, además de creadores, son observadores de los usos lingüísticos y de su correlación con determinados factores sociales, actividad que, en ocasiones, hacen explícita. En un fragmento de la famosa composición reivindicativa del siglo XIII elaborada por el trovador Guiraut Riquier y titulada Aiso es suplicatio que fe Guirautz Riquier al rey de Castela per lo nom d(e) joglars l'an [MCC] LXXIIII, por ejemplo, se nos informa detalladamente sobre las categorías sociales de la época y del trato, apelativo o no, por ellas recibido. He aquí, siguiendo la traducción de Carlos Alvar en sus Textos trovadorescos sobre España y Portugal (1978:158:163), la expresión de un punto de partida cercano al de sus contemporáneos modistae  y, en cierto sentido, también al que con posterioridad expusiese Sánchez de las Brozas:

(132-147) Está establecido que según la naturaleza de cada uno, tenga un nombre distinto y varios apelativos, por los que uno se puede dirigir a ellos y ellos responden, según el estrato al que pertenecen o sus condiciones; todos sabemos que quieren poseer estos apelativos. Para que se pueda juzgar, todos los hombres somos de carne por naturaleza; pero por la condición, cada uno se agrupa bajo aquellos nombres que os he citado antes.

            Serafín Estébanez Calderón, por poner un caso más próximo a nuestro tiempo, iniciaba así el relato titulado La literata: "Antes de entrar en materia (lenguaje teológico) es menester, amables lectoras mías (frase de revista de Madrid o de crónica de modas), hacer ciertas salvedades (esta palabra no es de recibo)".

Nuestra intención en este trabajo es circunscribirnos al Siglo de Oro español y utilizar para su descripción el siguiente corpus [9] : obras anónimas: Vida y hechos de Estebanillo González, Lazarillo de Tormes; obras de Calderón: Saber del mal y del bien, Casa con dos puertas, mala es de guardar; obras de Cervantes: Entremés de la guarda cuidadosa, Entremés del juez de los divorcios, Entremés del Retablo de las Maravillas, Entremés del vizcaíno fingido, Entremés del viejo celoso, Entremés de la cueva de Salamanca,  Entremés del rufián viudo llamado Trampagos, Entremés de la elección de los alcaldes de Daganzo, Rinconete y Cortadillo, La gitanilla, El licenciado Vidriera, La ilustre fregona; obra de Enríquez Gómez: Vida de D. Gregorio Guadaña; obras de Lope de Vega: El galán de la membrilla, El dómine Lucas, El acero de Madrid, La discreta enamorada, La corona merecida, Quien ama no haga fieros, Las flores de don Juan, El mejor alcalde, el rey, Los Tellos de Meneses, Los Tellos de Meneses II,  El molino, Los melindres de Belisa, Los embustes de Celauro, Los locos de Valencia, Al pasar del arroyo, Las batuecas del duque de Alba, El premio del bien hablar, La dama boba, El bobo del colegio, Servir a señor discreto, La pobreza estimada, El sol parado, El alcalde mayor; obras de Moreto: El caballero, De fuera vendrá..., Las travesuras de Pantoja, El lindo don Diego, El licenciado Vidriera, Los jueces de Castilla, En el mayor imposible, nadie pierda la esperanza, La ocasión hace al ladrón, La fuerza de la ley, San Francisco de Sena, No puede ser..., La misma conciencia acusa, Don Juan de Trampa adelante, La fuerza del natural; obra de Quevedo: La culta latiniparla y catecismo para instruir a las mujeres cultas y hembrilatinas; obra de Agustín de Rojas: El viaje entretenido; obras de Francisco de Rojas: Entre bobos anda el juego, Del Rey abajo, ninguno; obras de Tirso de Molina: El condenado por desconfiado, Habladme en entrando, Bellaco sóis, Gómez. 

Los tratamientos apelativos vigentes en el siglo de oro para los textos escritos, fundamentalmente epistolares, están ya recogidos en el Manual de escribientes (1552) de Antonio de Torquemada. Treinta años más tarde, casi en el umbral del siglo XVII, Lucas Gracián Dantisco, secretario de Felipe II, publicó el Galateo español, obra muy leída en su momento, entre otras razones por la acertada combinación de impagables anécdotas y fina ironía [10] . Gracián Dantisco critica con gracia particular en el capítulo XII: "Ceremonia por obligación" el exceso en que habitualmente caían los ciudadanos españoles de la época al seleccionar unos vocativos marginales de las cartas con los que alimentaban en demasía el ego del alter, consiguiendo de paso una predisposición siempre favorable del vanagloriado alocutario (1943:60-62):

Hasta que han dado tal baja con el tiempo, que se ha levantado la comunidad de gente ordinaria con los títulos de ilustres, con tanta fuerza y conjuración, que los pobres nobles y muy nobles, magníficos y muy magníficos que solían usar, andan ya huidos y desterrados de su antigua patria y nación. Y así, viendo esto la nobleza de caballeros y gente calificada, se han aprovechado de subirse un grado o dos más arriba, para poderse diferenciar, especialmente en las cartas, de esta generación robadora de sus ilustres títulos. Diré, pues, a este propósito, lo que aconteció a un gentilhombre cortesano que, escribiendo a un particular una carta con el titulo de muy magnífico señor (que era el que le pertenecía según su estado), le respondió, pareciéndole poco por no haber puesto ilustre, que sabía poco de cortesanía pues le ponía aquel título. A lo cual, replicando el cortesano con otra carta, le dejó la cortesía en blanco, diciendo: ponga vuesa merced en ese vacío la cortesía que fuese servido, que ya yo se la envío en blanco firmada de mi nombre (...). Otros algunos hay que, de puro descuidados, pecan por carta de más, al que escriben, por sí o por no, dos o tres grados más de lo que conviene, mayormente cuando le han menester para algo. Y llámanle ilustrísimo y aun serenísimo que es cortesía de príncipes, si acaso no lo pusiesen por donaire como un caballero que, por que andaba su hijo de noche, le llamaba el "Serenísimo". Preguntado por qué, respondió que, siendo tan amigo del sereno, había recogido tanto en la cabeza que no le podía llamar menos que serenísismo [11] .

Con ese mismo tono divertido se plantea otro tema candente en la época: la lucha entre el tratamiento vocativo dicho en latín o dicho en romance en aquellos contextos de oralidad discursivamente estereotipados (1943:91-92):

A este propósito, tomando sólo el sentido literal, hizo un catedrático, en Alcalá, una graciosa interpretación dando un examen. El cual habiendo de comenzar en romance, como es costumbre, dijo el preámbulo en latín; es a saber: Amplisime Rector, Gravisimi Doctores, Nobilis Juventus; que es como decir: Amplísimo Rector, Gravísimos doctores, noble juventud. Pues, como comenzó en latín, dieron muchos golpes y patadas, en señal de que hablase en romance. El porfió a decirlo así, diciendo: "Miren, vuestras mercedes, que no suena tan bien en romance como en latín"; y viendo que pateaban tanto, comenzó en romance con el sonido literal de esta forma: "Muy ancho señor rector, pesadazos doctores, noble mancebía", echando los ojos a las mujeres que estaban en las ventanas del teatro, en la cual entrada tuvo donaire y agudeza el interpretar el sonido solo, y así fue recibido por mote y dicho gracioso.

Pero lo cierto es que, exagerados o no, los tratamientos al uso debían ser asumidos si no se quería llegar a conflictos interlocutivos graves; ese era, al menos, el consejo de Dantisco (1943:52-53):

Son, pues, las ceremonias, si queremos mirar la intención de aquellos que las usan, una vana significación de honra y reverencia acerca de aquel a quien se hace acatamiento y está puesta, así en el semblante y meneo, como en las palabras con títulos y ofertas. Y digo vana, en cuanto nosotros honramos con la vista y apariencia a aquellos que con el corazón no les haríamos acatamiento; y con todo eso la usamos por no salir de la costumbre, y a unos  llamamos el ilustre o el muy ilustre señor Fulano, y a estos nos ofreceremos por sus servidores y criados a los que no es nuestra intención servir. Y así, no sólo tengo por mentira las ceremonias semejantes pero por una cierta falsedad y traición. Y andan de tal suerte estas tales, en estos titulos de ilustre, y los demás ceremoniosos de quien íbamos diciendo, que, sin mirar a los méritos, ni a la nobleza, ni al estado y calidad, los vemos poner a cualquiera que sea, tanto que los oficiales no se distinguen, muchas veces, en  la manera del trato y crianza que se usa con ellos, de los nobles y calificados. Y así como sea verdad que antiguamente había títulos determinados y distintos del Papa o Emperador para cada uno, los cuales no se podían dejar de decir sin hacer desacato al titulado, ni menos se podía atribuir, sin menos precio,  a los que no tenían aquel privilegio, ahora, en nuestros tiempos, vemos que se pueden usar más liberalmente los tales títulos y significaciones de honra. Porque el uso es más poderoso señor, pues los tiene más largamente privilegiados. Este uso, que por defuera parece bueno, es por dentro vano,  y consiste en semblantes sin efecto y, en palabras sin significación. Empero por ese no nos es lícito mudarlo, antes le debemos seguir, pues no es pecado nuestro, sino del siglo en que estamos, aunque se debe hacer discretamente.

En definitiva, el autoascenso,  ese "pecado del siglo", creó una creciente bola de nieve difícil de atajar al estar respaldada de continuo por el rigor casi legislativo de la costumbre, lo que hizo necesaria la intervención del rey a través de una premática recogida por Pedro Madrigal en 1594 en Capítulos de las Cortes del año de mil y quinientos y ochenta y ocho, y titulada "Premática en que se manda guardar la de los tratamientos y cortesías, y se acrecientan las penas contra los transgressores de lo en ella, y en esta contenido: y que se proceda de oficio no aviendo denunciador, o no proponiendo la causa: y la justicia que no lo hiziere y tuviera cuidado de executarlo, pague de sus bienes las penas que avian de pagar los condenados y sea suspendido de oficio por dos años". Su mera promulgación refleja la puntillosidad de una sociedad como la española de entonces (a decir de don Rafael Lapesa, 1970:147), readvierte sobre los inconvenientes del desorden y abuso de los tratamientos en nuestro país, y confirma en cierto sentido la preocupación de Felipe II por la severidad de las formas; las sanciones iban desde veinte mil maravedíes (que en una premática anterior eran diez mil) hasta cuarenta mil e incluso ochenta mil y destierro para quienes reincidían manifiestamente en la incorrección del trato:

Sepades que aviendosenos suplicado por los procuradores de Cortes de las ciudades, y villas destos nros. Reynos, en las que mandamos celebrar en la noble villa de Madrid el año passado de mil y quinientos y ochenta y cinco, fuessemos servido mandar proveer de remedio necessario y conveniente cerca de la desorden y abuso que avia en el  tratamiento de palabra y por escrito, por aver venido a ser tan grande el excesso, y legado a tal punto que se ayan ya visto algunos inconvenientes, y cada día se podían esperar mayores, si no se atajasse y reformasse, reduziendolo a algun buen orden y termino antiguo, pues la verdadera honra no consiste en variedad de titulos, dados por escrito, y por palabra, sino en otras causas mayores a que estos ni añaden, ni quitan.

La pretendida simplificación propuesta para el uso de los tratamientos comienza por la propia casa real:

Primeramente, como quiera que no era necessario tratar se en esto de nos, ni de las otraspersonas Reales, toda via porque mejor se guarde, cumpla y observe lo que toca a los demás: queremos, y mandamos, que de aquí  adelante, en lo alto de la carta, o papel que se nos escriviere, no se ponga otro algun titulo mas que señor, ni en el remate de la carta mas de Dios guarde la Católica persona de V.M.

La oscilación del trato es un indicio más del tipo de sociedad ante la que nos encontramos: una sociedad insatisfecha, vanidosa, muy preocupada por las apariencias (el honor, uno de los tópicos dramáticos de la época, así como el tratamiento, son conceptos heterónomos, difíciles de entender acudiendo únicamente a quienes quieren, deben o pueden poseerlo, y marginando a quienes quieren, deben o pueden juzgar y confirmar tales posesiones [12] ), muy jerarquizada y básicamente injusta; una sociedad, al fin, especialmente abonada para las tensiones: 

Con tales estructuras, con la existencia de privilegios irritantes por injustos, con el desnivel entre la masa de  deseheredados y el puñado de poderosos, con el  hecho de la extrema fragilidad de los que podríamos denominar clases medias comerciantes, profesionales, algunos gremios de artesanos, las tensiones eran inevitables (Fernández Alvarez, 1989:169).

En la mayor parte de los epígrafes que siguen nos hemos decidido por el uso de determinadas variables-tensemas como rasgos aglutinadores relevantes para el análisis de una determinada serie de variantes. Esas variables han sido, especialmente, las referidas a edad, familia, trabajo y axiologización negativa.


 

[1] Cfr. Luis Cortés, 1994.

[2] Oviedo, Universidad de  Oviedo, 1985.

[3] "Substantive Address used between Don Quijote and Sancho Panza", Hispanic Review, vol.5,1, págs.60-72.

[4] "A propósito de los apelativos dirigidos a Celestina", Studia Philologica Salmanticensia, 1979, 3, págs.193-209.

[5] Revista de Filología Hispánica, III, 2, 1941, págs. 105-139.

[6] "Las fórmulas de tratamiento en la relación amorosa del español bonaerense: una visión Diacrónica (1830-1930)", Anuario de Lingüística Hispánica, 1993, IX, págs.257-287.

[7] "Insultos en algunos textos de la literatura colombiana", Thesaurus. Boletin del Instituto Caro y Cuervo, XXII,3,  1967, págs. 345-358.

[8] Sobre el último asunto mencionado (los insultos en la representación literaria) podríamos mencionar por su extensión e interés, la contribución que para el árabe ha realizado Salvador Peña: "Insultar en árabe standard moderno: diglosia y diálogo narrativo en las novelas de Mahfuz", incluido en aa.vv., Realidad y fantasía en Naguib Mahfuz, Granada, Universidad, 1991, págs. 227-306.

[9] He aquí las ediciones a las que pertenencen las distinas obras: anónimo (1950): Vida y hechos de Estebanillo González. anónimo (1982): El Lazarillo de Tormes. pedro calderón de la barca (1944): Obras de don Pedro Calderón de la Barca I. miguel de cervantes saavedra (1981): Entremeses. miguel de cervantes saavedra (1981): Novelas ejemplares. alonso enríquez gómez (1950): Vida de d. Gregorio Guadaña. francisco lópez de úbeda (1950): La pícara Justina. tirso de molina (1971): Obras de Tirso de Molina VII. tirso de molina (1982): El condenado por desconfiado. agustín moreto y cabaña (1950): Comedias escogidas. agustín moreto y cabaña (1983): El lindo don Diego. francisco de quevedo y villegas (1951): Obras de Quevedo II. francisco de rojas (1982): Entre bobos anda el juego. Del rey abajo, ninguno. agustín de rojas y villasandro (1979): El viaje entretenido. lope de vega y carpio (1946): Comedias escogidas I. lope de vega y carpio (1967): Comedias de Autores Españoles.

[10] Fortunas de las que no siempre es último responsable puesto que este libro es, en parte, un traslado al español del Trattato nel quele solto la persona d'un vecchio idiota ammaestrante un suo giovinetto si ragione de'modi che si debbono o tenere o se chiafare nella comune conversazione, cognominato Galateo ovvero de'costumi, elaborado por Della Casa y conocido en España como el Galateo italiano.

[11] "En el Galateo (53-65) y en otras muchas obras italianas del mismo período se deprecan las ceremonias superfluas que se habían introducido en Italia por obra de los poderosos vecinos. No es éste el lugar de decidir la validez de estas quejas. Baste por ahora constatar que Gracián Dantisco se queda corto respecto a su modelo en la enumeración de los títulos de cortesía, y que éstos se le antojan como ridículos en su forma gramatical (o sea como no del todo "recibidos" en el idioma) y por su ambigüedad semántica (fragmento de "Una obra de cortesanía en tono menor: El Galateo español, de Lucas Gracián Dantisco", de Margherita Morreale, Boletín de la Real Academia, tomo XLII, cuaderno CLXV, págs. 83-84).

[12] La actual expresión tutearse equivale al ponerse a tú por tú de la época. Francisco de Quevedo, en Cuento de cuentos, donde se leen juntas las vulgaridades rústicas, que aun duran en nuestra habla (BAE nº 48, 1951:1114) dice: "a tu por tu: Descompuestamente y sin respeto: por los que riñen de tal modo que pierden la cortesía, apeándose el tratamiento y tratandose mutuamente con desprecio, de tú a tú".


 

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