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Libros de lecturas científicas escolares

Durante muchos años, en el período educativo correspondiente a la enseñanza primaria, en España, no existió una prescripción curricular que incluyese los contenidos precisos de estudio, por lo que la lectura siempre tuvo una posición preponderante como fuente de otros aprendizajes, es decir debía ser el vehículo que permitiese la adquisición de muchos otros conocimientos que la escuela no podía suministrar de manera sistemática, compensando las insuficiencias del currículum (Tiana, 2004, p. 209). Por tanto, los libros de lectura han tenido un importante carácter auxiliar en la enseñanza de las distintas materias que conformaban el currículo. En el caso de las ciencias de la naturaleza esta situación se hace aún más evidente puesto que la introducción generalizada de estas disciplinas en el currículum escolar fue muy tardía, siendo la lectura la única vía que se ofreció para adquirir los primeros conocimientos científicos (Bernal, López y Moreno, 2005, p. 411). El libro de lectura escolar ha sido un instrumento educativo más en el proceso de enseñanza-aprendizaje de las ciencias escolares.

Trasladar el conocimiento científico a un texto escolar dirigido a alumnos de corta edad, explicarlo de forma sencilla y amena sin caer en planteamientos simplistas, poco rigurosos o que puedan inducir a errores y falsas concepciones es una tarea ardua y difícil. Nicolás Sama, que fue jefe del Observatorio meteorológico de Madrid y autor de Los meteoros -uno de los libros de la colección Libros de la Naturaleza, de la editorial Calpe-, comentaba la dificultad de dirigirse a un público formado por niños y jóvenes como “tarea delicada, que requiere dotes especiales y temperamento adecuado, gran flexibilidad y adaptación constante del pensamiento, no sólo a la mentalidad del niño, sino a la evolución que el razonamiento va produciendo en el espíritu del oyente…..la dificultad es mayor y alcanza límites más amplios cuando se dirige a lectores, a los que sólo llega el pensamiento por la letra escrita sin el auxilio del ademán, la palabra repetida, los efectos comparativos, la vida en suma que la explicación puede proporcionar” (Sama, Los meteoros, Prólogo).

El contenido de los libros de lectura, comentaba Pedro de Alcántara, debía estar al alcance de la edad y desarrollo mental de los niños, escritos en lenguaje correcto, sencillo y claro (Alcántara, 1909, p. 396). Las críticas hacia los libros de lectura escolares publicados durante el primer tercio del siglo XX se centraron en que caían en la infantilidad y en la ñoñez (Gervasio Manrique, Revista de Pedagogía, 153, 1934, p. 430); en presentar situaciones ficticias, cursilerías sociales y poéticas, ridículos patriotismos y sensiblerías (F. Sáinz, Revista de Pedagogía, 89, 1929, pp. 214-219); en caer en el infantilismo pedagógico y en las continuas moralejas triviales (María de Maeztu, JAE, 1925, pp. 35-36); o en la frecuente utilización de una terminología abstracta e incomprensible, en pretender dar a los niños lecciones doctas y rancias o hacer uso de narraciones sensibleras que terminan con exhortaciones morales vacías de sentido, incomprensibles e impropias para la edad de los niños (Herminio Almendros, Revista de Pedagogía, 112, 1931, pp. 151-157).

EXTRAIDO DE LOS TEXTOS:

BERNAL J. M., LÓPEZ J. D. Y MORENO A. (2005) Las ciencias de la naturaleza en los libros escolares de lectura. En COMAS, F. Y MONTILLA, X. Historia de la lectura. Palma de Mallorca: Institut d’estudis Baleàrics . Pp. 411-421.

Los meteoros

Los meteoros