LA DINASTIA SHUTRUKIDA.

A Napirishauntas le sucedió su hijo Halludusinsusinak, contemporáneo del rey babilonio Melisipak, con cuya hija se casó, reclamando el trono vacante de Babilonia por tal motivo. No obstante, dada la escasez de testimonios sobre el mismo, se considera a esta dinastía fundada por Shutruknahunte I, su hijo, de ahí la denominación de shutrukidas, que continúan con el tradicional título de rey de Anshan y de Susa, que este monarca utilizó al comienzo de su reinado. Otros de sus títulos -monarca de Elam y gobernante de Elam- parecen remedar a Humbannumena I, en un intento de unirse a su línea dinástica, ya que también lo menciona como constructor original del templo de la diosa Kiririsha en Liyan y que él mismo hizo renovar. La restauración de este templo y su mantenimiento en buen estado de conservación, pasó a convertirse en algo habitual entre los reyes elamitas desde Humbannumena I, a modo de rito regio de confirmación de la soberanía sobre la región de Anshan.

            Ya bajo su mandato parece que la región de Anshan sufría un profundo retroceso urbano, en especial por el descenso continuo de la población, cuya economía se había reducido al ámbito local y, si bien es verdad que la propia ciudad de Anshan era todavía importante, puesto que llegaban a ella productos de importación, lo cierto es que la actividad constructora de edificios religiosos se llevó a cabo principalmente en Susa durante esta dinastía, lo que hizo de ella la urbe de más renombre. Debido a que Susa estaba emplazada en un lugar más seguro y a que su prestigio iba en aumento, Shutruknahunte I ordenó reunir en ella las estelas de los reyes elamitas que le precedieron y que se encontraban dispersas por otros lugares del reino. De este modo, no sólo preservaba el acerbo cultural elamita de las incursiones de los nómadas, con los que combatió en varias ocasiones, sino que también agrupaba el poder real y afirmaba así su posición.

            El suceso militar y político más relevante de su reinado lo constituye la invasión y saqueo del país de Akad. La razón nos la da una carta que su padre, el rey elamita Halludusinsusinak, envió a la corte babilónica reclamando el trono de Babilonia, al que creía tener derecho en virtud de que ambas casas reales estaban unidas por lazos comunes, surgidos a través de matrimonios regios entre reyes elamitas y princesas babilonias. En verdad, a la muerte de Mardukaplaidin hubo problemas con la sucesión real y el elamita presentó sus credenciales al trono. Para refrescar la memoria a los casitas, que estaban al corriente de esta reivindicación, les mencionaba también los hijos habidos de tales uniones, remontándose en esta particular genealogía hasta Pahirishan, hijo del fundador de la dinastía elamita anterior. El mismo Halludusinsusinak había desposado a la hija mayor del rey Melishipak, razón por la cual exigía ser el legítimo heredero a la corona de Babilonia, puesto que se consideraba descendiente de los grandes descendientes del poderoso rey casita Kurigalzu. Sin embargo, los babilonios eligieron a Zababashumaidin como rey. Frustrado en sus pretensiones, el rey elamita tomó la decisión de imponerse por la fuerza, invadiendo Babilonia, lo que fue llevado a cabo por su hijo Shutruknahunte I. Esta invasión, ejecutada cuando en Asiria reinaba el longevo Asurdan I, perduraría en el recuerdo de las generaciones futuras. Se puso en marcha por orden de Insusinak, el dios de la dinastía. Atravesó el río Ulai y se apoderó de las ciudades de Eshnuna y Dur-Kurigalzu. Luego, dirigiéndose hacia el oeste, tomó Sipar y Opis. Así Babilonia quedaba cortada en dos mitades. Después descendió hacia el sur y Babilonia, aislada del resto del país, fue finalmente tomada. Numerosas obras de arte, reliquias del pasado glorioso del país de Akad, fueron llevadas a Susa: el obelisco y tres estatuas de Manistusu, la Estela de Naramsin, el Código de Hamurabi, la estatua de su suegro Melishihu, entre otras. El elamita pudo jactarse de haber conquistado 800 ciudades. Esta invasión debió contribuir, de paso, a la estabilización de los canales comerciales que llevaban los productos occidentales a Elam, amenazados por el conflicto fronterizo asirio-babilónico.

            Kutirnahunte II, su hijo mayor, se quedó como gobernador de Babilonia, pero no por mucho tiempo, puesto que el último rey casita -Enlilnadinahe- se rebeló, aprovechando que la muerte de Shuturknahunte I le había obligado a regresar a Elam para proclamarse rey. Kutirnahunte II adoptó la titulatura de su padre y se dedicó igualmente a la reconstrucción de templos en ruinas, tanto en Susa como en Anshan. Entretanto, se preparaba para enfrentarse a Babilonia, en la que se presentó al cabo de tres años, apresando a Enlilnadinahe, quien fue conducido cautivo a Elam, junto con la estatua de Marduk, el dios nacional babilonio. Kutirnahunte II regresó a Elam, dejando a Babilonia sometida a un vasallo elamita. La intervención de los elamitas en Mesopotamia les permitió pasar a controlar los territorios que se extendían hasta el Zab inferior, zona fronteriza en disputa entre Babilonia y Asiria, a la cual afectaba indirectamente. Tal vez por este motivo y dándose cuenta de la importancia estratégica de la región, el rey asirio Asurdan I invadió la zona, apoderándose de algunas ciudades, en un momento en que los elamitas no podían reaccionar.

            Kutirnahunte II falleció sin descendencia, pasando el trono a su hermano menor Silhakinsusinak I, que conservó el título de rey de Anshan y de Susa. El reinado de este rey fue uno de los más gloriosos de la historia de Elam. En política interior se dedicó a levantar grandiosas construcciones y restauraciones de edificios antiguos. Una de las mejor documentadas fue la del templo del dios Insusinak, en Susa, en el que se emplearon ladrillos decorados con bajorrelieves y esmaltados con paneles de bronce, con estatuillas de los miembros de la familia real. Insusinak era considerado por Silhakinsusinak I como el creador de su dinastía y quien les otorgó la realeza, por eso mereció una dedicación especial. Pero la región de Fars también fue obsequiada con el nuevo embellecimiento del templo de Kiririsha, diosa de Liyan, como ya era costumbre. De este modo, se equiparaban a nivel religioso las dos partes del reino, Susa y Anshan.

            En política exterior, Silhakinsusinak I se expandió hacia el norte, llegando hasta Arrapha (la actual Kirkuk). Por sus inscripciones se deduce que llevó a cabo ocho campañas, en un intento de controlar las vías comerciales que pasaban por Irán. En las primeras campañas se dirigió a los territorios del Zab inferior, que estaban probablemente en poder asirio desde su anexión por Asurdan I. Se trataba en realidad de incursiones, que se repetían anualmente y en las que las mismas ciudades eran tomadas una y otra vez. En una ocasión posterior, se presentó ante los mismos asirios. Partiendo de una zona al norte del Diyala, avanzó por los montes Zagros y el Tigris, llegando hasta los alrededores de Arbelas, en la región de Nuzi. Aparte de asegurarse definitivamente el control de las rutas este y oeste que iban desde el curso superior del Diyala hacia Babilonia, intentaba oponerse a una posible invasión aramea, estableciendo avanzadillas en las tierras situadas entre el río Tigris y los montes Zagros, ruta que aquéllos podían seguir para penetrar en Elam. Entretanto, en Babilonia, Mardukkabitaheshu se rebelaba en la ciudad de Isin contra Elam, iniciando así la II dinastía de Isin. El tercer rey de esta dinastía, Ninurtanadinshumi, fue probablemente el organizador de la resistencia de Babilonia, que Silhakinsusinak I no pudo tomar, regresando a Elam tras el saqueo de algunas poblaciones menores. En Elam, la tribu de los balahute (los futuros partos), aprovechando su ausencia, había cometido algunas expoliaciones, llevándose incluso prisioneros, pero fueron severamente batidos. El botín robado se recuperó y se dedicó al dios Insusinak en Susa.
 
            Uno de los aspectos más documentados de su reinado, lo constituyen un grupo de inscripciones denominadas takkime, es decir, dedicatorias por la vida de sus familiares y parientes. Por ellas conocemos a toda su familia, hijos e hijas. Convencionalmente se supone que tales textos implican una preocupación del monarca por precisar y aclarar las filiaciones, la constitución de la línea dinástica entre las varias posibles y sus relaciones con la sucesión, al objeto de evitar rivalidades, enfrentamientos, reivindicaciones injustas e incluso los posibles golpes de estado con apariencia de legítimos. En realidad no son más que dedicatorias piadosas dirigidad a los dioses para protección de su familia, no teniendo nada que ver con la sucesión real.

            La transmisión del poder real en la familia reinante elamita de esta época se realizaba como siempre: El hijo primogénito del rey era el sucesor legítimo, siendo a su vez sucedido por su hijo mayor, etc. pero si no tenía hijos, era sucedido por su hermano menor, quien a su vez cedía el trono a su propio hijo mayor, etc. El término elamita šak, “hijo” en sentido estricto, significa también en un sentido más amplio “descendiente por vía paterna”, de modo que todo hijo, sobrino, nieto, etc. descendiente de un hombre (en este caso el rey) por vía paterna es su šak. Cuando la filiación va referida a la línea materna, el término empleado es ruhušak (lit.: “hijo de la hermana”), que significa exactamente lo mismo, sobrino, nieto, etc. y en general cualquier descendiente por vía materna. De este modo, los elamitas distinguen con diferente nomenclatura entre las dos líneas familiares, la paterna y la materna. No hay razón alguna para contaminar estos términos –como convencionalmente se hace- con supuestas legitimaciones al trono o casamientos entre hermano y hermana y ampliar su sentido con conceptos jurídicos que no llevan implícitos. Conviene, pues, desterrar toda referencia al incesto de los elamitas como legitimador de la sucesión al trono.

            Así pues y como corresponde, Silhakinsusinak I fue sucedido por su hijo mayor Huteludusinsusinak. De este rey también se conservan textos de takkime. Fue igualmente un rey constructor, aunque en menor medida que sus predecesores. Su títulos reales parecen separarse de la tradición política anterior, puesto que suprime la mención de las ciudades de Anshan y de Susa, pasando a denominarse soberano de Elam y de la Susiana, singular título que recuerda los de Humbannumena I, aunque en forma abreviada. Este rey se ha hecho famoso por su derrota en la guerra que le enfrentó al babilonio Nabucodonosor I, a causa de la cual perdió los territorios de la Susiana. Tras la retirada del babilonio, se estableció en Anshan, una ciudad en decadencia pero que aún mostraba unas excelentes relaciones con Susa y gozaba de una considerable riqueza; situación que se mantendrá hasta el final del milenio y principios del siguiente, cuando pasó a formar parte del dominio persa en circunstancias desconocidas.

            Huteludusinsusinak fue sucedido por su hermano menor Silhinahamrulagamar, un rey del que nada se sabe, a no ser por el dato de estar mencionado en las listas dinásticas de Silhakinsusinak I. Le siguió en el trono un tal Humbannumena II, por lo demás completamente desconocido, excepto por ser el padre de Shutruknahunte II, el último soberano de esta dinastía.

            Shutruknahunte II, algo más conocido que sus dos antecesores, volvió a la tradición clásica e incorporó a su titulatura el epíteto rey de Anshan y de Susa, significando así que Susa y su región volvía a los dominios elamitas. De hecho, inscripciones suyas se han hallado en esta ciudad. Desde aquí preparó la conquista de Karintas -una ciudad hostil a Elam desde la época de Silhakinsusinak I-, con el objetivo de recuperar la estatua del dios Insusinak -dejada allí probablemente por Nabucodonosor I- y colocarla en su santuario de Susa junto a las estatuas de los tres reyes que le precedieron, siguiendo la costumbre de conservar las estatuas y estelas de los soberanos predecesores o antiguos.

            Parece que fue este rey quien clausuró su dinastía y el poder elamita en el II milenio, aunque un tal Shuturnahunte, hijo de un Humbannumena y también rey de Anshan y de Susa, pudiera haber sido un hermano, si no es que se trató de un reyezuelo posterior a la caída de Susa en el año 646 a.C. De otros reyes -Aksirsimut y Aksirnahunte-, conocidos por documentos administrativos y económicos como contemporáneos de Shutruknahunte II, no se sabe prácticamente nada. Así pues, aunque los elamitas desaparecen de la documentación textual mesopotámica en el final del II milenio, los reinados de Silhinahamrulagamar, Humbannumena II y Shutruknahunte II, que cubrieron todo el siglo XI a.C., aseguraron la continuidad de la realeza elamita.

             Si durante unos dos siglos se carece de documentos elamitas y se deja de oir hablar de Elam -la primera mención que se encontrará en los textos mesopotámicos data de la cuarta campaña de Samsiadad V de Asiria contra Babilonia a finales del siglo IX a.C., en la que aliados a los arameos serán vencidos por los asirios-, esto no significa que perdiera su importancia, sino simplemente que las invasiones de pueblos nómadas y las crisis económicas producidas en Mesopotamia otorgaron prioridad al registro de estos sucesos. En el I milenio Elam volverá por sus fueros.




 


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