EL TEATRO BECKETT O COMO NO ESTAR
Francisco Torres Monreal
1. Noir.
2. Faible éclairage sur un espace jonché de vagues détritus. Tenir 5 secondes.
3. Cri faible et bref et aussitôt bruit d'inspiration avec lente montée de l'éclairage atteignant ensemble leur maximum au bout de 10 secondes. Silence. Tenir 5 secondes.
4. Bruit d'expiration avec lente chute d'éclairage atteignant ensemble leur minimum au bout de 10 secondes et aussitôt cri comme avant. Silence. Tenir 5 secondes.
5. Noir.
(Samuel Beckett, Souffle, 1965)
No es en todo dueña y ordenadora de su futuro la obra de arte. Dejada de la mano de su creador, puede convertirse, si el olvido no la condena al vacío, en objeto de disfrute o de especulación. Especulación: de marchantes o de editores, de intermediarios y empresarios que la "rentabilicen"; de museos o bibliotecas que la congelen; de universitarios que la descompongan y recompongan, la contextualicen, intertextualicen, sociogeneticen, psicogeneticen...; de "creadores" que la mimeticen o la plagien... Se diría que la obra de Beckett, por su configuración formal y vivencial, así como por su escasa rentabilidad comercial, estaría libre de especulaciones. Error. Los imitadores franceses, por ejemplo, me confiesa el dramaturgo Jouanneau, son legión, pese a que poquísimos de ellos vislumbran realmente la esencia profunda del beckettismo. Resistencia inútil a la comercialización: los manuscritos y algunos ejemplares dedicados por Beckett se valoran en más de setenta millones de libras esterlinas; los títulos de trabajos universitarios sobre su obra, registrados por Internet en los últimos veinte años, sobrepasan el centenar de folios... lo que equivale a decir que el total de páginas de tales escritos multiplica por cien mil el número de páginas de su obra teatral. ¿Cómo es posible semejante despilfarro verbal para explicar un teatro próximo del no-decir, de la mudez completa de los sentidos interiores y exteriores, de un teatro que sólo quiere decir lo que dice1? Atemoriza la respuesta, aun matizada de adversativas. En su horizonte advierto el silogismo -sofisma, lo admito- que condujo al incendio de la Biblioteca de Alejandría: o esos escritos están ya en el Corán (Beckett), luego son inútiles; o se salen del Corán, luego son errados.
Tras estas consideraciones, debería poner ya punto final a mi discurso. ¿Para qué seguir enriqueciendo la especulación? ¿Qué puede justificar estas notas, su escritura, su publicación, sobre todo cuando intento hablar de la negatividad, del no-estar? Quizá el deseo de explicarme en su lectura, o el deseo -instinto paterno-profesoral de convencer a quienes la abandonan en su primer intercambio. Quizá el anhelo de deshacerme, de vaciarme de Beckett... Digo esto último sin fe, pues pienso que su obra me será tan recurrente, de momento, como la peor de las fijaciones. Quién sabe si no influye, también, la razón que a Beckett, salvadas las distancias, le justificaba el acto de la escritura: rien qu'à ça (no sirvo para otra cosa).
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Recuerdo mis primeras lecturas. Quiero situarme en ellas. Antes incluso. En 1953, estreno de En attendant Godot, y en los años que siguen. Me traslado a esos años. Entiendo el desconcierto y la ignorancia de unos y el entusiasmo de otros. Me sumo a estos últimos desde el primer momento. ¿Por qué me/nos atrae una obra en la que apenas se dice nada y que, además, contradice el discurso narrativo tradicional al dejarlo sin presentación suficiente, sin nudo ni desenlace; que rompe e inutiliza los esquemas actanciales de la semiótica; que se llama teatral prescindiendo al máximo de lo teatral; que se encamina a un decir ajeno a la sintaxis y a la semántica? Recuerdo que, tras aquellas lecturas iniciales e iniciáticas en busca de respuestas, la negatividad, razón para el desánimo, se convirtió en acicate. Es un hecho que luego compruebo en un sinnúmero de comentaristas. Es difícil dar con un escrito sobre Beckett que no insista sobre ella bajo alguna de sus formas: negación, desnudez, reducción, pesimismo, aniquilación, agonía, destrucción, pobreza, ausencia, austeridad, laconismo, etcétera.
¡Negatividad que sorprende! Contradicción, aparente al menos. Salgo de Beckett y advierto las construcciones mentales que privilegian lo "positivo", en sus oposiciones bipolares, que lo marcan con una presencia de la que carece su opuesto. Extrapolación del modelo fonético-fonológico (el fonema sordo que se define por carecer de las vibraciones que sí posee el fonema sonoro): la noche como la parte del día que no tiene luz; lo femenino como lo carente de virilidad... Idéntico comportamiento el de la semiótica teatral que, por regla general, ha excluido del cómputo de sus signos el hieratismo, el reposo, la oscuridad, el silencio... Impresión, en Beckett, de construir sus dramatículos con estos signos "negativos" o debilitados. Negar, no aceptar, las oposiciones bipolares con las que la mente (se) ordena el mundo. ¿Beckett desconstructor?
Busco justificaciones, apoyos positivos que me expliquen la irresistible atracción beckettiana: trabajo de síntesis escénico-dramática donde los códigos juegan en interrelaciones casi matemáticas; desarrollo poético que golpea por sus continuos retornos o, lo que es lo mismo, por su ritmo ejemplar; situaciones de palabra en las que cuenta -dice- más el desde dónde se dice (cómo, en qué situación, desde quién) que lo que dice tal palabra; modernidad que lo acerca a las tendencias más atrevidas, al tiempo que valiosas, de nuestro siglo... Pero, de nuevo, vuelta a la negatividad.
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¿Es posible nombrar esta negatividad, clasificarla en conceptos operativos que faciliten su comprensión? Veamos.
J. Bargalló distingue entre ausencia y no presencia. La ausencia equivale a la no presencia, aquí y ahora, de lo debería estar presente aquí y ahora. En otras palabras, la ausencia, en Beckett, implica requerimiento de presencia2. Por no-presencia entiende la falta de presencia de aquello con lo que no se cuenta aquí y ahora.
A. Rodríguez-Gago encuentra esclarecedor el proceso de escritura que se advierte en Beckett. En sus obras dramáticas comienza fijando una imagen inicial tomada de la realidad, como por ejemplo, dos amigos esperando a un tercero al lado de un árbol, en Esperando a Godot, o una mujer tunecina esperando la salida de su hijo del colegio, en No yo. En otras ocasiones, Beckett presenta imágenes de la memoria, como la cabeza suspendida en la oscuridad en Aquella vez, o la mujer en la mecedora, en Nana. Estas imágenes iniciales se van difuminando poco a poco, se van suprimiendo todos los detalles, explicaciones y conexiones, hasta convertir lo familiar en extraño. A este proceso, Beckett lo llamaba creación de ausencias. A continuación destruía, conscientemente, todo sistema de cronología y causalidad, creando finalmente un orden alternativo de relaciones internas por medio de una estructura musical, donde predominan los ecos y las repeticiones. El método creativo descrito no era una especie de "receta" que Beckett seguía fielmente a la hora de componer sus obras; lo interesante al respecto es comprobar que Beckett, como todo gran autor, parte de la realidad humana, de su entorno, para, después, con las herramientas propias de su arte -las palabras y las imágenes- transformar esta realidad en "otra" clase de realidad artística, encarnada en formas radicalmente nuevas, que a veces son irreconocibles, pero que siempre nos parecen fascinantes3. Según los contextos, estas ausencias creadas por el autor, cabrá intepretarlas como ausencias o como no-presencias. Sanchís Sinisterra, habla, a este propósito, de presencias al borde de la ausencia4.
Para mi entendimiento particular, a la ausencia y a la no-presencia, añadiría un nuevo tipo que creo esclarece lo dramatúrgico de modo eficaz: el de presencia negada que, "contemplada" desde el espectador, consiste en la falta de acceso sensible, en todo o parte, a algo que, no obstante, sabemos presente en el espacio escénico. Frente a la ausencia pura o a la no-presencia, la presencia negada requiere un soporte presencial-presenciable al que se adhiere y del que depende. De faltar tal soporte se caería en la pura ausencia o en la no-presencia. En los ejemplos que aduciré la denominaré también, de modo más breve, negación. Estas tres nociones: no-presencia, ausencia y presencia negada explican el arte dramático beckettiano.
La no-presencia, a la que se le ha prestado menor importancia definitoria, precisamente porque nadie la requiere, no deja por ello de ser significativa a la hora de juzgar el universo ético-estético de Beckett. La no-presencia "nos habla" de un universo escénico empobrecido, limitado. Limitación ética y estética. En términos dramático-escénicos cabe preguntarse si la no-presencia puede ser advertida. Marcar lo no-presente contradice los esquemas estructurales más elementales. Pero, ¿son inamovibles esos esquemas?
La lista de las no-presencias beckettianas es casi infinita, a poco de advertir el escaso universo por él presentizado/presentado en escena. ¿Qué explicación tiene este hecho? ¿La renuncia? Esta, como la negatividad, implica una cierta voluntad. Por ello, más que definir la no-presencia como lo que no cuenta cabría definirla sencillamente, mirando a la escena, como lo que no está, en Beckett tan próximo de lo que no es. En Beckett, la escena ni siquiera es metáfora de la vida. No hay distinción entre una y otra. Volvemos siempre a lo mismo: la estética es una resultante ética. O, mejor: ética y estética se con-funden. Y nos confunden. Este innombrable y cada vez más acusado no-estar, al tiempo que limita la presentación presagia la anulación de la re-presentación.
La no-presencia puede alarmarnos en mayor grado que las ausencias beckettianas. Si Didí y Gogó esperan a Godot -ausente- es porque, pese a sus dudas, aún conservan alguna esperanza. Al no aparecer, Godot "figura" al gran ausente. Ahí reside la gran originalidad de Beckett: en construir una obra con un protagonista ausente; en romper el esquema actancial, al negar el Objeto (quizá Sujeto) del relato dramático5. Pero desde esta perspectiva, me pregunto si Godot constituye sólo una simple ausencia o implica una voluntad de negación de presencia. frente a esto, la falta de planteamientos sobre la espera es más terrible. No se trata de una debilitación, ni siquiera de la pérdida de esperanza; sencillamente, la esperanza no cuenta ya, no se echa de menos: es una no-presencia.
¿Cómo llega Beckett al expolio, a la progresiva ascesis de su teatro? Un hecho es cierto: Beckett se acerca al teatro tras pasar por el ensayo literario y la narrativa. ¿Sería desacertado decir que, cuando el marco de la narración se le reduce, el espacio escénico resulta el icono ideal para ubicar las limitaciones de los seres beckettianos? Al pasar al teatro, el personaje expresa, no sólo con su palabra sino con el resto de sus lenguajes escénicos, su modo peculiar de existencia, limitada por el medio físico y temporal. De ahí que Beckett (y creo que no sólo por desconfianza para con los directores futuros de su obra, ni por deseos de marcar su autoría), advierta meticulosamente las limitaciones del ser-estar escénico6. El correlato visión mundana-visión escénica da sentido a su plástica teatral.
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Me detengo ahora en algunas de las negaciones o presencias negadas concretas más frecuentes en Beckett. La más dificultosa de separar y diferenciar es la concerniente al propio discurso dramático. ¿Cabe conceptuar de presencias negadas la falta de solidaridad entre sí de las proposiciones y sencuencias del relato, la falta de desenlace7 de la fábula? La negación afecta igualmente a la propia configuración sintáctica y a las elecciones léxicas. Es conocida la respuesta de Beckett al adoptar el Francés, que no es su idioma, para el teatro: pour m'appauvrir encore plus (para empobrecerme más). Del estilo inicial lacónico, que no excluye ciertas tiradas o solos teatrales, pasará a un estilo sincopado, de notaciones y frases rotas o dejadas en suspense...
Las negaciones sobre los personajes se extenderán particularmente a sus atributos de gestualidad, movimiento, habla, etc. Si en el primer acto de En attendant Godot disponen inicialmente de estos atributos, en el segundo vemos cómo el autor les suprime parte de ellos. En Fin de partie, 1956, sólo uno de los cuatro personajes, por otra parte cojo, goza de movimientos. En Oh! les beaux jours, 1961, la protagonista aparece enterrada hasta la cintura en el primer acto y hasta el cuello en el segundo. En Comédie, 1963, sólo se nos permite ver las cabezas sin gesto, emergiendo de unas ánforas, de los personajes. Poco más se nos permite contemplar en Pas moi, 1972, o en el hablante de Fragment, 1979.
Parecidas negaciones operarán con la voz y la palabra, en las que el teatro venía fundándose tradicionalmente. En Actes sans paroles, 1956, 1957, los personajes son presencia sin voz, como deja ver el título, que optarán por la inmovilidad final ante lo inútil de sus esfuerzos. En Dis Joe, 1965, o en La dernière bande, 1958, desaparece el "interlocutor", del que sólo nos llega su voz grabada. Lo mismo ocurre en Cette fois, 1974, en la que al oyente le llegan tres discursos de su propia voz de los laterales y los telares, o en Pas, 1975, donde la voz, desde el fondo, dialoga con M. En fin, por aludir al ejemplo reproducido al inicio de estas notas, en Souffle, 1965, sólo la respiración (¿de la madre?) y el vagido-grito (¿de un recién nacido?) se nos presentan como presencias a las que se les han negado los personajes que las soportan. La plástica se limita, en un tiempo reducido a unos cuarenta segundos, de computar los negros, a la mostración débil de unos detritus.
Cabría matizar las distintas formas de negación de la palabra en Beckett. En este sentido cabe hablar de:
- negación del diálogo escénico propiamente dicho, substituido, en ocasiones, por el relato épico, que evoca el pasado como pasado, privado de acción escénica;
- empleo de un diálogo no comunicativo (cada personaje va por su lado, las réplicas no son coherentes con la situación de diálogo o pueden alejarse, comprensiva o extensivamente, del campo semántico del interlocutor).
- empleo de un discurso prolijo o el uso de la palabra para ocultar la palabra que se escucha y lacera en el silencio8. En Dis Joe asistimos a un ejemplo palpable de esa palabra a la que se le niega el soporte corporal y que atormenta a Joe por obligarle a mirarse a sí mismo. ¿Influjos pirandellianos -El hombre mira pero no (se) ve- del teatro que nos hace ver (nos), oír (nos)?
Como técnica frecuente, Beckett consigue negar incluso el espacio o debilitarlo por medio de iluminaciones tenues que dejan los cuerpos y objetos en los límites de lo visible. Por su lado, la reducción de lenguajes conducirá al acortamiento de la duración escénica. Beckett escribirá piezas cada vez más cortas a las que, consciente de ello, llamará dramatículos. El caso extremo de duración será el ya aludido Souffle, quizá la obra más breve de toda la historia del teatro. Sobre el tiempo escénico, como correlato del tiempo referencial, extraescénico, de la acción representada, Beckett es aquí más riguroso que el propio Racine. Se diría que pretende, también aquí, negar, llevándolas a sus límites, las convenciones clásicas. Con las excepciones de casos como En attendant Godot, que refleja un tiempo referencial de dos jornadas, en muchos otros ejemplos la duración referencial equivale al tiempo de la representación.
Con respecto al tiempo dramático-escénico que enfrenta el presente de la representación con el pasado o el futuro, Beckett tiende a situar a los personajes en su fase terminal, dejando ver, a través de los ya aludidos signos de la degradación, que el futuro se les cierra. Claro está que el flas-back puramente narrativo puede proyectarlos hacia el pasado. Con la memoria retrospectiva y compresiva del moribundo, quizá.
Estas constataciones nos harán conceptuar sin dificultad el teatro de Beckett como un teatro meticulosamene lacunar. La situación no es favorable, en principio, para las construcciones escénicas. De ahí la dificultad de ser Beckett y los fracasos de quienes lo pretenden. ¿Cómo es posible ver en el teatro beckettiano la configuración de una dramaturgia ejemplar e informante?
Refiriendo particularmente la pregunta a las presencias negadas, éstas no dejan de ser significativamente elocuentes y dramáticas. La mudez, la ceguera, la parálisis, están gritando la negación de la voz, de la visión o del movimiento. Es más: estas negaciones significan (con mayor intencionalidad que las mismas presencias y que las ausencias y no-presencias), ya que sabemos, a un tiempo, que están y que están negadas en el espacio escénico. Espacio escénico que tampoco escapa a la negación. Difuminado por la penumbra o incluso negado por la oscuridad, el espacio escénico está ahí. Es decir, sabemos que está (que sus ochenta metros cúbicos están ahí) y sabemos que está negado. De otro modo, Beckett habría requerido un espacio de sólo dos metros, por ejemplo. La parte visible, soporte de la negada, cobra un protagonismo plástico de primer orden; por su lado, la parte negada se afirma como un impresionante espacio envolvente y ocultador. Por lo demás, Beckett evoluciona hacia la oscuridad por exigencia interna del propio drama y de su degradación íntima (no se trata de un mero aviso pragmático para indicar al lector el final de cuadro o de acto)9.
Idéntica intensificación de lo presente, en razón de la negación, experimentan el resto de elementos escénicos. La falta de visibilidad del cuerpo intensifica la visión del rostro difuminado, o de la boca que se mueve dejando en la oscuridad todo el resto. Se diría incluso que los objetos más banales (una cuerda que sirve de cinturón; una zanahoria o un nabo; unos zapatos usados, una garrafa de agua, unos contenedores de basura, unos detritus, ...) alcanzan un relieve y un poder de fijación visual inusitados, emparentables con el nuevo realismo. Por lo demás, los procedimientos intensificadores, en virtud de las negaciones, constituyen el secreto a voces de ciertas tendencias plásticas, del tenebrismo al minimalismo, o, sencillamente, de la poesía.
Como resumen de todo lo dicho, podríamos afirmar que las no-presencias alejan a Beckett de las dramaturgias del amontonamiento o del barroquismo en todos sus ámbitos; que las ausencias nos hacen pensar en su visión e interpretación del mundo en el tiempo de su escritura (visión pesimista a todas luces); que las no-presencias, o las negaciones, conforman particularmente la plástica escénica y los modos todos del decir. Por estas tres opciones, Beckett nos conduce a los límites del teatro. Al no-estar absoluto. Sin soportes.
Francisco Torres Monreal
1 Es conocida la anécdota: a un crítico que le preguntó lo que quería decir uno de sus textos, Beckett respondió: "il veut dire ce qu'il dit". "Signifique quien pueda", será la conclusión de J. Talens (título de la ponencia sobre Beckett, en F. Torres, Jornadas de Teatro y nuevas formas, Murcia, 1993.
2 J. Bargalló, "Dialéctica de la presencia y ausencia en Beckett", Samuel Beckett. Palabra y silencio, CAT, Sevilla, 1991, p. 10.
3 A. Rodríguez-Gago, "Samuel Beckett, dramaturgo: el teatro occidental en el banquillo", F. Torres Monreal, Teatro y nuevas formas, 43-53, Murcia, 1994.
4 S. Sinisterra, "Beckett dramaturgo: la penuria y la plétora", Pausa, nº 5, 1990, p. 18. Si la creación de ausencias, aducida por Rodríguez Gago, puede considerarse como un procedimiento desconcretizador conducente a la abstracción o al informalismo, rechazados ambos por Beckett; las presencias al borde la la ausencia, de Sinisterra, puede acercarnos a un proceso, y a sus conformantes, situado en su fase casi terminal.
5 Durante mucho tiempo, los críticos han emparentado esta ausencia de Godot con la ausencia de la Cantante calva en la obra de Ionesco. Evidentemente, existe una distancia abismal entre estas dos ausencias.
6 Esta dramaturgia responde a una concepción íntima y personal que Beckett fija meticulosamente en la escritura. No conocemos, en la historia toda del teatro, un ejemplo comparable de meticulosidad. Para la luz, los gestos, los movimientos, los tiempos... hay que atenerse a la voluntad de Beckett, que llega a determinar incluso en segundos la duración de un efecto o de su gradación. Se ha exagerado por ello al decir que las obras de Beckett vienen ya dirigidas, lo que no es cierto, pues no está exenta su dramaturgia de lagunas. No respetar esta dirección puede ser nefasto. Es preciso estar muy imbuido del mundo beckettiano para osar cualquier innovación no prevista por el autor.
7 La negación de la progresión argumental se substituye por los que E. Jacquard (Théâtre de dérision, París, Gallimard, 1974, p. 170 y ss.)llama signos de la degradación, término que nos hace evocar el de negatividad. Por medio de estas degradaciones, ésta, como muchas obras del nuevo teatro, además de compensar la falta de progresión argumental, encamina la representación hacia su final. En el segundo acto, Pozzo aparece ciego, y Lucky mudo; ambos no dan tres pasos sin derrumbarse; Vladimir y Estragón se muestran cada vez más dudosos y desconfiados, etc. Este esquema degradatorio caracteriza otras obras. En algunas, la situación sin salida no requiere ni siquiera estos signos.
8 Para una reflexión sobre el uso de esta palabra, v. F. García Tortosa, "El silencio en Esperando a Godot", in Samuel Beckett: Palabra y silencio, CAT, Sevilla, p. 46.
9 En Dis, Joe, escrita para la televisión, la cámara anulará progresivamente el espacio, avanzando en un travelling que nos lleva a un primer plano del rostro de Joe. De presentar la obra en un teatro, habríamos de anegar progresivamente el espacio escénico en la oscuridad, para dejar sólo visible, al final, el rostro de Joe. La experiencia sería interesante. Pero hemos de advertir que el efecto no sería idéntico, ya que, en teatro, el espacio suprimido sigue estando presente, mientras en la pantalla de televisión éste desaparece para ser ocupado por un Joe que avanza a primer plano. Quizá esto podría compensarse de hacer avanzar hacia el proscenio, de modo insensible para el espectador, al protagonista.
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