Uno de los grandes atractivos del árabe es, sin duda, la belleza y la armonía estética de su escritura en general y de su caligrafía en particular. Sin embargo, aprender a escribir en árabe es una cosa y aprender a caligrafiar es otra muy distinta.

La caligrafía árabe, en sus distintos estilos, se rige por una serie de reglas y de cánones estéticos cuyo dominio requiere, aparte de estudio, no poca destreza y talento artístico. Tratar de caligrafiar en árabe sin tener la formación adecuada puede dar lugar a resultados tan burdos como éstos —por más que puedan resultar aceptables a ojos profanos—.

Pero aunque la ejecución sea cosa de expertos no por ello resulta menos necesario familiarizarse con los distintos estilos caligráficos, puesto que en ellos se confeccionan habitualmente todo tipo de rótulos, carteles, membretes, encabezados, etc.

Por otra parte, alcanzar una competencia escrita adecuada en árabe pasa en gran medida por desarrollar una letra lo más parecida a cualquiera de los estilos más habituales entre los hablantes nativos alfabetizados. Cabe decir que la EALE, pese a algunos intentos en sentido contrario, ha descuidado tradicionalmente este aspecto —como tantos otros, dicho sea de paso— y se ha contentado con que el estudiante fuera capaz de imitar un modelo caligráfico o tipográfico inicial, sin presentarle más adelante ejemplos de escritura manuscrita real o ayudarle a definir un estilo personal aceptable. Como resultado, muchos alumnos arrastran durante años una letra infantiloide y desgarbada o, lo que es peor aún, son incapaces de leer con soltura textos escritos de puño y letra de nativos.

El estudiante ha de ser consciente de que la fluidez de su letra refleja en buena medida su fluidez en otros aspectos de la lengua y de que ésta es una destreza que se ha de ejercitar con regularidad, dentro o fuera del aula.