Moratalla, ha sido siempre uno de los pueblos más bellos e injustamente olvidados de toda la Región. Quizás, gracias a eso, conserve aún algo de ese tipismo que los viajeros buscan en todo pueblo serrano: calles angostas y empinadas, jubilados tomando el sol en la plaza del pueblo, bares con buen vinorro, carajillo, partida de dominó y el agradable saborcillo que deja la vida al discurrir a un ritmo sosegadamente humano.
Por las alturas de las sierras abundan los parajes solitarios y hermosos, salpicados de brezos, encinas y sotos en los que crecen chopos, castaflos, alisos y hasta algún que otro fresno y olmo, favorecidos por la humedad de los cauces y por la nieves que casi todos los inviernos cubren estos andurriales. Hay también llánuras cuajadas de cereales, como los campos de San Juan y Béjar; algunos cortijos aislados -Zaén, Bagil, el Rincón de los Huertos- que rompen el perfil melancólico de estas altiplanicies mesetarias, y varias pedanías, como Benizar -con un castillo que debe ser el más inexpugnable de cuantos queden en pie, a juzgar por el corte a pico del cerro en el que se encuentra- y El Sabinar, cuuo topónimo hace honor a la profusión de sabinas en los alrededores del pueblo, un árbol de la familia de los juniperus de hoja perenne y tamaño medio que puede llegar a vivir varios centenares de años. Parece ser que la abundancia de sabinas esta zona -a las que científicamente se les cor con el apellido de Thurifera que significa productora de incienso, por el olor penetrante y aromático que producen al quemarse- se debe a su perfecta adaptación a los suelos calizos y a los climas extremos (heladas en invierno, veranos caluros de las dos cosas hau en abundancia por estas estepas murcianas; las de aquí deben tener entre 300 y 400 años de antigüedad y según la creencia popular, el humo de su combustión ahuyenta mosquitos y a las serpientes.
Una zona montañosa a la que cada vez acuden murcianos para solazarse y pasar sus vacaciones atraídos, en parte, por el mayor de los privilegios moratalleros, el río Alhárabe, que mantiene un mínimo en superficie durante todo el año, una para esta región en la que ver agua corriendo libremente por los valles es algo tan inaudito como sorprendente.
Texto: (Paco Nadal Yuste, de la obra Murcia: Crónica de Viajes. Caja Murcia, 1994)